miércoles, 7 de octubre de 2009

“Pentecostés, ¿dónde está el poder hoy?”

 

Por Reuven y Mary Lou Doron

clip_image002Mientras abrazamos las promesas de Dios por un avivamiento y experimentamos personalmente su poder en varias formas y tiempos diferentes, nunca debemos perder el punto de vista de la centralidad de Jesús y la supremacía de su Palabra. Los santos deben darse cuenta que los dones no pueden reparar las fallas del carácter ni reemplazar la necesidad de ser llenos y madurar como una nueva creación. ¡Estas maravillas sólo pueden ocurrir cuando Cristo es formado en nosotros y habitamos en Él!

En segundo lugar, es imperativo que el pueblo de Dios entienda que el Señor derrama su Espíritu Santo públicamente en largas olas de poder en tiempos estratégicos, para armar y fortalecer a su pueblo para poder afrontar las batallas. Históricamente, cada derramar del Espíritu de Dios sirvió para contrarrestar las olas de usurpación de las tinieblas sobre la tierra. Así como el primer derramar en Jerusalén (Hechos 2) preparó a la Iglesia temprana para enfrentar la persecución intensa y la dispersión que vino sobre ella, cada derramar en el futuro también fortaleció a la Iglesia y la capacitó para enfrentar y vencer la furia del infierno.

El derramar de Azusa precedió a las nubes oscuras del comunismo que se diseminaron por los cuatro continentes. Los avivamientos de sanidad de los 1940´s y 1950’s, encendieron a la Iglesia mientras el nazismo arrastraba a 52 millones de almas a la muerte, durante la Segunda Guerra Mundial, dejando a Europa y a la nación Judía marcada de por vida. El movimiento Carismático que se derramó entre 1960 y 1970, reenergizó a los santos de Dios mientras el Islam comenzó a ejercitar sus músculos alrededor del globo. Creemos que este derramar del Espíritu Santo ayudará a la Iglesia a contraatacar al espíritu del humanismo y a la carnalidad que están arrasando a Occidente.

Los dos grandes derramamientos globales prometidos en Joel 2:28-32 e Isaías 60:1-3, están enmarcados en el contexto de grandes tinieblas y levantamientos. Ambos son enfáticos en el propósito de separar a los hijos de Dios de este mundo, mientras cae en el caos y la noche final. Por lo tanto, alegrémonos en la demostración de la bondad, la misericordia y el poder de Dios, mientras hoy extiende su mano para tocar a las multitudes. Nosotros también debemos fijar nuestros ojos en Jesús, habitando en su Palabra y tomando nuestro puesto en contra de los poderes de las tinieblas de nuestros tiempos. Debemos vencer las batallas de nuestros días, si anhelamos alcanzar nuestra recompensa Celestial y este derramar, como todos los demás derramamientos verdaderos, fue enviado para capacitarnos.

Nuestro Pentecostés

¡Pentecostés es para usted! La Pascua es nuestro pasado porque habla de nuestro éxodo personal saliendo de la esclavitud y la opresión, por medio de la Sangre del Cordero. La fiesta de los Tabernáculos es nuestro futuro, hablando del gran final de los tiempos, la cosecha, la victoria épica de Dios y la manifestación de su Reino asombroso. Pentecostés, la fiesta del verano, es donde la Iglesia de Dios está viviendo hoy; la estación de los movimientos progresivos e inexorables del Espíritu.

El sol calentaba y alumbraba las laderas orientales del Monte de los Olivos cuando vino el Espíritu. Habían transcurrido cincuenta días desde esa inolvidable Pascua, cuando Jesús de Nazareth fue crucificado por los romanos y rechazado por los suyos, mientras miles de ovejas eran sacrificadas en el patio del Templo. A esas Alturas, la primavera se había transformado en verano en Judea y el pequeño grupo de discípulos estaban reunidos en el aposento alto. Era el tiempo de Pentecostés.

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Se les aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hechos 2:1-4)

Mientras la Iglesia y la nación de Israel atravesaban el tiempo de Pentecostés, es importante que abramos nuestros corazones para comprender todo lo que el Espíritu de Dios nos está ofreciendo. ¿Qué fue lo que sucedió en Pentecostés? ¿Qué es lo que el Espíritu le está diciendo a la Iglesia a través de esta cuarta fiesta bíblica? En esa Fiesta histórica de Shavuot (Pentecostés), el Jesús resucitado derramó su Espíritu desde los Cielos sobre el pequeño grupo de discípulos que esperaban en el aposento alto en Jerusalén. En ese mismo momento, la separación trágica entre el Cielo y la tierra se resolvió, la brecha insalvable se cerró y la promesa del Padre se hizo realidad. Pero, ¿dónde y cuándo comenzará el próximo capítulo de la historia?

