Por Francis Frangipane
A pesar de los conflictos mundiales, el Espíritu Santo está guiando a la verdadera Iglesia hacia su mayor tiempo de transformación. No debemos concentrarnos en las presiones de este tiempo, como si fueran obstáculos establecidos para detenernos. En las manos del Todopoderoso, estas son las mismas armas que utiliza para perfeccionarnos.
Uno de los problemas de interpretar los eventos del fin de los tiempos, es la tendencia a enfocarnos sólo sobre un grupo de condiciones. Si sólo nos concentramos en los hechos que satanás está desatado o que la perversión, las guerras, los terremotos y las hambrunas están escalando, podríamos concluir que la dificultad y las tinieblas es todo lo que nos espera hasta el rapto. Como lo mencioné, muchas personas enseñaron que la vida se pervertirá cada vez más hasta que Cristo regrese.
Pero el mismo Espíritu que predijo las condiciones peligrosas hacia el fin de los tiempo, también pronosticó que, a pesar de las dificultades y las batallas, el Evangelio del amor de Cristo será proclamado a todas las naciones (Mateo 24:14). El Señor también dijo que la cosecha de cristianos de los últimos tiempos alcanzarán la estatura plena (Marcos 4:28-29) y los que conozcan a su Dios se fortalecerán, harán hazañas, brillarán como las estrellas y guiarán a multitudes hacia la justicia (Daniel 11:32, 12:3).
En cada tiempo Dios nos reclama caminar como vencedores. Nuestro llamado es a orar, perseverar en la guerra espiritual, interceder por nuestros líderes y soldados para no renunciar a nuestra visión de un avivamiento mundial, sin importar los escenarios que podamos enfrentar. El propio hecho que algunas naciones están experimentando un avivamiento y grandes cosechas en los últimos años (como Uganda y Fiyi), nos recuerda que también es el tiempo para nuestras propias naciones. Debemos mantener nuestro enfoque en ser como Cristo en todas las cosas. Nos debemos sentir abrumados por el torrente de maldad que se levantó sobre nuestras sociedades, pero la promesa de Dios es que cuando el enemigo proceda de esta manera, Él levantará un estandarte en su contra (Isaías 59:19).
Debemos preguntarnos, ¿nos estamos enfocando en el torrente del enemigo o somos conscientes del estandarte que Dios está levantando para detener el asalto de la maldad? No olvidemos que aún cuando las tinieblas cubran la tierra y la oscuridad profunda cubra a los pueblos, Dios promete que su gloria se levantará sobre nuestra vida y su presencia será visible a través de nosotros. Aunque parezca que las tinieblas nunca fueran a terminar, el Señor promete que al final de la guerra entre la luz y las tinieblas, “las naciones serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer esplendoroso” (Isaías 60:1-3). La Palabra de Dios revela que el desarrollo del panorama de los eventos de los últimos tiempos también será un “período de restauración” permanente (Hechos 3:20-21).
Esto no quiere decir que el mundo será dominado por la Iglesia (como algunos enseñan equivocadamente), sino que la verdadera Iglesia será gloriosa, dominada y transformada por Cristo. Este despliegue final de gracia será consumado en una Iglesia como Cristo, cuya madurez espiritual manifestará en la tierra la persona y las pasiones del mismo Jesucristo. Nuestra batalla es la batalla de la fe: ¿Realmente creemos lo que Dios prometió? Nuestra guerra es contra principados y poderes: ¿Creemos que Cristo “salpicará (limpiando para traer perdón y transformación) a muchas naciones”? (Isaías 52:15).
Yo creo en las promesas de Dios. Su Palabra no sólo me conforta en tiempos de tribulación, es una espada que agito durante la guerra espiritual. ¡Su Palabra fiel es lo que proclamo sobre mi familia, mi ciudad y mi nación! Considere su declaración: “… así es también la palabra que sale de mi boca: No volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con mis propósitos” (Isaías 55:11). No importa cuánto arrecie la batalla, la Palabra de Dios no regresará hacia Él vacía.
Considere también su pacto: “Has visto bien, dijo el Señor, porque yo estoy alerta para que se cumpla mi palabra” (Jeremías 1:12). Y su accesibilidad: “Pero la justicia que se basa en la fe afirma: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (es decir, para hacer bajar a Cristo) o ¿Quién bajará al abismo? (es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). ¿Qué afirma entonces? La palabra está cerca de ti; la tienes en la boca y en el corazón. Ésta es la palabra de fe que predicamos…” (Romanos 10:6-8).
No somos meros mortales tropezando ciegamente en la tierra, separados de Dios y aislados de su respuesta hacia nuestras necesidades. ¡No! Somos nuevas criaturas, nacidas de nuevo y habitación para el Espíritu Santo del Dios Todopoderoso.
Sí, pujamos e intercedemos, nos arrepentimos por nuestros pecados y por los pecados de nuestras naciones. Pero el peso de nuestra victoria no descansa sobre cuánto pujamos y gemimos, sino sobre cuán sinceramente creemos en lo que Dios prometió. El Señor no quiere que nos preocupemos sobre el futuro, quiere que lo creemos por medio del conocimiento de su voluntad, a través de la proclamación de su Palabra, la “espada del Espíritu” (Efesios 6:17) y por rendirnos ante el poder del Espíritu Santo. Luego nos promete: “Todo el que confíe en él no será jamás defraudado” (Romanos 10:11).
La espada que Dios colocó en nuestra boca y en nuestros corazones no es otra cosa que el eco de su voz en nosotros. Entonces, no podemos lloriquear por las condiciones negativas en el mundo o lamentarnos con oraciones llenas de temor e incredulidad. Abracemos la batalla de la fe. ¡Que el amor de Cristo por la humanidad sea la motivación que nos conmueve! Levante su Biblia y decrete en voz alta las promesas de la Palabra de Dios. Tome cualquier verso citado y declárelo en voz alta, con fe y autoridad. Le garantizo que si declara la Palabra de Dios con fe, se soltará el poder que hay en nuestro espíritu y a través de él. Ningún poder puede limitar las promesas que Dios inspiró en su Libro.
Nos asegura: “¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible” (Marcos 9:23). Quebrantemos las ataduras del espíritu pasivo. ¡Levantemos la espada del Espíritu y abracemos la batalla de la fe!
Señor, me arrepiento del egoísmo y el temor. ¡Entrena mis manos para la guerra! Enséñame a pararme y pelear a favor de la causa de los justos. En el Nombre de Jesús, Amén.
Francis Frangipane