Por Wendy Griffith
“No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6:9)
Acercarnos a las fiestas, puede ser uno de los tiempos de mayor reflexión. En lo personal, a menudo miro hacia atrás en el año y me pregunto: “¿alcancé las metas para este año? ¿Se concretaron las cosas que creí que Dios haría este año?”. Si no fue así, es una tentación para que se manifieste el desánimo y la desesperación. Pero la buena noticia es: “¡Dios tiene una respuesta! ¡No abandone! ¡No pierda la esperanza! Todo por lo que le está creyendo a Dios está más cerca de lo que piensa”.
Dios tiene un tiempo señalado y dice en Gálatas 6:9: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos”.
Amigos, esta es una promesa que puede llevar al banco. Dios tiene un tiempo señalado para bendecirlo. Puede pensar que se retrasó, pero Dios dice: “Si no abandonas y tiras la toalla… te prometo… te bendeciré”.
Dios no es un vago
En 2 Pedro 3:9, el Señor dice: “El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan”.
Me gusta la definición de vagancia: moverse lento, pereza, falta de actividad, desocupado, perdido, flojo, falta de diligencia, cuidado o preocupación, negligente como un obrero vago.
Amigos, Dios no es un vago. Especialmente en lo que se refiere a todas las cosas que le prometió. Quizá se encuentre a una hora, una oración o un paso de obediencia de su promesa. ¡Dios es fiel! Resista la tentación de la duda, resista la tentación de pensar que el Señor se olvidó de usted; porque dentro su ser, sabe que está más cerca que lo que ve o siente.
“Jesús les contó a sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse” (Lucas 18:1).
Quiero recordarle la historia de una mujer en la Biblia que supo orar y rechazó bajar los brazos hasta que alcanzó su promesa. Su nombre era Ana y estaba casada con un hombre llamado Elcana, quien tenía otra esposa llamada Penina. Ana no tenía hijos, pero Penina sí.
1 Samuel 1, dice que Ana era una mujer con un espíritu abatido. De hecho, va más allá al decir que su alma estaba llena de amargura y pesar. La otra esposa la atormentaba constantemente por su esterilidad y ya no podía soportarlo más. Quizá se sienta identificado. Quizá sienta que quedó colgando de un hilo. Bien, ¡cuélguese hermano! Esta historia y su historia tienen un final feliz.
La Biblia es clara, Ana estaba profundamente abatida. 1 Samuel 1:7 dice: “Lloraba y no comía”. Afortunadamente, Ana supo qué hacer. La Biblia dice que fue al templo y oró al Señor, llorando angustiada. Luego hizo un voto y dijo: “Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya y, si en vez de olvidarme, te acuerdas de mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida, y nunca se le cortará el cabello” (1 Samuel 1:11).
Ahora, debido a su pesar, Ana sólo pudo orar en su corazón, moviendo únicamente los labios, aunque sin pronunciar palabra alguna. Entonces el sacerdote Elí pensó que estaba borracha y le dijo: “¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!” (1 Samuel 1:14). Pero Ana le respondió: “No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy sólo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No me tome usted por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción. Vete en paz, respondió Elí. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido. Gracias. Ojalá favorezca usted siempre a esta sierva suya. Con esto, Ana se despidió y se fue a comer. Desde ese momento, su semblante cambió” (1 Samuel 1:15-18).
La espera no es en vano
¿Ana ya había dado a luz? ¡No! Pero la Biblia dice que ya no estaba triste. Aún no había concebido en lo natural, pero sí lo había hecho en su espíritu. Tenía la palabra del Señor y supo que el niño estaba en camino.
Esta es la lección: cualquiera sea su carga, lo que sea le haya pedido al Señor año tras año, debe ser como Ana. ¡Clame al Dios del universo! ¡Clame al único que puede remover su esterilidad y darle una vida nueva! Es aquel que puede darle los deseos de su corazón. Quizá, como Ana, está clamando por un bebé, un esposo, una esposa, un trabajo, un ministerio, la salvación de un ser querido o una sanidad. ¡Dios recordó a Ana y en su tiempo señalado, también se acordará de usted!
Ana quería un hijo, pero Dios quería un profeta para Israel. Su espera no fue en vano. Dios tuvo que llevarla al punto de la desesperación donde no sólo clamaba al Señor por un hijo, sino donde estuviera dispuesta a consagrarlo para el ministerio. Ella quería un hijo, pero Dios necesitaba un profeta. Dios tuvo que llevarla al punto donde ella quisiera lo mismo que Él. Vea, Dios tiene un propósito para su espera.
Aquí estamos, tres mil años después y hablando sobre Samuel, el hijo de Ana. Su determinación, su deseo de no abandonar y su perseverancia hasta obtener su promesa, es lo que hizo de ella una heroína hasta nuestros días. Amigos, Dios recordó a Ana. Hoy, creo que Dios también lo recuerda a usted. Tiene un tiempo establecido, un tiempo señalado.
En el Salmo 102:13, Dios dice: “Te levantarás y tendrás piedad de Sión, pues ya es tiempo de que la compadezcas. ¡Ha llegado el momento señalado!”.
Wendy Griffith
Periodista senior
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