Por Curt Landry
Promesas de la Palabra
Las promesas de
Dios están escritas desde Génesis hasta Apocalipsis. Muchas de ellas las
conocemos, por lo menos en parte. Sin embargo, al examinar la Palabra,
descubrimos que son más numerosas y asombrosas de lo que podíamos imaginar.
Números 23:19 dice: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre
para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”.
2 Corintios 1:20 dice: “…porque
todas las promesas de Dios son en él sí, y en él amén, por medio de nosotros,
para la gloria de Dios”.
Cada promesa de
Dios es segura y a través de Él tenemos un derecho para acceder a esas
promesas. Sin embargo, para hacer eso primero necesitamos conocer qué son sus
promesas.
La fortaleza de Dios
Una de las
promesas más hermosas que Dios nos entrega, tanto para los buenos tiempos como
para los malos, es la fortaleza. No la fuerza que podríamos tener en el mundo o
por nosotros mismos, sino una divina que Dios nos entrega y opera al unísono
con otras bendiciones y promesas divinas como la paz, la dirección, la
paciencia, etc.
Sin embargo,
¿dónde podemos aprender más en la Palabra sobre la fortaleza prometida? ¿Dónde
dice la Palabra que la fortaleza es algo que podemos esperar (cuando la aceptamos y creamos un lugar para que ella repose), por la
bondad y el amor de Dios? Fuerza, fortaleza y
fortalecido se mencionan más de 300 veces en la Palabra. Algunas de
estas hablan de la fuerza de los hombres, el enemigo, etc. Pero un gran número
habla de la fuerza de Dios y cómo Él le da fuerza a su pueblo.
Salmo 29:11 dice: “Jehová
dará poder a su pueblo; Jehová bendecirá a su pueblo con paz”. No es una pregunta. Es una
afirmación, una promesa si lo quiere, que Dios le dará fuerza a los que creen
en Él… los que lo siguen son su pueblo.
Salmo 46:1 dice: “Dios
es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.
Pídala en oración
Dios nos entrega
la promesa de la fortaleza por medio de su amor. Sin embargo, con frecuencia
solo permitimos que esta promesa de Dios repose sobre nuestra vida en tiempos
de tribulación. Sí, es en esos tiempos donde usualmente no podemos caminar sin
su promesa de fuerza, pero no hay razón por la cual no podamos aceptarla todos
los días. No hay límites para la fuerza de Dios, ni para su amor derramándose
sobre nosotros… el único límite es cuánto de su fuerza estamos dispuestos a
recibir.
2 Timoteo 4:17-18 dice: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para
que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así
fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me
preservará para su Reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los
siglos. Amén”.
Una de las cosas
más asombrosas sobre la promesa de la fuerza de Dios y esa fuerza operando en
nosotros, es que no solo nos ayudan en tiempos difíciles. ¡Nos da las fuerzas
para predicar y enseñar toda su Palabra! Sí, la fuerza del Señor nos ayuda a
combatir al enemigo, atravesar los tiempos de sequía y los valles de la vida… ¡pero
también es una herramienta que, combinada con las promesas piadosas de Dios de
coraje, osadía y más, pueden hacernos capaces de cumplir todo el propósito del
Reino de Dios en la tierra!
Fuimos hechos para
amar a Dios, porque Él nos ama a nosotros y a través de eso, es importante que
hagamos discípulos de todas las naciones. Mientras nuestros llamados y nuestros
propósitos individuales varían, este es un aspecto consistente para todos
nosotros. Sin embargo, para cumplirlo, para hacer discípulos como deberíamos,
necesitamos la fuerza de Dios. Esta necesidad, combinada con las pruebas que
Dios sabe que enfrentaremos, comprende su deseo de darnos su fuerza.
Porque este es un
deseo. Dios desea que prosperemos, seamos bendecidos y nos transformemos en una
bendición. Y la fuerza, la fuerza perfecta de Dios, ¡es clave en todo lo que Él
tiene para nosotros!
2 Tesalonisenses 3:3 dice: “Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del
mal”.
Filipenses 4:13 dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Isaías 40:29 dice: “El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al
que no tiene ningunas”.
Salmo 18:1 dice: “Te amo, oh
Jehová, fortaleza mía”.
Éxodo 15:2 dice: “Jehová
es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo
alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré”.
Aceptando las promesas de Dios
No importa cuál de las promesas de Dios necesita, es importante que no
solo la crea, debe aceptarla. No porque sus promesas se rompan de alguna manera
si no las creemos o las recibimos adecuadamente, sino porque Dios no hace nada
en contra de nuestra voluntad. Dios creó cada promesa de manera intencional,
sabiendo que las necesitaríamos.
Por ejemplo,
veamos la promesa de la paz de Dios. Para no sucumbir ante las preocupaciones
del mundo, luchar y prosperar en todo lo que hacemos, es importante que aceptemos
esta promesa. Sin embargo, esta promesa
necesita ser activada de dos maneras. Una, pidiéndole a Dios que nos garantice
su promesa, afirmándonos en la Escritura y en nuestra fe. Dos, creando un lugar
para que habite la paz, sin alejarnos de Dios, de sus caminos o permitiendo que
nuestras ansiedades, preocupaciones y temores se levanten en su camino.
En pocas palabras, para activar las promesas de Dios necesitamos
aceptarlas y proveerles un lugar donde habitar.
Esto necesita
darle permiso a Dios y crear un lugar para que habiten las promesas que nos
imparte por su amor. Dios nos ama tanto que no nos forzará a aceptarlo a Él o a
sus caminos. En consecuencia, no siempre se queda donde no es bienvenido,
aunque siempre estará allí para nosotros.
Tome un cuerpo de
creyentes de cualquier denominación. Dios ama a su Iglesia, pero para que
puedan recibir la plenitud de lo que Él tiene, necesitan activarla dándole
permiso y un lugar donde habitar. Sí, Dios continuará permitiendo que los
ángeles de aquellos que asisten, vayan donde la gente vaya, incluso si es un
lugar donde se permitieron las mentiras, el engaño y una atmósfera perversa... pero
es poco probable que el Espíritu de Dios los visite. Después de todo, ¿el
Espíritu Santo no se mueve más cuando la Iglesia está en unidad y recibe su
presencia?
Debemos abrir
nuestros corazones. Debemos anhelar las promesas de Dios para que fructifiquen.
Sí, Dios no nos dejará o nos abandonará, incluso si nosotros lo abandonamos a
Él… pero, ¿debemos esperar honestamente que se mueva en poder si le decimos que
no? ¿No deberíamos anhelar todo lo que Dios tiene para nosotros, abriendo
nuestros corazones, cambiando nuestros hábitos y nuestras costumbres, para
crear una atmósfera para Él y buscarlo a Él y a su Reino en primer lugar?
Si estamos dispuestos a buscar a Dios, Él vendrá. Responderá. ¡Todas sus
promesas estarán listas para reposar en nosotros y fluir a través de nosotros!
Rabbi Curt Landry
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