Por Francis Frangipane
Existe una guerra ancestral entre el espíritu de Elías y el espíritu de Jezabel. En esta batalla ancestral, Elías representa los intereses del Cielo: el llamado al arrepentimiento para volverse a Dios. Por otro lado, Jezabel representa un principado único cuyo propósito es impedir y detener el regreso de la Iglesia hacia Dios.
Nuestra nación va hacia la victoria
Para comprender el conflicto entre el espíritu de Elías y el de Jezabel, debemos entender a estos dos adversarios como aparecen en las Escrituras. Cada uno es la contrapartida del otro. ¿Elías es atrevido? Jezabel es descarada. ¿Elías es rudo contra el maligno? Jezabel es viciosa hacia la justicia. ¿Elías habla de los caminos y las palabras de Dios? Jezabel está llena de sistemas de brujería y palabras de engaño. La guerra entre Elías y Jezabel continúa hasta hoy. Los jefes guerreros en ambos bandos son los profetas enemigos correspondientes, porque el vencedor tendrá el alma de nuestra nación.
En la tradición de Samuel, Elías era la cabeza de la escuela de profetas. Bajo su cobertura se encontraban los hijos de los profetas, literalmente cientos de videntes y ministradores proféticos que proclamaban la Palabra del Señor. Sin embargo, en esta guerra Jezabel asesinó viciosa y sistemáticamente a todos los siervos de Dios hasta que sólo quedó Elías (vea 1 Reyes 18:22). Elías, como el último de los profetas, desafió a una demostración de poder a los 450 profetas de Baal y los 400 profetas de Asera: sus dioses contra el poder del Señor.
Estos 850 hombres eran falsos profetas, los sacerdotes satánicos “que comían en la mesa de Jezabel” (1 Reyes 18:19). Eran los individuos más poderosos y demonizados que las huestes de las tinieblas podían producir. El rey Acab, el esposo de Jezabel, les envió un mensaje a “todos los hijos de Israel” (v. 20), y la nación asistió como testigo de la guerra entre el Dios de Elías y los demonios de Jezabel.
Los términos del desafío eran simples: Cada uno debía poner un buey sobre un altar. Luego Elías dijo: “Entonces invocarán ellos el nombre de su dios y yo invocaré el nombre del Señor. ¡El que responda con fuego, ése es el Dios verdadero! Y todo el pueblo estuvo de acuerdo” (v.24). Seis horas más tarde los sacerdotes no pudieron producir fuego, pasaron doce horas y Elías comenzó a burlarse de ellos: “¡Griten más fuerte!, les decía. Seguro que es un dios, pero tal vez esté meditando, o esté ocupado o de viaje. ¡A lo mejor se ha quedado dormido y hay que despertarlo!” (v.27).
Luego, justo antes de la tarde, Elías oró sobre su sacrificio y “el fuego del Señor cayó y consumió toda la ofrenda quemada”. Las Escrituras continúan diciendo: “En ese momento cayó el fuego del Señor y quemó el holocausto, la leña, las piedras y el suelo, y hasta lamió el agua de la zanja. Cuando todo el pueblo vio esto, se postró y exclamó: ¡El Señor es Dios, el Dios verdadero!” (v.38-39). Inmediatamente luego de la manifestación poderosa del Señor, Elías le dijo a los hebreos que aseguraran a los profetas de Baal y los asesinó.
En este punto podríamos suponer que Elías huyó a Jezreel y le pidió a Dios que terminara con Jezabel, pero no fue así. De hecho, y esto me sorprendió, Elías se involucró en una guerra espiritual. Cuando Jezabel oyó lo que ocurrió con sus siervos, en un arranque de ira soltó un río de brujería y poderes demoníacos contra Elías que llenó de temor su corazón, recién entonces huyó.
Podríamos preguntarnos, ¿cómo era posible que un profeta tan poderoso saliera corriendo? La respuesta no es simple. De hecho, la situación se puso peor. Luego vemos a Elías sentado bajo un arbusto, declarando que no era mejor que sus padres y clamando por su muerte (1 Reyes 19:4). ¿Qué presión tan grande abrumó a este hombre de Dios para que orara lleno de temor y desaliento? Sucumbió ante la hechicería de Jezabel.
Ahora debemos comprender esto: “Cuando nos levantamos contra el principado de Jezabel, aún resistiendo sus perversiones y hechicerías, debemos cuidarnos del poder de los demonios de temor y desaliento. Estos son los espíritus que enviará en contra nuestra para distraernos de nuestra guerra y nuestra victoria”.
El drama continua...
