sábado, 30 de noviembre de 2024

“Desde el triunfo hacia el propósito: tu próximo paso después de la victoria

Ryan Johnson

La victoria no es la línea de meta

En la vida de cada creyente, los momentos de victoria son bendiciones innegables de Dios. Estas victorias, ya sean espirituales, emocionales o físicas, sirven como hitos en nuestro camino de fe. Pero no son el final del camino. En cambio, son recordatorios de la fidelidad de Dios y de su llamado continuo a cumplir su propósito para nuestra vida, las regiones y las naciones. Sin embargo, si no tenemos cuidado, estas victorias pueden convertirse en trampas de complacencia, creando un terreno fértil para el compromiso de nuestra fe.

El sutil peligro de la complacencia

La complacencia es una trampa sutil para todos. Después de un avance significativo, susurra: “Ya hiciste lo suficiente” o “Ahora puedes descansar”. Si bien descansar en la presencia de Dios es crucial, descansar en la autosatisfacción es peligroso. La complacencia conduce al estancamiento, permitiendo que el crecimiento espiritual se detenga y cambien las prioridades. Lo que una vez fue una pasión ardiente por la visión de Dios, se convierte en un recuerdo de los triunfos pasados y el impulso por seguir adelante se desvanece.

Las Escrituras nos recuerdan en Proverbios 1:32: “Porque el desvío de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a perder”. La complacencia no es una pausa inofensiva, es una fuerza destructiva. Crea brechas en nuestra armadura espiritual, volviéndonos vulnerables a negociar nuestra fe. Si no se controla, erosiona nuestra obediencia a la Palabra de Dios y obstaculiza el cumplimiento de la visión que nos confió.

Guardando las puertas: ojos, oídos y boca

Para evitar que la complacencia se arraigue, debemos estar atentos y proteger las puertas de nuestros ojos, oídos y boca. Estas puertas son los puntos de entrada a través de los cuales el enemigo busca distraernos, engañarnos y disuadirnos del propósito de Dios.

La puerta del ojo: Todo lo que vemos le da forma a nuestra perspectiva. La victoria no debe llevarnos a tomar distracciones que disminuyan nuestro enfoque espiritual. En cambio, debemos fijar nuestros ojos en Jesús, como instruye el escritor a los Hebreos: “… corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” (Hebreos 12:1-2).

La puerta del oído: Todo lo que escuchamos influye en nuestra fe. Las voces de la negatividad, la duda y el orgullo, pueden llevarnos a comprometer los valores que defendimos durante nuestra lucha por la victoria. Sé intencional en rodearte de voces que refuercen la verdad de Dios y tu llamado.

La puerta de la boca: Nuestras palabras tienen poder. Después de una victoria, es fácil caer en la autocomplacencia o en un discurso descuidado. En cambio, nuestras palabras deben permanecer alineadas con las promesas de Dios y nuestra devoción hacia Él. Habla vida, declara su Palabra y continúa profetizando su visión sobre tu vida y tu región.

La victoria es un trampolín y no un punto de parada

El peligro de dejar que una victoria se convierta en un marcador permanente, radica en cómo cambia nuestro enfoque. Dios no nos llama a acampar en el lugar del triunfo, sino a seguir avanzando en su Reino. Piensa en Josué y en los israelitas después de su victoria en Jericó. Los muros cayeron por el poder de Dios, pero la misión estaba lejos de terminar. Los israelitas tenían que seguir conquistando la Tierra Prometida.

De la misma manera, tu victoria no es una invitación a quedarte donde estás, sino un desafío a seguir adelante en obediencia. Cada victoria es un peldaño hacia un llamado mayor y una revelación más profunda del propósito de Dios. Cuando dejamos de avanzar, corremos el riesgo de perder el terreno que hemos ganado.

Devoción a la visión

Dios nos entregó a cada uno de nosotros una visión única que se extiende más allá de las victorias personales, para impactar regiones y naciones. Esta visión requiere devoción, oración y acción continuas. La complacencia embota nuestra sensibilidad hacia el Espíritu Santo y debilita nuestra determinación para cumplir esta visión.

