miércoles, 11 de noviembre de 2009

“¿Quién es judío?”

Por Reuven y Mary Lou Doron

clip_image002

“Así dice el Señor, cuyo nombre es el Señor Todopoderoso, quien estableció el sol para alumbrar el día, y la luna y las estrellas para alumbrar la noche, y agita el mar para que rujan sus olas: Si alguna vez fallaran estas leyes, afirma el Señor, entonces la descendencia de Israel ya nunca más sería mi nación especial” (Jeremías 31:35-36).

¿Quién es judío?

Es esencial en el plan soberano de Dios durante este tiempo que el pueblo de Israel mantenga su identidad única como nación ante Él. Mientras otras naciones a través de la historia se levantaron sólo para volver a colapsar, cambiando y transformando la identidad de sus masas varias veces; la esencia de la identidad de Israel se preservó milagrosamente por casi cuatro milenios. La Palabra de Dios hablada por medio de Jeremías, establece con claridad que el pueblo judío nunca cesará de ser una nación ante Él y ¡nunca significa nunca!

Aunque la nación de Israel atravesó cambios profundos y dramáticos durante y después del exilio en Babilonia, la esencia de su identidad nunca disminuyó o fue cuestionada. De hecho, mientras se desarrollaba la historia, la identidad de Israel se descubrió y redescubrió en cada generación sucesiva.

Mientras estudiamos este fenómeno, reconocemos que ninguna escritura nos puede dar una respuesta comprensiva o hacer justicia sobre el tema de la identidad judía. A lo largo de la existencia histórica judía, los movimientos nacionales anunciaron este tema. Los líderes políticos se levantaron y cayeron acerca de este tema, pero los gobiernos del Estado de Israel moderno continuaron sobrellevando el peso de este tema hasta el día de hoy.

El hecho es que muchos fueron investidos con la identidad del pueblo judío. Hasta ahora, llegó a ser una mezcla asombrosa de códigos morales bíblicos, sabores étnicos, tesoros culturales y una historia nacional registrada que va hacia atrás, más lejos que ninguna otra nación moderna. Cuando reunimos todas las piezas de este rompecabezas, sirven sólo a un propósito divino profundo. La identidad judía hoy es un misterio espiritual, nacional, social y geográfico, la clave para esto sólo se encuentra por ahora en las manos de nuestro Creador.

Los patriarcas son la raíz

“Ustedes, los que van tras la justicia y buscan al Señor, ¡escúchenme! Miren la roca de la que fueron tallados, la cantera de la que fueron extraídos. Miren a Abraham, su padre, y a Sara, que los dio a luz. Cuando yo lo llamé, él era solo uno, pero lo bendije y lo multipliqué. Sin duda, el Señor consolará a Sión; consolará todas sus ruinas. Convertirá en un Edén su desierto; en huerto del Señor sus tierras secas. En ella encontrarán alegría y regocijo, acción de gracias y música de salmos” (Isaías 51:1-3).

Mientras Dios proclama la restauración de Israel, sigue llamando a la nación, aunque cegada y afligida, a redescubrir su verdadera identidad, volviendo sus ojos hacia los padres que le dieron origen. Conforme a la Escritura, corresponder a la obra redentora de Dios en la nación judía, significa que alguien debe unirse apropiadamente y de una manera consciente a la raíz de la nación, cuyos orígenes se pueden trazar hacia el Padre Abraham y su pacto con su mujer, Sara. ¿Quién era ese hombre y qué revela la Biblia como su verdadera identidad?

¿Abraham era judío?

En el sentido tradicional y rabínico del judaísmo, Abraham no nació judío ni lo fue por medio de alguna ceremonia. Abraham nació en la tierra de los Caldeos (Iraq), a 500 millas de la tierra que se llamaría Israel. Las únicas credenciales étnicas de la Escritura dice que el Padre Abraham era un hebreo (Génesis 14:13), un título derivado de su antepasado Eber, el tataranieto de Sem, quien precedió a Abraham por siete generaciones (Génesis 11:10-27). Este título hebreo simplemente indica “alguien que cruzó, un peregrino, un pionero”.

Dios le dijo a Abraham: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1). Consecuentemente, la obediencia de Abraham y su devoción a la voluntad de Dios le proveyeron los ingredientes principales para caracterizar al padre de la nación de Israel. Esto definió su identidad como pueblo que cruza y se mueve con Dios hacia lo desconocido por fe, obediencia y perseverancia.

