Ryan Johnson
La victoria
no es la línea de meta
En la vida de cada creyente, los momentos de victoria son bendiciones innegables de Dios. Estas victorias, ya sean espirituales, emocionales o físicas, sirven como hitos en nuestro camino de fe. Pero no son el final del camino. En cambio, son recordatorios de la fidelidad de Dios y de su llamado continuo a cumplir su propósito para nuestra vida, las regiones y las naciones. Sin embargo, si no tenemos cuidado, estas victorias pueden convertirse en trampas de complacencia, creando un terreno fértil para el compromiso de nuestra fe.
El sutil
peligro de la complacencia
La complacencia es una trampa sutil para todos. Después de un avance significativo, susurra: “Ya hiciste lo suficiente” o “Ahora puedes descansar”. Si bien descansar en la presencia de Dios es crucial, descansar en la autosatisfacción es peligroso. La complacencia conduce al estancamiento, permitiendo que el crecimiento espiritual se detenga y cambien las prioridades. Lo que una vez fue una pasión ardiente por la visión de Dios, se convierte en un recuerdo de los triunfos pasados y el impulso por seguir adelante se desvanece.
Las Escrituras nos recuerdan en Proverbios 1:32: “Porque el desvío de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a perder”. La complacencia no es una pausa inofensiva, es una fuerza destructiva. Crea brechas en nuestra armadura espiritual, volviéndonos vulnerables a negociar nuestra fe. Si no se controla, erosiona nuestra obediencia a la Palabra de Dios y obstaculiza el cumplimiento de la visión que nos confió.
Guardando las
puertas: ojos, oídos y boca
Para evitar que la complacencia se arraigue, debemos estar atentos y proteger las puertas de nuestros ojos, oídos y boca. Estas puertas son los puntos de entrada a través de los cuales el enemigo busca distraernos, engañarnos y disuadirnos del propósito de Dios.
La puerta del ojo: Todo lo que vemos le da forma a nuestra perspectiva. La victoria no debe llevarnos a tomar distracciones que disminuyan nuestro enfoque espiritual. En cambio, debemos fijar nuestros ojos en Jesús, como instruye el escritor a los Hebreos: “… corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (Hebreos 12:1-2).
La puerta del oído: Todo lo que escuchamos influye en nuestra fe. Las voces de la negatividad, la duda y el orgullo, pueden llevarnos a comprometer los valores que defendimos durante nuestra lucha por la victoria. Sé intencional en rodearte de voces que refuercen la verdad de Dios y tu llamado.
La puerta de la boca: Nuestras palabras tienen poder. Después de una victoria, es fácil caer en la autocomplacencia o en un discurso descuidado. En cambio, nuestras palabras deben permanecer alineadas con las promesas de Dios y nuestra devoción hacia Él. Habla vida, declara su Palabra y continúa profetizando su visión sobre tu vida y tu región.
La victoria
es un trampolín y no un punto de parada
El peligro de dejar que una victoria se convierta en un marcador permanente, radica en cómo cambia nuestro enfoque. Dios no nos llama a acampar en el lugar del triunfo, sino a seguir avanzando en su Reino. Piensa en Josué y en los israelitas después de su victoria en Jericó. Los muros cayeron por el poder de Dios, pero la misión estaba lejos de terminar. Los israelitas tenían que seguir conquistando la Tierra Prometida.
De la misma manera, tu victoria no es una invitación a quedarte donde estás, sino un desafío a seguir adelante en obediencia. Cada victoria es un peldaño hacia un llamado mayor y una revelación más profunda del propósito de Dios. Cuando dejamos de avanzar, corremos el riesgo de perder el terreno que hemos ganado.
Devoción a la
visión
Dios nos entregó a cada uno de nosotros una visión única que se extiende más allá de las victorias personales, para impactar regiones y naciones. Esta visión requiere devoción, oración y acción continuas. La complacencia embota nuestra sensibilidad hacia el Espíritu Santo y debilita nuestra determinación para cumplir esta visión.
Filipenses 3:13-14 nos ofrece el recordatorio perfecto: “… olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Pablo entendió que sus victorias eran peldaños hacia una mayor gloria para Dios. Adoptemos la misma mentalidad, negándonos a permitir que la complacencia obstaculice nuestra misión.
Aplicación: avanzando
con propósito
Al reflexionar sobre nuestras victorias, hagámonos
estas preguntas:
• ¿Estoy persiguiendo activamente la visión que Dios me entregó o estoy descansando en los logros del pasado?
• ¿Permití que mis puertas espirituales queden desprotegidas, dejando entrar influencias que conducen a negociar mi fe?
• ¿Cómo permanezco obediente a la Palabra de Dios y adelanto su propósito en esta temporada?
El llamado a avanzar no es solo personal, es colectivo. Tu obediencia no solo impacta tu vida, también tu región y la nación. Al enemigo le encantaría que tu victoria marcara el final de tu progreso, pero el deseo de Dios es que sea el comienzo de una temporada mayor de fructificación e impacto.
Estímulo
final
Cuídate de la complacencia con diligencia y devoción. Mantén tus ojos fijos en Jesús, tus oídos afinados a su voz y tus palabras alineadas con su verdad. Deja que tus victorias te impulsen hacia adelante y no te detengan. En esta temporada, Dios está llamando a sus hijos e hijas a resucitar y no a descansar. A medida que guardemos nuestras puertas y permanezcamos obedientes, veremos que se hace realidad su visión para nuestra vida, nuestras regiones y las naciones.
La victoria no es la línea de meta, es el punto de partida para cosas más grandes por venir. Sigamos adelante con fe, cumpliendo la visión con una devoción inquebrantable.
¡Lo mejor está por venir!
Ryan Johnson