Por Kim Clement
Miqueas 7:18-19: “¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo? No siempre estarás airado, porque tu mayor placer es amar. Vuelve a compadecerte de nosotros. Pon tu pie sobre nuestras maldades y arroja al fondo del mar todos nuestros pecados”.
La mayoría de las personas no comprenden que Dios tiene que actuar de acuerdo a su oficio y según su naturaleza. Mi oficio como padre es ser protector y proveedor para mis hijos. Los amo conforme a mi naturaleza como padre, pero me siento contrariado cuando las cosas salen mal debido a mi llamado, porque es necesario para el bien de ellos. Imagínese si no hubiera consecuencias por desobedecer las reglas de la casa. Debo corregirlos y eso no significa que no los ame. Dios nunca retira su amor y es rápido para dejar a un lado su ira. Dios habla de someter nuestros pecados en Miqueas 7.
Cuando el profeta usa la palabra someter, significa conquistar. Conquistará nuestros pecados por nosotros, eso significa que también removerá la culpa. Nada es más consolador que la remoción de la culpa. Piense un minuto acerca de la culpa. ¿Puede imaginarse viviendo con la culpa hasta el día de su muerte?
La culpa nos lleva a vivir en un estado de violación y es lo opuesto a la inocencia. Psicológicamente, la culpa es un sentimiento negativo asociado con los deseos no cumplidos. La culpa no se debe confundir con el remordimiento. Este es un lamento profundo y doloroso por hacer lo incorrecto. El remordimiento puede ser productivo si nos lleva hacia la compasión y la piedad por los que se encuentran en esa misma posición. Con frecuencia nos guía hacia la acción, un deseo intenso por aliviar el sufrimiento. La culpa nos puede llevar hacia reacciones neuróticas. El propósito de la culpa es hacernos conocer cuando hicimos algo que está mal. Vivir con culpa es vivir con la muerte y si nos mantenemos en un estado constante de culpa, sufriremos mentalmente y aún físicamente.
La culpa opera a nuestro favor en lo que nos ayuda a madurar y crecer, cuando nuestro comportamiento es ofensivo o hiere a otros. Una señal de advertencia con un propósito es buena, especialmente si la señal de advertencia nos ayuda a desarrollar nuestra vida, en lugar de herir a otros, podemos bendecirlos. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, es el mandato brillante que Cristo nos enseñó, pero si vivimos en un estado de culpa porque nos ofendimos a nosotros mismos, no podremos amar a nuestro prójimo por la ira que hay en nuestro interior.
Es vital que vuelva a recuperar el amor por sí mismo. ¿Cómo hacer esto? ¡Compénsese a sí mismo! ¿Le parece loco esto? Sí, tiene que perdonarse a usted mismo en primer lugar, corríjase a usted mismo y cambie lo antes posible, porque esto lo alejará de la culpa.
Culpa correcta
Necesita reconocer la clase de culpa que tiene y su propósito. Si este propósito lo lleva a hacer progresos, es una culpa apropiada y no es auto-destructiva. Si se siente culpable por comerse cinco barras de chocolate, ese es el camino que usa el cerebro para tratar de enviarle un mensaje sobre un comportamiento o un hábito extremo. Semejante comportamiento puede ser auto-destructivo y finalmente dañará su salud y bienestar.
Culpa incorrecta
Con frecuencia, la culpa es situacional. Eso significa que entramos en una situación, hacemos algo inapropiado o doloroso y luego nos sentimos mal por un tiempo. Descubrí que la mejor manera para tratar con la culpa en este punto es pidiendo perdón, ya sea a la persona que herimos o a Dios. Pida perdón. Ahora, no puede pedirse perdón a usted mismo, entonces el único camino es pedirle a Dios que lo perdone y sabemos que Él estableció un camino para que seamos libres del pecado que nos llevará hacia la culpa. La culpa enfermiza o incorrecta, lo hará sentirse mal por cualquier pequeñez o por razones ilegítimas.
Cuando recién me convertí y era tremendamente ignorante sobre la cultura de la Iglesia, especialmente Pentecostal, estaba lleno de celo y pasión por la gente para ganarlos para Cristo. Era una persona mundana e ingobernable que experimentó tanto el pecado y la mundanalidad que rechazaba toda apariencia de maldad. Cuando clamé al Señor para que me perdonara, removió mi culpa y me sentí más liviano. Una carga pesada salió de mi vida. Había cargado mi pecado demasiado tiempo y sentirme libre de todo ello era asombroso.