Es un misterio, aunque una verdad bíblica, que bajo ciertas condiciones el Espíritu Santo transferirá la unción de un líder sobre una o más personas especialmente preparadas. Esto ocurrió cuando el Señor tomó el “Espíritu que estaba sobre Moisés y lo estableció sobre los setenta ancianos” (Números 11:24-25). Una vez más, vemos el efecto de este principio con Josué, quien “estaba lleno con el espíritu de sabiduría, porque Moisés impuso sus manos sobre él” (Deuteronomio 34:9). Por supuesto, nuestra misma salvación cosecha la recompensa de este precepto, porque Cristo no es sólo una religión, nos impartió su Espíritu y sus virtudes.
Con este concepto en mente, podemos aceptar mejor la manera como el espíritu de Elías fue enviado para ministrar a través de la persona de Juan el Bautista. Pero antes el espíritu de Elías descansó sobre otro individuo. Recordará que Eliseo, el profeta que sucedió a Elías, recibió una doble porción de su espíritu (vea 2 Reyes 2:9-11). Pero luego el espíritu de Elías estaba ministrando, activando, inspirando y creando en Juan el Bautista la misma clase de intensidad que moraba en Elías. Juan debía “ir primero, delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías…” (Lucas 1:17).
Jesús dijo de Juan el Bautista: “Y si quieren aceptar mi palabra, Juan es el Elías que había de venir” (Mateo 11:14; vea también 17:11-13). El mismo Juan se parecía a Elías. La influencia espiritual de Elías retornó al mundo en la persona de Juan el Bautista. Así como Elías, Juan proclamó la necesidad de arrepentimiento dondequiera que veía un pecado. Una de esas áreas era la vida de adulterio del rey Herodes y su esposa Herodías. Cuando Juan los confrontó, Herodías lo metió en prisión (vea Marcos 6:17-18).
¿Quién estaba manipulando y operando desde las tinieblas, el lado psíquico de Herodías? Así como el espíritu de Elías ministraba a través de Juan, Jezabel resurgió a través de la rebelión de la seductora Herodías. Recuerde, a través de muchas hechicerías con las cuales Jezabel (2 Reyes 9:22) atacó a Elías, llenándolo de temor y desaliento. Esto determinó su tiempo de duda y confusión.
Ahora Herodías volvió a atacar contra el Bautista. Este es el profeta que vio al Espíritu Santo descendiendo sobre Cristo, oyó la voz audible del Padre anunciando a su amado Hijo, contempló con asombro la pureza del Mesías de Israel. Ahora el temor y el desaliento pesaban sobre los hombros del profeta. La duda acerca de Cristo fluía desde su alma: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Mateo 11:3).
“Por fin se presentó la oportunidad. En su cumpleaños Herodes dio un banquete a sus altos oficiales, a los comandantes militares y a los notables de Galilea” (Marcos 6:21). “Oportunidad” es la palabra perfecta para describir el momento de este evento. Porque en esta guerra entre los espíritus de Elías y Jezabel, Herodías hizo que su hija danzara ante Herodes, incitándolo con la promesa de entregarle cualquier cosa que le pidiera. A pedido de su madre, aunque en realidad era el pedido de Jezabel, demandó y recibió la cabeza de Juan el Bautista. Temporalmente la confrontación entre los espíritus de estos dos enemigos eternos se calmó.
¡Viene Elías!
Dos mil años atrás, Jesús estableció que el ministerio de Elías no había terminado. Prometió: “Sin duda Elías viene, y restaurará todas las cosas, respondió Jesús” (Mateo 17:11). Además, el profeta Malaquías escribió: “Estoy por enviarles al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible. Él hará que los padres se reconcilien con sus hijos y los hijos con sus padres, y así no vendré a herir la tierra con destrucción total” (Malaquías 4:5-6). Elías viene a pelear y restaurar. Vino antes del gran día y está regresando antes del día terrible del Señor.
Sin embargo, recuerde el principio de la impartición. Porque hoy, así como Dios lo hizo con Elías, Eliseo y Juan el Bautista, ¡el Señor está levantando una compañía de profetas como Elías, hombres y mujeres llenos del Espíritu, enviados para preparar el camino para el retorno de Cristo!