Filipenses 3:13-14 nos ofrece el recordatorio perfecto: “… olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Pablo entendió que sus victorias eran peldaños hacia una mayor gloria para Dios. Adoptemos la misma mentalidad, negándonos a permitir que la complacencia obstaculice nuestra misión.

Aplicación: avanzando con propósito

Al reflexionar sobre nuestras victorias, hagámonos estas preguntas:

• ¿Estoy persiguiendo activamente la visión que Dios me entregó o estoy descansando en los logros del pasado?

• ¿Permití que mis puertas espirituales queden desprotegidas, dejando entrar influencias que conducen a negociar mi fe?

• ¿Cómo permanezco obediente a la Palabra de Dios y adelanto su propósito en esta temporada?

El llamado a avanzar no es solo personal, es colectivo. Tu obediencia no solo impacta tu vida, también tu región y la nación. Al enemigo le encantaría que tu victoria marcara el final de tu progreso, pero el deseo de Dios es que sea el comienzo de una temporada mayor de fructificación e impacto.

Estímulo final

Cuídate de la complacencia con diligencia y devoción. Mantén tus ojos fijos en Jesús, tus oídos afinados a su voz y tus palabras alineadas con su verdad. Deja que tus victorias te impulsen hacia adelante y no te detengan. En esta temporada, Dios está llamando a sus hijos e hijas a resucitar y no a descansar. A medida que guardemos nuestras puertas y permanezcamos obedientes, veremos que se hace realidad su visión para nuestra vida, nuestras regiones y las naciones.

La victoria no es la línea de meta, es el punto de partida para cosas más grandes por venir. Sigamos adelante con fe, cumpliendo la visión con una devoción inquebrantable.

¡Lo mejor está por venir!

Ryan Johnson

(www.elijahlist.com)

 

 

“Intercesión profética: Cómo insuflar vida a las semillas de la oración”

 

Por Melissa Nordell

Un día, mientras viajaba desde el sur de California hasta el Valle Central, hacia el norte en Grapevine, el Señor me dio una visión importante. Si nunca se encontró con el “Grapevine” (Viñas), es de hecho una experiencia en la que conducir hacia el norte, desciende por una pendiente del seis por ciento en las últimas cinco millas, descendiendo 1600 pies en línea recta, hasta el vasto valle de abajo. En esta rara ocasión, el aire del valle estaba claro y pude ver a unas 250 millas desde el nivel alto.

Sin embargo, repentinamente, en el espíritu recibí una visión del Señor, superpuesta a mi visión natural, donde pude ver miles y miles de millones de semillas secas, todas apretadas debajo de la tierra, a lo largo del valle. Las semillas parecían de mostaza, así que le pedí al Señor una palabra de sabiduría para interpretar esta visión. Lo que me explicó, ciertamente no era lo que yo esperaba.

La verdadera intercesión

Dijo que esas semillas habían sido plantadas por santos que oraron durante muchos años, pero las semillas no fueron “regadas” y no recibieron vida por la intercesión profética dirigida por el Espíritu Santo. La verdadera intercesión debe ser profética, en el sentido de que primero oramos en el espíritu y luego le pedimos al Señor. Entonces Él responde con lo que nos indica que debemos hacer u oír, y luego seguimos sus órdenes. Esto funciona el cien por ciento de las veces, porque el Espíritu Santo nos está dirigiendo y sabe perfectamente qué hay que hacer.

Jesús solo hizo y dijo lo que vio que el Padre hacía y decía (Juan 5:19; 12:49). Él es nuestro Gran Intercesor, nuestro ejemplo divino que debemos seguir y hacer como Él lo hizo, siguiendo al Espíritu Santo.

Proverbios 3:5-6 dice: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”. Al pedirle algo al Señor, no debemos apoyarnos en nuestro propio entendimiento, porque esto puede hacer que oremos mal y sin resultados (Santiago 4:3). En la medida que nos sometemos o nos rendimos a Él y seguimos al Espíritu Santo, obtenemos resultados perfectos.