Pentecostés: Un segundo Génesis

El histórico Pentecostés en Jerusalén fue, en alguna manera, una “repetición redentiva” del génesis original, cuando Dios sopló su Espíritu de vida dentro de la nariz de Adán. En Pentecostés, Dios volvió a soplar su Ruaj, el Espíritu Eterno, en las narices de la humanidad. ¿Por qué ahora? Porque ahora la Sangre de Jesús fue derramada en la Pascua, en expiación por nuestros pecados y nuestro Padre Celestial pudo volver a acercarse una vez más para enviar su Espíritu sobre nuestros corazones.

Luego de miles de años de una separación trágica entre un Dios Santo y el hombre caído, los Cielos besaron la tierra en una reconciliación bendita. De hecho, así como Pentecostés es una progresión natural que sigue a la Pascua en el calendario de Dios, la llenura del Espíritu es la progresión natural que sigue a nuestra salvación.

La Pascua nos lleva inevitablemente hacia Pentecostés. La Pascua sin Pentecostés es impensable, ¡porque es el mismo derramar del Espíritu del Padre que Jesús aseguró por medio de su sacrificio! En la Pascua fuimos libres de la maldición del pecado y la muerte. En Pentecostés, llegamos a ser miembros de la familia de Dios y partícipes de su naturaleza divina.

“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Éstos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios” (Juan 1:12-13)

El primer Pentecostés

Luego de su redención de Egipto, la joven nación de Israel llegó al pie del Monte Sinaí durante el tiempo de Pentecostés. La nación hebrea estaba preparada para recibir la ley de Dios que los equiparía para su llamado a ejercer un sacerdocio global. Pero tristemente, la voz de Dios fue demasiado para ellos.

“Ante ese espectáculo de truenos y relámpagos, de sonidos de trompeta y de la montaña envuelta en humo, los israelitas temblaban de miedo y se mantenían a distancia. Así que le suplicaron a Moisés: Háblanos tú, y te escucharemos. Si Dios nos habla, seguramente moriremos” (Éxodo 20:18-19)

Muchos hoy no desean o son incapaces de oír o recibir la voz de Dios, insistiendo en oír la voz del hombre. Nuestras Iglesias están llenas de espectadores, sin ninguna diferencia con los estadios deportivos del mundo. Algunos actúan, otros se entretienen, pero ¿cuántos oyen y obedecen la voz de Dios?

Cuando Moisés descendió desde la cima del monte con las tablas en sus manos escritas por el dedo de Dios, encontró a Israel adorando a un becerro de oro. Movido por la ira, “…se puso a la entrada del campamento y dijo: Todo el que esté de parte del Señor, que se pase de mi lado. Y se le unieron todos los levitas. Entonces les dijo Moisés: El Señor, Dios de Israel, ordena lo siguiente: Cíñase cada uno la espada y recorra todo el campamento de un extremo al otro, y mate al que se le ponga enfrente, sea hermano, amigo o vecino. Los levitas hicieron lo que les mandó Moisés, y aquel día mataron como a tres mil israelitas” (Éxodo 32:26-28).

En el texto original, el nombre de ese desierto es Monte Horeb. La raíz hebrea de esa palabra es “he-rev”, que significa “espada” y el monte es conocido como el “monte de la espada”. Mientras se desarrollaba el drama sangriento en ese día terrible, una espada atravesaba Israel mientras los levitas barrían el campo ejecutando los juicios del Señor. En ese primer Pentecostés, el día donde recibieron la ley, ¡3000 almas perecieron por la aplicación de esa ley!

El segundo Pentecostés

1500 años después, en el día exacto de Pentecostés, otras 3000 almas fueron tocadas por los Cielos, pero bajo otra dispensación muy diferente, mientras eran llamados desde la turba de Jerusalén para recibir la vida eterna. En respuesta al mensaje breve e intenso de Pedro.

“Así, pues, los que recibieron su mensaje fueron bautizados, y aquel día se unieron a la iglesia unas tres mil personas. Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración” (Hechos 2:41-42).

