Muchas personas eligen servir por imitación. Arthur Patrick analiza la vida de un hombre que escogió servir, aún al costo de su propia vida.
En la mañana de ese día, entre las cinco y las seis de la mañana, sacaron a los prisioneros de sus celdas para leerles el veredicto de la corte marcial.
“A través de la puerta entre abierta de las barracas, pude ver al Pastor Bonhoeffer, antes de quitarse su uniforme de prisionero, arrodillado sobre el suelo y orando fervientemente a su Dios. En el lugar de su ejecución, volvió a decir una oración corta, luego trepó los 120 escalones del patíbulo, con una actitud brava y compuesta”.
Con estas palabras tranquilas pero gráficas, el doctor del campo de concentración de Flossenburg, describe el final de la vida de Dietrich Bonhoeffer. Vivian Green cita al doctor mientras relata la historia de Bonhoeffer; para declarar luego que durante el siglo 20, “las Iglesias tuvieron que afrontar la persecución más brutal que jamás experimentaron en la historia, incluso mayor que en los tiempos de los emperadores paganos. Los líderes de la Rusia Bolchevique trataron de borrar la existencia de la Iglesia Ortodoxa y la dictadura Nazi trató de someter a la Iglesia a su filosofía semi pagana” (Nueva historia del cristianismo).
Nosotros, que vivimos en naciones comparativamente estables, estamos en condiciones de ver que hoy continúa la persecución religiosa en muchas partes del mundo. La experiencia de Bonhoeffer habla poderosamente acerca de esto, pero los detalles de su tiempo están muy alejados de la memoria viva. Nosotros también debemos examinar los dilemas actuales a la luz de la Escritura y la historia.
Bonhoeffer y su tiempo
Dietrich Bonhoeffer y su hermano mellizo nacieron el 4 de Febrero de 1906, cuando era fácil creer que Tennyson estaba en lo correcto. Cuando el gran poeta se sumergió en el futuro, pudo ver que los tambores de guerra ya no resonaban y las banderas de batalla eran reemplazadas por “el Parlamento del hombre, la Federación del mundo”. Luego, en 1914, la Primera Guerra Mundial sacudió a la humanidad. Muchos líderes Cristianos nacionales en ambos lados, bendijeron la guerra porque creían que terminaría con todas las guerras.
En retrospectiva, ¿podemos ver mejor cómo las guerras niegan los valores cristianos? Aún los términos de la paz acordados en 1918 perpetuaron el sufrimiento humano y crearon las condiciones para la Segunda Guerra Mundial.
Bonhoeffer estudió la Biblia y la teología con tanta diligencia que tan sólo a los 25 años de edad, fue nombrado profesor en la Universidad de Berlín. Dos años más tarde, Adolf Hitler asumió el liderazgo de Alemania. En respuesta a las políticas Nazi’s, Bonhoeffer ayudó a establecer un “seminario subterráneo” para cultivar los valores Cristianos. Sin embargo, su rol en el seminario de la “Iglesia confesante”, le ganó la exclusión de la Universidad de Berlín. La Gestapo también cerró el seminario y encarceló a los 27 estudiantes.
Los libros de Bonhoeffer reflejan con detalle esas experiencias crueles. Algunas de las mejores se titulan: “El costo del discipulado”, “Cartas y escritos desde la prisión” y “Testamento hacia la libertad”. Demostraban con claridad por qué el teólogo y el canciller seguían un curso de colisión. Bonhoeffer alimentó una convicción sorprendente: “Sólo aquellos que obedecen pueden creer y sólo aquellos que creen pueden obedecer”. Su definición de la gracia, también es muy provocativa: “la gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy peleamos por una gracia costosa. La gracia barata implica devaluar la grandeza del don de la salvación. Los sacramentos, el perdón de pecados y las consolaciones de la religión, se dejan a un lado a precios de liquidación… Gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la Iglesia, la comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es una gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia donde Jesucristo no vive y está encarnado en mí” (tomado de Dietrich Bonhoeffer: Testigo de Jesucristo).
Entre 1930 y 1939, Bonhoeffer viajó por Inglaterra y Norteamérica para estudiar, abrazar el ministerio pastoral y, finalmente, enseñar. Tranquilamente podría haberse quedado a una distancia segura de los dilemas de su patria. Durante 1939 en New York, concluyó que cruzar el Atlántico “fue un error”. Mientras pensaba y oraba sobre su situación personal y sobre Alemania, creyó que la voluntad de Dios para su vida era clara.
Escribió: “No tendré ningún derecho de participar en la reconstrucción de la vida Cristiana en Alemania luego de la guerra, si no comparto las pruebas de este tiempo con mi pueblo. Los cristianos en Alemania enfrentan la terrible alternativa de anhelar la derrota de la nación para que la civilización pueda sobrevivir o anhelar la victoria de su nación con la consecuente destrucción de nuestra civilización. Yo sé cuál de estas alternativas debo escoger, pero no puedo tomar esa decisión pensando en mi seguridad”.
Un asunto de familia
Poco después que Hitler llegara a ser canciller, su gobierno tramó un boicot en contra de los negocios Judíos. Estableció piquetes frente a las fábricas, tiendas y negocios de los judíos. Julie Bonhoeffer, la abuela de Dietrich de 91 años de edad, se negó a obedecer las leyes de discriminación. Ignoró a los guardias apostados fuera de un negocio judío, entró y compró fresas. Los guardias no se atrevieron a tocar a esa anciana elegante y alerta. La familia Bonhoeffer era así: Atrevida y con principios.
