Prof. Dr. Bladimiro Wojtowicz
Mateo 25:35-36 dice: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve
desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis
a mí”.
Miss “C”
Miss “C” (este no es su verdadero nombre) es una de las personas que
marcaron profundamente mi niñez. Cuando la conocí, ella era una adolescente de
unos 15 años y yo un pequeño niño de apenas 5 años. Fue mi primer contacto con
la escuela, porque Miss “C” era mi maestra de jardín de infantes. Ambos
estábamos haciendo nuestras primeras armas dentro del sistema educativo. Sin
embargo, desde esos días el Señor fue tejiendo una relación de confianza mutua
que adquirió una mayor solidez con el correr de los años.
El colegio donde asistí para cursar el jardín de infantes y el primer grado
de la primaria, era parte de una congregación Bautista que funcionaba dentro
del mismo complejo de edificios. Casi todos los maestros que formaban parte del
plantel educativo del colegio, también asistían a la congregación. Desde la
mentalidad de un niño de cinco años, aprendí que congregarme en la Iglesia los
domingos y asistir a la escuela entre semana, eran la misma cosa. Simplemente cruzaba
una puerta y pasaba de un ámbito al otro.
La semilla de un ministerio de mercado
En mi concepción de la vida, no había una separación entre la vida dentro
de la escuela y la vida en la congregación. Los maestros eran los mismos, los
amigos y compañeros eran los mismos y el edificio era el mismo. Más tarde pude
darme cuenta cómo el Señor fue edificando en mi vida un ministerio orientado
hacia el mercado, desde mi más tierna infancia. Luego mis padres decidieron
inscribirme en otro colegio cristiano para completar mi educación primaria y
secundaria. Pero nunca perdí contacto con algunas de las personas que formaron
mi manera de pensar desde niño, entre ellas estaba Miss “C”.
Miss “C” era una persona con un carácter apacible, una voz muy dulce y un
corazón sano. Me enseñó a creer en Dios de una manera natural y espontánea, sin
todo el almidón que le sumaban los teólogos de turno a sus enseñanzas. Nunca
fui una persona fácil de tratar, porque el Señor me impartió un carácter fuerte,
determinado a no doblegarme ante nadie que no fuera Él en persona.
Como ocurre con todas las personas, yo también le pedí muchas veces al
Señor que cambiara mi carácter y me entregara uno más “fácil de tratar”. Un día me respondió que Él
me había dado ese carácter, porque era vital para desarrollar el trabajo que me
había asignado desde la eternidad. Recuerdo que casi todas las personas en
autoridad sobre mi vida desde pequeño, se quejaron por mi carácter un tanto “insoportable”. La única persona que nunca se
quejó por mi carácter difícil fue Miss “C”.
Tiempos de tribulación
Cuando comencé a cursar el colegio secundario, se mezclaron una serie de
situaciones que convulsionaron mi vida. En mi casa mis padres atravesaban una
crisis matrimonial, esto se sumaba a mi carácter difícil y a las emociones
alteradas que caracterizan la vida de cualquier adolescente. El resultado de
esta mezcla un tanto explosiva, fue un muy bajo rendimiento académico en la mayoría
de las materias que cursaba en el colegio. El primer año transcurrió sin
mayores complicaciones. Pero durante el segundo año las cosas comenzaron a
complicarse y ese año terminé con cuatro materias que debía recuperar en el mes
de diciembre, porque no había logrado alcanzar los resultados mínimos
requeridos por el colegio.
Durante el tercer año, las cosas se complicaron aún más y tuve que
recuperar casi todas las materias. Situación que se repitió y se agravó en el
cuarto y el quinto año de mi carrera en el colegio secundario. Durante ese
tiempo tan complicado de mi vida, mis padres contactaron a Miss “C” para que me
ayudara con la cantidad de materias que debía reparar. Esto motivó que tuviera
que pasar todas las tardes de enero y febrero de esos años con Miss “C”, estudiando
castellano, literatura, historia, matemáticas, física, filosofía, biología,
etc. El Señor opera por caminos que resultan completamente asombrosos. Usó la
excusa de reparar estas materias, para que yo pudiera “descomprimir” todo
lo que estaba atravesando como adolescente y no hallaba cómo manejar.
Una oreja fiel
Comenzábamos las tardes de estudio con una charla que no tenía nada que ver
con las materias que estaba preparando. Durante esas charlas se generaba un
ambiente de confianza, donde podía discernir la presencia del Señor entre
nosotros dos. Allí encontré una “oreja fiel” donde podía confesar todo lo que me estaba
pasando, sin temor a ser expuesto o criticado. ¡Cuánto aprendí a valorar esas
charlas que teníamos durante las tardes! Realmente esperaba el momento de
encontrarnos, donde también estudiaba las materias que debía rendir.
Todos se asombraban porque no podían comprender cómo, en una semana de
diciembre y una de marzo, lograba aprobar todas las materias que debía. En
algunos casos llegaba a la totalidad de las materias del año. Por la cantidad
de materias que debía reparar, había días donde rendía exámenes por la mañana y
por la tarde. La presión era intensa, porque no si fallaba en algún examen,
corría el riesgo de perder el año. Algunos profesores me decían asombrados: “¿Rendiste una materia esta mañana y ahora estás
rindiendo otra materia en la tarde?”.
El problema nunca fue la falta de inteligencia, como me decían los profesores
en los exámenes. Tampoco iba a revelarles la verdadera raíz de esos problemas.