El mismo Dios que juzgó a los 3000 cuando les dio la ley, ahora revivía a 3000 más al darles el Espíritu. En el segundo Pentecostés, 3000 almas fueron trasladadas desde las tinieblas hacia el Reino de la luz por la ministración del Espíritu, como lo expresó el apóstol: “…Él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto, la letra sino el del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Corintios 3:6).

La espada de doble filo de Dios sirve tanto para dar vida como para dar muerte. La espada del Espíritu es la Palabra; para regresar a Dios y vivir, primero debemos morir. “Herev” es su palabra de verdad que nos convence de nuestros pecados y rebeliones, la misma palabra que nos mata, también nos resucita por el poder de su Espíritu.

“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12)

En el primer Pentecostés, Dios le entregó a su pueblo la ley en el Monte Horeb. Ahora, 1500 años después, Dios les entregó su Espíritu en el Monte Sión, en Jerusalén. Ambas visitaciones fueron acompañadas por el sonido de un viento recio y fuego. En el Monte Horeb, Dios escribió las leyes sobre tablas de piedra; en el Monte de Sión, las escribió sobre los corazones de los que creyeron.

La larga espera

Por miles de años, los Cielos anhelaron este tiempo de reconciliación del hombre caído con el Dios Santo. Un milenio de separación dolorosa y alienación arrojaron a millones dentro de este torrente implacable, mientas las manos del Padre se mantuvieron abiertas y su corazón se mantuvo expectante. Pero en todo ese tiempo, se estuvieron haciendo planes en el Cielo, preparativos intrincados realizados con gran expectación para este tiempo especial de Pentecostés en Jerusalén.

En ese Pentecostés especial, cincuenta días después de la Cruz, después que la Sangre se derramara y el precio fuera cancelado, las puertas de los Cielos se abrieron y el soplo de vida del Padre cayó sobre sus hijos. Como Pedro lo testificó en Hechos 2:32-33: “A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ahora ven y oyen”.

“Al oír aquel bullicio, se agolparon y quedaron todos pasmados porque cada uno los escuchaba hablar en su propio idioma… Desconcertados y perplejos, se preguntaban: ¿Qué quiere decir esto? Otros se burlaban y decían: Lo que pasa es que están borrachos” (Hechos 2:6, 12-13). El Cielo estaba al alcance de las manos, aún así, la mayoría de los presentes en esa ocasión no lo vieron.

El fuego santo de Dios llenó a los que esperaban en fe y obediencia en el aposento alto y lo llevaron por las calles. Los que eran temerosos, tímidos, inseguros y cargados por un sentimiento de culpa, ahora se habían transformado y sacudían la ciudad con su mensaje de poder. Aún así, dentro de su audiencia había personas asombradas, confundidas y burlonas que decían: “están llenos de vino”, para tratar de explicar el fenómeno. La elección siempre es nuestra. ¿Estamos del lado de los que están preparados y son obedientes o caminamos entre los burladores?

La Fiesta del arrepentimiento

Pedro, en menos de tres minutos de un mensaje ungido, expresó su mensaje y declaró el consejo pleno de Dios ante su audiencia. Les mostró la cruda realidad de su condición desesperada, la provisión de la gracia de Dios y la única esperanza de redención.

“Cuando oyeron esto, todos se sintieron profundamente conmovidos y les dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Hermanos, ¿qué debemos hacer?” (Hechos 2:37). Tan simple como pueda parecer esta pregunta, tan humilde como pueda sonar para un alma centrada y confiada en sí misma, es la única respuesta apropiada para un corazón recién convencido por la verdad.

“Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, les contestó Pedro, y recibirán el don del Espíritu Santo. En efecto, la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los extranjeros, es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar” (Hechos 2:38-39). Pedro dijo que el verdadero arrepentimiento tiene consecuencias generacionales a largo plazo que producirán una cosecha larga y amplia.

Pentecostés no sólo tiene que ver con las lenguas o la profecía. No es acerca de los dones del Espíritu o acerca de los últimos días en los cuales vivimos. En primer lugar, Pentecostés es arrepentimiento, recibiendo al Espíritu del Padre para iniciar el milagro de la transformación personal y familiar. Pedro ofreció una respuesta simple para una pregunta simple: Arrepiéntanse, conviértanse y congréguense para participar en la nueva vida.

Por la autoridad divina, esta sigue siendo la invitación para la humanidad: Arrepiéntanse, conviértanse y nazcan de nuevo. Este mensaje direccional se debe oír en las autopistas y en los caminos secundarios de la humanidad y aunque nuestras calles estén repletas de burladores, los que son llamados oirán la voz del Espíritu.

