Prof. Bladimiro y Magui Wojtowicz
Mientras me encontraba escribiendo en mi escritorio, oía música de adoración profética. Eran como las seis de la tarde y repentinamente mi oficina se llenó de una presencia muy fuerte del Señor que me envolvió por completo. Pude ver delante de mí que se abrían los cielos y allí estaba el Rey sentado en su trono de santidad. Estaba vestido con ropas blancas resplandecientes y en su cabeza tenía una corona dorada que brillaba con mucha intensidad. Sus manos descansaban apoyadas a los costados del trono. Luego el Señor se inclinó hacia adelante y me miró fijamente a los ojos. En sus labios había una sonrisa muy tierna, pero a la vez me transmitía una sensación de paz y seguridad única.
En mi espíritu podía oír sus palabras: “Ves, mientras yo me encuentre en mi trono y puedas mirarme a los ojos, las palabras de los hombres incrédulos, religiosos y perversos no tienen que hacerte mella. Los religiosos se apoyan en las obras de sus manos, pero esta actitud les impide estar ante mi trono como un niño y disfrutar de mi presencia santa”. La visión terminó tan repentinamente como comenzó. Mientras adoraba al Señor por sus palabras y por la visión que tuve de su trono de santidad, sentí que una mano se apoyaba pesadamente, pero con mucha gentileza, sobre mi hombro derecho.
Conozco muy bien esa mano y cuando coloqué la mía sobre ella, pude oír con claridad: “Yo Soy, no temas, no retrocedas, mantente firme en tus convicciones porque nacieron de mi Espíritu. Yo estoy contigo, persevera porque en poco tiempo más verás la liberación radical que traigo a tu vida. Te mantuviste fiel a mi Palabra sin desviarte, a pesar de la presión y las críticas de los que te rodean. No eres el único en mi Casa que está así. Por esta razón debes perseverar, porque hay otros que al observarte avanzar cobran ánimo. Persevera porque Yo Soy está contigo para acompañarte mientras avanzas en tu camino”.
Luego de orar y adorar en el Espíritu durante un tiempo, recibí otra visión. En ella me encontraba sentado en una mesa donde había unos diez o doce invitados. Me llamaba la atención la cantidad y variedad de copas de vino que estaban servidas para cada uno en la mesa. Ante semejante cuadro, no resistí la tentación y comencé a probar cada una de esas copas. Para mi sorpresa, el vino no me mareaba y tampoco se mezclaban los sabores de cada copa que probaba. Era como si mi boca pudiera diferenciar con claridad el sabor y las cualidades de cada tipo de vino. Por más vino que tomara, no me sentía mareado. El ambiente era muy cordial y no faltaban los chistes y las risas abundantes en medio de las conversaciones.
Repentinamente mis ojos se posaron sobre la persona que estaba sentada en la cabecera de la mesa y me di cuenta que era el Señor. Me sentí avergonzado porque aunque había pasado tanto tiempo allí sentado, no había notado su presencia en la mesa. En realidad no lo noté porque Él se presentaba como cualquiera de nosotros. En otras palabras, nunca nos hizo sentir que Él era el Rey y nosotros simples súbditos. Nos trataba a todos como si fuéramos compañeros y amigos de toda la vida. En medio de la charla, el Señor tomó una copa y la levantó para brindar por nosotros y por esa hermosa velada.
Sus palabras fueron: “Hacía tiempo que quería reunirlos conmigo en mi mesa para disfrutar de una velada juntos. Quiero que sepan que tengo planes para ustedes y sólo deben resistir un poco más para ver la manifestación plena de lo que estoy haciendo en el Espíritu. Esta mesa siempre estará servida para ustedes y no necesitan una invitación especial para sentarse a compartir conmigo, son mis amigos y con ustedes no tengo secretos”.
Creo firmemente que esta palabra también está dirigida a todos los que esperan la manifestación plena de la justicia del Señor a su favor, luego de años de atravesar dificultades y superar toda clase de obstáculos. El trono y la mesa representan un lugar de gobierno y una manifestación clara de la autoridad del Señor. Ante ambas instancias, sus hijos tenemos un acceso pleno, absoluto e irrestricto. El Señor siempre se detendrá para escuchar y alentar a un corazón cansado que clama por justicia.
Los amamos y bendecimos,
Prof. Bladimiro y Magui Wojtowicz
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