Por Jennifer Eivaz
Mi esposo inició un proyecto amplio de remodelación en el 2003 para actualizar el edificio de nuestra congregación. Lo necesitábamos con desesperación porque nuestro edificio recibió poca atención desde 1950. Teníamos una iluminación terrible, unas sillas tipo teatro de color dorado que tenían mucho olor, una alfombra verde muy desgastada, un órgano de tubos enorme, paredes empapeladas con un color metalizado en las paredes del santuario y otras reminiscencias de un tiempo pasado.
También vale la pena mencionar que la pintura exterior estaba muy cuarteada, el piso de cemento del lobby era resbaladizo, los huecos de las escaleras que no conducían a ninguna parte y la pérdida de los cimientos en partes del edificio. ¡Todo se tenía que ir! Como congregación, administramos todo para culminar la renovación para tener un edificio más funcional, con alta tecnología y visualmente más estético. Muchas familias hicieron grandes sacrificios para que esto pudiera ocurrir. El mayor problema durante la remodelación fue el departamento de edificación de nuestra ciudad. Aprobaron nuestros planos de construcción y después retiraron su aprobación, luego que comenzamos la obra.
Todo nuestro santuario fue desmantelado y ahora querían diseños más seguros que demandarían varios cientos de miles de dólares. Si no cumplíamos, amenazaban con extender la inspección al resto del edificio para buscar otras violaciones a los códigos. Se sentía como una extorsión y nos puso en una terrible limitación financiera. Por la gracia de Dios pudimos afrontarlo, pero como una comunidad nueva de oración, comenzamos a orar una oración simple, sin darnos cuenta de sus ramificaciones.
Todo lo que le pedíamos al Señor era que “cambiara el departamento de edificaciones”. No fuimos las primeras víctimas, por eso nos sentíamos justificados en esta oración. Personalmente me encontraba en un estado de falta de perdón e ira y reclamaba algún tipo de justicia. Mantuvimos esa oración ante el Señor continuamente y no bajamos los brazos. Cerca de un año después, oímos en las noticias que fueron despedidos todos en el departamento de edificaciones, incluyendo los miembros contratados. Eso parecía totalmente imposible dada la cultura del gobierno de nuestra ciudad.
Aprendí una lección muy valiosa durante ese tiempo. Aprendimos a pensar en lo que orábamos, antes de hacerlo. En realidad hacíamos oraciones que brotaban desde nuestro corazón, aun así esas oraciones se materializaban. ¿Es posible hacer oraciones que no están alineadas con el corazón de Dios y aun así ver su cumplimiento? ¡La respuesta es sí! Somos más poderosos de lo que pensamos y fuimos autorizados por Dios mismo para gobernar los asuntos de la tierra por medio de nuestras oraciones (Isaías 56:7 y Mateo 6:10).
¿Dios responde nuestras oraciones personales, aunque no se originen en Él? ¡Sí lo hace! Muchas cosas por las que oramos en realidad tienen que ver con nuestras propias preferencias, pero no necesariamente provocan una reacción negativa en cadena. Por ejemplo, podemos orar por un lugar más cercano donde estacionar en el centro comercial por razones de seguridad o simplemente porque no queremos caminar esa distancia. Podemos orar por un clima mejor en un día que tenemos programado alguna actividad importante de evangelismo o una boda al aire libre. Hacemos estas oraciones basados en nuestras preferencias personales y Dios las responde en su gracia por medio de su favor.
También hay oraciones que realizamos desde “nuestro propio egoísmo, nuestra ira o para tratar de atar la voluntad de otro”. Por ejemplo, los israelitas comenzaron a quejarse y clamaban por carne diciendo: “Recordamos… comíamos con libertad en Egipto” (ver Números 11:5). El Señor se disgustó mucho con su queja, pero aun así les respondió con 30 días de una lluvia de carne cayendo sobre sus campamentos. Con la provisión ilimitada de carne, la Biblia dice que incluso les envió “flaqueza de alma” (ver Salmo 106:15). En otras palabras, sus almas disminuyeron en el conocimiento de Dios en lugar de crecer, porque oraron con un corazón despreciable. Esto resalta la importancia de tener un corazón correcto para orar. Nuestras razones para pedir cosas son tan importantes como lo que estamos pidiendo.
