Por Jeremy Caris
Todos oímos que Dios nos ama porque Él es amor. Pero necesitamos desesperadamente sentir ese amor. Nos abruma el hecho de ser amados por Aquel que dio su propia vida por cada uno de nosotros. ¿Cómo convencemos a Dios para que se acerque a nosotros y nos envuelva con sus afectos? ¿Cómo permitimos volver a creer que Él vendrá hacia nosotros, sin temor a ser decepcionado? ¿Puede incitarlo para que lo persiga?
Los dolores del amor
Pedro comprendió este temor a la decepción y los dolores de querer saber que era verdaderamente amado. Aún cuando estaba seguro que la Escritura probó el amor de Dios por Él, necesitaba sentirlo. Necesitaba la misma atención personal que todos deseamos. Pedro negó al Señor tres veces en la crucifixión, pero no fue porque quería abandonar a Jesús. Fue simplemente porque se sentía atemorizado e intimidado. Ahora el dolor de las heridas finales de Jesús antes de su muerte, lo obsesionaban. Su corazón estaba amargado mientras deseaba poder volver a ese momento y expresar su verdadero amor una vez más. Creo que todo lo que quería era una oportunidad más para decir: “Lo siento”. Una oportunidad más para oír: “Está bien, te amo”.
Cuando Jesús se le apareció junto a sus otros seis discípulos, Pedro se enfrentó cara a cara con las emociones de su propio corazón y con el corazón amoroso e incondicional de Jesús. Esta era la tercera vez que Jesús se le aparecía a sus discípulos desde su resurrección (Juan 21:14). Los discípulos estaban en una barca pescando, pero no habían capturado nada. Jesús los llamó desde la costa y les dijo que bogaran mar adentro para arrojar la red hacia la derecha de la barca. Cuando lo hicieron, hallaron tal provisión que no eran capaces de cargarla. Esto sucedió cuando reconocieron que Jesús les había hablado. Se puso a su disposición, parándose en la orilla, donde había preparado un desayuno.
Juan 21:7 dice: “¡Es el Señor! dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús amaba. Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: Es el Señor, se puso la ropa, pues estaba semidesnudo y se tiró al agua”. Cuando Pedro pensó que era posible un encuentro personal con Jesús, se arrojó al mar del arrepentimiento para recibirlo, como si fuera un bautismo en la muerte para rendirse deliberadamente.
Juan 21:15-19: “Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Sí, Señor, tú sabes que te quiero, contestó Pedro. Apacienta mis corderos, le dijo Jesús. Y volvió a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Cuida de mis ovejas. Por tercera vez Jesús le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: ¿Me quieres? Así que le dijo: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. Apacienta mis ovejas, le dijo Jesús. De veras te aseguro que cuando eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir. Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Después de eso añadió: ¡Sígueme!”.
Tres es el símbolo del amor y la restauración
Pude oír varias teorías acerca de por qué Jesús le preguntó a Pedro tres veces si lo amaba y todas ellas pueden ser válidas. Pero existe algo bien simbólico en el significado de “tres”. La letra hebrea que representa el número tres es la imagen de un hombre rico persiguiendo a una persona pobre para entregarle una caridad. Perseguir es un acto deliberado, una acción decisiva. La tercera letra del alfabeto hebreo es Gimel y significa tanto nutrir como madurar y ser destetado. Es la imagen de dar y recibir amor. Tres es el significado del amor.
También se sugiere que la letra Gimel se ve como un camello con un cuello largo. De hecho, la palabra hebrea para camello es muy similar. Tradicionalmente, el camello en sí mismo es un símbolo, no sólo de nutrición y destete, sino de restauración. Se sostiene a sí mismo a través de largas jornadas, luego de nutrirse lo suficiente y ser capaz de llevar a alguien hacia un sitio seguro. Cuando alguien monta un camello, sus rodillas se doblan sobre el terreno y luego lo alza. Esto es un símbolo de restauración. Tres es símbolo de la restauración.
Jesús vino voluntariamente para nutrir a Pedro y sus discípulos. Él los persiguió para darles una caridad. Jesús vino como el hombre rico, demostrando amor con cada fibra de su ser, retratando al amor en todas las áreas de su vida. Cuando le preguntaron a Pedro tres veces si lo amaba, pintó deliberadamente una imagen para él donde era perseguido y restaurado por amor.
El Padre que espera
Jesús ilustró esto mismo con la parábola del hijo pródigo. Luego de perder todo viviendo alocadamente, el hijo tuvo hambre y estaba herido. Cuando se dio cuenta que era posible la restauración personal ante su padre, decidió entregarse ante su misericordia con arrepentimiento y humildad (Lucas 15:17-19). Cuando regresaba, su padre lo vio “mientras estaba lejos” (Lucas 15:20). Su padre lo esperaba, así como Jesús en la costa. Esperaba que su hijo viniera hacia él y se puso a su disposición. Cuando el padre lo vio venir, “sintió compasión y corrió hacia él para abrazarlo y besarlo” (Lucas 15:20). Su padre corrió hacia él para darle caridad. Deliberadamente persiguió a su hijo que regresaba, porque lo estuvo esperando con anticipación.
Sólo cuando su hijo regresó abrió sus brazos y les dijo a sus sirvientes: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado” (Lucas 15:22-24). A primera vista, su hijo regresó arrepentido y el padre lo persiguió para derramar su afecto y nutrición sobre su vida. Así nos ama Dios.
Rendición deliberada
Para recibir el sentir y los efectos del amor de Dios en su propia vida, debe darse cuenta que Él ya lo está esperando. Está parado y mirándolo desde la orilla, anticipando su regreso hacia Él. Para recibir personalmente esa nutrición del amor de Dios, debe arrojarse hacia su misericordia. Es el arrepentimiento y la humildad del hijo pródigo en acción. Es la muerte de rendir todo para recibir la nutrición de vida que sólo le puede dar el Padre. Es como Pedro cuando se acercó al lugar donde glorificaría a Dios, entregándole el control de su vida y su destino. Como puede ver, el amor no es sólo rendirse ante otro, sino hacerlo de una manera deliberada y desinteresada.
¡Véalo por usted mismo! Un encuentro personal con el Amor mismo es posible, pero sólo si va hacia Él, dejando atrás a todo su pasado. Él lo está esperando con anticipación.
Jeremy Caris