Por Kathi Pelton
Recientemente, mi esposo y yo estuvimos acompañando a dos de nuestros mejores amigos en el entierro de su hijo Jason. Los acompañamos a lo largo de esa breve enfermedad hasta su deceso, encontrando que esas pocas semanas fueron agonizantes y hermosas al mismo tiempo. El dolor y la pena fueron verdaderamente agonizantes, aún así, mientras manteníamos nuestros ojos fijos en Aquel que es fiel para siempre, pudimos ver su verdadera belleza.
Mientras observábamos el ataúd de Jason descendiendo dentro de la tumba, sus dos hijas pequeñas (de dos y nueve años) se acercaron tanto como pudieron para decirle adiós a su papá por última vez. La escena conmovía a los corazones más duros y en medio de eso, pude oír al Señor susurrándome: “¿Quién crees que Soy?”
Fidelidad y verdad
“Luego vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Verdadero. Con justicia dicta sentencia y hace la guerra. Sus ojos resplandecen como llamas de fuego, y muchas diademas ciñen su cabeza. Lleva escrito un nombre que nadie conoce sino sólo él. Está vestido de un manto teñido en sangre, y su nombre es el Verbo de Dios. Lo siguen los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio. De su boca sale una espada afilada, con la que herirá a las naciones. Las gobernará con puño de hierro. Él mismo exprime uvas en el lagar del furor del castigo que viene de Dios Todopoderoso. En su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores” (Apocalipsis 19:11-16)
Aunque a menudo no comprendemos los pensamientos de Dios o sus caminos, nuestro espíritu sabe sin lugar a dudas que Él es fiel y verdadero para siempre. ¿Dios es fiel para nuestros amigos que perdieron a su hijo en el comienzo de su vida? ¿Él es verdadero, aún cuando existen muchas promesas que no se cumplieron y fueron enterradas junto con ese joven? Aunque mi mente no pudo comprender, mi espíritu clamaba: “Sí… ¡Él continúa siendo fiel y verdadero!”
La noche que murió Jason, tuve un breve encuentro durante el mismo momento de su muerte que impactó mi vida. Este encuentro no fue como una visión o un sueño, fue como si me hubieran llevado hacia otro sitio por un breve tiempo. En este encuentro, estaba de pie en un lugar con remolinos de colores donde había un hombre con el pelo rizado justo delante de mí. Supe en mi espíritu que era Jason. Me estiré para atraparlo, pero al hacerlo, él vio algo que no pude ver y gritó: “¡Mi Esposo!”; corriendo hacia Aquel que obviamente podía ver con claridad. Las palabras de Jason, “¡Mi Esposo!”, me atravesaron como una carga eléctrica e instantáneamente terminó el encuentro.
Esta breve experiencia literalmente le impartió a mi espíritu algo muy hermoso e íntimo, tan lleno de vida que me es difícil describir. Esas palabras, “¡Mi Esposo!”, cargaban la plenitud de la esperanza como ninguna otra cosa que experimenté. Fue como oír la esperanza de toda la creación completarse en ese momento y en una vida. Estuve observando algunos video clips de los soldados americanos que regresaban de Irak, abrazando a sus esposas e hijos, incluso a sus compañeros y los compraré con lo que oí decir a Jason. Él corrió hacia Aquel que es fiel y verdadero para siempre, Aquel que cumple cada promesa con sólo una de las manifestaciones de su belleza y Aquel que es el único Rey de reyes y Señor de señores.
El Dios de Betel
Este mes señala un 10° aniversario en mi vida. En abril de 1998 estuve confinada en un hospital por 60 días, por causa de un severo trastorno alimentario. Aunque era esposa de un pastor y madre de cuatro niños, tenía un problema que nunca había tratado en mi vida. Les pedí a mi esposo y a la familia de nuestra iglesia que me ayudaran a ingresar a un centro cristiano de tratamiento para poder recuperarme y obtener la ayuda que necesitaba.
Me casé joven siendo una cristiana recién convertida. Dentro del primer año de nuestro matrimonio, mi esposo y yo fuimos a la Escuela bíblica juntos para estudiar misiones. Debido al hecho que crecí en un hogar abusivo y disfuncional desde niña, tuve que tomarme el tiempo para permitirle al Señor que sanara los años de dolor y las heridas que recibí. Pero éramos jóvenes y estábamos enamorados entre nosotros y con Jesús, por eso queríamos transformar al mundo.
Durante nuestros años en la Escuela bíblica, no supe cómo tratar con el dolor que surgía desde mi pasado y no pude comprender la compasión que Jesús tenía por los corazones quebrantados. Rápidamente desarrollé una mentalidad religiosa donde los cristianos no tenían sitos quebrados. ¡Qué jóvenes éramos! Por lo tanto, mi salida fue desarrollar un trastorno alimentario que duró más de 15 años, alejándome de la salud y llenándome de vergüenza.
Cuando llegué al punto de la desesperación donde fui capaz de humillarme y pedir ayuda, sabiendo que muchos no lo comprenderían, entré en un tiempo y un espacio en mi vida al cual llamé: “Mi Betel”.