Más de una década después, el compromiso de la familia de Dietrich y sus asociados, los ayudaría a precipitar su muerte. Cuando Bonhoeffer regresó a su tierra el 27 de Julio de 1939, apoyó a la resistencia política en contra de Hitler. Hacia 1941, le prohibieron imprimir o publicar sus convicciones.
Aún así, se identificó con la “Operación 7” y su clamor por rescatar a los Judíos. Dos años más tarde, anunció su compromiso con María von Wedemeyer. La relación le agregó gozo, pero intensificó el peligro; la hermana de Dietrich, Christine y otros parientes, fueron arrestados durante Abril de 1943.
En la prisión de Tegel y aún en el campo de concentración de Buchenwald, Bonhoeffer parecía calmado y firme, “como un hacendado en su casa de campo”. Le hablaba a sus carceleros “con libertad, amistosamente y con claridad, como si estuviera al mando”. La gente decía que afrontaba “los días de desdicha con ecuanimidad, sonriente y con orgullo, como alguien destinado a ganar”. Pero el prisionero se preguntaba a sí mismo de una manera penetrante: “¿Realmente soy todo lo que dicen los demás acerca de mí o soy sólo lo que conozco de mí mismo? ¿Agotado, anhelante y enfermo, como un pájaro en una jaula, peleando por respirar, mientras dos manos comprimen mi cuello; anhelando los colores, las flores, las voces de los pájaros, sediento de palabras de amabilidad y amistad, sacudido por la expectativa de grandes acontecimientos, temblando con debilidad por los amigos que están a una distancia infinita; débil y vacío en la oración, en el pensamiento, en el hacer, desfalleciendo y listo para decir adiós a todo esto?”. ¿Quién soy? La sola pregunta se burlaba de él insistentemente hasta que clamó: Sea quien sea, Tú me conoces; Dios mío, ¡yo soy el que Tú conoces!
El dilema de un pacifista
¿Cómo puede un cristiano vivir y testificar en una nación controlada por hombres malvados, con un poder absoluto para destruir a otros? Bonhoeffer acariciaba ideales elevados. En una visita a América en 1930, falló tres veces el test para conducir. Un amigo le sugirió que si le daba al examinador unos $5 podría pasarlo. Pero Bonhoeffer prefirió seguir adelante insistiendo con los exámenes para obtener la licencia, antes que sobornar al oficial. El dilema sobre qué hacer acerca de Hitler era muy dificultoso, especialmente para un pacifista convencido. Bonhoeffer razonó: “Si me siento junto a un loco mientras conduce un auto hacia un grupo de peatones inocentes; como cristiano no puedo esperar tranquilo que llegue la catástrofe para luego consolar a los heridos y enterrar a los muertos. Debo tratar de hacer todo lo posible para quitarle el volante de las manos al conductor”. Cuando fue descubierto el diario del Almirante W.W. Canaris, se confirmaron las sospechas de Hitler acerca de otro complot en su contra.
Ordenó de inmediato una acción masiva al respeto. Eberhard Bethge, el biógrafo de Bonhoeffer, declaró que alrededor del 9 de Abril, cuando colgaron a Dietrich, fueron asesinados otros 5000, incluyendo a otros miembros de la familia Bonhoeffer (Enciclopedia de la religión).
Mirando hacia atrás, podemos ver el año 1945 como una bisagra de la historia. Antes que terminara ese trágico mes de Abril, Hitler celebró una ceremonia nupcial bizarra con su mujer y luego se suicidaron. Unos pocos días después, Alemania se rindió.
Bonhoeffer y nosotros
En Jesucristo, Dios se hizo humano y sufrió la muerte en la cruz. En ninguna parte el Fundador del cristianismo les garantiza a sus seguidores un pasar seguro por este mundo en conflictos. En su último sermón, registrado por Mateo, Marcos y Lucas, Jesús advirtió sobre “la angustia y la perplejidad”. Continuó: “Los hombres se desmayarán a causa del terror y de la expectación de las cosas que sobrevendrán al mundo habitado, porque los poderes de los cielos serán sacudidos” (Lucas 21:26). Pero en ese contexto, Cristo nos da dos promesas brillantes: “Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Y cuando comience la prueba final, dice: “… mirad y levantad vuestras cabezas; porque vuestra redención está cerca” (Lucas 21:28).
Antes del rescate final del pueblo de Dios, habrá un “…período de angustia, como no lo ha habido jamás desde que las naciones existen….” (Daniel 12:1). Las enseñanzas de Jesús ordenan mucho más que una expectativa gozosa acerca de su Segunda venida: También nos desafían a implementar con fidelidad los valores que Él ejemplificó con claridad, reforzándolos vívidamente con parábolas y relatos.
La experiencia de los martirios como el de Dietrich Bonhoeffer, nos ofrece un consejo y una advertencia para la liberación del tiempo final y su preludio. El Cristo que sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo donde debemos “seguir en sus pasos” (1 Pedro 2:21); también nos alienta con la buena noticia para cada “nación, tribu, lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6).
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