jueves, 2 de enero de 2020

“Pan, amor y principios”



Prof. Bladimiro Wojtowicz

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:3-4).

El primer día del año, mientras buscaba el rostro del Señor por lo que viene, tuve una visión muy clara que llamó mucho mi atención, por los personajes que estaban involucrados. En la visión pude ver con claridad a una mujer joven que tenía alrededor de 30 años. Tenía una sonrisa muy amplia y una mirada transparente. Su cabello castaño estaba muy bien peinado y recogido por detrás. Estaba vestida con un sweater muy fino color marrón que le cubría hasta el cuello y pantalones del mismo color. Sobre el sweater vestía un delantal con cuadros pequeños celestes y blancos, como los que usan las maestras en los jardines de infantes. Calzaba zapatos color marrón, con una pequeña hebilla dorada sobre el borde interno de cada zapato.

Esta mujer venía caminando por un parque enorme y al llegar a una zona abierta, como si fuera una gran plaza, inmediatamente comenzaron a llegar cientos de niños desde todas partes, corriendo para abrazarla. Pude ver niños blancos, negros, asiáticos, indios, chinos, algunos con cabello rubio y otros con cabello negro, otros con pelo rizado y otros con pelo lacio. Básicamente había niños de todas las razas y naciones que corrían hacia ella, porque celebraban su llegada. Pude reconocer al Señor caminando junto a esta mujer. En poco tiempo, el cuadro se convirtió en una verdadera fiesta donde los niños se sintieron en su salsa junto a esta mujer. Sin embargo, me llamó la atención el nivel de respeto que demostraban hacia ella, porque los niños la obedecían sin hacer el menor cuestionamiento a cada orden que les daba, como si para ellos la obediencia fuera parte del juego. Cuando le pregunté al Señor quién era esta mujer, su respuesta me dejó perplejo: “Esa mujer es Carmen”.

Pequeños comienzos
Carmen era la madre de mi esposa, una mujer que sirvió al Señor desde su juventud. Siempre respeté a esta gran mujer de Dios, porque donde iba, los niños manifestaban la misma necesidad de pasar tiempo con ella, que la pasión que ella tenía por pasar tiempo con ellos. Cada vez que la recuerdo, los niños fueron los protagonistas principales de la foto. Sin embargo, su ministerio siempre fue resistido por los protagonistas que solo pensaban cómo mantener el statu quo de la estructura de ministerial. Siempre participó trabajando con niños en dos congregaciones afiliadas a una denominación evangélica tradicional en Argentina. Su trabajo consistía en enseñarles a los niños los principios del Reino, para que pudieran conocer al Padre de una manera natural, sin atarse a prejuicios religiosos.

Esto iba a contramano de las lecciones que debía enseñar, las cuales eran elaboradas por alguien en un país lejano y poco tenían que ver con los problemas reales que atravesaban esos niños en sus casas. En esa congregación no se hablaba mucho sobre violencia doméstica, adulterio, abusos físicos, etc. Como los niños no tenían otro oído que les prestara atención, encontraban en Carmen a una “gran mamá” de todos que siempre estaba dispuesta a oír sus reclamos y nunca los trataba como una molestia. Ella resolvía todos los conflictos con una torta, unas galletas horneadas y un tazón con chocolate o café con leche caliente. Estas fueron las tres claves del “sacerdocio de la gracia” que marcaron el ministerio de doña Carmen.

El primer traspié
El ministerio de la gracia siempre fue resistido por muchos líderes de las organizaciones religiosas tradicionales, porque piensan más en mantener el statu quo que en lograr el objetivo por el cual fueron llamados por Dios. Doña Carmen nunca recibió estudios teológicos formales, esto no le impidió ejercer el ministerio que Dios le había asignado. Cuando un líder recién salido del seminario teológico se hizo cargo de la congregación donde ella asistía, una de las primeras decisiones que tomó fue “priorizar” a las maestras que tenían una educación formal, sobre las otras maestras que no tenían estudios formales. El trabajo que realizaba la señora Carmen en la congregación quedó cada vez más limitado, hasta que tuvo que dejarlo. Ese fue un golpe fuerte para ella, porque los niños eran su pasión.

En ese tiempo su esposo fue trasladado desde Buenos Aires hacia una oficina en una ciudad de la Patagonia. Para ella fue muy fuerte tener que desprenderse de los niños que había ministrado, aunque ya eran adolescentes y jóvenes. Pero el Señor tenía otra asignación preparada para ella. Cuando llegó a esa ciudad patagónica frente a un gran lago y enclavada entre montañas, lo primero que hizo fue buscar la congregación de esa denominación para integrarse y así poder continuar su trabajo con los niños. Se presentó ante el pastor, quien la recibió con mucho cariño y afecto, algo propio de las congregaciones en las ciudades pequeñas. Sin más trámite, le indicó que debía pedir una carta de transferencia (algo así como una recomendación del pastor de la congregación donde había asistido antes), para poder incorporarla de manera formal a la actividad en esa congregación. Esta era una práctica usual dentro de esa denominación.