El Dios que habla
“…y al lugar donde Dios le había hablado lo llamó Betel” (Génesis 35:15)
Aunque al mirar hacia atrás, el tiempo que pasé en el centro de tratamiento fue “la noche oscura de mi alma”, también puedo decir que llegó a ser mi Betel. Esto quiere decir “Casa de Dios” y en este tiempo y espacio, Él me habló con la mayor claridad que nunca antes y llegó a ser “mi Casa de Dios”. Comencé a aprender quién era para mí. Aunque lo llamaba mi Salvador y Amigo, en ese tiempo, comencé a experimentarlo como mi Salvador y Amigo.
Al vivir rodeada de otras sesenta vidas quebrantadas, comencé a descubrir la belleza de la humildad y la dependencia. Pude ver muchachas jóvenes y mujeres que vivieron muchos sufrimientos, encontrándose cara a cara con la compasión de Cristo y el amor de su Padre Celestial. Yo era una de ellas. Aunque algunas no lo recuerdan, aquellas que sí lo hicieron, hoy son pilares en la Casa de Dios. Tienen una gran compasión por los quebrantados y una comprensión de la misericordia de Dios como pocas.
En este tiempo nuestro Dios les está hablando a aquellos que tienen oídos para oír. Percibo que este tiempo marcará para muchos una experiencia como la de Betel, donde Dios le habló a su pueblo y será como un altar en sus vidas, trasladándolas de las tinieblas a la luz.
El Dios que vence
“Luego oí en el cielo un gran clamor: Han llegado ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios; ha llegado ya la autoridad de su Cristo. Porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte” (Apocalipsis 12:10-11)
Recientemente pude darme cuenta con precisión que Dios está llamando a los quebrantados y a los que se sintieron en las tinieblas, a pararse en la Luz de su amor y ser transformados. Estos serán los pilares llamados “vencedores” y conocerán a Aquel que es fiel y verdadero, Aquel que escribió en su muslo las palabras “Rey de reyes y Señor de señores”.
“Vengo pronto. Aférrate a lo que tienes, para que nadie te quite la corona. Al que salga vencedor lo haré columna del templo de mi Dios, y ya no saldrá jamás de allí. Sobre él grabaré el nombre de mi Dios y el nombre de la nueva Jerusalén, ciudad de mi Dios, la que baja del cielo de parte de mi Dios; y también grabaré sobre él mi nombre nuevo. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 3:11-13)
Así como su nombre está escrito en su muslo, será escrito sobre nuestras vidas mientras vencemos al acusador del pueblo de Dios. Estamos en una especie de campo de entrenamiento donde estamos aprendiendo a vencer al mundo para que podamos ir hacia el mundo y no ser vencidos por él. Es un tiempo muy vulnerable porque enfrentamos lugares de oscuridad. Aún así, estamos ganando autoridad a través de una gran adversidad y somos preparados como un gran ejército de vencedores… a través de la Sangre del Cordero y la palabra de nuestro testimonio.
El Dios que guarda sus promesas
Aunque muchos de nosotros entramos en este año creyendo con gran excitación que ingresábamos en un nuevo día, para muchos no sucedió como lo esperábamos. Estoy segura que nuestros amigos que perdieron a su hijo no pensaron que este nuevo día comenzaría con una pérdida semejante. También estoy seguro que muchos de ustedes que leen esto no esperaban enfrentar algunas de las pruebas por las que tuvieron que pasar en los primeros meses del año. ¡Pero no se desanime! Cuando los israelitas cruzaron el Jordán hacia la tierra que Dios les prometió, lo primero que encontraron fueron muros fortificados y enemigos enormes. Recuerde lo que Josué dijo no mucho más allá de cruzar el Jordán:
“Ante esto, Josué se rasgó las vestiduras y se postró rostro en tierra ante el arca del pacto del Señor. Lo acompañaban los jefes de Israel, quienes también mostraban su dolor y estaban consternados. Josué le reclamó a Dios: Señor y Dios, ¿por qué hiciste que este pueblo cruzara el Jordán, y luego lo entregaste en manos de los amorreos para que lo destruyeran? ¡Mejor nos hubiéramos quedado al otro lado del río! Dime, Señor, ¿qué puedo decir ahora que Israel ha huido de sus enemigos?” (Josué 7:6-8)
Aún los grandes hombres de fe como Josué cuestionaron los caminos de Dios. Él nunca había dicho que no enfrentaríamos grandes batallas, dijo que ganaríamos grandes batallas. Creo que la familia de Jason aún no vio el final de la historia de su vida. ¡Su vida será conocida como una victoria! Las batallas que está enfrentando hoy pueden ser fieras y verse como si lo fueran a vencer… pero por medio de la Sangre del Cordero y de su testimonio, ¡Usted vencerá!
Hay una gran autoridad en este tiempo descendiendo sobre aquellos que enfrentan esas pruebas y vencen. Dios está creando pilares en su casa. ¡Los pilares existen para sostener las cosas! Cuando las tormentas vengan y las batallas arrecien, los pilares sostendrán el edificio que está bajo ataque.
Entonces, ¿Quien dice que es Dios? Yo digo que es el Rey de reyes y Señor de señores. Digo que es fiel y verdadero, aún cuando no podamos comprender. Digo que es el Dios que guarda sus promesas, el Dios que nos da la victoria y el Dios que sana nuestras heridas. ¡Él es el gran Yo Soy! Es el autor y consumador de nuestra fe, el principio y el fin; y nuestro Padre eterno.
Dios le está preguntando, “¿Quién dices que Soy?”
Kathi Pelton
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