Por Robert Hotchkin
Suelo tener las cosas bastante organizadas, pero uno de mis métodos de organización es hacer pilas y montones; así no está todo desparramado y puedo ver hacia un montón y saber de qué se trata. Una pila son esquemas para retransmisiones en directo y programas. Otra son notas para los mensajes del domingo. Otra son fragmentos para el próximo libro. Otra una pila de facturas pagadas que hay que archivar para los impuestos de fin de año. Otra son libros que me enviaron las editoriales para que considere entrevistar a sus autores, etc.
Hace poco revisé mi oficina y repentinamente tuve la sensación de que las pilas y los montones empezaban a ser demasiados. No es que tuviera montones de un nivel acaparador que me estuvieran estrechando el espacio de trabajo, pero sabía que había llegado el momento de ocuparme de ellos. Cuando acabé con los montones de mi despacho, comencé a darme cuenta de que también se habían acumulado cosas en algunas estanterías y mesas auxiliares. Repentinamente, sentí un fuerte deseo por revisar toda la casa y ordenar todos los lugares donde se habían acumulado cosas.
Lo que empezó como un proyecto rápido para organizar un poco mi despacho, acabó convirtiéndose en toda una tarde y una noche de limpieza. Llené la parte trasera de mi Jeep con sacos para nuestro centro de donaciones local. Había media docena de bolsas grandes de libros para llevar a la Iglesia y regalarles a nuestros miembros. Además, estaba a punto de llenar nuestros cubos de basura y reciclaje. Fue en el tercer o cuarto viaje hacia los contenedores, cuando le pregunté al Señor por qué sentí un deseo tan repentino de ocuparme de todo esto. Inmediatamente, Él me habló y me dijo: “Es hora de limpiar todo el desorden y el estruendo”.
¿Qué es el “desorden” y el “estruendo”?
Cuando me habló, todo mi cuerpo comenzó a vibrar. Así que, cuando volví de los contenedores, tomé un bloc de notas y un bolígrafo, me senté en el sofá y esperé a que me explicara un poco más, preguntándome específicamente qué era el “desorden” y el “estruendo”.
Me dijo que el “desorden” era todo lo que se interponía en nuestro camino. Pude sentir que ni siquiera se trataba necesariamente de cuestiones de pecado, sino de cualquier cosa que nos estuvo distrayendo u ocupando espacio en nuestras mentes y corazones: hábitos, prácticas, relaciones, consuelos falsos o cualquier otra cosa que se haya desordenado hasta el punto de distraernos.
Y al igual que el desorden con el que estaba lidiando en lo natural, el “desorden” al que el Señor se refería, son las cosas que se “amontonaron” a lo largo de los años, hasta el punto de que apenas nos damos cuenta de cómo se interpusieron en nuestro camino y, a veces, nos alejaron de Él. Podría ser algo tan simple como haber adquirido el hábito de revisar los correos electrónicos o los titulares a primera hora de la mañana, lo que a menudo puede convertirse en una hora lidiando con la correspondencia o el desplazamiento por las pantallas, en lugar de hacer de Él nuestro primer foco de atención en nuestro día. O el desorden podría ser algún asunto de largo plazo con el que estuvimos lidiando por tanto tiempo, que nos tiene más enfocados en los hechos de la situación, que en la verdad de Dios que es la solución.
Dios me dijo que el “desorden” eran los pensamientos, las palabras y las emociones que permitimos que no suenan como Jesús o violan los estándares del amor. Él nos hizo a su imagen y semejanza, y estamos aquí para ser sus representantes y representadores (ver Génesis 1:26-28). La ofensa, la amargura, la ira, el desánimo, la desesperación, la murmuración, la queja y la maldición, no hacen eso. Son estruendosos, como el gong ruidoso o el címbalo que retiñe de 1 Corintios 13:1, donde el apóstol Pablo habla de cómo sonamos cuando hablamos sin amor.
Sin embargo, el estruendo sin amor que se nos invita a eliminar, no se refiere sólo a nuestros pensamientos y palabras. Me hizo saber que también se refiere a otras fuentes, como la murmuración, la queja y la arenga de los medios de comunicación, que a menudo nos agitan en emociones negativas, hasta el punto de que estamos desatando más oscuridad en la oscuridad, ¡en lugar de romper esa oscuridad con su luz!
Haciendo espacio para lo nuevo
Me senté un rato para dejar que se asentara todo lo que Él había dicho. Le pedí ayuda al Espíritu Santo para darme cuenta de cualquier desorden o estruendo que necesitara limpiar. No pasó mucho tiempo, hasta que el Señor volvió a hablarme: “Eso hará sitio para lo nuevo que no tienes ni idea de que va a llegar”.
¿No es emocionante?
Estamos en la cúspide de algo tan nuevo, tan grande, tan de Dios... realmente no tenemos idea de lo que viene. Y la manera de llegar a ello es responder a su invitación para despejar el desorden y el estruendo. No se trata de una severa reprimenda de una deidad decepcionada. Es una tierna invitación de un Padre expectante que sabe lo que viene y anhela que tú (y yo) formemos parte de ello. Es hora de despejar el desorden y el estrépito, para hacer sitio para lo nuevo que no tenemos ni idea de que está por llegar.
Ora conmigo: “Espíritu Santo, escudriña mi corazón, mis palabras, mis pensamientos y mis decisiones. Ayúdame a ser consciente de cualquier desorden o estruendo que necesite ser tratado y limpiado. Ayúdame siempre y en todas las cosas a buscar primero el Reino de Dios y a acercarme a mi Amado, para que este año pueda convertirme en un representante y un representador aún más grande, pleno, poderoso y milagroso de mi Padre celestial, aquí en la Tierra. En el nombre de Jesús lo pido, ¡amén!”
Robert Hotchkin
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