Cuando la solicitó, el pastor de la congregación donde había asistido y donde trabajó durante años, respondió que no reconocían a ninguna Carmen entre su lista de miembros. Claro, con toda seguridad a este líder nunca le enseñaron en el seminario teológico la diferencia entre ocupar un cargo de manera ocasional y tener un corazón pastoral para la gente. Este fue otro golpe duro para doña Carmen, quien solo buscaba una oportunidad para seguir ministrando niños, porque esa fue su pasión hasta el final de sus días. Sin embargo, los niños que había ministrado nunca se olvidaron de ella, porque aun cuando fueron adultos, siguieron en contacto con ella. El pastor que la recibió en su nueva congregación era un hombre formado en el campo misionero, en contacto estrecho con las personas. Entonces no dudó en tomar la decisión de “adoptarla” como miembro de su congregación, con o sin el “papelito” de reconocimiento del otro pastor.

Un pan, una taza de chocolate y un principio de vida
Inmediatamente, el nuevo pastor le asignó el trabajo con los niños en un anexo de la congregación principal, situado en el faldeo del cerro que rodeaba la ciudad. Doña Carmen estaba muy entusiasmada por la nueva asignación y para la primera reunión preparó pan casero, una taza de chocolate caliente y un principio de vida para compartir con los niños. En la primera reunión había unos diez niños, entre 6 y 10 años. Todos provenientes de familias muy conflictivas, donde no existían los valores morales para una convivencia “medianamente” normal. A su corta edad, esos niños habían sido testigos de situaciones de adulterio, abusos físicos, violencia familiar, alcoholismo, consumo de drogas, delitos, promiscuidad, perversiones, etc. En realidad, se encontró con niños que habían sido expuestos a niveles tan elevados de agresión psicológica y física, que no solo perdieron su inocencia, fueron llenos de un tremendo cinismo y una gran incredulidad hacia cualquier esperanza de cambio.

Sin embargo, doña Carmen volvió a recurrir a las armas que siempre le habían dado resultado: un pan, una taza de chocolate caliente y un principio de la Palabra de Dios. La primera reunión fue muy tensa, porque los niños la miraban con la desconfianza propia de alguien que los iba a abandonar, como todos los que habían conocido hasta ese momento. Demás está decir que los niños devoraron el pan casero y todas las tazas de chocolate que les sirvieron. Luego oyeron el principio de vida de Reino como si fuera una parte “obligatoria” de la reunión. Mientras volvía a su casa, doña Carmen estaba por demás emocionada, porque se había reactivado una asignación divina que estaba dormida. En la siguiente reunión, en lugar de 10 niños había 25, porque se corrió la noticia que cuando salía humo de la chimenea de la cocina a leña en el anexo, había chocolate caliente y pan o torta casera. Las reuniones llegaron a tener una frecuencia de dos días a la semana en invierno y tres durante el verano.

Con el viento en contra…
Mientras el clima era favorable, subir hacia el faldeo del cerro era un viaje más, pero durante el invierno, las temperaturas cercanas a los 15 grados bajo cero y las nevadas intensas, transformaban a esta tarea en una especie de hazaña personal. El transporte público llegaba solo hasta una parte del cerro y el resto del camino debía transitarlo a pie… atravesando a veces una capa de medio metro de nieve. Sin embargo, parecía que doña Carmen tenía un termostato propio, porque se envolvía en varias capas de abrigo y llegaba siempre a tiempo, porque los niños no faltaron a ninguna de las reuniones. Luego de un año, se sumó mi esposa a esa tarea, encargándose de ministrarles los principios de la vida del Reino a esos treinta niños. Los debates con los niños eran intensos, porque la Palabra revelada chocaba de frente contra los principios de la calle que les permitieron sobrevivir hasta ese momento.

En ese lugar estas dos mujeres aprendieron de un niño de ocho años cómo se manejaba una navaja, cómo usarla para sacarle dinero a la gente y cómo rodear en grupo a una persona para despojarla de sus bienes, entre otras prácticas delictivas. Esto era todo lo que hacían habitualmente para obtener los recursos que les permitían comer, fundamentados en el principio que sostiene que el fin (comer) justificaba los medios (robar). El trabajo fue arduo, pero con el correr de los años, la Palabra de Dios fue penetrando esos corazones que se habían endurecido a temprana edad, por causa de la adversidad que debieron soportar. Luego de casi cinco años de trabajo, el esposo de Carmen fue trasladado hacia otra ciudad y la tarea quedó a cargo de otras personas que la continuaron. Pero siempre Carmen siguió ministrando a todos los niños que el Señor le había asignado.

