Por Francis Frangipane
¿Cómo maneja la crítica? ¿Cómo se protege a sí mismo del “azote de la lengua”? (Job 5:21). Si espera tener éxito en la obra del Señor, debe encontrar el lugar secreto de Dios para protegerse del arma más poderosa de satanás: La lengua crítica.
El hecho es que, para mejor o para peor, la gente siempre hablará de usted. No puede hacer la voluntad de Dios sin provocar cambios y éstos siempre harán tropezar a alguien. En realidad, Jesús dijo que debíamos cuidarnos cuando todos los hombres hablaran bien de nosotros. Dijo que no podíamos servir a dos amos. Si queremos agradarlo verdaderamente a Él, no podemos distraernos tratando de agradar a cualquier otro.
Al mismo tiempo, hay una estrategia demoníaca que se establece en contra de aquellos que enseñan la Palabra de Dios y ministran a su pueblo. La campaña del enemigo no solo apunta a destruir al pastor, también busca dispersar a las ovejas. Si el ataque de satanás es exitoso, todos los involucrados saldrán de la batalla con menos amor y con un corazón endurecido.
Encuentro asombroso que los individuos puedan reaccionar tan diferente ante la misma enseñanza. Unos pueden sentirse elevados y alentados mientras que otros no pierden la bendición del Señor, pero se sienten ofendidos por una afirmación aislada. Parece que por cada persona que toma el martillo y el cincel para hacer un ídolo de un predicador, habrá otros con un martillo y clavos, listos para crucificarlo. A menos que el hombre sea sostenido por el Señor, las presiones en su contra pueden ser abrumadoras.
La mayoría de las personas fallan al recordar que un ministro es solo otro cristiano. No es Superman, las balas (y las palabras) no rebotan contra su pecho. No es invulnerable al discurso cruel y malicioso. Es una persona imperfecta llamada a servir al Dios viviente en el Cuerpo de Cristo, pero no es más que una persona.
Para la mayoría, la Iglesia es un lugar donde la gente va para expresar su adoración a Dios, ser enseñada y tener comunión. Pero para los hombres y las mujeres de Dios, la Iglesia es el edén de Dios. La mayor parte del trabajo real del pastor no está en el púlpito, sino en el servicio discreto de cultivar el amor y la confianza en las relaciones personales.
A los ojos de Dios, la Iglesia es mucho más que un lugar de reunión casual de conocidos o de creyentes doctrinalmente unidos. Para el Padre, la Iglesia es un templo viviente, una casa humana para el Espíritu de su Hijo. La Biblia dice que cuando Él nos estableció en nuestra congregación particular, en realidad le agradó hacerlo (1 Corintios 12:18). Juntos con el Espíritu Santo, el pastor y los ancianos trabajan para llevar a la Iglesia a una relación correcta con el amor de Dios y luego desparramar ese amor por toda la Iglesia en la ciudad.
Dios proveyó caminos honorables para que la gente sea transferida desde una congregación hacia otra. Si alguien quiere dejar una congregación para comenzar la suya propia, existen los caminos apropiados para recibir la unción de Dios y ser enviado (Ver Hechos 13:1-3). No es necesario señalar faltas y provocar una división en la Iglesia. Cuando las cosas se hacen correctamente y en orden, la gente será edificada. Pero cuando las relaciones se deterioran y se destruyen por el chisme malicioso o cuando una confianza en desarrollo se transforma en una desconfianza por medio de la retaliación y la crítica, Dios mismo se llena de ira (Proverbios 6:16-19). Si Dios se ofendió, cuánto más difícil es para sus siervos mantenerse distantes de los conflictos provocados por el pecado.
La respuesta
¿Cómo encuentra un hombre o una mujer de Dios el balance entre su necesidad básica de sobrevivir y su responsabilidad de agradarlo a Él? La respuesta es ponerla en el amor de Cristo. Un número de años atrás tuve grandes dificultades durante un tiempo en el cual un puñado de personas me hizo blanco de sus críticas. Existe un tipo de crítica constructiva que viene por medio de las personas que lo aman y le enseñan y lo prosperan. Pero hay otro tipo de crítica diferente que viene por medio de un espíritu amargo que no busca corregirlo sino destruirlo. La relación que tuve con estas personas cayó dentro del segundo grupo.
Para ser honesto, estoy seguro que había áreas en mi vida que estaban desequilibradas y algunas de sus quejas estaban justificadas. Sin embargo, mucho de lo que tenían que decir, lo hablaban a mis espaldas. Nuestra congregación estaba fuera de equilibrio por estas personas. Traté de hacerlo, pero nada de lo que pudiera decir o arrepentirme, los haría callar.
Busqué al Señor durante tres años, aunque Él nunca me vengó de sus acusaciones. En lugar de ello, el Señor trató conmigo. Alcanzó profundamente cada subestructura de mi alma y comenzó a tocar áreas escondidas de mi vida. El problema con el Señor no era mi pecado, sino mi “yo”. La Biblia dice que nuestros pecados están ante nosotros (Salmo 51:3), a estos los puedo ver. Pero no tenía perspectiva acerca de mi propia alma. El Señor permitió que esta crítica continuara hasta que desenterró algo más profundo y más fundamentalmente equivocado que cualquiera de mis interpretaciones doctrinales o pecados. Me desenterró a mí.
El Espíritu Santo comenzó a mostrarme cuán fácil era manipulado por las críticas de las personas y especialmente cuánto de mi sensación de paz era gobernada por la aceptación o el rechazo de los hombres. Cuanto más oraba, Dios no me liberaba de mi enemigo. Me salvó matando esa parte de mí que era vulnerable a las tinieblas y lo hizo con las acusaciones mismas.
Nunca me olvidaré el día cuando Dios y el diablo querían mi muerte, pero por razones diferentes. Satanás quería destruirme por medio de las calumnias y luego drenarme con la actividad incesante de explicarle “mi posición” a la gente. Al mismo tiempo, en primer lugar Dios quería crucificar esa parte de mi alma que era fácilmente explotada por el diablo. Fue un día de quiebre cuando me pude dar cuenta que esta batalla no terminaría hasta que muriera a lo que la gente decía de mí. Quizá fue en este punto donde verdaderamente me convertí en un siervo de Dios.
Hoy me asombro por lo que hizo el Señor durante esos meses terribles y maravillosos. Él sabía que llegaría el momento cuando las cosas que escribía tocarían las vidas de millones de personas. Para inmunizarme contra las alabanzas de los hombres, el Señor me bautizó en sus críticas hasta que morí al control de los hombres.
No me malentienda: Oro honestamente sobre las cosas que otros me dicen y rindo cuentas ante otros líderes. Incluso tengo un equipo cuya asignación es proveerme un análisis crítico de mi vida y mi trabajo. Pero ya no me gobiernan los hombres. Vivo para agradar a Dios y si les agrado a los hombres, ese es el negocio del Señor y no el mío.
Adaptado del libro de Francis Frangipane: “El escudo del Altísimo”.
Francis Frangipane
(www.elijahlist.com)
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