Por Francis Frangipane
Cuando llegué a los pies de Cristo, el Señor me entregó un sueño acerca de mi futuro. Pensé que todo lo que el Señor dijo ocurriría de inmediato. No sabía nada de la preparación y de morir al yo, nada sobre aprender paciencia y mantener la visión a través de la prueba; eso ocurriría antes que la promesa de Dios llegara a su cumplimiento. En consecuencia, me llené de ambición. Esta es la primera motivación que se levanta en los inmaduros espiritualmente. Era como los discípulos que a los pocos días de la resurrección de Jesús, le preguntaron: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino a Israel?” (Hechos 1:6).
La ambición es muy engañosa. Se puede parecer a la obediencia, porque al no reconocer verdaderamente la voz del Señor, la voz a la que nos encontramos obedeciendo no es la de Él, sino la nuestra. Nuestra visión puede venir de Dios, pero nuestra motivación puede ser egoísta. En consecuencia, donde hay ambición, Santiago nos dice que pronto surgirá “el desorden y toda clase de cosas perversas” (Santiago 3:16). ¿Por qué? Porque comenzamos a pensar que podemos lograr la voluntad de Dios a través de la fuerza humana. Buscamos un avivamiento, pero Dios nos quiere llevar hacia el quebrantamiento.
Los inmaduros espiritualmente no reconocen su inmadurez por su misma condición. En lugar de ello, se vuelven impacientes, temerosos y demandantes. Como el orgullo ciega a los ambiciosos, presumimos que estamos listos para las grandes asignaciones en Dios. De hecho, llegamos a ser una asignación muy difícil para aquellos que trabajan con nosotros porque nuestras acciones continuamente generan conflictos.
La ambición busca matar lo que se encuentra entre ella y la plenitud espiritual. Aún así, es la ambición en sí misma la que debe morir para poder alcanzar la plenitud. El diccionario Webster nos dice que la ambición es: “un deseo intenso por algún tipo de logro o distinción, como las riquezas o la fama, y el deseo de esforzarse por ello”. La palabra que se traduce como “ambición” en la Escritura es entregarse al “esfuerzo”. Verdaderamente, la ambición es una causa mayor de desgaste, divisiones y conflictos dentro de las Iglesias.
Creo que recibir una promesa de Dios es lo mismo que recibir un mandato de Él. Personalmente no entiendo en qué falla mi carácter o qué necesito alcanzar sobre la fidelidad, ser un siervo entregado y poseer un corazón agradecido. Estas cosas necesitan ser trabajadas en mí antes que Dios pueda comenzar a cumplir verdaderamente sus promesas y oportunidades. Lo que llegué a ser para Dios es mucho más importante que cualquier cosa que hice por Él.
Hoy vivo en la sustancia espiritual de lo que fue un sueño hace treinta y ocho años. Mis ambiciones sufrieron mucho, pero mis sueños se cumplieron. Aunque no llegué a los mayores aspectos de mi llamado, comprendo la diferencia entre la ambición y el verdadero liderazgo, y es esta: El ministerio no es un llamado a liderar, sino a morir.
Cada progreso que tuve a nivel espiritual, fue precedido por una oportunidad para morir a mí mismo. El poder en mi vida viene del lugar donde morí a mí mismo y ahora vivo en Cristo.
¿Quiere avanzar espiritualmente? La puerta hacia el poder de la resurrección es la crucifixión. Dios arreglará las oportunidades para que pueda morir a sí mismo. Debe discernirlas. Morir al yo y a su ambición es el sentido de alcanzar la verdadera plenitud espiritual. Si reacciona carnalmente o con resentimiento ante la oportunidad de morir, fracasará en alcanzar ese cumplimiento. Sin embargo, si puede mantener su visión mientras muere su ambición, tendrá éxito.
Cristo viviendo en nosotros
Tener una verdadera visión no es lo mismo que tener motivaciones piadosas. Una persona puede tener una visión directa desde el corazón de Dios; sin embargo, puede buscar su cumplimiento motivado por la auto promoción y la ambición. Jesús predicó que el Reino de los Cielos estaba a la mano. Esto es visión. Pero también enseñó: “…Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mateo 16:24).
Si vamos a seguir a Jesús, note que se nos entregó nuestra propia y única cruz: “Tome la suya”. Dios tiene una cruz diseñada específicamente para crucificar nuestras ambiciones carnales en el camino para alcanzar nuestra visión.
