lunes, 17 de noviembre de 2008

“¡Repentinamente, me encontré sobre el pecho de Jesús!”

 

“El corazón de Dios es el muro de los lamentos”

Por Jill Austin

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“¡Estaba dentro de Su corazón! ¡El incienso! El aroma pesado y pegajoso comenzó a saturar mis sentidos”

Repentinamente, me encontré sobre el pecho de Jesús. Como Juan, el Amado, pude sentir mi rostro sobre su vestidura de lino: era lo más suave sobre mi rostro. Pude oír Su corazón, el sonido de la eternidad, esa cámara gigantesca de amor, mientras me abrazaba. Me sentí muy amada y protegida.

Esta intimidad de Su corazón caló profundo dentro de mi corazón. Me estaba recostando profundamente dentro de Su corazón. Pude sentir sus brazos rodeándome. Y luego, pude sentir cómo se abría Su corazón. Entré en el mismo corazón de Jesús: la habitación eterna de de este tremendo sentir.

Este sentir está resonando por toda la eternidad con toda clase de sonidos y ritmos. Es adoración celestial. ¡Adoración! ¡La gloria! Su corazón era una cámara de resonancia de las oraciones. ¡Un tabernáculo de gloria! ¡El anciano de días! ¡El Rey judío!

“El incienso… el aroma pesado y pegajoso… el canto”

¡Estaba dentro de su corazón! ¡El incienso! El olor pesado y pegajoso que saturaba mis sentidos. ¡El canto! Hubo un despertar en mi corazón por estas oraciones antiguas hacia Dios. ¡Santo! Iba cada vez más profundo dentro de ese humo pegajoso. Comencé a percibir que estas paredes y este tabernáculo no estaban hechos de piedra, sino de carne.

Su corazón era gigantesco. Existe un muro gigantesco, como el “muro de los lamentos celestial”. Cada nombre, cada persona, cada cara, cada destino, cada sueño está escrito en el muro del corazón del Señor. Pero luego pude oír a los intercesores desde la tierra clamando por los perdidos.

Pude oír el clamor: “¡Oh Señor! Padre! ¡Él no te conoce! Señor, ¡mi madre está sufriendo demasiado dolor! Señor, ¡mis hijos!”. Pude oír el clamor y el llanto de los intercesores, clamando por los perdidos. “Señor, ¿escuchas su clamor? ¿Los salvarás?” Hay demasiado dolor. Demasiada angustia”.

¡El muro de los lamentos celestial!

Luego pude oír la respuesta del corazón del Señor. ¡Estaba quebrantado! Su “muro de los lamentos celestial”, era como si todo el muro estuviera sangrando, clamando y gimiendo desde las profundidades de su ser. A cada uno de los nombres escritos en su corazón les decía: “Yo conozco tus circunstancias. Conozco íntimamente a cada uno. Siento tu dolor. ¡Conozco la angustia! Conozco el dolor por el cual estás atravesando. ¿Vendrás a mi? ¡No me olvidé de ti! ¡Ven a mi! Te amo”.

Sonidos de guerra

Luego aparecieron sonidos de guerra. Eran los sonidos de guerra que surgieron cuando chocaron el Reino de Dios y las tinieblas. Luego pude ver al ejército de las tinieblas de todas las naciones de la tierra rodeando a esta gran ciudad. ¡Oí un clamor! ¡Un clamor desde estos muros antiguos! La voz de Raquel, ¡clamando y gimiendo por sus hijos!

Luego hubo otro sonido, muy profundo desde el corazón del Señor. Era un sonido de gemidos, un sonido de trabajo de parto. Luego oí el sonido de los mártires de debajo del trono que clamaban: “¿Hasta cuándo Señor, hasta cuándo? ¿Vengarás nuestra sangre?”

Luego surgió el sonido de los demonios, ¡destruyendo! El sonido de los demonios de suicidio, desesperanza y depresión diciendo: “¡Te destruiré!”. Eran los sonidos de los cuerpos enfermos, violados y destruidos. Los sonidos de la gente atormentada y demonizada que clamaba por libertad y liberación.

Eran los lamentos de los atormentados y los perdidos. Aún en el corazón Celestial los perdidos clamaban, “¿Hay un Dios? ¿No siente mi dolor? ¿Por qué nací? Quiero morir. Me duele demasiado la vida!”

Pude oír la gran orquestación de estas oraciones y la adoración culminando en un crescendo de guerra. ¡Qué gloria y qué misterio asombroso! Luego el Señor intercedía y despachaba ángeles guerreros. Los cielos estaban en guerra.

Su mismo corazón es el “muro de los lamentos celestial”. Clamando, proclamando y provocando la manifestación del gran amor de su corazón. Dijo: “Les ordeno a mis ángeles que vayan y peleen para libertar a los cautivos. ¡Hay demasiados que necesitan venir a mí! Hay demasiados perdidos”.

Luego dijo: “Si quieres ver mi corazón, la clave para la autoridad apostólica es el amor. Si quieres moverte en señales y maravillas, necesitas conocer mi corazón. Si quieres ver una apertura en el cielo sobre territorios y ciudades enteras, necesitas moverte con este amor de resurrección radical”.

“Necesitas oír lo que oigo. Necesitas sentir lo que siento. ¿Tendrás mi compasión? Necesitas tener mi corazón. ¿Quieres ser un libertador? ¿Me permitirás tomar mi espada, abrir, cortar y circuncidar tu corazón, para que puedas sentir y sangrar? Así tu corazón también será un “muro de los lamentos celestial”.

“¿Sentirás el dolor por los quebrantados y los perdidos, para que puedas interceder y clamar profundamente con gemidos en oración? ¿Ayudarás a dar a luz mi corazón?”

¿Puedo escribir sus nombres en tu corazón? ¿Deseas llegar a ser un amante? ¿Amarás con mi amor? Te estoy llamando al “muro de los lamentos celestial”.

Jill Austin

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