Prof.
Bladimiro Wojtowicz
“Y esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien
has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste
que hiciese” (Juan 17:3-4).
El primer día del año, mientras buscaba el
rostro del Señor por lo que viene, tuve una visión muy clara que llamó mucho mi
atención, por los personajes que estaban involucrados. En la visión pude ver
con claridad a una mujer joven que tenía alrededor de 30 años. Tenía una
sonrisa muy amplia y una mirada transparente. Su cabello castaño estaba muy
bien peinado y recogido por detrás. Estaba vestida con un sweater muy fino
color marrón que le cubría hasta el cuello y pantalones del mismo color. Sobre
el sweater vestía un delantal con cuadros pequeños celestes y blancos, como los
que usan las maestras en los jardines de infantes. Calzaba zapatos color
marrón, con una pequeña hebilla dorada sobre el borde interno de cada zapato.
Esta mujer venía caminando por un parque
enorme y al llegar a una zona abierta, como si fuera una gran plaza,
inmediatamente comenzaron a llegar cientos de niños desde todas partes,
corriendo para abrazarla. Pude ver niños blancos, negros, asiáticos, indios,
chinos, algunos con cabello rubio y otros con cabello negro, otros con pelo
rizado y otros con pelo lacio. Básicamente había niños de todas las razas y
naciones que corrían hacia ella, porque celebraban su llegada. Pude reconocer
al Señor caminando junto a esta mujer. En poco tiempo, el cuadro se convirtió
en una verdadera fiesta donde los niños se sintieron en su salsa junto a esta
mujer. Sin embargo, me llamó la atención el nivel de respeto que demostraban
hacia ella, porque los niños la obedecían sin hacer el menor cuestionamiento a cada
orden que les daba, como si para ellos la obediencia fuera parte del juego.
Cuando le pregunté al Señor quién era esta mujer, su respuesta me dejó
perplejo: “Esa mujer es Carmen”.
Pequeños comienzos
Carmen era la madre de mi esposa, una mujer
que sirvió al Señor desde su juventud. Siempre respeté a esta gran mujer de
Dios, porque donde iba, los niños manifestaban la misma necesidad de pasar
tiempo con ella, que la pasión que ella tenía por pasar tiempo con ellos. Cada
vez que la recuerdo, los niños fueron los protagonistas principales de la foto.
Sin embargo, su ministerio siempre fue resistido por los protagonistas que solo
pensaban cómo mantener el statu quo de la estructura de ministerial. Siempre
participó trabajando con niños en dos congregaciones afiliadas a una
denominación evangélica tradicional en Argentina. Su trabajo consistía en
enseñarles a los niños los principios del Reino, para que pudieran conocer al
Padre de una manera natural, sin atarse a prejuicios religiosos.
Esto iba a contramano de las lecciones que
debía enseñar, las cuales eran elaboradas por alguien en un país lejano y poco
tenían que ver con los problemas reales que atravesaban esos niños en sus
casas. En esa congregación no se hablaba mucho sobre violencia doméstica,
adulterio, abusos físicos, etc. Como los niños no tenían otro oído que les
prestara atención, encontraban en Carmen a una “gran
mamá” de todos que siempre estaba dispuesta a oír sus reclamos y
nunca los trataba como una molestia. Ella resolvía todos los conflictos con una
torta, unas galletas horneadas y un tazón con chocolate o café con leche
caliente. Estas fueron las tres claves del “sacerdocio
de la gracia” que marcaron el ministerio de doña Carmen.
El primer traspié
El ministerio de la gracia siempre fue
resistido por muchos líderes de las organizaciones religiosas tradicionales,
porque piensan más en mantener el statu quo que en lograr el objetivo por el
cual fueron llamados por Dios. Doña Carmen nunca recibió estudios teológicos
formales, esto no le impidió ejercer el ministerio que Dios le había asignado. Cuando
un líder recién salido del seminario teológico se hizo cargo de la congregación
donde ella asistía, una de las primeras decisiones que tomó fue “priorizar” a las maestras que tenían una
educación formal, sobre las otras maestras que no tenían estudios formales. El
trabajo que realizaba la señora Carmen en la congregación quedó cada vez más
limitado, hasta que tuvo que dejarlo. Ese fue un golpe fuerte para ella, porque
los niños eran su pasión.
En ese tiempo su esposo fue trasladado desde
Buenos Aires hacia una oficina en una ciudad de la Patagonia. Para ella fue muy
fuerte tener que desprenderse de los niños que había ministrado, aunque ya eran
adolescentes y jóvenes. Pero el Señor tenía otra asignación preparada para
ella. Cuando llegó a esa ciudad patagónica frente a un gran lago y enclavada
entre montañas, lo primero que hizo fue buscar la congregación de esa
denominación para integrarse y así poder continuar su trabajo con los niños. Se
presentó ante el pastor, quien la recibió con mucho cariño y afecto, algo
propio de las congregaciones en las ciudades pequeñas. Sin más trámite, le
indicó que debía pedir una carta de transferencia (algo así como una
recomendación del pastor de la congregación donde había asistido antes), para
poder incorporarla de manera formal a la actividad en esa congregación. Esta
era una práctica usual dentro de esa denominación.