Considere a José
Dios le entregó un sueño sobre su futuro, pero en lugar de pesar tranquilamente la experiencia divina, se exaltó a sí mismo ante sus diez hermanos mayores. Les aseguró que un día se inclinarían como gavillas de trigo, en señal de sumisión ante él. Su inmadurez carnal despertó la carnalidad de sus hermanos, quienes urdieron un complot diabólico: Pensaron matarlo. La visión de José provino de Dios, pero las motivaciones de su carácter caído y sus acciones casi le costaron la vida (vea Génesis 37).
Aún así, Dios estaba con José, aún en su falta de conocimiento espiritual. Debemos regocijarnos porque Dios también está con nosotros, aún en nuestra inmadurez y ambición. También debemos entender: Una verdadera visión lo matará antes de poder llenarlo. José tuvo que aprender a confiar en Dios en medio de cualquier circunstancia o injusticia en la que se encontró. Tuvo que aprender a ser paciente, sirviendo a otros, hasta que llegó el tiempo cuando su sueño floreció y se hizo realidad.
“…hasta que se cumplió lo que él predijo y la palabra del Señor probó que él era veraz” (Salmo 105:19)
Seguramente, el Todopoderoso podría haber llevado a José hacia Egipto por un camino menos tormentoso. José podría haber madurado entre su familia, sin ser vendido como esclavo. Como había recibido el don de los sueños y su interpretación, el Espíritu Santo podría haberle dado un sueño y decirle que se moviera hacia Egipto (como lo hizo con otro José siglos más tarde). Una vez seguro allí, la fama de José como intérprete de sueños llegaría a los oídos del Faraón en el momento preciso, la mañana siguiente a su fatídica pesadilla. José, el “mercader de sueños”, se hubiera posicionado exactamente en el momento correcto.
En lugar de ello, Dios lo llevó a Egipto treinta años antes de lo necesario. El joven tuvo que enfrentar y vencer repetidas experiencias de muerte a su yo interior. Enfrentó la traición y el abandono; fue esclavizado, tentado sexualmente, acusado y terminó en la prisión. ¿Cuán frustrante podría llegar a ser esta situación? Aún así, luego enfrentó los desafíos del olvido. A pesar de todas estas cosas, José confió en Dios y creció tanto en sabiduría como en integridad espiritual.
Dios no sólo quería que el hombre interpretara sueños, sino que pudiera gobernar su corazón cuando sufriera abandono, injusticia, calumnias, rechazo y traición, manteniéndose fiel a Él sin importar lo que pudiera ocurrir.
José mantuvo su corazón libre de la amargura que oprime al alma cuando sufrimos ataques repetidos. Aún así, José nunca permitió que sus heridas endurecieran su corazón o le impidieran confiar en Dios. Fue un hombre que lloró cuando finalmente se reencontró con sus hermanos. Estos eran los mismos hombres que se rieron de él cuando gritaba desde el fondo de la cisterna donde lo habían arrojado para que tuviera una muerte larga y agonizante. Esto habría ocurrido así, a no ser por una caravana de mercaderes que pasó por allí y lo compró como esclavo. ¡José podía vengarse cortándoles la cabeza! Pero la Escritura dice que cuando hablaba con su familia, José se apartó cinco veces para llorar. Una vez “comenzó a llorar tan fuerte que los egipcios se enteraron, y la noticia llegó hasta la casa del faraón” (Génesis 45:2).
José era un hombre de carácter, un hombre cuyas ambiciones murieron para que su visión pudiera vivir. Bebió la copa que Dios le entregó y su sueño se hizo realidad. Jesús bebió la copa que Dios le entregó y nosotros experimentamos la salvación. Pero cada uno de nosotros tiene una copa que beber en la ruta hacia nuestro destino. No hay atajos hacia el poder. Aunque bebamos todo el sedimento, en lugar de morir, viviremos. Porque no seremos nosotros, sino Cristo viviendo en nosotros.
El liderazgo es un llamado a morir
En Mateo 20:17-19, Jesús buscó preparar a sus discípulos para los tiempos duros que los esperaban. Les advirtió que venía el tiempo cuando Él sería escarnecido, flagelado y crucificado por causa de la redención. Increíblemente, ¡en medio de esta sobria advertencia, la madre de Santiago y Juan le pidió a Jesús que cumpliera con las ambiciones de su familia! Ella dijo: “Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda” (verso 21).
