Por Garris Elkins
Recientemente pude ver uno de los programas en el cable sobre tecnología moderna, donde se describía una nueva generación de misiles. Estos misiles tienen la capacidad de retrasarse. En este punto, siempre pensé que retrasarse era algo prohibido. En la pequeña ciudad donde crecí, puedo recordar a los policías locales caminando hacia los grupos de niños que estaban debajo de las señales que decían “no detenerse”, para ordenarles avanzar.
Ahora los misiles modernos se pueden disparar desde miles de millas y enviarlos hacia un blanco en una región, mucho antes que comience el ataque. Los guerreros vuelan estos misiles controlados por computadoras, usando un dispositivo similar a un joystick de cualquier video juego. Una vez que los misiles llegan a la región blanco, simplemente vuelan en círculos, retrasándose cerca de una montaña y lejos del alcance del radar enemigo.
Cuando llega el tiempo correcto y se alcanza el blanco, se envía un nuevo comando a la computadora de a bordo y el misil inteligente vuela sobre la montaña hacia el valle adyacente, destruyendo el blanco. Dependiendo del modo de ahorro de combustible, algunos de estos misiles pueden hacer esto por horas e incluso días, si es necesario.
Nuestras oraciones se están retrasando hasta el momento correcto cuando el Comandante de nuestra fe las libere
Mientras oía sobre estos armamentos futuristas, pensaba en las oraciones y en la guerra que cada cristiano debe enfrentar. Muchos de nosotros oran por sus necesidades inmediatas para nuestras familias y ministerios, las cosas que vemos y sentimos, pero ¿consideró que Dios nos llamó a orar por las batallas futuras?
En las batallas futuras, cuando nuestras vidas deben llegar a campos de guerra distantes, nuestras oraciones viajan hacia la eternidad para retrasarse hasta el momento cuando el Comandante de nuestra fe las envía contra un blanco futuro.
Mientras el Espíritu nos alienta a orar, nuestras oraciones se reúnen y luego, bajo el plan perfecto de Dios, se sueltan al mismo tiempo en un ataque masivo sobre el campamento de las tinieblas. Nuestras oraciones esperan la voz del Señor que libere su carga para la victoria.
Apocalipsis 5:8 describe un escenario que habla de oraciones acumuladas que se soltarán en el día postrero: “Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios”.
Algunas de las oraciones que se liberarán en Apocalipsis 5, tendrán miles de años de antigüedad. Usted y yo estamos orando algunas de estas oraciones ahora mismo. En estas copas de oro están las oraciones del Apóstol Pablo y otros creyentes de la primera Iglesia. En estas copas de oro están las oraciones de la Iglesia perseguida de hoy que vienen desde lugares tan distantes como una villa en lo profundo de China. Las copas de oro en el Cielo contienen las oraciones que abarcan miles de años de la historia del Reino.
La batalla siempre le pertenece al Señor
En el libro de Josué, el gran guerrero estaba a punto de morir. Hacía una revisión de la historia pasada y futura de Israel y cómo las pelearían. En Josué 24:12-13, hablando en nombre del Señor, dice: “No fueron ustedes quienes, con sus espadas y arcos, derrotaron a los dos reyes amorreos; fui yo quien por causa de ustedes envié tábanos, para que expulsaran de la tierra a sus enemigos. A ustedes les entregué una tierra que no trabajaron y ciudades que no construyeron. Vivieron en ellas y se alimentaron de viñedos y olivares que no plantaron”.
Quizá esto era lo que decía Pablo cuando afirmaba “pónganse toda la armadura y afírmense”. Usted y yo podemos mostrarnos en la batalla vestidos para la guerra con una espada y un arco, pero la batalla siempre le pertenece al Señor.
Antes que lleguemos, Dios aterroriza a las cosas que nos aterran, ¡bendito sea su Nombre!
A través de la historia, la Iglesia caminó entre las ruinas del campamento del enemigo, sabiendo que Dios pasó por ahí antes que ellos. Nosotros también caminaremos en lugares de victoria. Nos daremos cuenta que las oraciones de nuestros antepasados se derramaron sobre nuestras situaciones imposibles. Nos humillaremos y asombraremos ante lo que vemos a nuestro alrededor.
¿Puede imaginar cómo sería saber que muchos de nosotros estamos por caminar hacia nuestros campos de batalla, donde veremos al enemigo totalmente devastado? Muchos caminaremos hacia los campamentos arrasados del infierno y conoceremos que algo sobrenatural visitó esos campos de batalla antes que llegáramos.
Mientras llegamos hasta estos lugares de victoria, ¿cuál debería ser nuestra respuesta? Mientras las ruinas del infierno nos rodean, Dios le pide a su pueblo que levante el sonido de la alabanza que contiene muchas palabras como estas:
“Dios visitó este lugar con poder antes que llegáramos. La espada y el arco que llevamos para la batalla, no nos aseguraron la victoria. Antes de llegar, Dios aterró las cosas que nos aterraban. Derramó su gloria y las oraciones de los santos devastaron las obras de las tinieblas en ese lugar. ¡Esta victoria le pertenece al Señor! ¡Bendito sea su Nombre!”.
Garris Elkins
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