Por Bill Yount
Un león rugió en el vientre de nuestras madres: “Te llamé para ser un profeta a las naciones”. Piense en ello. Dios nos llamó a ser profetas a las naciones. Hasta este día nada en mí puede atrapar eso. Esto es asombroso porque me puso en posición fetal desde el principio. La mayor parte de mi vida no fue sencilla con este llamado. ¿Quién soy yo para que un Rey se desangre y muera por mí de esta manera? La revelación a veces me atraviesa como un rayo, pero no es así la mayor parte del tiempo. Aún en mis peores días, el llamado suena como un verdadero destello azul. Es la manera que Dios tiene para decirme que es Él.
Cuando sabe a qué lo llamó Dios, nada lo podrá detener salvo usted mismo. Todavía no me acostumbro a ser usado para ministrar a las personas o para escribir un mensaje, aunque las mariposas sean pocas. Mis rodillas no son tan débiles. El llamado de Dios me recuerda: “Puedes hacerlo”. Para esto nací y el Gran Yo Soy vive en mí. El rugido del león salvaje está en nuestro llamado.
El rugido interrumpirá su vida
Analice a Moisés, a Abraham, a Jonás, a los doce discípulos y a cualquiera que camine con Dios hoy en día. Verá las intervenciones divinas que corrigieron sus vidas. Cuando tenía 21 años de edad trabajaba en una fábrica de acero cerca de Pittsburgh, Pennsylvania. Mi meta era ahorrar dinero para casarme algún día. En poco tiempo las cosas funcionaron. Pagué un auto nuevo al contado. Todo me estaba saliendo bien, excepto mi matrimonio. Después de varios años de acumular una cuenta considerable en el Banco para lograr mi sueño, una voz me habló: “Deja tus redes y sígueme”.
Estaba seguro que no era Dios, porque Él sabía que necesitaba el dinero para casarme. Aparte de ello, estaba seguro que el Señor me bendijo con este trabajo bien remunerado con grandes beneficios y un futuro asegurado. Sin embargo, mientras el tiempo corría me quedaba claro que Dios estaba golpeando a la puerta de esa fábrica: “Hijo, deja tus redes y sígueme”. Me resistí a esa palabra durante dos años más, aún sabiendo que esto impedía la manifestación de mi sueño. Un día mientras almorzaba en el patio del trabajo pude ver en mi espíritu a Jesús caminando por la fábrica. No se detuvo, pero se mantuvo caminando mientras me señalaba y decía: “Hijo, ¡Te estoy llamando por última vez!”. Supe que era en ese momento o nunca. Podía quedarme donde estaba y ser una luz en esa fábrica, pero supe que no podría conocer a Jesús de la manera como lo hicieron los discípulos cuando dejaron sus redes y lo siguieron.
Dos semanas más tarde presenté mi renuncia. Los muchachos con quienes trabajaba me dijeron que estaba loco por dejar un trabajo tan bien remunerado. Me preguntaban: “¿Qué vas a hacer cuando tu dinero se termine y finalmente encuentres a alguien con quien casarte?”. No tenía respuesta, sólo sabía que era Dios llamándome a salir de la fábrica y no me había dicho el siguiente paso que debía dar en mi vida. Todo lo que pude decirles a mis compañeros de trabajo fue: “Dios me está llamando a salir y me prometió que cuidaría de mí”.
Treinta días más tarde la fábrica cerró y nunca más la abrieron. Ahí supe que cuando el Señor me llamó, no fue por ser alguien súper espiritual. Me estaba buscando. Lo que pensaba que era mi seguridad, en realidad no lo era. Él vio el hueco en el fondo de mi bote. ¿El llamado de Dios puede interrumpir nuestra vida? ¡Definitivamente! Si es necesario, cerrará nuestra fábrica, nuestros negocios o aún nuestro ministerio actual, cuando el llamado golpee nuestra puerta. Con frecuencia vendrá rugiendo como un león salvaje. El llamado puede ser salvaje.
