Por Bill Yount
“Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16)
La palabra confiadamente en el verso anterior significa: “abiertamente, con franqueza, con brusquedad, hacerlo público”. De hecho, este mensaje puede ser demasiado franco como para imprimirlo.
Desde hace un tiempo, la frustración comenzó a crecer dentro de mí respecto a la necesidad de recibir más finanzas para mi familia y ministerio. Parecía como que era probado mientras una frustración divina sobrecogía mi vida. Oré y le pedí al Señor por finanzas que cubrieran mis necesidades, pero parecía que los Cielos eran de bronce. Busqué dentro de mi corazón aunque esta frustración siguió creciendo dentro de mí. Un pensamiento atravesó mi mente y mi espíritu: “Quiero irme a cualquier lugar donde no haya nadie, como un campo abierto, y mirar al Cielo para gritarle a Dios con desesperación por mis frustraciones financieras”.
Al principio rechacé el pensamiento por creer que era irreverente gritarle así al Señor. Lo desechaba sólo para que volviera una y otra vez. Más tarde me encontraba en un viaje ministerial donde una hermana anciana en el Señor, vino hacia mí para decirme: “Creo que tengo una palabra para usted”. Le dije: “¿Cuál es?”. Me respondió: “¡Santo grito!”. Y ella dijo: “Sé que no tiene sentido”. Le respondí de inmediato: “¡Tiene todo el sentido para mí! Gracias”.
“¡Sea audaz durante todo el camino hacia el Trono de la Gracia!”
Volviendo a casa, seguía excitado al pensar que Dios me permitiría soltar mi frustración con un “¡grito santo!” hacia el Cielo. Pero ahora me daba cuenta que quizá el Espíritu Santo en mí quería liberarme de la frustración, permitiéndole gritar a través de mí y por mí. Comencé a darme cuenta que no le estaba gritando mi frustración a Dios, sino que le estaba gritando a Él.
Primero, para ser libre de la frustración.
Segundo, para permitirle a Dios saber que después de 35 años de servirlo, nunca le pedí un aumento del sueldo…hasta allí.
No porque lo mereciera, pero creo que en Isaías dice “ven, razonemos juntos…”. Eso suena como algo con lo que Dios puede ser razonable.
Como de todos modos Él sabía lo que había en mi corazón, ¿Le importaría si lo colocara en palabras y aún atreverme a gritarlas? ¿Qué podía perder? Por lo menos mi frustración tendría una vía de escape y finalmente podría ser libre de ella. Y como fui ante el trono de la gracia con decisión para recibir misericordia en el tiempo de necesidad, ¿por qué temer? Antes de juzgarme y decir: “Bill, ¿quién te crees que eres para pensar que puedes actuar con tanto atrevimiento?”. Confieso que es muy atrevido y tengo algunas reservas acerca de ello, ¡pero Hebreos nos dice que debemos ser atrevidos para presentarnos ante el Trono de la gracia!
No le estaba gritando a Dios, sino ante Él, mientras el Espíritu Santo clamaba a través de mí, ¡liberándome de mi frustración divina!
Finalmente, una mañana me quebranté delante del Señor, confesando mis pecados y defectos. “Señor, ¡ten misericordia de mí que soy un pecador!”. Aprendí que antes que hubiera una apertura en los Cielos, debe haber un quebrantamiento delante del Señor y un clamor por su misericordia y su gracia en nuestro tiempo de necesidad. Aunque estaba muy quebrantado delante del Señor, esa frustración santa parecía continuar dentro de mí, esperando por su liberación. Esa misma mañana después de llevar a mi hijo a la escuela, estaba oyendo la radio y sonaba una canción con un grito de desesperación ante el Señor. Me recordó Lucas 18, donde al hombre ciego le dijeron que Jesús estaba pasando y clamó ante Él por misericordia.
“Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él se puso a gritar aún más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!” (Lucas 18:39)
Creo que ese grito todavía se oye por todo el mundo en cada nación donde se lee la Biblia.
“Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran…” (Lucas 18:40)
Sentí que ese era mi momento. Continué conduciendo hacia las ferias de nuestra ciudad, donde no había nadie a las 8,30 am. Conduje hacia allí y salí de mi auto. Esperé hasta que algunas personas dejaron el area. Pude ver un par de obreros caminando por el otro lado del terreno y pensé que por la hora vendrían hacia mí cuando me oyeran gritar, podía quedarme en el auto y volver a casa.
Pero salí de mi auto y miré hacia el Cielo para gritar con todas mis fuerzas: “¡Quiero más dinero! ¡Quiero más dinero!”
Primero vino sobre mi vida un gran temor por lo que Dios pudiera hacerme, pero luego sentí una liberación que barría mi alma. Conduje hasta casa. A las 12:00 am, un hermano golpeó a mi puerta y me trajo $23. Dos horas más tarde llegó el cartero. En el buzón de mensajes encontramos cheques por el valor de $1700. ¡La mayor cantidad de dinero que recibimos en un sólo día en nuestros treinta y cinco años de ministerio! Y no había ministrado en ningún sitio ese día… ¡excepto ante el Señor! Obtuve su misericordia y encontré su gracia, ¡Él recibió mi grito desesperado de frustración! Al día siguiente llegaron más de $700 por correo. Y comenzó un avivamiento financiero desde ese día. Con dos gritos, ¡el Cielo se abrió sobre nuestras finanzas y mi frustración desapareció!
El Espíritu Santo nos libera de maneras únicas e inusuales
No pienso comenzar un ministerio que le grite al Cielo. Quizá no vuelva a funcionar sobre mi vida. Quizá tampoco funcione sobre la suya. Pero creo que en esta hora el Espíritu Santo está incubando sobre su Cuerpo para liberarnos de la depresión, la ansiedad y las frustraciones de una manera única e inusual, mientras nos rendimos a su dirección. Escudriñe las Escrituras y vea cuántas veces el pueblo de Dios clamó en voz alta y fueron oídos por su clamor.
Recuerde cuando sus hijos eran pequeños y sólo lloriqueaban un poco, pero comenzaban a gritar porque había algo que los molestaba. ¿Usted corría hacia donde se encontraban para responder a su llamado? Creo que nuestro Padre Celestial actúa de la misma manera. ¡Jesús mismo fue oído debido a su clamor hacia su Padre!
“En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su reverente sumisión” (Hebreos 5:7)
“... ¡Griten con fuerte voz, profundidades de la tierra!...” (Isaías 44:23)
Los Cielos esperan oírlo.
Bill Yount
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