Cuando la solicitó, el pastor de la
congregación donde había asistido y donde trabajó durante años, respondió que
no reconocían a ninguna Carmen entre su lista de miembros. Claro, con toda
seguridad a este líder nunca le enseñaron en el seminario teológico la
diferencia entre ocupar un cargo de manera ocasional y tener un corazón pastoral
para la gente. Este fue otro golpe duro para doña Carmen, quien solo buscaba
una oportunidad para seguir ministrando niños, porque esa fue su pasión hasta
el final de sus días. Sin embargo, los niños que había ministrado nunca se
olvidaron de ella, porque aun cuando fueron adultos, siguieron en contacto con
ella. El pastor que la recibió en su nueva congregación era un hombre formado
en el campo misionero, en contacto estrecho con las personas. Entonces no dudó
en tomar la decisión de “adoptarla” como miembro de su congregación, con o sin el “papelito” de
reconocimiento del otro pastor.
Un pan, una taza de
chocolate y un principio de vida
Inmediatamente, el nuevo pastor le asignó el
trabajo con los niños en un anexo de la congregación principal, situado en el
faldeo del cerro que rodeaba la ciudad. Doña Carmen estaba muy entusiasmada por
la nueva asignación y para la primera reunión preparó pan casero, una taza de
chocolate caliente y un principio de vida para compartir con los niños. En la
primera reunión había unos diez niños, entre 6 y 10 años. Todos provenientes de
familias muy conflictivas, donde no existían los valores morales para una
convivencia “medianamente” normal. A su corta edad, esos niños habían sido
testigos de situaciones de adulterio, abusos físicos, violencia familiar, alcoholismo,
consumo de drogas, delitos, promiscuidad, perversiones, etc. En realidad, se
encontró con niños que habían sido expuestos a niveles tan elevados de agresión
psicológica y física, que no solo perdieron su inocencia, fueron llenos de un
tremendo cinismo y una gran incredulidad hacia cualquier esperanza de cambio.
Sin embargo, doña Carmen volvió a recurrir a
las armas que siempre le habían dado resultado: un
pan, una taza de chocolate caliente y un principio de la Palabra de Dios. La primera reunión fue muy tensa, porque los
niños la miraban con la desconfianza propia de alguien que los iba a abandonar,
como todos los que habían conocido hasta ese momento. Demás está decir que los
niños devoraron el pan casero y todas las tazas de chocolate que les sirvieron.
Luego oyeron el principio de vida de Reino como si fuera una parte “obligatoria”
de la reunión. Mientras volvía a su casa, doña Carmen estaba por demás
emocionada, porque se había reactivado una asignación divina que estaba
dormida. En la siguiente reunión, en lugar de 10 niños había 25, porque se
corrió la noticia que cuando salía humo de la chimenea de la cocina a leña en
el anexo, había chocolate caliente y pan o torta casera. Las reuniones llegaron
a tener una frecuencia de dos días a la semana en invierno y tres durante el
verano.
Con el viento en contra…
Mientras el clima era favorable, subir hacia
el faldeo del cerro era un viaje más, pero durante el invierno, las
temperaturas cercanas a los 15 grados bajo cero y las nevadas intensas,
transformaban a esta tarea en una especie de hazaña personal. El transporte
público llegaba solo hasta una parte del cerro y el resto del camino debía
transitarlo a pie… atravesando a veces una capa de medio metro de nieve. Sin
embargo, parecía que doña Carmen tenía un termostato propio, porque se envolvía
en varias capas de abrigo y llegaba siempre a tiempo, porque los niños no
faltaron a ninguna de las reuniones. Luego de un año, se sumó mi esposa a esa
tarea, encargándose de ministrarles los principios de la vida del Reino a esos
treinta niños. Los debates con los niños eran intensos, porque la Palabra
revelada chocaba de frente contra los principios de la calle que les
permitieron sobrevivir hasta ese momento.
En ese lugar estas dos mujeres aprendieron de
un niño de ocho años cómo se manejaba una navaja, cómo usarla para sacarle
dinero a la gente y cómo rodear en grupo a una persona para despojarla de sus
bienes, entre otras prácticas delictivas. Esto era todo lo que hacían
habitualmente para obtener los recursos que les permitían comer, fundamentados
en el principio que sostiene que el fin (comer) justificaba los medios (robar).
El trabajo fue arduo, pero con el correr de los años, la Palabra de Dios fue
penetrando esos corazones que se habían endurecido a temprana edad, por causa de
la adversidad que debieron soportar. Luego de casi cinco años de trabajo, el
esposo de Carmen fue trasladado hacia otra ciudad y la tarea quedó a cargo de
otras personas que la continuaron. Pero siempre Carmen siguió ministrando a
todos los niños que el Señor le había asignado.