El rugido a menudo nos llevará a hacer las cosas al revés
Según las Escrituras, mi vida nació en esa fábrica: “Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8). El Señor no me decía lo que debía hacer después, pero sabía que me había llamado. Además comenzó a agitar mi nido en casa. Mientras trabajaba en la fábrica, en una ocasión visité a mi hermano en Maryland. Allí experimenté la paz de Dios. Después de siete años de trabajo abandoné la fábrica porque sentí que el Señor me guiaba a dejar mi casa y mudarme con mi hermano y su familia. Mi hermano comenzó a llevarme a los servicios de oración. Allí descubrí algo extraño. Conocí a los cristianos más pobres del estado de Maryland. Casi todos en esas reuniones tenían necesidades financieras.
Luego de varias reuniones de oración y muchos pedidos financieros, el Señor me habló: “Quiero hablarte sobre mi dinero en tu cuenta bancaria. Como aún no te envié a nadie para que te cases, no lo estás necesitando ahora mismo, pero otros sí lo necesitan”. La siguiente reunión un hombre dijo que necesitaba varios miles de dólares. Pensé que era mejor responder ante este pedido que esperar uno mayor. Esa noche en la casa de mi hermano escribí en secreto el cheque más grande de mi vida. Mientras escribía el cheque, sentí como si una sierra me cortara el brazo. Muchos años de trabajo duro para ganar el dinero se estaban escapando a través de la punta de ese bolígrafo. El Señor me guió a darle el cheque al pastor para que se lo entregara al hombre que lo necesitaba. No quería que se supiera quién lo había sembrado, porque no quería recibir la gloria por mi ofrenda.
Noté algo caminando con el Señor. Cuando obedecí lo que Él me decía, continuaba hablándome. Aunque no siempre era lo que quería oír. Treinta días después de mudarme a la casa de mi hermano, el Señor me dijo: “No te llamé para que dejaras a tu padre y a tu madre, para terminar pegado a tu hermano. Te estoy llamando a solas para que me conozcas”. Le expliqué a mi hermano lo que me dijo Dios. Empaqué todas mis pertenencias y las monté en el auto. Luego conduje lentamente fuera de la casa de mi hermano. Todo lo que sabía era que Dios me había llamado a salir de la fábrica, de la casa de mis padres y ahora de la casa de mi hermano.
Mientras avanzaba hacia la Interestatal 70, las dudas inundaban mi mente. El diablo gritó: “¿Ahora qué vas a hacer si no encuentras a nadie con quien casarte? ¿Cómo vas a sobrevivir?”. Tenía dos respuestas para esa voz antes de continuar. Respondí: “Diablo, si Jesús no hace por mí nada más que lo que hizo en el Calvario, ¡aún así continuaré siguiéndolo!”. Luego hubo un silencio mortal y ese sujeto no volvió a molestarme. Volví a aferrarme al pasaje de las Escrituras que guiaba mi vida: “Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8).
Luego de conducir un rato pude ver el cartel de una salida que decía Hagerstown. Nunca antes había estado allí. Simplemente giré para tomar esa salida. Mirando hacia atrás, puedo ver que Dios sabe cómo conducir un automóvil. Como no tenía una agenda propia, era sencillo que Él me guiara. Conduje hacia el centro de la ciudad y estacioné el auto. Caminando por un callejón descubrí una cafetería cristiana. Entré y había un maestro que estaba enseñando sobre el siguiente punto: “Abraham salió sin saber hacia dónde iba”. Muy interesante.
Estoy en una misión: El Yo Soy me envió
Una vez que llegué a Hagerstown, Maryland, me tomó un espíritu de dadivosidad. Quería dar mi dinero en cualquier lugar donde veía una necesidad. Esto tenía que ser de Dios. Recuerdo el domingo por la mañana en la Iglesia, cuando sólo tenía tres billetes de un dólar. Mientras pasaba el plato de las ofrendas, entregué el último resto de dinero que me quedaba. Fue la primera vez en mi vida que me había quedado sin recursos. Ese domingo por la tarde el pastor estaba predicando y se detuvo en seco. Dijo: “Hay alguien que le acaba de dar todo a Jesús. El Señor quiere que sepa que suplirá todas sus necesidades conforme a sus riquezas en gloria por Cristo Jesús”.