Sara, la esposa de pacto, se distinguió tanto por un coraje inaudito como por seguir a su esposo (imperfecto) y mantenerse disponible para los propósitos de Dios, aún cuando las circunstancias parecían yermas y sin esperanza. “Tal es el caso de Sara, que obedecía a Abraham y lo llamaba su señor. Ustedes son hijas de ella si hacen el bien y viven sin ningún temor” (1 Pedro 3:6).

Padre de naciones y ministro gobernante de Dios

El hombre Abram se transformó en “Abraham” y Sarai se transformó en “Sara”, cuando la obra de Dios en sus vidas maduró hasta el punto cuando las promesas se sellaron en un pacto y se profetizó el hijo de la promesa (Génesis 17). Dios no sólo incorporaba sus propósitos, también su señal por medio del sonido de su Espíritu en los nombres y experiencias de Abraham y Sara, llamándolos padres de naciones y reyes (Génesis 17:5 y 16). El nuevo nombre Abraham significa “padre de naciones” y el nuevo nombre Sara significa “ministro gobernante de Dios”.

Hasta hoy, el padre Abraham se mantiene como la roca desde la cual se levanta Israel y la madre Sara como la cantera donde se cavó la nación. Él es la torre fuerte de la fe quien abandonó todo y dejó sus raíces terrenales temporales en su búsqueda de su identidad mayor y eterna en Dios. Ella es el pozo profundo de la pasión, la confianza y la devoción a las promesas de Dios, quien dio a luz en su vejez al hijo de la promesa, Isaac.

Abraham y Sara, cuyas vidas hablan de fe, perseverancia, coraje y obediencia, dieron a luz a Isaac, cuya vida habla de gozo, humildad y lealtad. A su vez, Isaac y Rebeca dieron a luz a Jacob, cuya vida habla de esfuerzo, quebrantamiento y regeneración. Dios cambió su nombre por Israel.

Fue la conclusión dramática de la pelea de Jacob con el Señor en su camino de regreso a la Tierra Prometida, donde finalmente reconoció y confesó su naturaleza carnal, mientras se aferraba desesperadamente a su mensajero celestial. Fue en este punto de quebrantamiento y reconocimiento que clamó: “Soy Jacob” (engañador, suplantador). Allí Dios le dio otro nombre y una nueva identidad al llamarlo Israel, alguien con autoridad, posición y rango en Dios (Génesis 32). Significativamente, el nombre Israel tiene la misma raíz que la palabra hebrea “sar”, de donde deriva el nombre de su abuela Sara. La fortaleza de Sara corría por la sangre de Jacob.

Raíces hebreas y frutos israelitas

Examinando la historia de Israel, encontramos que el Señor estableció firmemente estos dos títulos, hebreos e israelitas, como la esencia de su carácter nacional. Fueron estos dos títulos los que encarnaron el viaje de la fe, la obediencia, la perseverancia, el quebrantamiento y la transformación en los cuales la nación encontraría su identidad y fortaleza, descubriendo su propósito y su destino.

Edificada sobre el fundamento de los patriarcas, encontramos en la vida del apóstol Pablo a un rabí judío celoso que se entregó por completo al servicio del Mesías, un ejemplo de la identidad judeo-mesiánica. Mientras Pablo les relata su genealogía personal a los Filipenses, derribando la fortaleza del legalismo (Filipenses 3:2-7), se identificó nacionalmente como israelita y étnicamente como hebreo (verso 5). Note que no usa el término judío, aunque proclama su devoción por la Ley y la observancia de las tradiciones de sus padres.

Cuando Pablo desnudó su corazón ante la congregación de los Corintios mientras defendía su apostolado, vuelve a identificar sus credenciales terrenales como hebreo, israelita y descendiente de Abraham (2 Corintios 11:22). Nunca se identificó como judío, aunque obviamente se identificó como parte de su pueblo.

Desde ya que Pablo era judío, como lo menciona. Nació como descendiente judío, circuncidado al octavo día, celebraba las fiestas bíblicas y guardaba las tradiciones de sus padres. Sin embargo, conforme a la autoridad de la Escritura, la identidad terrenal de Pablo iba mucho más allá de lo que implica el término “judío”, alcanzando la riqueza de las raíces hebreas e israelitas. La pregunta obvia que surge es, ¿cuál es la diferencia?

¿Qué hay en un nombre?

