Por James W. Goll
La Iglesia moderna debe redescubrir la manera de pensar generacional. Primero, nadie sino el Padre sabe cuándo regresará Jesús, podría ser hoy, mañana o en algunos años más. Segundo, Dios mismo siempre piensa y actúa generacionalmente. Demasiado tiempo muchos miembros en el Cuerpo de Cristo se consideraron a sí mismos como parte de la última generación. Es tiempo de cambiar es manera de pensar. Cada generación de cristianos necesita verse a sí misma como un puente generacional que se edifica sobre el pasado, vive en el presente y planifica para el futuro. Es importante vivir cada día como si Cristo fuera a regresar en ese momento, pero planificar para mañana como si no fuera a regresar en años.
Parte de la manera de pensar de una generación puente es reconocerse y tomar seriamente la responsabilidad de pasarle un legado sólido de fe y valores piadosos a la siguiente generación. ¿Cuán importante es esta transferencia generacional? Mucho tiempo atrás alguien observe que la Iglesia no está a más de una generación del paganismo. Lo único que se necesita para perder todo es que una generación fracase en transferirle sus creencias y principios a la siguiente.
Una de las necesidades más críticas de la Iglesia de hoy es renovar su compromiso de transferencia generacional: No sólo pasarle a la siguiente generación los principios, teologías y creencias doctrinales, sino un corazón apasionado. Cada generación debe aprender a amar a Dios por sí misma y la responsabilidad de enseñarles modelando ese amor recae sobre la generación anterior. Este es el patrón bíblico, no sólo el trato de Dios con el hombre, sino en el trato patriarcal con sus hijos. Un principio fundamental del mentoreo es la paternidad espiritual.
Mentoreo espiritual
Tanto los principios de la transferencia generacional como del mentoreo espiritual están firmemente arraigados en las Escrituras. Para los ancianos de Israel eran los conceptos fundamentales de la ley de Moisés. La primera Escritura judía que les enseñan a los hijos en su educación espiritual es: “¡Oye Israel! ¡El Señor es tu Dios! ¡El Señor es uno! Debes amarlo con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. En Mateo 22:38, Jesús identifica esto como el mandamiento más importante. Nada tiene una mayor importancia que oír, conocer, amar y temer a Dios.
Pegado a los talones del mandamiento de amar a Dios está pasarle a la siguiente generación ese amor, así como el conocimiento y el amor por toda la ley de Dios. Deuteronomio 6:6-7 dice: “Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes”. Los padres (y las madres) debían usar cada experiencia de la vida como una oportunidad para transferirles el legado de fe a sus hijos. La transferencia generacional no ocurre en una noche. No existen atajos, fórmulas mágicas o una lista de 25 palabras para impartir fe y valores. No existe un manual llamado “multiplicación espiritual para principiantes”. El éxito sólo viene con compromiso, disciplina, diligencia y paciencia.
Muchos creyentes son espiritualmente impacientes y prefieren el toque rápido del Señor en un avivamiento, antes que el paso más lento y menos dramático que nos demanda la disciplina y el mentoreo. En verdad, la intensidad del avivamiento y la tranquilidad del mentoreo son críticos para la estrategia de Dios para alcanzar las naciones. El avivamiento suelta la fe y cambia las vidas de los individuos mientras el mentoreo espiritual transforma la cultura. Elías estableció un escenario sobre su fidelidad como un padre espiritual, pero fue la siguiente generación con Eliseo y Jehú destruyendo a Jezabel, quien representaba la dominación de la cultura por los poderes de las tinieblas, la que trajo transformación a la tierra.
Una sinergia generacional
La sinergia se define como la condición donde diferentes grupos trabajan juntos en un acuerdo cooperativo donde el efecto final es superior a la suma de los efectos individuales. En otras palabras, el grupo concreta más trabajando junto de lo que los individuos podrían alcanzar trabajando por separado. Una de las cosas que representa la revolución de Elías es el deseo de Dios de volver a unir múltiples generaciones en una relación sinérgica. La Iglesia sufrió demasiado por la brecha generacional donde hubo muy poca apreciación, comprensión o cooperación entre las generaciones jóvenes, intermedias y maduras de creyentes. Dios quiere volver a unir estas generaciones para infundirles una visión en común, un sentido unificado de propósito y un reconocimiento de su interdependencia mutua. Tres generaciones moviéndose juntas detrás de una meta en común pueden concretar más que la suma de lo que cada generación puede alcanzar por separado. Esta sinergia de generaciones es algo que Dios prometió que haría en los últimos días. Se refiere a ella como “la convergencia de los tiempos”.