Manejando las presiones
El Señor armó esa estrategia para formar mi carácter en un área que más
adelante, sería uno de los ejes centrales del ministerio profético que me había
asignado. Todo profeta debe estar entrenado para manejar correctamente las
presiones que surgen durante el ejercicio del ministerio. El error más común de
las tinieblas es ejercer presión sobre un profeta, porque esa estrategia solo
logrará hacerlo enfocar más en el objetivo que el Señor le marcó.
Aprendiendo a escuchar
Los tres pilares del ministerio profético son: La
consolación, la exhortación y la edificación.
Sin embargo, esto comienza entrenando el oído espiritual para discernir lo que
se habla en el Cielo, pero al mismo tiempo se debe entrenar el oído físico para
aprender a oír a las personas con la actitud correcta. La primera parte me la
enseñó el Espíritu Santo. La segunda parte me la enseñó Miss “C”, una persona
sencilla y paciente que supo cómo tratar a alguien con un carácter complejo
como el mío.
En realidad, cuando ella logró atravesar todas las “capas de protección” que yo había colocado
sobre mi vida para evitar que mi corazón quedara expuesto, se dio cuenta que
tratar con mi carácter no era complicado. Cada vez que nos veíamos para
estudiar las materias de turno, comenzábamos con una breve charla donde exponía
mi corazón sin reservas para compartir con ella las cosas que no podía
conversar con otras personas.
Escuchar
Esas charlas me enseñaron a “escuchar” atentamente al otro. En las nuevas doctrinas de
crecimiento acelerado, no hay tiempo para escuchar a otros. Es muy común que
los líderes comiencen a escuchar a la gente, pero a los pocos minutos los
interrumpen o simplemente sacan un consejo “pre cocido”
que recibieron de otros líderes o leyeron en el libro de moda y cortan la
conversación. La mayoría de los líderes modernos ya no tienen tiempo para
dedicarse a oír atentamente a las personas. El lenguaje gestual refleja la
actitud de nuestro corazón hacia el otro. En pocas palabras, demuestra cuánto
nos importa la otra persona.
Aconsejar
Luego de oírme con suma atención, (expresando el mismo respeto que
demostraría ante la conferencia de un catedrático famoso), hacía una pausa y
comenzaba a hacer un resumen de todo lo que le había dicho. No se olvidaba
ningún punto, porque para ella todos eran importantes. Recién entonces llegaba
el momento del consejo sabio, fundamentado siempre en las Escrituras. En mi
rebeldía adolescente, no entendía por qué siempre había que usar las Escrituras
como un marco referencial, pero el Señor me estaba entrenando para lo que
tendría que enfrentar en el futuro.
Guardar un secreto
Con los años aprendí que los oídos de Miss “C” eran la “caja fuerte” más segura que conocí. Una
persona que supo guardar secretos personales que necesité expresar para ser
libre, pero al mismo tiempo supo mantener sepultados en el fondo del mar. Cuánto
daño les hacen los líderes inmaduros a las personas cuando les confiesan los
secretos de su corazón y luego los ventilan sin el menor respeto por ellas. El
nivel de madurez de un líder se puede medir simplemente por su capacidad para
guardar un secreto. Hay cosas que las personas comparten con nosotros y luego
que se retiran de la oficina, solo podemos “sepultarlas”
a los pies de la cruz. Una persona que nos confiesa sus miserias personales, en
realidad puso su vida en nuestras manos. Dependerá de nosotros el curso que
decidamos darle a esa información.
Corrió agua debajo del puente
Pasaron los años y como suele ocurrir en la vida, nuestros caminos
siguieron rumbos muy diferentes. Hoy estoy pisando los sesenta años. Sin
embargo, no pasa un solo día sin que recuerde esas tardes de estudio agendadas
por el Señor. Soy el fruto de años del trabajo silencioso de Miss “C”. Cada vez
que una persona me pide ayuda porque está atravesando un problema, recuerdo la
atención, el cariño, el cuidado, la prudencia y la sabiduría con las que me
trató Miss “C”. Su trabajo no fue en vano. Todas esas horas escuchando a un
adolescente atribulado, prepararon el terreno para que muchísimas personas
recibieran la misma atención que ella me prodigó.
Formados junto al fogón
No existen los líderes formados en serie dentro de una máquina industrial.
Si en el camino no se les cruza una Miss “C” que les enseñe el valor que tiene
una vida para el Señor y cómo prodigarle el respeto que se merece, sería mejor
que no se apresurara a ocupar un lugar dentro del liderazgo. Miss “C” fue una
de las mentoras que el Señor preparó para mostrarme una faceta de su corazón
que hasta ese momento era desconocida para mí. Por las vidas de un ministro
pasan muchas personas, pero nunca debemos olvidar que para el Señor todas ellas
son únicas e irrepetibles. Impartirles la palabra correcta, catalizará los
cambios en sus vidas que los activarán en la vida del Reino de Dios.
En esta década de restauración y restitución, las personas con estas
características serán claves dentro del ministerio de reconciliación que el
Señor nos impartió. El apóstol Pablo lo resume en el pasaje de 2 Corintios
5:18-19: “Y todo esto proviene de Dios, quien
nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la
reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la
palabra de la reconciliación”.
Jesucristo le encargó el ministerio de la reconciliación a todos sus
discípulos, pero solo calificarán para esta tarea los que hayan desarrollado su
corazón piadoso por la gente.
Desde aquí, le mando el mayor de los abrazos a Miss “C”, siempre estuvo y
está presente en cada una de mis decisiones, en cada uno de mis libros, en cada
una de mis enseñanzas y en el trabajo que desarrollo para edificar la Iglesia.
Le agradezco eternamente al Señor la bendición de haberla conocido a tiempo y
que fuera sensible a la voz de su Espíritu.
Los amamos y bendecimos,
Prof. Dr. Bladimiro y Magui Wojtowicz