Por Francis Frangipane
Muchos cristianos debaten si el diablo está en la tierra o en el infierno y si puede habitar en los cristianos o sólo en el mundo. El hecho es que el diablo habita en las tinieblas. Dondequiera que haya tinieblas espirituales estará el diablo.
Preparándose para la guerra espiritual
Por lejos, el término guerra espiritual introduce una dimensión nueva, pero no necesariamente bien recibida en su experiencia cristiana. El pensamiento de enfrentar los espíritus malignos en batalla es un concepto poco establecido, especialmente cuando venimos a Jesús como ovejas perdidas y no como guerreros. Finalmente, algunos de nosotros quizá nunca iniciaremos la guerra espiritual, pero todos nosotros debemos enfrentar el hecho que el diablo inició la guerra en contra de nosotros. Por tanto, es esencial para nuestro bienestar que aprendamos a discernir las áreas de nuestra naturaleza que están desguarnecidas y abiertas a los ataques satánicos.
Judas 1:6 dice: “Delante de la Iglesia ellos han dado testimonio de tu amor. Harás bien en ayudarlos a seguir su viaje, como es digno de Dios”.
Cuando satanás se rebeló contra Dios, quedó sujeto al juicio eterno en lo que la Biblia llama “abismo” (2 Pedro 2:4) o “cautividad” de tinieblas. El diablo y los ángeles caídos fueron relegados a vivir en las tinieblas. Esta oscuridad no se refiere simplemente a las áreas donde no se puede ver la luz. La oscuridad eterna a la cual se refieren las Escrituras son esencialmente tinieblas morales que terminarán degradándose literalmente hacia las tinieblas totales. Sin embargo, esto no indica simplemente la ausencia de luz, es la ausencia de Dios porque Él es luz.
Es vital reconocer que estas tinieblas hacia las cuales fue desterrado satanás, no están limitadas a las áreas fuera de la humanidad. Sin embargo, a diferencia de aquellos que no conocen a Jesús, fuimos libres del dominio o autoridad de las tinieblas (Colosenses 1:13). No estamos atrapados en las tinieblas si hemos nacido en la luz. Pero si acomodamos las tinieblas a través de la tolerancia al pecado, nos hacemos vulnerables ante los ataques satánicos. En cualquier lugar que exista desobediencia a la Palabra de Dios, existen tinieblas espirituales y el potencial para la actividad demoníaca.
Como Jesús nos advirtió: “Asegúrate que la luz que crees tener no sea oscuridad” (Lucas 11:35). Hay una luz en nosotros. “El espíritu humano es la lámpara del Señor, pues escudriña lo más recóndito del ser” (Proverbios 20:27). Nuestro espíritu, iluminado por el Espíritu de Cristo, es la “lámpara del Señor” a través de la cual escudriña nuestro corazón. Existe una santidad que se irradia de todos los cristianos llenos del Espíritu. Pero cuando albergamos al pecado, la “luz que está dentro de nosotros”, se transformará en oscuridad. Satanás tiene acceso legal, concedido por Dios, para habitar en el dominio de las tinieblas. Por tanto, debemos comprender este punto: El diablo puede traficar en cada área de oscuridad, aún la oscuridad que existe en los corazones de los cristianos.
La trilladora de Dios
Podemos ver un ejemplo de satanás teniendo acceso al lado carnal de la naturaleza humana cuando Pedro negó a Jesús. Es obvio que Pedro falló. Sin embargo, lo que no vemos con tanta claridad es lo que está ocurriendo en el mundo invisible del espíritu.
Jesús predijo con certeza que Pedro lo negaría tres veces. Cualquiera que viera las acciones de Pedro esa noche habría concluido que su negación fue fruto del temor. Aunque Pedro no era temeroso por naturaleza. Este fue el discípulo que unas horas antes agitó una espada en contra de la multitud que arrestó a Jesús. No, el temor humano no hizo que Pedro negara al Señor. La negación de Pedro fue inducida por las tinieblas.
Jesús le había advertido al apóstol: “Simón, Simón, mira que satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:31–32). Detrás de la escena, satanás había demandado sacudir a Pedro como el trigo y recibió la autorización para hacerlo. Satanás tenía acceso a un área de oscuridad en el corazón de Pedro.
¿Cómo provocó satanás la caída de Pedro? Luego de comer la Pascua Jesús les dijo a sus discípulos que uno de ellos lo iba a traicionar. Las Escrituras dicen: “Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos haría esto” (Lucas 22:23).
Este fue un tiempo muy sombrío. Aún así, durante este momento terrible, “Tuvieron además un altercado sobre cuál de ellos sería el más importante” (Lucas 22:24). Fueron desde una actitud de shock y angustia hacia una discusión sobre quién de ellos era el más grande. Evidentemente, prevaleció el Pedro que caminó por las aguas, el más osado y el más extrovertido de los apóstoles. Podemos imaginar que la elevada exposición de Pedro entre los discípulos lo rodeó de un aire de superioridad, alimentado por satanás para desarrollar una actitud de presunción y orgullo. Pedro fue elevado por el orgullo, pero esto lo expuso a su caída.
El orgullo provocó la caída del diablo y son las mismas tinieblas manipuladas por satanás que provocaron la caída de Pedro. Por experiencia, Lucifer conocía bien el juicio de Dios contra el orgullo religioso y la envidia. Supo personalmente que el orgullo siempre va antes de la caída (Proverbios 16:18). Satanás no tenía el derecho de atacar y destruir a Pedro indiscriminadamente. Tenía que asegurarse el permiso del Señor antes de atacar al joven apóstol. Pero el hecho es que el diablo demandó permiso para sacudir a Pedro y lo recibió.