Vendrá sobre nosotros una convergencia de tiempos. La manifestación del fuego pentecostal, las cruzadas de sanidades y liberación, la lluvia tardía, la carga evangelística por los perdidos, los dones carismáticos, el movimiento del celo de Jesús, la credibilidad de la tercera ola, el movimiento de revelación profética y la red de apóstoles reformadores, generarán una marea que impactará con una fuerza más grande que la reforma de hace 500 años y creará lo que llamamos una gran revolución.
Antes del regreso de Cristo, Dios soltará una explosión de su Espíritu Santo que sacudirá paradigmas en las mentes de las personas y provocará que toda la Iglesia comience a pensar generacionalmente en lugar de hacerlo de una manera egoísta. Toda una generación comenzará a entregarse a sus Eliseos, levantando hijos e hijas bajo la doble unción que dominarán su cultura en el poder del Espíritu Santo.
Dios es generacional por naturaleza. Aún su revelación como Padre, Hijo y Espíritu Santo hacia la humanidad, un Dios en tres personas, refleja una perspectiva generacional. Dios el Padre entregó a su único Hijo para redimir a la humanidad perdida, que ninguno se pierda y todos puedan ser salvos. Dios el Hijo se entregó a sí mismo a un pequeño grupo de hijos espirituales y les impartió el Espíritu Santo para que habitara en ellos continuamente. Dios el Espíritu Santo capacita y habilita a los creyentes para llevar el plan redentivo del Padre a una escala global. Cumplir este plan requiere que todas las generaciones trabajen juntas como una sola. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son co-iguales, co-existentes y co-eternos en su naturaleza, pero en cuanto a la humanidad son generacionales.
Cuando Dios se describe a sí mismo como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, no sólo se refiere a su nombre. Está describiendo su ser y cómo procede su propósito a lo largo de la historia. Dios le habló a Abraham que su descendencia sería como las estrellas del cielo o la arena del mar, pero sólo tenía al hijo de la promesa: Isaac. Isaac le pasó la promesa a su hijo Jacob, quien se la pasó a sus 12 hijos y uno de los cuales fue José, quien creció como un hombre prominente en Egipto. Después de un comienzo pequeño, en la cuarta generación apareció uno que gobernó toda una nación. Todos los hijos de Jacob fueron fructíferos, sus descendientes se multiplicaron por muchas generaciones hasta ser las 12 tribus de la nación de Israel.
Corriendo con la visión
Este es el plan de Dios para cada persona en cada generación. Dios quiere hacer en cada uno de nosotros lo que hizo en su propio Hijo. Este es el proceso: Un hijo que nace se transforma en una prueba, este niño se transforma en padre que se multiplica una y otra vez, levantando y nutriendo hijos espirituales. Los padres derraman su amor incondicional en sus hijos hasta que llegan a la madurez y luego liberan a esos hijos en un nuevo escenario de la historia. El mayor deseo del Padre es llenar la tierra con sus hijos espirituales. Esto no ocurrirá por medio de un curso de colisión en santidad, sino por medio de una generación que le transmitió pacientemente la sabiduría, pasión, integridad, fe y visión a la siguiente, sin limitarse a darles conocimiento e información.
Cada generación debe aprender a honrar a aquellos que fueron antes que ellos, los pioneros de la Iglesia que siguieron su visión y forjaron una senda para que caminaran sus descendientes. Muchos padres y abuelos espirituales aún viven y se sienten dolidos en su interior porque no vieron la plenitud de lo que Dios les habló 20, 30 o aún 50 años atrás. Anhelan ver el cumplimiento de su visión en sus hijos. Este es el caso en mi propia vida.
Plantas maduras y pilares estratégicos
En la medida que los hijos honren a sus padres y abuelos, la sinergia de las generaciones comenzará a ser una realidad. Ese honor se transforma en un puente relacional que permite la transferencia generacional. El Señor toma la sabiduría de la generación pasada, la combina con los recursos de la generación intermedia y la mezcla con el celo de la generación joven. Mientras los jóvenes se ponen en acción, los ancianos los alientan diciéndoles: “Vamos, ¡corran con la visión! Hablamos consejo, sabiduría y experiencia sobre ustedes. Los respaldaremos con nuestros recursos y nuestras oraciones. ¡Corran con la visión!”.
Si esperamos concretar esta especie de armonía trans-generacional y unidad, la Iglesia moderna debe atravesar un cambio de paradigma de dimensiones importantes. La generación joven debe aprender una vez más a sostener a sus ancianos, teniéndolos en sumo respeto y alto honor. Esto sin menospreciar las ideas, valores y consejos como si fueran reliquias del pasado fuera de moda. Por su parte, las generaciones intermedias y maduras deben anhelar ver a los jóvenes a través de lentes diferentes. Necesitan dejar de verlos simplemente como niños inmaduros con poco o nada para ofrecer y reconocer tanto sus dones como su protagonismo en el Reino de Dios. Los corazones de los padres deben volverse a los hijos y los de los hijos hacia los padres, como reconocimiento de un respeto mutuo e interdependencia. El Salmo 144:12 dice: “Que nuestros hijos, en su juventud, crezcan como plantas frondosas; que sean nuestras hijas como columnas esculpidas para adornar un palacio”. Una “planta frondosa” es aquella que alcanzó la madurez y está lista para fructificar y producir en plenitud. Las columnas centrales son estructuras de apoyo crítico, si las derribamos colapsará todo el edificio.
El protagonismo en el Reino de Dios no es una cuestión de género y tampoco tiene que ver con la edad. En lugar de esto es una cuestión de madurez y llamado. Los miembros de media edad y los ancianos necesitan reconocer que los hijos e hijas deben ser tratados con los privilegios del crecimiento, no sólo en el mundo sino en la Iglesia. Debemos equipar a estos hijos espirituales y equiparlos según sus dones, imponer manos sobre los enfermos, servir a los líderes en la Iglesia, predicar, enseñar, liderar la adoración, bautizar a las personas, ministrar la Cena del Señor, echar fuera demonios y operar en otras áreas del ministerio y el servicio. Muchos, debido a su habilidad para “pensar fuera de la caja”, serían muy útiles para ayudar a brindar estrategias creativas para alcanzar a otros y en muchos otros temas. Estas estrategias los conectarían con los miembros de su propia generación que no podrían ser alcanzados de otra manera.
¿Quiere una cosecha?
Salmo 144:13 dice: “Que nuestros graneros se llenen con provisiones de toda especie. Que nuestros rebaños aumenten por millares, por decenas de millares en nuestros campos”. La necesidad en esta hora es clave. Necesitamos padres y madres espirituales que oren en el espíritu de Elías, “Dios, dame hijos e hijas espirituales”. ¿Dónde están los ancianos que bendecirán a estos hijos con su tiempo, conocimiento y cada cosa buena que Dios les entregó? ¿Dónde están los mentores que compartirán su vida con los hijos, conociendo que la transferencia generacional se trata de impartir vida y no sólo información? ¿Dónde hallarán los hijos e hijas a los padres espirituales que soñarán con ellos y por ellos, ayudándolos a abrazar las pasiones que Dios les entregó, alentándolos e intercediendo por ellos?
La responsabilidad sostiene la madurez, mientras la madurez nos guía a una mayor responsabilidad y la promesa de los padres y madres, para tratar a sus hijos mientras crecen como plantas fructíferas y a sus hijas como columnas en el palacio del rey. Esto requiere el compromiso de los padres espirituales para hablar sabiduría, fortaleza y visión a las vidas de sus hijos. Esto significa impartir bendiciones cuando hablan o un toque significativo, entregándoles un elevado reconocimiento a su valor y ayudándolos a ver su futuro en la familia de Dios. Esto significa ayudar con pasos prácticos, proveyendo los recursos necesarios y entregándoles la autoridad que necesitan para concretar el llamado que Dios les hizo.
¡Oremos por la sinergia generacional!
James W. Goll
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