Por Catherine Brown
La oración es el latido de cada persona que nació de nuevo y nos lleva ante el trono de la gracia para experimentar la realidad del amor, la autoridad, la sabiduría y el poder en la comunión con Dios. Sin esos encuentros divinos en oración, nos perderíamos en el proceso continuo por el cual maduramos en nuestra comprensión de la oración y esto afectará toda nuestra vida. Seríamos como las flores sin agua y, en un contexto espiritual, nos marchitaríamos rápido y nuestra vida se secaría.
Mientras estuve en Uganda, volví a revisar el pasaje del huerto de Getsemaní y la intercesión del Señor en ese lugar. Permítame compartir algunos pensamientos con sobre mi tiempo de intimidad con el Espíritu Santo. El huerto de Getsemaní revela un tipo de oración que describiré como “transicional”, una oración que produce cambios y avivamientos, permitiéndonos pasar de un nivel de nuestro destino en Dios y acceder a otro nivel. La oración transicional sirve como un lugar transitorio en nuestras vidas.
La oración transicional establece un puente entre una estación en nuestra vida y la siguiente. Se puede describir como la oración que fluye del corazón de nuestro Padre celestial, con la mente de Cristo en nosotros. Es un tipo de oración doloroso, poderoso y necesario en la vida de cada cristiano.
Es el caminar de uno
“Siéntense aquí mientras voy más allá a orar” (Mateo 26:36).
Jesús tomó a Simón y a los dos hijos de Zebedeo y los llevó al huerto de Getsemaní, pero aunque acompañaron a Cristo, cuando llegó el momento de orar, el Señor se alejó para estar con el Padre. Hay algunas cosas en nuestro caminar como cristianos que podemos compartir con otros, pero habrá otros momentos cuando debemos caminar solos y postrarnos ante Dios. En el momento de nuestra conversión, en varias marcas significativas de nuestro caminar en fe y en el momento del juicio/recompensa al final de los tiempos, estamos solos ante Dios. La oración transicional es inspirada divinamente, un encuentro espiritual cara a cara.
Los discípulos no pudieron mantenerse despiertos con Cristo y les dijo: “¿Ni siquiera pudieron estar conmigo una hora?”. El llamado a estar junto al Maestro por una hora sigue vigente para la Iglesia. Mientras transitamos de gloria en gloria, los principios de la oración de Getsemaní nos ayudarán a permitirle a la Iglesia a orar y desatar el poder y las estrategias apostólicas de Dios.
Es una oración dolorosa
“Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse triste y angustiado. Es tal la angustia que me invade, que me siento morir, les dijo. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo” (Mateo 26:37-38).
Marcos 14:33 dice: “Se llevó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a sentir temor y tristeza”.
La intercesión de Jesús en Getsemaní fue extremadamente dolorosa en niveles que apenas alcanzaríamos a comprender. Sufrió a nivel físico, espiritual, mental y emocional mientras oraba. Aunque nuestras oraciones e intercesión no se pueden comparar con lo que pasó Cristo en Getsemaní, no obstante comprendemos que hay momentos en los que Dios nos imparte gracia para orar y perseverar. Así podremos ir más allá de nuestra incomodidad, para que sus propósitos y planes se puedan soltar desde el Cielo a la tierra por aplicar la fe, tanto a nivel personal como corporativo.
¿Alguna vez oró hasta que fue doloroso? Recuerdo cuando Dios me puso una carga por Corea del Norte y cómo inclinó mi corazón con el suyo por los cristianos que eran perseguidos allí. Lloré varios días mientras Dios me mostraba las atrocidades que estaban padeciendo. Esa intercesión perseverante movió los cielos a favor de la tierra. Finalmente, Dios usó este tiempo para desatar una palabra profética poderosa y movilizar a muchos a favor de los cristianos en ese país. La palabra profética entró en Corea del Norte dentro de globos de aire caliente, mientras otros arriesgaban sus vidas para entregarla a los creyentes a través de la frontera.
En otra ocasión estuve en Uganda y pasé allí sólo una noche, antes de tener que regresar a mi casa. Comencé a orar fervorosamente y clamé a Dios, diciendo que no abordaría el avión para regresar al Reino Unido hasta ver al menos a una persona nacer de nuevo. Con esa oración, Dios inundó mi ser con una carga profunda por las almas y lloré hasta que sólo se redujo a un susurro tenue. Al día siguiente, Dios respondió fielmente y muchas personas entraron a su Reino y los bauticé yo misma en la pequeña cárcel africana.