Un rayo de electricidad atravesó todo mi ser mientras escribo esto. El león estaba rugiendo fuerte y claro. Desde ese momento en adelante comencé a ver la provisión del Señor para mi vida. Aprendí que cuando Dios llama a un hombre o una mujer, lo hace incluyendo la billetera o la cartera, antes de poder confiarles las verdaderas riquezas espirituales. Puedo decirle que esto es así porque tuve que dejar todo y luego pude encontrar a mi futura esposa. Ella estaba en el lugar hacia donde Dios me guiaba todo el tiempo.
Luego de un año y medio de conocernos fijamos fecha de bodas. No tenía dinero y ella tampoco. Sin embargo, el Señor nos había preparado a ambos durante años para vivir por fe. No teníamos muebles o el equipamiento de la casa, pero sabíamos que el Señor nos había unido en matrimonio. Vivía en un apartamento en ese tiempo y era voluntario en un ministerio carcelario. El Señor proveyó de maneras inusuales para pagar la renta y suplir nuestras necesidades diarias.
Dos meses antes de nuestra boda, el León de la Tribu de Judá rugió fuerte como nunca antes lo había oído hasta ese momento. Estaba cantando en una pequeña Iglesia en el campo y un amigo estaba predicando en una reunión de avivamiento allí. Un hombre vino luego del servicio y le preguntó a mi amigo si conocía a alguien que pudiera necesitar un juego de cuarto. Lo tenía para vender, pero como no lo había podido negociar, quería bendecir a alguien. Mi amigo predicador le explicó que yo estaba a punto de casarme en un par de meses y creía que el Señor me iba a proveer lo que necesitara. El hombre me lo envió a mi apartamento. ¡Era un juego de cuarto de cerezo de tres piezas!
Una semana más tarde el hombre me llamó y me invitó a mí y a mi futura esposa Dagmar a su casa en Winchester, Virginia. Comenzaron a compartir su testimonio con nosotros. Dijeron: “Dios nos está llamando a ir a una escuela bíblica en el Oeste. Es imposible que llevemos todas las cosas con nosotros. El Señor nos está mostrando que cuidará de nosotros mientras vamos. Aparte de ello, nos dijo que les entregáramos todo lo que tenemos en nuestra casa”. Miré a Dagmar y dije: “Si esto es un sueño, ¡no me despierten!”. Nos entregaron todos sus muebles, los electrodomésticos y aún las cajas de cereal que estaban en las alacenas. Era mucho más costoso que lo que había tratado de ahorrar en mi débil cuenta bancaria. Como no entraba todo en nuestro apartamento, tuvimos que sembrar ciertas cosas.
Dije, “Señor, ¿por qué nos bendijiste tanto?”. Me respondió: “Hijo, cuando tú te dispusiste a entregar tus redes, seguirme y morir a tus sueños entregándome tu cuenta bancaria, mi Palabra te promete: ‘Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes’” (Lucas 6:38).
No se disculpe por el llamado de Dios sobre su vida
Estuvimos casados durante 34 años, tenemos tres hijos y dos nietos. Fui joven y ahora estoy madurando, pero nunca vi a un justo desamparado ni a su descendencia mendigando pan. A veces oí a mis hijos clamar a Dios, pero nunca mendigaron pan. Durante muchos años dudé del llamado de Dios para mi vida, hasta el día que un apóstol me habló y me dijo: “Bill, no es tu culpa ser un profeta. Sin embargo, debes caminar en ello”. Tampoco se disculpe por el llamado de Dios sobre su vida. ¡Camine en él y permita que el león ruja!
Bill Yount
(www.elijahlist.com)