“Un cambio en la adoración”
Por Chuck Pierce
Por Chuck Pierce
Un cambio en la adoración, ¡vence a tus enemigos y adquiere un corazón para tu tiempo!
Amo la enseñanza y la revelación que surge de cada una de las clases de nuestra Escuela de Isacar. Robert Heidler y yo acabamos de concluir un curso sobre “Nuevas armas para una nueva guerra”. Mientras llegamos al final de un tiempo de guerra de siete años y nos preparamos para comenzar un nuevo período de guerra, con otros niveles de resistencia y confrontación, enseñamos acerca de las armas espirituales que recibimos y los asuntos que enfrentaremos en los próximos años. Durante las clases le pedí a LeAnn Squier que comparta el sueño que figura a continuación:
“En mi sueño, un grupo de nosotros estábamos reunidos en el living de una casa. Un hombre vestido con una franela blanca y jeans entró y se paró frente a la puerta de dos hojas con un rifle negro de francotirador y una mira telescópica de alto poder. Primero apuntó el rifle amenazante hacia el grupo y luego me apuntó a mí. Tranquilamente le pregunté si no le molestaba que adoráramos. Asintió. Mientras adorábamos, entramos en una realidad diferente. Percibimos completamente la presencia de Dios en el cuarto e ignoramos la presencia del hombre. La presencia de Dios en medio nuestro eclipsó todo lo demás en la habitación.
Cuando terminamos de adorar, la presencia de Dios se levantó y volví a ver la habitación, los alrededores y al hombre apuntándome con el rifle. Literalmente me olvidé que estaba allí mientras se manifestaba la presencia de Dios. Este hombre fue eclipsado por completo por la presencia de Dios. Me levanté del sillón donde estaba sentada y caminé gentilmente para hablar con el hombre. Entablé una conversación amable con él y otra de las personas del grupo se unió a nosotros. Miré hacia abajo y note que había bajado su rifle. Mientras lo miraba, noté que surgía una sonrisa amable de su rostro. Me dí cuenta que era una situación de rehenes y que ahora estaba, en algún sentido, desarmado”. Fin del sueño.
A través de este sueño escuché al Señor diciendo: “Muchos enemigos están en medio de ustedes y aún se encuentran dentro de los límites que te entregué. Pero te estoy llamando a entrar en este nuevo lugar conmigo para que la plenitud de Mi presencia llene todo el dominio que te entregué. Si comienzas a adorarme y permites que tu dominio se llene de Mi presencia, entonces aún los enemigos que te apuntan cesarán sus hostilidades. Se reubicarán en tu lugar de autoridad. Este es el tiempo cuando estoy reubicando a tus enemigos bajo tu esfera de autoridad. Si me adoras, Mi presencia desarmará los planes del enemigo y no podrá realizar las cosas que intenta hacer. La adoración es la clave para Mi plan para la cosecha. Muchos de los enemigos que traje a tu camino se convertirán y servirán bajo tu dominio. ¡Esta es una hora de dominación! ¡Domina a través de la adoración!”
Chuck D. Pierce
“Levanten sus cabezas, Oh puertas”
Por Reuven Doron
Por Reuven Doron
“Eleven, puertas, sus dinteles; levántense, puertas antiguas, que va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? El Señor, el fuerte y valiente, el Señor, el valiente guerrero. Eleven, puertas, sus dinteles; levántense, puertas antiguas, que va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es este Rey de la gloria? Es el Señor Todopoderoso; ¡él es el Rey de la gloria! Selah” (Salmo 24:7-10).
Las puertas antiguas pueden abrirse o mantenerse cerradas sobre personas o familias, soltando o reteniendo el mover de Dios en sus vidas. De hecho, mientras transcurre el 2008, el Espíritu del Señor le está pidiendo a muchos que hagan una morada para Dios. Abrir esas puertas antiguas a menudo prueba estar más allá de nuestra fuerza o sabiduría humanas. Esta es la razón por la cual esta revelación se ofrece en la forma de una oración a Dios, quien por Sí sólo es suficiente para la tarea.
Nacido en pecado
Todos somos producto de líneas de sangre familiares y todos llevamos características generacionales y patrones de vida que se remontan a las generaciones pasadas. Algunos de estos son buenos y merecen ser cultivados y desarrollados. Pero otros son malos y deben ser crucificados, negados y necesitan nuestro arrepentimiento, tomar nuestra cruz y seguir a Jesús. Existen tanto bendiciones como maldiciones “corriendo por nuestra sangre” e impactando nuestra vida. Sólo la sabiduría y la fortaleza de Dios pueden abrir o cerrar estas puertas antiguas.