“… El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil” (Mateo 26:41b). Jesús les aconsejó a sus discípulos que debían vigilar y estar alerta, rechazando la tentación de permitir que su carne gobierne sobre el Espíritu Santo en sus vidas. Como discípulos hoy, debemos recibir esta palabra de coraje divino y orar aún cuando duela, perseverando hasta ver el avivamiento con el fuego y el poder santo de la presencia de Dios.
Es la oración que persevera
“Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra” (Lucas 22:43-44).
Mi convicción firme es que el corazón del Padre se hace claramente evidente en Getsemaní. Dios envió un ángel para que ministrara a su Hijo amado y le entregó el don de perseverar para poder ir desde Getsemaní hasta el Gólgota.
La perseverancia es quizá algo que asociamos con los atletas, mientras trabajan duro, entrenándose para la competencia en los eventos atléticos. También asociamos la perseverancia con atravesar una prueba o alguna tentación. De hecho, ambas aplicaciones tienen comparaciones espirituales en el lugar de oración. Continuamente somos entrenados por el Espíritu Santo en las cosas de Dios y somos guiados a través del valle hacia la victoria en la cima del monte, mientras pasamos por todas las estaciones de cambio. Somos sometidos a presión y mientras esto ocurre, nos parecemos más a nuestro Amado.
Pablo instruyó a su hijo espiritual Timoteo: “Comparte nuestros sufrimientos, como buen soldado de Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:3). Luego siguió hablando sobre la victoria de un atleta que obtiene la corona en la competición y del trabajo arduo de un agricultor antes de recibir los beneficios de la cosecha. Todas estas comparaciones alegóricas nos señalan los beneficios de la perseverancia, recibimos una corona de gloria porque Cristo llevó la corona de espinas. Compartimos los beneficios de la cosecha, porque Cristo es el Señor de la Cosecha. Servimos al Rey de reyes y Señor de señores, siguiéndolo al campo de batalla donde Él reina victorioso. Dios debe abrir nuestros ojos para ver la belleza de los beneficios del don de la perseverancia y enseñarnos a orar como si nuestra vida dependiera de ello, aunque es así. Lo que una persona es en el lugar de oración, es el reflejo de su ser interior.
Es una oración que cuestiona
“...Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Marcos 14:36).
Al pedirle al Padre que hiciera pasar esa copa de Él, Jesús presentó la posibilidad de no tener que beber la copa del sufrimiento. Jesús era un Hijo obediente y comprendió su destino, aunque Cristo le pidió al Padre que si era posible, pasara de Él esa copa.
En el Gólgota, Cristo clamó otra vez al Padre con una pregunta que quedó sin respuesta en este lado de la eternidad: “Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?)” (Marcos 15:34b).
Amado, hay momentos en nuestra vida cuando clamamos a Dios porque nuestros corazones están llenos de dolor con preguntas que no tienen respuestas. Recuerdo una situación hace algunos años y el consuelo que recibí cuando me di cuenta que nuestro amado Señor murió en la Cruz con una pregunta que no recibió respuesta. Jesús puede empatizar con nosotros en todas las situaciones. ¡Él es la Luz al final del túnel y la Luz en el medio! Es hermoso en todas las situaciones y trae paz a nuestras almas atribuladas. Debemos descansar en su soberanía y en su habilidad para encontrarnos en el lugar del dolor para ayudarnos en la transición hacia la sanidad y la plenitud. Así podremos ser usados para orar lo que fluye desde el corazón del Señor para la transformación de las vidas.
El don del Padre y la elección del Hijo
“Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar que, de ser posible, no tuviera él que pasar por aquella hora. Decía: Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Marcos 14:35-36a).
“Padre mío, si no es posible…” (Mateo 26:42a).
En Getsemaní, el lugar del encuentro silencioso, Jesús no se sintió abandonado por su Padre. Esta vez lo llevó a la profundidad de su pacto de amor, permaneciendo en la relación con su Padre. Dios está con nosotros en el lugar de la oración transicional mientras enfrentamos nuestro propio Getsemaní (donde pasamos del gemido a la gloria). Dios, nuestro Padre, está cerca para fortalecernos y alentarnos. Él nos garantiza la gracia para escoger la senda que ordenó y estableció ante nosotros, sin importar el costo de seguir nuestro destino en el Reino.
