Por John Belt
Mateo 13:16-17: “Pero dichosos los ojos de ustedes porque ven, y sus oídos porque oyen. Porque les aseguro que muchos profetas y otros justos anhelaron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron”.
Necesitamos ojos para ver y oídos para oír que nos permitan percibir y comprender lo que Dios está haciendo. Si tenemos la habilidad para reconocer la obra de Dios en medio nuestro, podremos honrarlo y agradecerle. Si no podemos evaluar qué está ocurriendo, no tendremos una plataforma para agradecer.
Un corazón agradecido es de suma importancia para ver a Dios moviéndose en nuestras vidas y en las de otros. La gratitud abre las puertas del Cielo y nuestros corazones para recibir su actividad en nuestras vidas. Sin la alabanza y la gratitud que abren puertas, nos estancamos. El río de la vida de Dios se detiene cuando no valoramos lo que Él hizo y está haciendo.
Si no podemos pensar sobre las cosas buenas que Él hizo en nuestras vidas, entonces nos las robaron. Todos tenemos el don de la vida. Todos tenemos la habilidad de conectarnos con Dios y ser llenos de su presencia. Todos tenemos la opción de elegirlo a Él. Tener la habilidad de elegir es uno de los mayores dones que podemos recibir. Podemos elegir entrar en su vida a través de nuestra búsqueda espiritual. Estar hambriento por Dios nos llevará a un lugar de vida y gratitud que abrirá las puertas del cielo, haciendo de nosotros un pueblo bendecido para bendecir.
Recibiendo su gloria
Isaías 12:2-3: “¡Dios es mi salvación! Confiaré en él y no temeré. El Señor es mi fuerza, el Señor es mi canción; ¡él es mi salvación! Con alegría sacarán ustedes agua de las fuentes de la salvación”.
Cuando vemos lo que Dios hace, necesitamos tener un corazón que pueda recibir lo que está haciendo para beneficiarnos de lo que está ocurriendo. No hay esfuerzo para recibir del Señor, pero debemos rendir nuestra vida para recibir la de Él.
Debemos dejar ir algunas cosas que nos impiden atrapar lo eterno. Nuestra propia carne trata de alcanzar las bendiciones de Dios, pero las recibimos porque no podemos comenzar a pagar el precio. El precio que pagamos es el hambre espiritual. Cuando comenzamos a tener hambre y a buscar al Señor, nos transformamos en habitaciones de Dios.
El Espíritu Santo es el distribuidor de todo el bien y los dones de Dios. Cuando aprendemos a beber de los pozos del Espíritu Santo, somos capaces de acceder a los tesoros ilimitados de su vida y su presencia. Nos dará libremente todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad.
Debemos anhelar ser “como Dios” en el contexto de ser un reflejo de su gloria. Debemos ser imitadores de Cristo en todo lo que Él vivió sobre la tierra, no sólo cargando el fruto del Espíritu, sino demostrando el Reino de Dios en poder.
Una gratitud profunda equivale a una mayor gloria
Salmo 140:13: “Ciertamente los justos alabarán tu nombre y los íntegros vivirán en tu presencia”.
Al ser receptores de su presencia y su gloria, podemos entrar en un profundo agradecimiento, una adoración suprema y un gran compromiso con el corazón del Señor. Recordando las obras de Dios podemos experimentar más y más sus obras en medio nuestro. Cuanto más reconocemos lo que está haciendo, más se derrama sobre nuestra vida. Reconocer que Él sigue haciendo lo que está haciendo, sin tomar las cosas a la ligera, nos permitirá acceder al siguiente nivel donde Él seguirá operando en nuestras vidas.
Los que están sedientos y hambrientos de justicia serán saciados. Todo lo que hace Dios es un hecho de su piedad y justicia amorosa. La habilidad para ver lo que Dios está haciendo, honrarlo por medio de la gratitud y tener hambre por más de su obrar, ¡paga grandes dividendos!
Cuánto más reconozcamos lo que Dios está haciendo, más podemos entrar en gratitud y más se derramará sobre nuestro corazón agradecido. ¡Más Señor!
John Belt
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