Ella pensaba en progreso, en posición y en un lugar; Jesús pensaba en escarnecimiento, flagelo y muerte. Ella miraba la corona, Cristo hablaba de la Cruz. La respuesta de Jesús no sólo apuntó a silenciar sus ambiciones, también nos habla a nosotros: “No saben lo que están pidiendo, les replicó Jesús. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo voy a beber?” (verso 22).
Asombrosamente, le respondieron “Sí, podemos”. En verdad, no tenían la menor idea del precio que debían pagar. Esa era la voz del orgullo, la ignorancia y la ambición. Veamos qué les respondió Jesús: “Ciertamente beberán de mi copa, les dijo Jesús, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya lo ha decidido mi Padre” (verso 23).
Usted que desea su verdadera plenitud espiritual, oiga esto. Jesús les decía: No puedo cumplir sus ambiciones, sólo les puedo mostrar cómo morir. Aún así, en su inmadurez, Jesús sabía que vencerían. Les aseguró: “Beberán mi copa”. Se sobrepusieron a las ambiciones humanas y llegaron a ser grandes ejemplos para nosotros. También beberemos su copa. Jesús describe los elementos de esa copa mientras continuaba matando al dragón de la ambición:
“… y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (versos 27-28).
Si vamos a progresar con Cristo, considere las palabras que utiliza para describir la puerta hacia el poder: “esclavitud… servir… rescatar”. Note que nunca señala las recompensas (que son muchas). Les mostró el camino hacia el verdadero poder de resurrección. Entréguese como un “rescate” por causa de su familia, su Iglesia o su ciudad. Tome su posición en oración, ayunando y teniendo fe por otros. Párese en la brecha para que otros puedan vivir. Esta es la copa que nos lleva hacia la plenitud espiritual.
Déjeme asegurarle que este no es un camino sombrío, es la senda hacia la vida del Cielo. Porque cuando Cristo vive en nosotros, viene con un gozo abrumador y sostenido. La Escritura dice que mirar al gozo que se estableció ante Él, Cristo tuvo que soportar la Cruz (vea Hebreos 12:2). La Cruz nos libera de la prisión de la auto absorción. Nos libera en la verdadera realidad de Dios, en cuya presencia hay “plenitud de gozo” y en cuya diestra hay “deleites eternos” (Salmo 16:11).
Podemos argumentar: “No comprendes, Francis, fui herido”. Sí, todos padecimos ataques y desengaños, experimentando un dolor profundo. Aún así, al buscar la justicia para nosotros mismos, debemos cuidarnos de la voz de la auto compasión. De hecho, la auto compasión mantiene con vida todas nuestras heridas. En lugar de llevar la cruz, cargamos la ofensa. Debemos rechazar la auto compasión y ordenarle que se retire. ¡Somos seguidores de Cristo! Por lo tanto, perdone la ofensa y deje que se vaya. ¡Esta no es una verdad profunda, es el camino básico de Cristo!
Pablo escribió sobre la fuente de los milagros y la virtud en su vida. Dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados, perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Corintios 4:7-10).
¿Qué es “la muerte de Jesús”? Es morir como Él murió: Cuando vienen las ofensas, cuando estamos azotados por la injusticia, cuando la gente nos falla o nos traiciona, nos ubicamos en la redención. Oramos: “Padre, perdónalos”. El único camino por el cual se puede concretar la ambición, es ambicionar que Cristo se revele a través de nosotros.
Pablo continuó: “Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal. Así que la muerte actúa en nosotros, y en ustedes la vida” (2 Corintios 4:11-12).
Amado, la muerte tiene una tarea que cumplir en nosotros. ¿No es exactamente esto lo que deseamos por sobre todas las cosas: “La vida de Jesús manifestada en nuestra carne mortal”?
Pablo dice: “Por lo tanto, la muerte opera en nosotros”. En las manos de nuestro diseñador eterno, la muerte no es nuestro enemigo. Se transforma en un aliado del proceso de transformación de nuestra alma. Desarrolla una obra en nosotros que no podríamos cumplir de otra manera, porque la muerte de nuestro viejo yo, nos guía hacia la manifestación de la vida de Jesús.
Aquí habita la verdadera plenitud espiritual, no en su lucha por crear un lugar para nosotros mismos, sino en rendir el yo para crear un espacio para Jesús.
El liderazgo está llamado a morir. La madurez espiritual es beber profundamente de la copa de Cristo.
Francis Frangipane
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