Una tarde decidí ir a visitar a una familia que conocía de la Iglesia, luego de mi trabajo. Amaba visitar gente de la congregación para orar con ellos o ayudarlos. Esta familia en particular tenía niños adolescentes y cuando golpeé la puerta, esperaba encontrar a la familia en la casa. Sin embargo, la única que estaba en la casa era la hija mayor de 18 años y, sin pensarlo dos veces, le pregunté si podía entrar. Fue muy amable y me invitó. Tomamos un té y oramos juntos, luego me fui. En el mundo del cual yo venía, no había nada malo en lo que hice y cuando los ancianos de la iglesia en la siguiente reunión de oración me confrontaron con toda clase de acusaciones, me sentí confundido. Inicialmente, me reprendieron por estar solo en la casa con una mujer joven y pude comprender bien lo que me querían decir. Eventualmente, luego de hablar mucho, ¡me di cuenta que me estaban acusando de aprovecharme de la joven y aún de haberme acostado con ella!
Estaba tan abrumado por la culpa por esto que llamé a la joven para preguntarle de dónde habían sacado todo eso. El padre me respondió el llamado e inmediatamente me informó que su hija se los dijo. Por supuesto que era una mentira y me defendí. El siguiente paso era enfrentar a los ancianos de la iglesia para defender mi caso. Me acusaron de ser un engañador y apenas pude sostenerme en pie porque estaba shockeado. Nada de esto era cierto y luego de oír sus argumentos vagos, ¡comencé a sentirme culpable! Llamo a esto “culpa inducida”. Me sentía culpable por algo que nunca había hecho. ¡Qué engañador es nuestro enemigo!
Tenía sólo unos meses como cristiano y estaba tan lleno de gozo, tan excitado, con tanta pasión y alabanza; sólo para ser derribado por una acusación de tal magnitud. Supuse que estaba familiarizado con este enemigo, debido al llamado profético sobre mi vida. Pero no fue algo pequeño que Dios permitiera esto durante mis primeros días como cristiano. Le pregunté al Señor qué debía hacer y lo que me dijo fue aún más radical: “Quiero que te pongas de pie el domingo y les pidas perdón por la ofensa. No admitas algo que no hiciste, pero pídeles perdón por herirlos y ofenderlos”. Luché con esto, pero luego sentí que debía hacerlo porque supe que el enemigo nunca podría decirme que hiciera eso, tenía que ser Dios.
Llegó el domingo por la mañana y no pude dormir en toda la noche. Estaba nervioso y compuesto al mismo tiempo. Dios había hablado y estaba obedeciendo. Debía ser fuerte y decidido. Caminé hacia el altar sin anunciarlo y me pare en el frente, mirando hacia la gente. El organista dejó de tocar, el pastor se levantó de su silla, los ancianos me miraron con sus manos en el mentón y la gente esperaba. Les pedí perdón por haberlos ofendido y les dije que si herí a alguien por mis acciones, lo lamentaba y les pedía perdón por ello.
La joven estaba en la reunión esa mañana y no me podía mirar. El padre avanzó hacia mí como si me fuera a atacar. Lo miré directamente a los ojos mientras se acercaba agresivamente y luego pude oír un grito desde la congregación. Era su hija. Corrió hacia adelante y cayó de rodillas en el altar. Luego de un momento muy emotivo, se puso de pie llorando y confesó que no le hice absolutamente nada porque sólo había ido a la casa a orar con la familia. También confesó que mintió con toda intención para hacer sentir celoso a un ex-novio. Se volteó y me pidió perdón.
¿Hay algo más sobre “poner la otra mejilla” que mirar a los ojos? Creo que sí.
Permítame alentarlo, ahora que ingresamos en una nueva década llena de tantas promesas y celo. No arrastre el remordimiento hacia su futuro por no tratar con la culpa en su presente. Dios promete que someterá nuestros pecados y conquistará nuestra culpa. Permítale hacerlo hoy por medio de una acción muy sencilla y difícil al mismo tiempo: perdónese a usted mismo.
¡Avance!
Kim Clement
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