Todos somos producto de líneas de sangre familiares y todos llevamos características generacionales y patrones de vida que se remontan a las generaciones pasadas. Algunos de estos son buenos y merecen ser cultivados y desarrollados. Pero otros son malos y deben ser crucificados, negados y necesitan nuestro arrepentimiento, tomar nuestra cruz y seguir a Jesús. Existen tanto bendiciones como maldiciones “corriendo por nuestra sangre” e impactando nuestra vida. Sólo la sabiduría y la fortaleza de Dios pueden abrir o cerrar estas puertas antiguas.
Conociendo que nadie nace en este mundo perfectamente limpio o sin ser afectado por el pecado y la iniquidad de sus antepasados, David confesó desesperadamente diciendo: “Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre”. Aún así, su espíritu se hizo eco del amor y la devoción de Dios hacia nosotros y continuó declarando: “Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo; en lo secreto me has enseñado sabiduría. Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve” (Salmo 51:5-7). Aparentemente, David comprendió que nuestro Nuevo nacimiento en el Mesías es suficiente para la transformación de nuestras almas, así como el nuevo nacimiento de nuestro espíritu.
Nacido a la imagen de Dios
Conforme a la instrucción escritural básica, el hombre es un ser tripartito. Somos un espíritu que tiene un alma y vive dentro de un cuerpo. Así como nuestro Padre Celestial es un Dios trino en Su eternal y perfecta existencia, nosotros, la corona de Su creación, también somos tripartitos y poseemos tres dimensiones: espiritual, emocional y física. Estos tres compañeros deben coexistir y cooperar como un sólo individuo, aunque son completamente diferentes uno del otro y desarrollan funciones diferentes de acuerdo al propósito de Dios.
Espíritu regenerado
Como cristiano, de acuerdo a la Escritura, su ser espiritual (la parte de su ser que interactúa con Dios más allá del espacio y el tiempo), ya fue justificado por la fe. Como está escrito: “En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Para los hijos de Dios, la justificación es un “trato hecho”, cuando se realiza a través de una fe real en el sacrificio de Jesús y, como tal, no se puede mejorar. Una vez que se consuma, la justificación establece al creyente con seguridad en el status privilegiado de “hijo” ante nuestro Padre Celestial, por haber nacido en la familia de Dios como una nueva generación.
Santificación del alma
Todos los hijos de Dios no sólo tienen que nacer de nuevo espiritualmente por fe en el sacrificio de Jesucristo, también deben “ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (Efesios 4:23-24). Mientras el nuevo nacimiento de nuestro espíritu es instantáneo y un milagro eterno anclado desde el mismo momento en que creímos por primera vez, la renovación de nuestra mente (que acompaña a nuestra alma) es un proceso de sanidad, transformación y regeneración que dura toda la vida. Esto involucra convicción, revelación, arrepentimiento e instrucción en la justicia.
Conforme a la instrucción escritural básica, el hombre es un ser tripartito. Somos un espíritu que tiene un alma y vive dentro de un cuerpo. Así como nuestro Padre Celestial es un Dios trino en Su eternal y perfecta existencia, nosotros, la corona de Su creación, también somos tripartitos y poseemos tres dimensiones: espiritual, emocional y física. Estos tres compañeros deben coexistir y cooperar como un sólo individuo, aunque son completamente diferentes uno del otro y desarrollan funciones diferentes de acuerdo al propósito de Dios.
Espíritu regenerado
Como cristiano, de acuerdo a la Escritura, su ser espiritual (la parte de su ser que interactúa con Dios más allá del espacio y el tiempo), ya fue justificado por la fe. Como está escrito: “En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Para los hijos de Dios, la justificación es un “trato hecho”, cuando se realiza a través de una fe real en el sacrificio de Jesús y, como tal, no se puede mejorar. Una vez que se consuma, la justificación establece al creyente con seguridad en el status privilegiado de “hijo” ante nuestro Padre Celestial, por haber nacido en la familia de Dios como una nueva generación.
Santificación del alma
Todos los hijos de Dios no sólo tienen que nacer de nuevo espiritualmente por fe en el sacrificio de Jesucristo, también deben “ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (Efesios 4:23-24). Mientras el nuevo nacimiento de nuestro espíritu es instantáneo y un milagro eterno anclado desde el mismo momento en que creímos por primera vez, la renovación de nuestra mente (que acompaña a nuestra alma) es un proceso de sanidad, transformación y regeneración que dura toda la vida. Esto involucra convicción, revelación, arrepentimiento e instrucción en la justicia.
