viernes, 16 de mayo de 2008


“¡Remueva la piedra! Deje salir lo que se está pudriendo y huele mal”

Por Anne Elmer


Tratando con el desánimo
En este momento de mi vida, conozco una cantidad de personas que están tratando con grandes desilusiones y tuvieron su porción justa de sufrimientos. Muchos están tratando con problemas donde sienten que Dios hizo o dejó de hacer por ellos o están luchando con situaciones que Él permitió que sucedieran. Se sienten defraudados por Él.

Tiempo atrás, una mujer que evidentemente tenía muchos problemas, vino a verme para pedirme oración. Esta mujer fue la primera de muchas personas que conocí con heridas y decepciones similares. Me arrodillé junto a ella y esperé unos minutos en silencio, mientras clamaba al Señor: “¡Ayúdame!”. Ella pidió oración por algo específico, pero sentí que ese no era el problema real. De repente, el Señor me habló: “Ella no puede aceptar la respuesta a tus oraciones porque está demasiado herida por algo que sucedió hace mucho tiempo”. Cuando le dije a la mujer lo que el Señor me dijo, comenzó a llorar profundamente. Muchos años antes, le sucedió algo a uno de sus hijos y ella no perdonó a Dios por lo que sucedió. Aún cuando trató de perdonarlo, la decepción permaneció. Por lo tanto, no podía confiar en su Creador en muchas otras cosas.

Me puse a investigar lo que dice la Biblia acerca de la decepción y, francamente, no las encontré muy satisfactorias. Romanos 5:3-5 dice: “Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado”. Clamé a Dios y dije: “Esto no es cierto porque conozco muchos casos donde la esperanza ha defraudado”. Aunque sé que es cierto porque es la Palabra de Dios, creo en ella porque Él no puede mentir.

La palabra griega utilizada aquí es “kataischuno” y significa “ser avergonzado o ser humillado”. Isaías 49:23 dice: “… Sabrás entonces que yo soy el Señor, y que no quedarán avergonzados los que en mí confían”. No me sentí satisfecha, así que pasé tiempo pidiéndole al Señor que me aclare este punto. Siempre debemos escoger confiar en Él y sé que hay muchas veces en mi vida cuando me siento defraudada, pero escojo decir, “Sus caminos no son mis caminos” y continúo en Él.


Recientemente el Señor me guió a ver Isaías 55:6-9 dentro de este contexto: “Busquen al Señor mientras se deje encontrar, llámenlo mientras esté cercano. Que abandone el malvado su camino, y el perverso sus pensamientos. Que se vuelva al Señor, a nuestro Dios, que es generoso para perdonar, y de él recibirá misericordia. Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos, afirma el Señor. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!”.

Cuando leí esta escritura dije, “Oh, Señor”, y Él me dijo, “vuelve a leerla una y otra vez”. De repente reconocí que el hombre malvado del cual habla este pasaje, soy yo. No me malentienda, sé que soy perdonada y bendecida, pero el Señor me está enseñando a caminar en la Verdad y cómo Sus pensamientos son verdaderos y los míos no, porque están basados en mi experiencia y en mis emociones acerca de cómo veo la situación, no en lo que dice la Biblia. 3 Juan 1:4 dice: “Me alegré muchísimo al encontrarme con algunos de ustedes que están practicando la verdad, según el mandamiento que nos dio el Padre”. Esto se relaciona con “la renovación de la mente” y “ser transformados” de gloria en gloria (Romanos 12:2 y 2 Corintios 3:18). Comencé a reflexionar en todo esto y le pedí al Señor que se lleve las decepciones de mi vida y me ayude a alinear mis pensamientos con Sus pensamientos. Luego pude comprender a aquellos que necesitaban ayuda en esta área.

Piedras y tumbas
Recuerdo a María y Marta quienes dijeron: “Señor, si sólo hubieras estado aquí…”. Ellas también estaban decepcionadas porque el Señor llegó tarde a la escena. Mientras oraba sobre estas cosas, el Señor me dio la imagen de un corazón. En el fondo del corazón había una “piedra” y escuché al Señor gritando como en la historia de Lázaro: “Remuevan la piedra”. Juan 11:39 dice: “Quiten la piedra, ordenó Jesús. Marta, la hermana del difunto, objetó: Señor, ya debe oler mal, pues lleva cuatro días allí”. Esta es la aversión de Marta por permitir que se remueva la piedra porque detrás de ella habría un olor repugnante por las cosas que se desintegraban, se pudrían y se estaban degradando.

¿Qué se está pudriendo en su corazón que necesita salir de la tumba? Algunas de las cosas que dejamos en nuestro corazón no deberían estar allí. Son cosas sepultadas en lo natural. Son cosas que pensamos que pasaron. Son situaciones en nuestras vidas que fueron dolorosas. Pueden ser grandes o pequeñas. Quizá fue cuando oramos y Dios no hizo lo que le pedimos. Quizá fue la pérdida de un hijo, la muerte de una persona muy querida, una relación quebrada o quizá algo que hicimos mal y enterramos bien profundo.

