Por Catherine Brown
Mientras oraba temprano, el Señor me habló sobre una generación de padres sin paternidad. Una generación que se crió a sí misma, sin experimentar el contacto parental (tanto físico como espiritual) y que ahora se está levantando como líderes en su generación sin la habilidad, el don o la experiencia de tener una cobertura paternal. Esta generación anhela padres y madres en la fe, porque no los tuvieron de una manera apropiada.
El apóstol Pablo le habló a la Iglesia en Corinto sobre un asunto similar en su vida: “De hecho, aunque tuvieran ustedes miles de tutores en Cristo, padres sí que no tienen muchos, porque mediante el evangelio yo fui el padre que los engendró en Cristo Jesús” (1 Corintios 4:15). ¡Gloria a Dios que en Cristo el Evangelio crea relaciones de pacto a través de las cuales los padres y madres espirituales se están levantando en las naciones para servir a la siguiente generación!
La intención de Dios es que la unidad familiar revelaría su gloria en toda la tierra (Génesis 1:28). Además, su deseo es que los hombres y mujeres trabajen juntos en Cristo para ser fructíferos y caminar en dominio, desatando el gobierno de Dios sobre la tierra mientras lo sirven en sumisión a su voluntad y entre sí.
Satanás peleó contra la paternidad de Dios en cada generación desde que comenzó el tiempo y buscó disgregar la unidad familiar por todas las formas posibles. El enemigo busca profanar y diezmar la paternidad en todas las esferas de la sociedad.
A pesar de este asalto terrible en estos tiempos finales, creo que Dios está derramando una gracia exponencial sobre el Cuerpo de Cristo para experimentar su paternidad tri-generacional. Una de las maneras como el Señor está haciendo esto es restaurando los padres y madres espirituales en la Iglesia. Esta generación emergente no se perderá con una mentalidad de huérfanos, será amada en sanidad y plenitud para caminar en la identidad que Dios les entregó como sus hijos e hijas legítimas.
Paternidad y maternidad en la fe
El aspecto de la paternidad en la fe no tiene que ver con el género. Los padres y madres apostólicas tienen el corazón de Dios el Padre para su Iglesia y sus hijos. El apóstol Pablo usó ambos términos, padre y madre, figurativamente para hablarles a sus hijos espirituales en Tesalónica:
“Tampoco hemos buscado honores de nadie; ni de ustedes ni de otros. Aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido ser exigentes con ustedes, los tratamos con delicadeza. Como una madre que amamanta y cuida a sus hijos…” (1 Tesalonisenses 2:6-7).
“Saben también que a cada uno de ustedes lo hemos tratado como trata un padre a sus propios hijos. Los hemos animado, consolado y exhortado a llevar una vida digna de Dios, que los llama a su reino y a su gloria” (1 Tesalonisenses 2:11-12).
Con frecuencia Pablo peleó en oración por sus discípulos, “… hasta que Cristo sea formado en ustedes…”, comparando esta intercesión con el dolor de dar a luz, aunque obviamente nunca había parido. Podemos ver que el apóstol Pablo relacionó los aspectos de la maternidad femenina con la paternidad masculina (Gálatas 4:19-20).
En ese mismo plano vemos a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote y Apóstol, para regocijarnos en el hecho que Jesús vivió para glorificar al Padre caminando en obediencia a su voluntad. Jesús vino para revelar el amor del Padre en toda su simplicidad y complejidad. En la cruz del Calvario, Cristo quebró cada muro de división (cultural, generacional, social y de género, sólo por mencionar algunos). Nos llamó a una vida de rendición, obediencia y amor.
“En Cristo Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa mediante el amor” (Gálatas 5:6).
Es esencial que los padres y madres espirituales de esta “generación que se crió a sí misma”, comprendan la generación que se está levantando. Podríamos evitar muchos malos entendidos innecesarios, errores en las relaciones y abortos espirituales que nos llevan a sufrir retrasos en nuestro destino o destrucción si tomáramos tiempo para comprender el carácter de aquellos que discipulamos.
Moisés, nuestro modelo
Estudiando la vida de Moisés pude ver cómo Dios lo usó como un padre espiritual para una nación. Demos un paso hacia atrás en el tiempo, hacia los comienzos humildes de Moisés. Es alarmante ver que nació bajo una amenaza de muerte que pudo aniquilar potencialmente a su pueblo. Los varones de su generación estaban en peligro de muerte debido al edicto dictado por el Faraón, donde todo hijo de hebreos debía ser arrojado al río Nilo para morir (Éxodo 1:22). Moisés significa “salvado de ahogarse”. Dios lo salvó de ahogarse y lo puso a buen resguardo para que pudiera cumplir el plan de Dios para su vida. Dios continúa en el negocio de llamar y rescatar a una generación que satanás quiere destruir.
Hemos visto cuánto necesitaba Moisés la ayuda de Jetro (su suegro) para llegar a ser un buen padre para otros. La única experiencia real de paternidad anterior de Moisés fue en la corte del Faraón mientras crecía. Su visión de la autoridad estaba filtrada a través de los lentes del ejercicio del gobierno sin una relación íntima con la figura cercana de un padre. La distorsión de la autoridad paternal en este nivel clave del desarrollo humano, afecta nuestra comprensión de nuestra identidad, crea inseguridad y provoca cuestionamientos legítimos sobre la manifestación de nuestro destino. Dios también tuvo que tratar con esta inseguridad en la vida de su siervo Moisés.
Mi intención es compartir algunas impresiones de la vida de Moisés en su experiencia transformadora de ser sano de la inseguridad y los problemas de identidad. Así podría ser más un padre para el pueblo judío que estaba llamado a liderar. Cuán maravilloso es ver la unción de Dios en Moisés como un líder formado y poder ver su proceso y su viaje de fe con el Padre que lo llevó hasta ese punto. Moisés mismo dijo: “Soy un extranjero en tierra extraña” (Éxodo 2:22).
Podemos ver con claridad cómo el hombre de Dios luchaba con su propia identidad por haber crecido en la corte del Faraón, aunque tenía un corazón hebreo. Moisés debía atravesar ciertas lecciones de vida para vencer sus tendencias “auto paternales”, antes de ser sano y transformado en un padre para la nación. Es interesante que esta búsqueda interior se extendiera hasta el nacimiento del primer hijo de Moisés, al cual llamó Gerson, un nombre que suena como la definición hebrea “un extranjero allí”.
Cuando Dios empujó a Moisés hacia la paternidad, fue capaz de sanar las áreas de inseguridad y las heridas en su vida. La falta de paternidad no ocurrió por un error de Moisés y Dios proveyó a una persona como Jetro para suplir esta falta en el momento oportuno. En verdad, la mayoría de nosotros experimentamos los mismos procesos bajo la guía de Dios y mientras forma nuestra vida, trabaja para manifestar su propósito y sus planes en nosotros. La necesidad de ser padres espirituales para otros puede servir como un catalizador en nuestra vida para llevarnos a ser sanos de las tendencias hacia la “auto paternidad”.
Dios lo bendiga hoy mientras sigue su llamado eterno en su vida.
En su gracia,
Catherine Brown
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