Romanos 8:26: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. La única palabra en toda la Biblia para intercesión está en Romanos 8:26 y es “huperentugchanó” (Strong N.T.5241) y significa “iluminar sobre” y “conferir beneficio”. Todas las demás palabras en la Biblia denotan tipos de oración y no intercesión. Como dice Rick Renner en su enseñanza, “Diferentes tipos de oración”: “Solo hay una Persona que sabe cómo orar con precisión en cada situación que enfrentas y es el Espíritu Santo”. Se necesita al Espíritu Santo para que “ilumine” esas semillas de oración y las riegue cuando nos sometemos a Él y a su dirección.

En el Antiguo Testamento, las palabras para oración no incluyen la intercesión, porque el pueblo de Dios no tenía al Espíritu Santo para que lo ayudara en ese momento... pero gracias a Dios, ahora lo tenemos. El Espíritu Santo quiere darnos las raíces y las soluciones para los problemas. Parece que complicamos las cosas cuando pasamos mucho tiempo orando con nuestra mente.

La Palabra de Dios es muy clara en que no podremos lograr mucho sin el Espíritu Santo, porque “El revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz” (Daniel 2:22).

¿Jesús nos dio el Espíritu Santo solo para consolarnos? Absolutamente no. El Espíritu Santo nos guía, nos revela, nos conduce, nos habla y también nos enseña. La Trinidad conoce todos los asuntos e historias profundamente arraigados de todas las naciones, estados, ciudades y pueblos, incluso antes de que se haya escrito cualquier otra historia. Él sabe lo que contaminó la tierra y a su gente, conoce los traumas a los que se enfrentaron las personas. También sabe lo que se necesita para sanarlas y mucho más.

No podemos confiar en nuestro cerebro, ni en nuestra carne. La Deidad es el Creador omnisciente, omnipresente y omnipotente. Los seres humanos no poseemos estos atributos. ¡Él tiene el poder y no nosotros! Así que... conéctese a la fuente de energía y ríndase al Espíritu Santo. Él es el Dios omnisciente que todo lo ve y es todo poderoso.

Soplando vida en las semillas de oración

¿Por qué no estamos usando ese componente precioso y vital de la Trinidad que nos entregó Jesús para propósitos como este, ayudándonos a guiar y a liberar a las personas? La traducción del Mensaje lo dice muy bien, enfatizando que sus palabras, incluidas las pronunciadas por la intercesión, siempre cumplen lo que Él dice:

“Mis pensamientos no se parecen en nada a sus pensamientos, dice el Señor. Y mis caminos están muy por encima de lo que pudieran imaginarse. Pues, así como los cielos están más altos que la tierra, así mis caminos están más altos que sus caminos y mis pensamientos, más altos que sus pensamientos. La lluvia y la nieve descienden de los cielos y quedan en el suelo para regar la tierra. Hacen crecer el grano, y producen semillas para el agricultor y pan para el hambriento. Lo mismo sucede con mi palabra. La envío y siempre produce fruto; logrará todo lo que yo quiero, y prosperará en todos los lugares donde yo la envíe” (Isaías 55:8-11. NTV).

Antes de su ascensión, Jesús dijo en Lucas 24:49: “Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos”.

¿Cómo cambió el mundo la primera Iglesia? Siguiendo al Espíritu Santo a quien Jesús envió. Es lo mismo para nosotros en esta época. ¿Quién nos insufló vida a todos nosotros para que pudiéramos vivir? El Espíritu Santo les da vida a las semillas de oración en la intercesión profética.

Despojémonos de nuestro orgullo, sigamos la guía del Espíritu Santo y cosechemos grandes beneficios de sus revelaciones “rhema”, para que podamos cambiar las atmósferas y traer la transformación del Reino. Cuando le pedimos soluciones al Espíritu Santo, cosechamos naciones transformadas y almas salvadas con gozo eterno.

Salmo 126:5-6 dice: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, más volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.

Él puede hacerlo mucho mejor de lo que podemos pedir o imaginar, siempre. Efesios 3:20: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros”.

Las semillas de oración necesitan vida por su poder y no por el nuestro. Como el Señor le dijo a Zorobabel en Zacarías 4:6: “… No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

¡Aleluya!

Melissa Nordell

(www.elijahlist.com)