No debemos darle órdenes al Reino equivocado
Cierta vez oí a alguien orar: “Señor, si esta persona sigue tomando, ¡enférmalo!”. Hubo un tiempo donde no habría pensado mucho acerca de esto, pero mi experiencia con el departamento de edificaciones me enseñó me enseñó algo. ¿Cómo se ve eso de enfermar? Si esa persona tomara un trago, ¿tendría un cáncer o algo por el estilo? ¿Vomitaría? ¿Tendría úlceras? ¿Dios respondería una oración así? ¿Negociamos sin darnos cuenta con las tinieblas para tratar de manipular el comportamiento de alguien? Jesús hizo algo inusual en Juan 13. Satanás había poseído a Judas y luego Jesús le dijo: “Lo que vas a hacer, hazlo ya” (ver Juan 13:27).
En otras palabras, Jesús le ordenó a satanás que procediera con el plan de la cruz, sabiendo que el demonio no podría ejecutarlo a menos que se lo permitiera. Jesús sólo hizo esto una vez, pero las escenas como estas nos instruyen sobre la dimensión espiritual. Cuando no conocemos la Palabra escrita, cuando no tenemos el corazón del Padre, podemos deslizarnos a hacer oraciones de ira y manipulación. Estas oraciones tienen el potencial para movilizar el poder espiritual equivocado. Los discípulos de Jesús experimentaron el rechazo por una villa de Samaria y se lo hicieron saber.
Le preguntaron si debían ordenar que descendiera fuego del cielo para consumir esa villa, como hizo Elías (ver Lucas 9:51-54). Estoy asombrado por ese nivel de fe, creyeron que podían ordenar que descendiera el fuego, pero en lugar de ello, recibieron la respuesta contraria: “Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas…” (Lucas 9:55-56). Note que Jesús no dijo que la “orden” de los discípulos no se podría manifestar. Sin embargo, resaltó su corazón incorrecto y su deseo perverso de matar a toda una villa entera.
¿Alguna vez se sintió como los discípulos luego de haber sido rechazado por alguien? ¿Alguna vez le sugirió a Dios que debía castigar a otro por lo que le hizo? Estos son sentimientos normales y todos los experimentamos. Luchamos para balancear nuestros sentimientos con el corazón redentivo de Cristo cuando estamos alterados, disgustados, apaleados o cuando experimentamos alguna injusticia. Sin importar si somos exhortados a orar e interceder “por todas las personas” (1 Timoteo 2:1). Orar “por todas las personas” no es orar solo por las personas que nos agradan. Es orar por las personas que no nos agradan, creyendo que saldrán de las tinieblas a la luz y vivirán victoriosamente para Jesucristo.
Debemos ser agentes de redención
Cierta vez estaba sentada en una conferencia junto a una mujer de mediana edad que comenzó a compartir su historia conmigo. Era la hija de un pastor y podía discernir que la esposa de su pastor operaba bajo un espíritu jezabélico. Es una enseñanza muy comprometida, pero para abreviar, este espíritu se caracteriza por la manipulación, el control, el pecado sexual y por perseguir a los ministerios proféticos. Era una acusación muy seria. Esta hija de pastor comenzó a orar y a pedirles a otros que la acompañaran orando contra el espíritu jezabélico que controlaba a la esposa del pastor. Ella creía que había encontrado pruebas que la esposa de su pastor tenía este espíritu inmundo y le entregó su evidencia al comité de la congregación, así como a las autoridades regionales de su denominación.
Tristemente, el comité y las autoridades de la denominación estuvieron de acuerdo con ella y removieron a su pastor y a su esposa del púlpito. Quedé con la boca abierta mientras ella me contaba esto, porque era obvio lo que en realidad estaba ocurriendo. Se había sentido ofendida por su pastor y su esposa. Esta mujer escogió usar la oración, la acusación y aún “palabras proféticas” para removerlos del púlpito. ¿Cómo pudo tener éxito? En ira e ignorancia, movilizó la fuerza espiritual equivocada y en realidad tuvo éxito porque se cumplió su voluntad.
Los corazones que están alineados con Jesús y su amor incondicional, no orarán para herir, enfermar o destruir a otras personas. Recuerde que nunca se justifica una ofensa en el Reino de Dios. Esto no significa que no debamos ejercer sabiduría en nuestras relaciones y ligarnos con gente perversa. Sin embargo, cuando oremos debemos considerar el espíritu del asunto y ser agentes de redención.
Oramos para que la vida de oración fluya en los lugares muertos. Oramos para que la sangre de Jesús limpie los corazones de la gente de toda tendencia maligna. Atamos a los espíritus demoníacos para que no puedan usar a los cristianos como aliados del mal. Le pedimos al Espíritu Santo para que los cubra y haga nacer su Reino en sus corazones. Oramos apasionadamente, pero con sabiduría. Bendeciremos y nunca maldeciremos.
Jennifer Eivaz
(www.elijahlist.com)
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