Una oración de entrega, es un tiempo de apertura
“...Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mateo 26:39).
“Por segunda vez se retiró y oró: Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este trago amargo, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42).
Dios nos capacita para entregarnos a su voluntad en el tiempo señalado. Esto tiene que ver con nuestra habilidad para confiar en Dios y obedecerlo. En amor, nos capacita para que podamos dejar la confianza en nosotros mismos, para confiar plenamente en Dios. Nuevos sitios de entrega en nosotros nos guían hacia nuevos niveles de unción sobre nuestra vida. La osadía santa siempre se precede por un quebrantamiento fresco en los siervos de Dios, donde Cristo se eleva y se exalta a través de nuestra adoración y obediencia a Él.
Es la oración que abraza la cruz
Es cierto decir que sin Getsemaní, no habría Gólgota. Este es el lugar donde se manifestó la gloria del Señor en la intercesión de Getsemaní, donde Cristo clamó para atravesar la Cruz. Asimismo, no habría Pentecostés sin la Cruz, la sangre derramada como una fuente del amor de Dios en el Calvario antes que el Espíritu Santo pudiera derramarse en Pentecostés. Cada sacerdote tiene un altar y cada altar reclama un sacrificio. La Cruz tiene es el altar sobre el cual Cristo, nuestro sumo sacerdote, sacrificó su vida por toda la humanidad, comprando su redención por su sangre preciosa. Él ministra en el poder de una vida indestructible. El altar fue santificado por la sangre y ésta fue aceptable porque estaba respaldada por el sacrificio de la vida de Cristo en la Cruz.
La Cruz debe ocupar el centro de nuestra vida, porque recibimos la revelación y la impartición de los intercambios divinos redimidos por el sacrificio de Cristo y la habilitación del Espíritu Santo para vivir nuestras vidas para Dios. Estos intercambios divinos, incluido Jesús cargando nuestros pecados para que podamos recibir perdón. Él fue castigado para que podamos recibir paz, rechazado para que podamos recibir aceptación y fue hecho maldición para que podamos entrar en la bendición y ser restaurados en la comunión con Dios.
Es una oración de avivamiento
La oración transicional es una epifanía, porque cambia y transforma nuestra vida. La oración transicional es un encuentro, el huerto es el terreno de nuestros corazones y mentes donde Dios planta sus propósitos y se encuentra con nosotros para manifestar su voluntad. La oración transicional es de intercambio, donde nuestra carne se rinde a la voluntad y el dominio de Dios por su Espíritu Santo.
En el Edén, la carne de la humanidad fue sometida por la tentación y el pecado, por eso el primer Adán cayó de la gracia. En Getsemaní, el Señor prevaleció en obediencia por la voluntad del Padre y el segundo Adán (Jesucristo), accedió a la gloria redentiva haciendo un camino para que la sangre del Calvario pueda fluir como un río eterno de limpieza y sanidad.
Es una oración que da a luz
Los pujos y las lágrimas de Getsemaní, precedieron al triunfo en la Cruz sobre el poder y el castigo del pecado, la muerte y la enfermedad.
Cuando una mujer está en trabajo de parto, entra en un tiempo de transición que precede el nacimiento inminente de su hijo. El nacimiento de su hijo es inevitable, aunque durante este proceso doloroso, una mujer debe abstenerse de bajar los brazos y pujar para que nazca el niño, mientras la partera examina el canal de parto para chequear que la vía aérea del niño esté libre para dar a luz de una manera segura. Cuando el examen se completa y el bebé está seguro, la mujer puede dar el pujo final y el niño finalmente sale.
La oración transicional tiene pasos similares. Los creyentes deben descansar en el Espíritu Santo, como su partera espiritual, para dar a luz los propósitos y los planes de Dios en el tiempo señalado y de la manera correcta. Dios da a luz su voluntad en nosotros a través de la oración. Debemos ser un pueblo que abrace su llamado soberano a la intercesión, donde no existe la esterilidad, para la gloria de nuestro Dios.
Catherine Brown