En su bendición a los discípulos de Tesalónica, el Apóstol oró lo siguiente: “Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonisenses 5:23). Obviamente, seguido a nuestro nuevo nacimiento espiritual, nuestra alma y cuerpo deben ser impactados por el poder de Dios, pero ¿cómo?
Comenzando por ese día bendito, cuando nuestro espíritu nació de nuevo, el alma del creyente comienza su proceso de santificación. Es aquí donde ocurre el proceso discipular, la limpieza constante con el agua de la Palabra, la sanidad de las heridas del pasado en nuestro corazón, el llamado a una entrega diaria y a la regeneración de nuestra mente. Como cantó David: “Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno” (Salmo 139:23-24).
En nuestro camino a la santificación, el “camino eterno” que David menciona, no tiene nada que ver con el camino de sus antepasados. Por el contrario, en el texto original hebreo aparece como “Derekh Olam”, señalando los principios universales, interminables y eternos de Dios que sostienen Su creación (y a nosotros) en su totalidad. Son estos principios divinos que el Espíritu de Dios instila dentro de nosotros mientras nuestras almas son santificadas.
Cuerpo glorificado
En tercer lugar, mientras nuestro espíritu nació de nuevo justificado por la fe y nuestra alma se santifica mientras camina con Jesús, nuestro cuerpo será glorificado hacia el fin de los tiempos. Pablo animó a sus discípulos diciendo: “En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21). En esta, así como en otras escrituras, encontramos la fuerte seguridad que tarde o temprano, nuestros cuerpos también se levantarán en poder y gloria, como la tercera parte de nuestra persona, en conformidad con nuestro glorioso Salvador.
Ciclos de sanidad para nuestros corazones
Recuerde que mientras su espíritu fue justificado por la fe y su cuerpo será glorificado en el futuro, la santificación de su alma ocupa su vida presente y llena sus días de propósito, mientras madura en Cristo. Al comprender la sabiduría de Dios y su intención de esta “santificación progresiva”, podemos estar mejor armados y confortados con longanimidad, paciencia y perseverancia mientras la naturaleza cíclica de Su sanidad circula por nuestra alma una y otra vez. Durante esta estación recurrente de limpieza, Dios profundiza más y más en nuestros corazones mientras crecemos a Su imagen.
Algunas raíces generacionales y patrones familiares requieren un “número de visitas” al Médico Divino, porque es el único que conoce cómo podemos atravesar ese tiempo, profundizando más para sanar una herida tras otra y traer Su verdad a nuestro ser interior. Que la oración de David se cumpla sobre su vida, declarando: “¡Levanten sus cabezas, Oh puertas eternas, para que pueda entrar el Rey de gloria!”
En tercer lugar, mientras nuestro espíritu nació de nuevo justificado por la fe y nuestra alma se santifica mientras camina con Jesús, nuestro cuerpo será glorificado hacia el fin de los tiempos. Pablo animó a sus discípulos diciendo: “En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21). En esta, así como en otras escrituras, encontramos la fuerte seguridad que tarde o temprano, nuestros cuerpos también se levantarán en poder y gloria, como la tercera parte de nuestra persona, en conformidad con nuestro glorioso Salvador.
Ciclos de sanidad para nuestros corazones
Recuerde que mientras su espíritu fue justificado por la fe y su cuerpo será glorificado en el futuro, la santificación de su alma ocupa su vida presente y llena sus días de propósito, mientras madura en Cristo. Al comprender la sabiduría de Dios y su intención de esta “santificación progresiva”, podemos estar mejor armados y confortados con longanimidad, paciencia y perseverancia mientras la naturaleza cíclica de Su sanidad circula por nuestra alma una y otra vez. Durante esta estación recurrente de limpieza, Dios profundiza más y más en nuestros corazones mientras crecemos a Su imagen.
Algunas raíces generacionales y patrones familiares requieren un “número de visitas” al Médico Divino, porque es el único que conoce cómo podemos atravesar ese tiempo, profundizando más para sanar una herida tras otra y traer Su verdad a nuestro ser interior. Que la oración de David se cumpla sobre su vida, declarando: “¡Levanten sus cabezas, Oh puertas eternas, para que pueda entrar el Rey de gloria!”
En Su gracia,
Reuven y Mary Lou Doron
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