Ahora la gente ve otras relaciones en nuestra vida, otros hijos, otro trabajo y piensan que superamos el asunto. Pero sabemos en nuestro corazón que esos recuerdos siguen allí. Quizá recordamos esas cosas y a menudo visitamos la tumba. Si realmente pensamos acerca de ello, veremos que no hay nada útil o que valga la pena dentro de la tumba. Pero mantenemos nuestras decepciones allí. Sabemos que todo lo que está en la tumba se pudrió. Pero aún así no permitimos que se abra la tumba (habría mal olor), queremos mantenerlos blindados y guardar la memoria en nuestros corazones. Para nosotros eso simboliza (así como para Marta y María) nuestra decepción porque el Señor no hizo lo que le pedimos y no llegó a tiempo. En esta parte de nuestros corazones guardamos la amargura, el dolor y la falta de perdón contra el Señor. Seguimos con nuestras vidas diciéndonos a nosotros mismos que lo superaremos y tendremos otros hijos, nuevos amigos, nuevos matrimonios y nuevos trabajos. Pero si las conservamos encerradas, se pudren y huelen mal.

Como la polilla y el orín corrompen en el mundo natural, lo mismo sucede con las cosas que escondemos en nuestras almas y terminan pudriéndose. La falta de perdón vuelve agrio nuestro corazón. La ira produce amargura, La decepción produce incredulidad. Decimos, “Como Dios no lo hizo antes, no confío que pueda hacerlo ahora”. No importa cuántas respuestas positivas a nuestras oraciones hayamos recibido desde ese suceso que sepultamos en la tumba, siempre queda la “duda” que nos detiene y el peso de la piedra sobre nuestra alma. Hoy Jesús dice: “Remueve la piedra. Deja que eso salga y resucite conmigo ahora”.

Hoy Jesús llora, así como lo hizo ante la tumba de Lázaro. ¿Por qué lloró? Algunos piensan que fue porque amaba a Lázaro, pero sabía que resucitaría, así que esa no fue la razón. Quizá fue por su amor a María y Marta, quizá por su frustración ante la incredulidad de ellas o quizá ante el reclamo por el retraso. No sé por qué, sólo sé que llora hoy por aquellos que mantienen la piedra sobre la tumba en sus corazones. Sé que hoy está diciendo: “Remueve la piedra. Permite que salga lo que se está pudriendo y huele mal”. Hoy está diciendo lo mismo que dijo ante la tumba de Lázaro: “Quítenle las vendas y dejen que se vaya” (Juan 11:44). Hoy está diciendo: “Mis caminos no son tus caminos y Mis pensamientos no son tus pensamientos”.

Comencé a comprender, pero sentí que la reacción de María y Marta fue la correcta porque recibieron a su hermano. Cuando comencé este estudio, muchas de las personas en las que pensaba no recibieron la resurrección de sus esperanzas perdidas. Así que, seguí preguntándole hasta que Él me respondió.

No se ofenda con Dios
Lucas 7:20-23 dice: “Cuando se acercaron a Jesús, ellos le dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? En ese mismo momento Jesús sanó a muchos que tenían enfermedades, dolencias y espíritus malignos, y les dio la vista a muchos ciegos. Entonces les respondió a los enviados: Vayan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía”.

Jesús vino a liberar a los cautivos y Juan el Bautista sabía eso, pero ¿dónde estaba Juan? En prisión y suponemos que también esperaba que Jesús lo liberara a él. Jesús les respondió a los discípulos de Juan que debían ver lo que Dios estaba haciendo y no lo que Él dejaba de hacer. Tenemos la opción. Juan tuvo la misma opción. Podemos escoger ver lo que Dios no está haciendo, decepcionándonos y ofendiéndonos. O podemos escoger alabar a Dios por lo que está haciendo, sin quedarnos demasiado tiempo en lo que no está haciendo. Como sabemos, Juan nunca salió de la prisión. ¿Por qué? No lo sabemos. Jesús podía hacerlo, ¿no? Era Dios. Pero sólo hacía lo que veía hacer al Padre. Cuando Jesús oyó lo que le sucedió a Juan, se apartó para hablar con el Padre.

Mateo 14:12-13 dice: “Luego llegaron los discípulos de Juan, recogieron el cuerpo y le dieron sepultura. Después fueron y avisaron a Jesús. Cuando Jesús recibió la noticia, se retiró él solo en una barca a un lugar solitario. Las multitudes se enteraron y lo siguieron a pie desde los poblados”.

No lo escuchamos preguntar “¿por qué?”. Esta nunca es una buena pregunta, porque Sus caminos no son los nuestros y Sus pensamientos tampoco son los nuestros. Debemos confiar en Él y permitirle tratar con nuestras decepciones. Debemos escoger no ofendernos. Debemos darnos cuenta que cuando le reprochamos a Dios por no hacer lo que queríamos, es lo mismo que pecar. Jesús murió por nuestros pecados. Su muerte nos permitió ser libres de todo lo que nos ataba. Cuando anclamos estos pensamientos en nuestros corazones, se pudren y nos causan problemas en el futuro.

Desde hace mucho tiempo, la Iglesia viene cantando: “Señor, te entrego mi corazón, te entrego mi vida, quiero vivir por Tí” y “purifica mi corazón con tu fuego purificador”. Al mismo tiempo decimos: “Pero no esta parte de mi corazón, Señor. Esta piedra estuvo allí demasiado tiempo y me gusta que siga allí. Si la mueves, habrá muy mal olor”. Pienso en este verso de Mateo donde Jesús habló sobre los “sepulcros blanqueados” y pude ver cómo muchos de nuestros corazones están limpios en todos los sitios que le permitimos al Señor que lo haga. Muchos corazones fueron lavados por Su sangre, pero la piedra sigue allí. El primer mandamiento que enseño Jesús fue: “Amar a Dios con todo nuestro corazón”.

Es tiempo de remover la piedra.

Anne Elmer

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