Por Francis Frangipane
Aunque podamos sentirnos cómodos como cristianos, esto no nos hace perfectos. Aún así, existen muchas fortalezas en nuestro interior. Por tanto, debemos identificar algunas de estas fortalezas espirituales. Es raro ver cristianos que no están limitados por al menos una de las siguientes fortalezas: incredulidad, tibieza, temor, orgullo, falta de perdón, lujuria, codicia o la combinación de algunas de estas. Así como la posibilidad de incorporar otras más.
Como nos excusamos con mucha rapidez, es difícil discernir las áreas de opresión en nuestras vidas. Después de todo, estos son nuestros pensamientos, actitudes y percepciones. Justificamos y defendemos nuestros pensamientos con la misma intensidad con que nos defendemos y justificamos a nosotros mismos. Como está escrito: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él…” (Proverbios 23:7).
En otras palabras, la esencia de quienes somos existe en nuestros pensamientos. Por tanto, antes de poder tener éxito en cualquier liberación, debemos reconocer y confesar nuestras necesidades. Necesitamos dejar de aparentar que todo está bien. Debemos humillarnos a nosotros mismos y buscar ayuda. Como lo mencioné antes, la primera fortaleza que Dios debe remover es el orgullo. Porque hasta que alguien no admita que necesita liberación, nunca será libre de las fortalezas. Para reconocer lo que está equivocado en nosotros, debemos percibir el estándar de justicia de Dios. Tanto David en la cumbre del éxtasis como Job en el foso de la miseria y así como todos los que evaluaron la vida, enfrentaron la misma pregunta: “¿Qué es el hombre?”.
El escritor a los Hebreos también hace esta pregunta, pero la respuesta que recibe nos eleva para ver el rostro de Dios y “… vemos a Jesús…” (Hebreos 2:9). Desde el punto de vista del Padre, el misterio de la identidad del hombre se revela en la vida de Jesús. Cristo es “el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). Es el primogénito de un génesis celestial, es el plan del Padre para la humanidad. Cuando consideramos el misterio de la humanidad, encontramos nuestra respuesta contemplando a Jesús. Él no es sólo nuestro Salvador, habita en nosotros para conformarnos a su imagen (Hebreos 2:10 y Romanos 8:29).
Debemos darnos cuenta que sólo Jesús puede ser Jesús. En la medida que nos rendimos cada vez más ante Él, habitamos en Él, su Palabra habitará en nosotros y nos imparte vida. Aunque esta no es la vida simple que conocemos, sino su misma vida. Cristo mismo viviendo dentro de nosotros cumple el propósito eterno de Dios, que es hacernos a su imagen. Es la presencia del Señor brotando en nosotros la que hace invencibles a nuestras armas espirituales, llenando de poder y autoridad nuestras palabras mientras derribamos las fortalezas.
Por tanto, debemos aprender a analizar objetivamente cada una de nuestras actitudes o pensamientos que nos impiden ser conformados a la imagen y las enseñanzas de Jesús. Esos pensamientos deben ser capturados y las malas actitudes deben ser crucificadas. Debemos abrir camino en nosotros para la manifestación del Señor. Debemos permitir que el incremento de su presencia se absorba en nuestros espíritus para que no sólo creamos en Él, sino creamos como Él. Su amor, sus pensamientos y sus deseos deben fluir desde nuestro interior de una manera tan natural como el fruto de la viña.
Consecuentemente, cuando buscamos identificar y destruir las fortalezas demoníacas, la segunda fortaleza que debemos aniquilar es la de la incredulidad. Este es el esquema de pensamiento que nos dice que ser como Cristo es imposible y mantiene cautivo todo nuestro crecimiento espiritual. Debemos quebrar esta mentira y las cadenas que establece sobre nuestro corazón, porque ser como Cristo no sólo es posible, ¡es nuestro destino!
Conforme a esto, oremos un momento. Deje que el Espíritu Santo se levante y fluya en su corazón. Si sufre por la fortaleza de incredulidad que le dice que nunca será como Cristo, ese engaño puede quebrarse ahora mismo.
Señor Jesús, me someto a ti. Declaro, conforme a la Palabra de Dios, que debido a tu poder para someter todas las cosas hacia ti mismo, mis armas para la guerra reciben poder para derribar fortalezas (2 Corintios 10:3-4). Me arrepiento por usar la mentira que “nunca seré como Jesús”, como una excusa para pecar y renunciar a mis convicciones. En el nombre de Jesús, renuncio a mi vieja naturaleza imperfecta y pecaminosa. Por la gracia de Dios y en el poder de tu Espíritu, derribo toda fortaleza de incredulidad que exista en mi mente. Debido al sacrificio perfecto de Jesús, soy una nueva creación. Creo que iré de gloria en gloria, siendo continuamente transformado a la imagen de Cristo, mientras camino con Él en su gracia.
Francis Frangipane
(www.elijahlist.com)
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