Esto fue lo que se habló…

“Entonces Pedro, con los once, se puso de pie y dijo a voz en cuello: Compatriotas judíos y todos ustedes que están en Jerusalén, déjenme explicarles lo que sucede; presten atención a lo que les voy a decir. Éstos no están borrachos, como suponen ustedes. ¡Apenas son las nueve de la mañana! En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel: Sucederá que en los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán” (Hechos 2:14-18)

Al enfrentar a la multitud con los ojos desorbitados, Pedro le interpretó el fenómeno Pentecostal a la masa descarriada. Explicó que Dios le estaba dando a Israel un “adelanto” de la profecía expresada por Joel 800 años antes. Ese gran derramar, prometido por la Escritura, barrería la tierra como una marea de poder divino, transformando multitudes sin distinción de razas, género, edad o nivel económico. Esta inundación espiritual predicha por Joel, será el “gran ecualizador” que bautizará y barrerá en la cosecha final dentro del corazón de Dios, llenando a muchos con poder antes de la llegada del Día grande y terrible del Señor (Joel 2 y 3).

Este último gran derramamiento es la intervención del Cielo en los tiempos de crisis; un bautismo global sobrenatural de vida y poder divino que habilitará y autorizará a los hijos de Dios para servirlo a Él durante los traumáticos días finales de este tiempo. Con las tinieblas cubriendo muchas naciones, los desastres naturales sacudiendo continentes e Israel presionada al extremo por sus enemigos, la intención de Dios es capacitar y llenar a su pueblo con su Espíritu para que puedan caminar y ministrar en su victoria y en su paz.

Pentecostés, como lo profetizó Pedro, anunció el “adelanto” de la gran promesa espiritual. Una porción generosa de vida y poder divino se derramó ese día sobre todos aquellos que creyeron y sobre todos los que creerían después de ellos. Con esta plenitud del Espíritu, aquellos discípulos del primer siglo fueron capaces de servir al propósito de Dios con celo y devoción durante los tiempos de aflicción y conflictos que tuvo que atravesar la joven Iglesia mientras “exportaba” las buenas nuevas fuera de Jerusalén hacia Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra. El Espíritu no fue enviado para capacitarnos en nuestras debilidades, ¡sino para fortalecernos y así poder cumplir la voluntad de Dios en nuestra generación!

Un mensaje para todos

Por la Escritura sabemos que el sonido del viento Celestial se oyó por toda Jerusalén, mientras las multitudes se reunión para celebrar la Fiesta. Los discípulos que fueron transformados de ser una banda temerosa y sin líderes, ahora estaban llenos del poder y el fuego del Espíritu de Dios. Su testimonio y alabanzas barrieron las calles abarrotadas de gente. Milagrosamente, sus palabras eran comprendidas por peregrinos de muchas naciones y lenguas. ¿Qué estaba haciendo Dios en ese día señalado en Jerusalén?

El don de lenguas que se hizo evidente en ese histórico Pentecostés, hizo que las buenas nuevas fueran comprensibles para la gente que provenía de diferentes naciones, ¡oían el mensaje en sus propios idiomas! De esta manera, ese don trajo un punto final a los ciclos históricos y dolorosos de hostilidad y confusión que plagaron a toda la humanidad desde el juicio de Dios en la Torre de Babel. Luego de miles de años de división, aislamiento y hermetismo, ahora la familia humana, fracturada y herida, podía oír, comprender y responder al mismo mensaje por primera vez desde Babel: ¡El Evangelio de nuestra salvación!

Nuestra nueva vida

Jesús dijo: “…Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio; en cuanto al pecado, porque no creen en mí; en cuanto a la justicia, porque voy al Padre y ustedes ya no podrán verme; y en cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado. Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Juan 16:7-14)

Pentecostés es nuestro día

La Pascua ya pasó y los Tabernáculos aún no están sobre nosotros, pero hoy vivimos en Pentecostés. Nuestras vidas están en Dios y vivimos por su Espíritu Santo, el único capaz de convencernos de la naturaleza de pecado; ser justificados por Dios en Cristo; y el juicio y la victoria final del Señor sobre el maligno. Necesitamos esperar en Él porque es el único que puede guiarnos hacia toda verdad, ser nuestro ayudador, nuestro consejero y nuestro consolador. Asegurémonos que no somos como Israel, cuyos ancianos no quisieron oír la voz de Dios. En lugar de ello, seamos la gente que conoce su voz.

Reuven y Mary Lou Doron

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