Pero debemos ser conscientes que si Elías viene antes del regreso de Jesús, también lo hará Jezabel. ¿No la vemos en nuestra tierra en la abundancia de hechicerías y prostituciones? ¿No oye su voz descarada rechazando la autoridad de Dios y exaltando su rebelión dentro del feminismo radical? ¿No la vimos, con vergüenza, mientras hacía que los siervos de Dios cometieran actos de inmoralidad? (Apocalipsis 2:20). Ver a Jezabel manifestándose de una manera tan llamativa sólo confirma que el espíritu de Elías aquí también trae arrepentimiento y levanta profetas belicosos a través de nuestra tierra. De hecho, si vamos a servir a Dios durante el reinado de una Jezabel, la guerra misma nos meterá en una unción profética, sólo para que podamos sobrevivir.
En el Antiguo Testamento vemos cómo Dios destruyó a Jezabel. Jehú, el nuevo rey de Israel, fue enviado por la palabra del Señor a través de Eliseo, el sucesor de Elías, para cumplir la promesa de Dios. Mientras Jehú y sus hombres dirigían furiosamente sus carros hacia Jezreel, los reyes de Israel y Judá se presentaron para salir a su encuentro. Le preguntaron: “… Jehú, ¿vienes en son de paz? ¿Cómo puede haber paz mientras haya tantas idolatrías y hechicerías de tu madre Jezabel?, replicó Jehú” (2 Reyes 9:21-22). Jehú asesinó a los dos reyes e inmediatamente se dirigió hacia Jezreel para confrontar a Jezabel.
La Palabra nos dice que cuando ella lo vio ocurrió lo siguiente: “Cuando Jezabel se enteró que Jehú estaba regresando a Jezreel, se sombreó los ojos, se arregló el cabello y se asomó a la ventana. Al entrar Jehú por la puerta de la ciudad, ella le preguntó: ¿Cómo estás, Zimri, asesino de tu señor? Levantando la vista hacia la ventana, Jehú gritó: ¿Quién está de mi parte? ¿Quién? Entonces se asomaron dos o tres oficiales y Jehú les ordenó: ¡Arrójenla de allí! Así lo hicieron y su sangre salpicó la pared y a los caballos que la pisotearon” (2 Reyes 9:30-33).
Había algo en el espíritu de Jehú que debemos poseer hoy. Mientras debemos tener compasión hacia los que cayeron cautivos por su influencia (vea Apocalipsis 2:21), no debemos demostrar misericordia hacia el espíritu de Jezabel. Jehú no le ofreció ninguna esperanza de reforma a Jezabel, ningún compromiso en absoluto. No debemos darle ninguna oportunidad a este demonio para que pruebe nuestra alma y abra nuestras vulnerabilidades a sus muchas hechicerías. Debe ser desalojado de su lugar de elevada influencia. De hecho, mientras Jezabel estaba sangrando y cercana a la muerte, ¡Jehú la aplastó bajo su carro! Asimismo debemos seguir a Cristo y caminar sin temor sobre esta serpiente, aplastándola bajo nuestros pies (vea Lucas 10:19 y Romanos 16:20).
Esto mismo ocurre con nosotros, no debemos tener tolerancia alguna hacia este espíritu. No podemos tener paz o relajarnos bajo nuestra “higuera” hasta haber conquistado al espíritu de Jezabel. Debemos dejar de vivir con comodidad, porque sus prostituciones y hechicerías son demasiadas en nuestra tierra. Debemos negarnos a descansar en una paz falsa, basada en el temor y el compromiso, ¡especialmente cuando el Espíritu de Dios nos está llamando a la guerra!
Es significativo que los eunucos la arrojaran por la ventana. Algunos de nosotros fuimos hechos eunucos, esclavos de este espíritu maligno. Ahora mismo, Dios nos está dando el privilegio de participar en el juicio eterno contra Jezabel. ¡Debemos derribarla! Necesitamos alinearnos con Dios y permitir que se manifiesten sus juicios.
Es el tiempo para que los profetas se unan en contra de este espíritu. Aún ahora, nos lavamos en la sangre preciosa de Jesús. Bajo la unción de Elías y en el poder del Espíritu Santo, ¡levantémonos con la indignación de Jehú y derribemos a Jezabel!
Oremos: “Padre celestial, someto mi corazón a tu voluntad. En el nombre y la autoridad de Jesús, me vuelvo contra el espíritu de Jezabel. Como siervo de Jesucristo, suelto a los que estuvieron bajo la cautividad de Jezabel. Les hablo a los eunucos de Jezabel que están del lado del Señor para que derriben sus pensamientos de simpatía hacia este amo cruel y maligno. ¡Renuncio a las imaginaciones malignas de mi mente! En el poder del nombre de Jesús, me desato de la atadura psíquica que opera sobre mi alma. En la autoridad de Jesucristo, caminaré libre del espíritu de Jezabel. ¡Amén!”.
Francis Frangipane