Desde el tiempo de los patriarcas, la nación de Israel sigue cambiando y desarrollándose. Mientras transcurren los siglos, Egipto, el éxodo, el viaje por el desierto, la Ley en el monte de Dios y la conquista de la Tierra Prometida, se transformaron en historia. Mientras la nación de Dios se llamaba Israel en sus primeros años (desde Génesis a Reyes); se introdujo un cambio durante el reino del rey Roboam, el hijo arrogante y desafiante de Salomón (1 Reyes 12:6-20).

Como se profetizó, la nación se partió y se dividió en dos reinos durante el gobierno perverso de Roboam. El reino del norte, consistente en diez tribus, se separó y, bajo el gobierno de Jeroboam (un siervo de la casa de Roboam), cayó en la idolatría y la anarquía. Roboam gobernó sobre las dos tribus del sur, Judá y Benjamín, estableciendo un nuevo reino conocido como el “Reino de Judá”. Y, aunque este reino judío encarnaba la casa del amado rey David, nació bajo el juicio de Dios como resultado de la desobediencia y el orgullo.

A veces, la adoración idolátrica del reino del norte hizo que Asiria los llevara en cautiverio hacia el exilio, mientras el reino del sur (Judá) sostenía la representación de la nación. Es importante recordar que el título Judá no era originalmente el nombre de la nación; el nombre original era Israel. Inicialmente, Judá sólo se refiere a una tribu con un dominio territorial delimitado, aunque con el tiempo se “extendió” para definir al resto de Israel en tiempos de dureza y degradación.

El nombre “judío” se deriva del título de la tribu de Judá y significa “adorador de Dios”, llegando a ser aceptado por completo durante el periodo oscuro. Cuando Judá cayó en cautividad bajo el reino de Babilonia por el juicio de Dios, el título judío o “yehoodi”, en hebreo, quedó ligado a los hebreos en el exilio. ¿Quién los llamó por ese nombre? No fue Dios ni los profetas, sino los babilonios en medio de los cuales Israel habitaba en el exilio y el oprobio.

Reducido a un tronco

Por primera vez en su historia, la nación hebrea, la familia llamada por el nombre de Israel, fueron identificados como “judíos” por sus opresores. Por tanto, a menudo encontramos el nombre judío en los escritos del exilio y post-exilio como Ester y Nehemías, que casi no aparece en los escritos anteriores. Este nuevo título de judío, redujo por completo la identidad original de Abraham como hebreo y la de Jacob cuando se transformó en Israel. Eso fue todo lo que quedó como resultado de la rebelión y el orgullo nacional.

Un cambio mayor ocurrió en el exilio y un cambio casi irreversible ocurrió en la identidad de la nación. Cuando salieron de la cautividad como un remanente debilitado y pequeño, los sobrevivientes ya no fueron conocidos como hebreos o aún como israelitas. Ahora se los conocía como judíos, un título que recibieron en el oprobio e implicaba la degradación y la debilidad de la identidad nacional. Aunque estaban debilitados, ser “judío” siempre habla de un “adorador de Dios”, un testimonio viviente de la verdadera adoración, a pesar de las circunstancias personales, manteniendo la esperanza del llamado y perseverando luego de siglos de pruebas y tribulaciones.

Desde este punto en adelante, un estudio histórico honesto revela un deslizamiento consistente de las raíces bíblicas auténticas y originales. Los nuevos fundamentos ideológicos recopilados en los relatos del Talmud babilónico, sustituyeron la guía divina. Volúmenes de tradiciones hechas por los hombres, regulaciones y reglas, se agregaron con el correr de los siglos para ayudar a recuperar la identidad nacional comprometida, mientras la voz profética se acallaba, dejando a la nación sin palabra viviente por 400 años.

Nunca más se levantaron reyes escogidos por Dios. Fueron reemplazados por políticos y administradores, muchos de los cuales eran extranjeros. Aparte de unos pocos años de libertad a precio de sangre durante los Macabeos, la nación estuvo gobernada por extranjeros, anhelando la libertad y la dignidad que sólo Dios puede proveer.

La nación que una vez fue el asiento del poder de Dios, bella y justa en la región, volvía a vestirse de oprobio, pena y reproche mientras los romanos les imponían un largo exilio. Esta vez el pueblo fue dispersado entre las naciones paganas de todo el mundo.