Años más tarde…
Habían transcurrido unos veinticinco años
desde esa experiencia, cuando mi esposa tuvo que viajar hacia esa ciudad para
hacer unos trámites, luego que el Señor recogiera a su madre en su presencia.
Tomó un bus y luego de sentarse, notó que un hombre la miraba con insistencia,
algo que la puso un tanto incómoda. El hombre tenía unos 35 años y se acercó
hacia ella para preguntarle: “¿Es usted la
señora Magui?”. Mi esposa se
sorprendió inicialmente por la pregunta, pero luego reconoció en ese hombre la
mirada de uno de los niños a quienes habían ministrado tantos años atrás. Este
hombre le contó cómo habían sido los años posteriores al trabajo que habían
desarrollado Carmen y mi esposa.
En su caso personal estaba casado, tenía un
trabajo estable y era líder en la congregación de la ciudad. Uno de esos niños
se estaba preparando para ser pastor, otros estaban trabajando en empleos
estables, tenían sus negocios propios o habían estudiado una carrera terciaria.
Todos los que se habían casado tenían matrimonios estables y con hijos sanos.
Algunos eran parte de la congregación principal y otros asistían a otras
congregaciones, pero ninguno se perdió. La conversación “casual” terminó con la siguiente frase: “Ninguno de nosotros repitió la tragedia familiar en la
que fuimos criados. Gracias por haber sido obedientes al mandato del Señor e
invertir sus vidas en nosotros”.
Mi esposa estalló en llanto porque se encontró con el fruto de un trabajo que
nadie tomó en cuenta, salvo el Señor…
Fieles en lo pequeño,
herederos de la gloria…
Cuando mi esposa me contó esto, sentí la
conmoción del Espíritu Santo dentro de mi corazón. Quedé conmovido todo el día
por esa visión y por la charla posterior que tuve con mi esposa. En ese momento
el Señor me habló: “Carmen es muy amada en el
Cielo por la entrega que demostró, consagrándose durante sus años de vida a la
tarea que le asigné desde la eternidad. Aunque la mayoría de los líderes no reconocieron
su trabajo, Yo siempre estuve con ella. El trabajo que ambas hicieron con esos
niños no cambió el mundo, la nación o incluso la ciudad… pero puso fin a la
maldición de la tragedia que rodeó los primeros años de vida de esos niños.
Ninguno de ellos repitió la tragedia donde fueron criados. Definitivamente
cambió el destino de los descendientes de todos esos niños”.
Esto me llevó a reflexionar sobre el concepto
de paternidad que muchos practican en nuestros días. Vemos líderes que tienen
el objetivo de conquistar su nación, su estado o su ciudad. Para ello motivarán
y movilizarán a su gente, llevándolos a involucrarse en todo tipo de tareas y
actividades que apunten a lograr esos objetivos. Esto es bueno y necesario, en
tanto no responda a una ambición egoísta por tratar de acumular cada vez más poder
personal. Es natural que alguien que se somete a la voluntad del Señor toda su
vida, termine ministrando multitudes de personas, administrando recursos
financieros abundantes y relacionándose con personas de influencia en la
sociedad. Hoy es común encontrar líderes que se apuran a definirse a sí mismos
como padres espirituales, llegando al punto de demandar la cancelación de “deudas de honra”.
No recuerdo que doña Carmen haya mencionado en algún momento de su vida una
demanda para que su trabajo de “paternidad
espiritual” fuera reconocido como tal. Para ella la ecuación era
simple: “Si invierto mi vida en los niños, el
Padre tendrá que salir como garante a su favor”. Simplemente, vio la necesidad de los niños
cuando el Espíritu Santo abrió sus ojos y consagró su vida a realizar ese
trabajo en silencio.
El Señor me mostró cómo había enviado a sus
ángeles durante todos esos años a suplir todo lo necesario para que nunca
faltaran el pan casero, la taza de chocolate caliente y el principio de vida
del Reino. En este tiempo el Espíritu Santo exaltará a todas aquellas personas
que asumieron un compromiso incondicional con la tarea asignada sobre sus
vidas. Será un tiempo de grandes sorpresas, porque comenzará a estallar el
fruto de todo el trabajo realizado por un ejército enorme de obreros
silenciosos que se negaron a sí mismos y abrazaron la tarea asignada.
Esto marcará un gran contraste con los
líderes que confundieron la paternidad impuesta, con la paternidad espontánea que
surge por la inspiración de una vida rendida a los pies del Señor. Cuando le
pregunté al Señor por la tarea que realizaba Carmen en el Cielo, me respondió
lo siguiente: “Ella fue fiel en lo poco, sin
importarle el reconocimiento de los hombres. Su amor por el trabajo con los
niños fue incondicional, porque Yo siempre fui el primero en su vida. Ahora la
recompensé con la corona de gloria que le prometí, por eso le asigné el trabajo
con mis niños aquí en el Cielo”. El
objetivo de la gloria que recibimos como hijos de Dios, era, es y seguirá
siendo: “… que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado…”.
Bladimiro y Magui
Wojtowicz
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