martes, 20 de octubre de 2009

“En el umbral de la Gloria”

 

Por Francis Frangipane

Francis_Frangipane Antes que Jesús sea glorificado en la tierra, debe ser glorificado en la Iglesia.

Nuestra salvación nos garantiza más que una simple membresía en alguna iglesia y una perspectiva conservadora. Ciertamente, somos uno con Cristo. El Señor Jesús es nuestra cabeza y nosotros somos su Cuerpo. Él es nuestro esposo y nosotros su Novia. Él es el vino verdadero del cual nosotros, sus ramas, tomamos nuestra vida y virtud. Estas imágenes y muchas más, hablan abierta y pasionalmente de nuestra unión eterna con el Hijo de Dios.

Aunque en el plano personal sólo hemos visto de reojo algunos flashes breves de su poder operando en nosotros. Oramos, pedimos y nos esforzamos, pero sólo vemos “viento” (Isaías 26:18). Muchas de nuestras enfermedades sólo reciben la gracia para seguir atravesando el sufrimiento, pero no se sanan. En un plano nacional, sólo durante los picos de los avivamientos y despertares espirituales, la Iglesia pudo ver el brazo del Señor revelado y a la sociedad transformada de una manera significativa.

Sin embargo, mientras el día del retorno de Cristo se acerca, esta ausencia de poder parece estar en un proceso de cambio dramático. De hecho, la promesa del Padre al Hijo es que se cumplirá en su plenitud antes del regreso del Señor y el pueblo de Dios “…se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu mando” (Salmo 110:3a).

Hay un “día de poder o mando” que está a la mano. Aunque no sólo esto, acompañar este tiempo de poder será una gloriosa santidad, un brillo radiante que sólo aparecerá sobre el pueblo de Dios: “…en la hermosura de la santidad. Desde el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud” (Salmo 110:3b). Mientras se acerca el día del Señor, brillaremos como el rocío iluminado por los primeros rayos de la mañana milenial.

Hacia el final de los tiempos, el mundo verá al Señor Jesús liderando su Iglesia en niveles cada vez mayores de gloria. Un gran poder de Dios descansará sobre los que ahora eligen humillarse a sí mismos ante Él. Libres del orgullo y la auto promoción, la presencia de Dios volverá a revelarse entre su pueblo.

El Dios de Gloria

Casi todos los cristianos que conozco creen que estamos llegando al final de este tiempo. Cuán cerca estamos del final, nadie lo sabe; y en cuanto al regreso de Jesús, nadie siquiera se atreve a presumir. Si nuestra esperanza viene verdaderamente desde el Cielo, la Iglesia anhelante de Cristo que ora está a punto de entrar en un tiempo de manifestaciones extraordinarias de la gloria de Dios. Estamos a punto de entrar en lo que los eruditos bíblicos llaman un “mover dispensacional” del Espíritu de Dios. Durante estos tiempos, el Señor siempre se manifestó a sí mismo en gloria.

Es verdad que nadie ha visto la gloria del Padre, pero en el pasado, Dios el Hijo se manifestó a sí mismo en gloria una gran cantidad de veces. Abraham vio la gloria de Cristo mientras estaba en Mesopotamia. Isaías lo vio en el año en que murió el rey Uzías. Ezequiel cayó ante el viviente cerca del río Quebar. Daniel, David, Habacuc, Salomón, Zacarías y Hageo también vieron la gloria del Señor. En verdad, ¡la Biblia fue escrita por gente que vio la gloria de Dios!

Moisés lo contempló y luego también Aarón, Nadab, Abiú y los setenta ancianos. Éxodo nos dice que estos hombres “…vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había una especie de pavimento de zafiro, tan claro como el cielo mismo” (Éxodo 24:10). De su encuentro con el Todopoderoso, leemos: “Y a pesar de que estos jefes de los israelitas vieron a Dios, siguieron con vida, pues Dios no alzó su mano contra ellos” (Éxodo 24:11).

Piense acerca de ello: “¡Vieron a Dios!”. ¿Puede algo ser más maravilloso que eso? ¿No se siente celoso por esa experiencia donde vieron a Dios? Contemplar la gloria del Señor no sólo es Escritural, sino típico durante un mover dispensacional de Dios. El hecho es que más de tres millones de israelitas vieron la gloria de Dios en el Monte Sinaí. Jóvenes, ancianas y niños, gente de todas las edades y condiciones físicas, todos ellos vieron “la Gloria del Señor reposando sobre el Monte Sinaí” (Éxodo 24:16).

Sin embargo, la manifestación de la gloria no se detuvo en el Sinaí. Toda la nación hebrea siguió la nube de gloria a diario y era iluminada por una columna gloriosa de fuego por las noches. Esto no sólo ocurrió una o dos veces, ¡sino todos los días durante cuarenta años! ¿Cuánto más el Señor de gloria se manifestará a Sí mismo ante nosotros hacia el final de los tiempos?

Jesús dijo que el menor dentro del Reino es mayor que aquellos que se encontraban bajo el antiguo pacto (Mateo 11:11). ¿En qué manera los cristianos son “mayores”? Los que vivían bajo el Antiguo Testamento vieron la gloria de Dios a la distancia, ¡pero Él eligió revelar su Gloria “en” y “a través” de la Iglesia! ¿No está escrito “…el día en que venga para ser glorificado por medio de sus santos y admirado por todos los que hayan creído”? (2 Tesalonisenses 1:10)

De hecho, Jesús no sólo nos dio su nombre y sus palabras (Juan 17:6, 14), ¡también nos garantizó la participación de su esplendor radiante! Depositó la misma gloria que se manifestó en el Antiguo Testamento, en los espíritus de aquellos que fueron lavados y purificados por su Sangre. Dijo: “Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:22).

Sí, Dios volverá a revelar su gloria hacia el final de los tiempos. Su integridad así lo requiere. El mundo inconverso recibirá una última y legítima oportunidad para elegir, no sólo entre la Iglesia y el pecado, sino entre el Cielo radiante y los horrores del infierno. En verdad, al final de los tiempos, ambas realidades se manifestarán en plenitud sobre la tierra.

Francis Frangipane

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