Mientras la nación era cortada hasta sus raíces, la Rama prometida de la simiente de Isaí, Jesús el Mesías, se levantó victorioso sobre la muerte y el Hades, desparramando su Reino de amor por toda la tierra. “Del tronco de Isaí brotará un retoño; un vástago nacerá de sus raíces. El Espíritu del Señor reposará sobre él: espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor” (Isaías 11:1-2).

¡Sepultado por 2000 años!

Observando al futuro distante de Israel, Moisés profetizó que “el Señor te dispersará entre todas las naciones, de uno al otro extremo de la tierra. Allí adorarás a otros dioses, dioses de madera y de piedra, que ni tú ni tus antepasados conocieron. En esas naciones no hallarás paz ni descanso. El Señor mantendrá angustiado tu corazón; tus ojos se cansarán de anhelar, y tu corazón perderá toda esperanza. Noche y día vivirás en constante zozobra, lleno de terror y nunca seguro de tu vida. Debido a las visiones que tendrás y al terror que se apoderará de ti, dirás en la mañana: ¡Si tan sólo fuera de noche!, y en la noche: ¡Si tan sólo fuera de día!” (Deuteronomio 28:64-67).

Trágicamente, estas palabras difíciles se cumplieron de la manera más devastadora mientras la nación de Israel era barrida violentamente por dos mil años de tribulaciones, violencia y opresión, atravesando el valle de sombras de muerte. Tan grande fue el sacudón, el sufrimiento y la pérdida que culminaron en el Holocausto. Esto no requeriría nada menos que un milagro para traer sanidad y restauración conforme a Ezequiel 36 y 37.

Sería seguro decir que ninguna otra nación o pueblo en la tierra necesitó pasar por lo que atravesó Israel los últimos 4000 años. La vida nacional de Israel estaba tan devastada y el pueblo tan disperso que su sanidad estaba fuera del alcance del poder humano. Dios se comprometió a sí mismo con su restauración y les dio su propia Palabra de compromiso para que ocurriera en el tiempo establecido.

Aunque la nación entró en un levantamiento profundo y traumático durante su exilio, la esencia de su existencia nunca se cuestionó ante su Creador. La misma Palabra de Dios confirmó que es esencial para el pueblo de Israel mantener su identidad como nación ante Él para cumplir la Escritura, su destino nacional y el propósito redentor en nuestro mundo caído y en nuestras vidas.

Resurrección: el regreso a la Tierra

Surgiendo de dos milenios de exilio y oprobio, el alma de la nación judía, abrumada por el sufrimiento, la ansiedad y el rechazo, experimentó un aliento fresco de vida. Todo lo robado, perdido y diluido durante la historia dolorosa, volvió a experimentar el poder de la resurrección en nuestra generación.

El alma y la identidad nacional, devastadas por el pecado, el rechazo y la persecución perpetua, vuelven a surgir en aquellos que regresaron de la cautividad. Como está escrito: “Cuando el Señor hizo volver a Sión a los cautivos, nos parecía estar soñando. Nuestra boca se llenó de risas; nuestra lengua, de canciones jubilosas. Hasta los otros pueblos decían: El Señor ha hecho grandes cosas por ellos” (Salmo 126:1-2). El mismo corazón y el alma del pueblo judío retomaron fuerzas mientras retornaban a su tierra, cultivando sus campos, defendiendo, peleando y reclamando su herencia mientras reedificaban las ruinas antiguas.

El pueblo de Israel hoy es un modelo y una parábola moderna de la obra de restauración y reedificación para muchos cuyas vidas fueron encantadas por el enemigo por medio de la arrogancia y la ignorancia. La sobrevivencia de Israel y su renacimiento, es un testimonio que nuestro Dios es capaz de redimir, sanar y levantar aún lo que está muerto, ¡porque nuestra suficiencia está en Él! “Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes” (2 Corintios 9:8). ¡Todo tiene que ver con Él!

La llama volvió a encenderse en el alma nacional judía mientras los primeros pioneros sionistas reclamaron y volvieron a establecerse en su tierra durante los últimos cien años. El pueblo judío en tiempos pasados sólo podía tomar de la copa de la tradición mientras estaban en el exilio para mantener su identidad. Ahora profundiza sus raíces, corazón y alma en el terreno de su propia tierra, reconectándose con sus ancestros y tomando fuerzas de la roca y la cantera desde la cual salió.