Someterse a Dios
El hilo conductor que satanás usó para provocar la caída de Pedro era el propio pecado de orgullo de los discípulos. Antes de hacer guerra debemos reconocer que las áreas escondidas donde existen tinieblas en nuestro ser determinarán nuestra derrota futura. A menudo las batallas que enfrentamos no cesarán hasta que descubramos las tinieblas dentro de nosotros y nos arrepintamos. Si queremos ser efectivos en la guerra espiritual, debemos discernir nuestros propios corazones. Debemos caminar humildemente con nuestro Dios. Nuestro primer curso de acción debe ser: “Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes” (Santiago 4:7).
Satanás nunca tendrá permiso para destruir a los santos. En lugar de ello, está limitado a sacudirnos como a trigo. La buena noticia es que Dios sabe que hay trigo dentro de nosotros. La manifestación de este ataque satánico, autorizado por la voluntad permisiva de Dios, es para limpiar nuestras almas del orgullo y producir una gran mansedumbre y transparencia en nuestras vidas. Puede sentirse terrible, pero Dios hará que todo opere para bien. La cáscara exterior debe morir para facilitar la manifestación de la naturaleza del trigo de la nueva criatura. Tanto la paja como las cáscaras fueron necesarias, proveyendo protección para nosotros ante los elementos agresivos de la vida. Pero antes que Dios pueda usarnos verdaderamente, en una manera u otra, debemos atravesar un tiempo de sacudimiento.
La cáscara de la naturaleza caída de Pedro era la presunción y el orgullo. Su éxito inicial lo hizo ser ambicioso y orientado hacia sí mismo. Dios nunca le confiará su Reino a nadie cuyo orgullo no haya sido quebrantado, porque el orgullo es la armadura de las tinieblas. Cuando satanás demandó permiso para atacar a Pedro, como Jesús lo afirmó, se le autorizó para sacudirlo pero no para destruirlo. La guerra contra Pedro fue devastadora pero limitada y sirvió a los propósitos de Dios.
Pedro ignoraba las áreas de tinieblas en su corazón y esto lo expuso al ataque. Pero el Señor nos preguntaría: “¿Conoces las áreas donde eres vulnerable a los ataques de las tinieblas?”. Jesús quiere que no ignoremos nuestras necesidades. De hecho, cuando Él nos revela el pecado en nuestros corazones, es porque puede destruir las obras del diablo. Por tanto, debemos ser conscientes que la mayor defensa que podemos tener en contra del enemigo es mantener un corazón honesto ante Dios.
Cuando el Espíritu Santo nos muestra un área donde necesitamos arrepentirnos, debemos vencer el instinto de defendernos a nosotros mismos. Debemos silenciar al pequeño abogado que salta desde el closet oscuro de nuestra mente para gritar: “Mi cliente no es tan malo”. Nuestro “abogado defensor” nos defenderá hasta el día de nuestra muerte y si no lo oímos, nunca veremos lo que está mal ni enfrentaremos lo que debemos cambiar. Para que podamos tener éxito en la guerra, debemos someter nuestro instinto de auto-preservación ante el Señor Jesús, porque es el único verdadero abogado defensor.
No podemos involucrarnos en la guerra espiritual sin abrazar este conocimiento. De hecho, Santiago 4:6 dice: “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes”. Dios resiste al orgullo. Ese es un verso muy importante. Si Dios resiste al orgullo y somos demasiado orgullosos para humillarnos y admitir cuando estamos equivocados, entonces Dios nos resiste.
Santiago continúa en el verso 7: “Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes”. Este verso es usualmente utilizado como un monumento a la guerra espiritual. Sin embargo, en este contexto de arrepentimiento, humildad y poseer un corazón limpio que encontramos a satanás huyendo de nosotros.
Debemos ir más allá de una vaga sumisión a Dios y someter a Él cada área exacta de nuestra batalla personal. Cuando nos levantamos en contra del poder de las tinieblas, debe ser desde un corazón sometido a Jesús.
Existe un precepto recurrente a lo largo de este libro. Es vital que conozcamos, comprendamos y apliquemos este principio para nuestro éxito futuro en la guerra espiritual. El principio es este: La victoria comienza con el nombre de Jesús en nuestros labios, pero no será consumada hasta que la naturaleza de Cristo esté en nuestro corazón. Esta regla aplica para cada faceta de la guerra espiritual. De hecho, a satanás se le permitirá atacar el área de nuestra debilidad hasta que reconozcamos que la única respuesta de Dios es ser como Cristo. En la medida que no sólo nos apropiamos del nombre de Jesús sino de su naturaleza, el adversario huirá. Satanás no nos continuará atacando si las circunstancias que diseñó para destruirnos, ahora operan para perfeccionarnos.
El resultado de la experiencia de Pedro fue que luego de Pentecostés, cuando Dios lo usó para sanar al paralítico, pudo hablarle con humildad a una multitud. Preguntó: “Pueblo de Israel, ¿por qué les sorprende lo que ha pasado? ¿Por qué nos miran como si, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este hombre?” (Hechos 3:12). La victoria de Pedro sobre el orgullo y el diablo comenzó con el nombre de Jesús en sus labios y se consumó por la naturaleza de Jesús en su corazón. Las tinieblas en el corazón de Pedro fueron desplazadas por la luz, el orgullo en su corazón fue reemplazado por Cristo.
Francis Frangipane