Años más tarde…
Habían transcurrido unos veinticinco años desde esa experiencia, cuando mi esposa tuvo que viajar hacia esa ciudad para hacer unos trámites, luego que el Señor recogiera a su madre en su presencia. Tomó un bus y luego de sentarse, notó que un hombre la miraba con insistencia, algo que la puso un tanto incómoda. El hombre tenía unos 35 años y se acercó hacia ella para preguntarle: “¿Es usted la señora Magui?”. Mi esposa se sorprendió inicialmente por la pregunta, pero luego reconoció en ese hombre la mirada de uno de los niños a quienes habían ministrado tantos años atrás. Este hombre le contó cómo habían sido los años posteriores al trabajo que habían desarrollado Carmen y mi esposa.

En su caso personal estaba casado, tenía un trabajo estable y era líder en la congregación de la ciudad. Uno de esos niños se estaba preparando para ser pastor, otros estaban trabajando en empleos estables, tenían sus negocios propios o habían estudiado una carrera terciaria. Todos los que se habían casado tenían matrimonios estables y con hijos sanos. Algunos eran parte de la congregación principal y otros asistían a otras congregaciones, pero ninguno se perdió. La conversación “casual” terminó con la siguiente frase: “Ninguno de nosotros repitió la tragedia familiar en la que fuimos criados. Gracias por haber sido obedientes al mandato del Señor e invertir sus vidas en nosotros”. Mi esposa estalló en llanto porque se encontró con el fruto de un trabajo que nadie tomó en cuenta, salvo el Señor…

Fieles en lo pequeño, herederos de la gloria…
Cuando mi esposa me contó esto, sentí la conmoción del Espíritu Santo dentro de mi corazón. Quedé conmovido todo el día por esa visión y por la charla posterior que tuve con mi esposa. En ese momento el Señor me habló: “Carmen es muy amada en el Cielo por la entrega que demostró, consagrándose durante sus años de vida a la tarea que le asigné desde la eternidad. Aunque la mayoría de los líderes no reconocieron su trabajo, Yo siempre estuve con ella. El trabajo que ambas hicieron con esos niños no cambió el mundo, la nación o incluso la ciudad… pero puso fin a la maldición de la tragedia que rodeó los primeros años de vida de esos niños. Ninguno de ellos repitió la tragedia donde fueron criados. Definitivamente cambió el destino de los descendientes de todos esos niños”.

Esto me llevó a reflexionar sobre el concepto de paternidad que muchos practican en nuestros días. Vemos líderes que tienen el objetivo de conquistar su nación, su estado o su ciudad. Para ello motivarán y movilizarán a su gente, llevándolos a involucrarse en todo tipo de tareas y actividades que apunten a lograr esos objetivos. Esto es bueno y necesario, en tanto no responda a una ambición egoísta por tratar de acumular cada vez más poder personal. Es natural que alguien que se somete a la voluntad del Señor toda su vida, termine ministrando multitudes de personas, administrando recursos financieros abundantes y relacionándose con personas de influencia en la sociedad. Hoy es común encontrar líderes que se apuran a definirse a sí mismos como padres espirituales, llegando al punto de demandar la cancelación de “deudas de honra”. No recuerdo que doña Carmen haya mencionado en algún momento de su vida una demanda para que su trabajo de “paternidad espiritual” fuera reconocido como tal. Para ella la ecuación era simple: “Si invierto mi vida en los niños, el Padre tendrá que salir como garante a su favor”. Simplemente, vio la necesidad de los niños cuando el Espíritu Santo abrió sus ojos y consagró su vida a realizar ese trabajo en silencio.

El Señor me mostró cómo había enviado a sus ángeles durante todos esos años a suplir todo lo necesario para que nunca faltaran el pan casero, la taza de chocolate caliente y el principio de vida del Reino. En este tiempo el Espíritu Santo exaltará a todas aquellas personas que asumieron un compromiso incondicional con la tarea asignada sobre sus vidas. Será un tiempo de grandes sorpresas, porque comenzará a estallar el fruto de todo el trabajo realizado por un ejército enorme de obreros silenciosos que se negaron a sí mismos y abrazaron la tarea asignada.

Esto marcará un gran contraste con los líderes que confundieron la paternidad impuesta, con la paternidad espontánea que surge por la inspiración de una vida rendida a los pies del Señor. Cuando le pregunté al Señor por la tarea que realizaba Carmen en el Cielo, me respondió lo siguiente: “Ella fue fiel en lo poco, sin importarle el reconocimiento de los hombres. Su amor por el trabajo con los niños fue incondicional, porque Yo siempre fui el primero en su vida. Ahora la recompensé con la corona de gloria que le prometí, por eso le asigné el trabajo con mis niños aquí en el Cielo”. El objetivo de la gloria que recibimos como hijos de Dios, era, es y seguirá siendo: “… que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado…”.

Bladimiro y Magui Wojtowicz
Profetas

1 comentario:

Unknown dijo...

Así es fiel en lo poco, seguir sembrando la palabra,mostrar el amor de Dios, que bella obra de Carmen y Magui, que mejor que sembrar en los niños que son la mayor riqueza