Con una fe asombrosa y un coraje inusual, el pueblo judío volvió a sus raíces, atraído por el Espíritu Santo, regresando a la tierra que Dios les entregó a los patriarcas. Por el mismo poder también regresarían al cumplimiento de su propósito. Acerca de estos días, el apóstol Pablo declaró hace tiempo: “Y si ellos dejan de ser incrédulos, serán injertados, porque Dios tiene poder para injertarlos de nuevo. Después de todo, si tú fuiste cortado de un olivo silvestre, al que por naturaleza pertenecías, y contra tu condición natural fuiste injertado en un olivo cultivado, ¡con cuánta mayor facilidad las ramas naturales de ese olivo serán injertadas de nuevo en él!” (Romanos 11:23-24).

Ofrenda final a Dios

Significativamente, el primer gobierno israelí del Siglo XX, más de 60 años atrás, mientras debatía el nombre del nuevo Estado, la mayoría escogió llamarlo Judá. Sin embargo, después de mucha deliberación, prevaleció el Espíritu del Dios viviente y este cuerpo de líderes nacionales escogieron el nombre Israel como el título y la identidad para convocar al pueblo de Dios. Proféticamente y por fe, el pueblo resucitado de Dios proclamó su destino e identidad superior como toda la casa de Israel y no sólo como la restauración del remanente de Judá.

Hay una riqueza escondida profundamente en la conciencia nacional de Israel que vuelve a surgir en estos días; es un Tesoro que Dios mismo derramó en los corazones de su pueblo. Este tesoro se descubrirá de manera creciente y traerá iluminación completa como una ofrenda de tiempo final por una generación de tiempo final. ¿Serán las tradiciones judías o las vestiduras culturales tan estimadas por el pueblo? No, el verdadero tesoro nacional de Israel es mucho más profundo que eso.

Para esta es gente la Biblia es su historia actual y no un mero estudio de principios y alegorías espirituales. Esta es la nación que probó la libertad cuando cruzó el Mar Rojo, saboreó el maná real en el desierto y vio el colapso de los muros de Jericó ante ellos reducidos a un montón de cascotes. Esta es la gente que peleó contra los Filisteos actuales, asesinó gigantes, poseyó una tierra tangible y contempló la nube de gloria de su Dios descendiendo para llenar el Templo.

¿Cómo será cuando este pueblo vuelva a la vida en Dios como nación?

¿Cuáles serán los tesoros ocultos que surgirán dentro de la Iglesia, el Cuerpo y la Esposa de nuestro Señor Jesús, mientras estos hermanos se apresuran a restaurar su verdadera identidad, hebrea e israelita, como una nación guerrera y adoradora?

¿Qué significa para usted?

El llamado de Israel es como el suyo: “Confía en el Señor y haz el bien; establécete en la tierra y mantente fiel” (Salmo 37:3). Así como Israel hoy está aprendiendo a habitar en su tierra, comprometida en la guerra y cultivando su fidelidad; nosotros también debemos aprender a contender por nuestras promesas, afirmarnos contra los enemigos de nuestro destino y cultivar el terreno que Dios nos entregó (matrimonio, familia, vocación, vecinos, ministerio y nación).

Por tanto, debemos “…contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3). En un mundo hostil hacia nuestra verdadera identidad y destino que opera para minar nuestra fe, mantenernos en nuestro llamado, honra y agrada al corazón del Padre.

El viaje para atravesar por la fe y la confianza (Abraham y Sara), habitando y perseverando en el gozo (Isaac y Rebeca), quebrantándonos y reconociendo (Jacob), para servir a Dios con autoridad (transformándonos en la Israel de Dios, perseverando y prevaleciendo); se cumple con la actitud y el espíritu de Judá, el verdadero judío. Esta es una vida que ofrece el sacrificio puro de alabanza, aún ante la burla, el menosprecio y el rechazo. “Así que ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15).

Mientras los días se ponen cada vez más difíciles, aliéntese, reconociendo que la nación primogénita, Israel, sigue su camino hacia la plenitud del propósito de Dios. Aunque debemos atravesar muchas pruebas y fuegos de refinamiento, “…compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo. De este modo, ya sea que vaya a verlos o que, estando ausente, sólo tenga noticias de ustedes, sabré que siguen firmes en un mismo propósito, luchando unánimes por la fe del evangelio y sin temor alguno a sus adversarios, lo cual es para ellos señal de destrucción. Para ustedes, en cambio, es señal de salvación, y esto proviene de Dios” (Filipenses 1:27-28). Amén.

En su gracia,

Reuven y Mary Lou Doron

No hay comentarios: