lunes, 6 de febrero de 2017

“La naturaleza de la autoridad: El libro de Apocalipsis”

“La naturaleza de la autoridad: El libro de Apocalipsis”

Semana 2, 2017

Por Rick Joyner

En el estudio anterior  traté el tema del simbolismo en el trono del Señor. Seguiré con el pasaje de Apocalipsis 4:4: “Rodeaban al trono otros veinticuatro tronos, en los que estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de blanco y con una corona de oro en la cabeza”.

Este consejo de veinticuatro ancianos fue objeto de una cantidad de especulaciones por parte de los teólogos y los maestros de la Biblia. Algunos los consideran como los ancianos de los dos pactos, doce por cada uno. Quizá, pero sabemos que son autoridades en el cielo que están sentados en tronos y tienen coronas sobre sus cabezas.

Posiblemente la razón más importante por la que estos ancianos son parte de “la revelación de Jesucristo”, es que el liderazgo subordinado al líder, siempre reflejará la imagen del superior. Los que alcanzan este nivel de liderazgo, posiblemente el mayor alcanzado por los hombres, será uno de los reflejos más elevados del liderazgo del Señor. En este tiempo debemos atrapar todo lo que podamos de lo que se enseña acerca de ellos.

Las vestiduras blancas de estos veinticuatro ancianos hablan sobre su pureza. Que estuvieran “vestidos” habla que esa pureza les fue imputada por la cruz de Jesús. Lo mismo se cumple en cada uno de nosotros. Solo podemos ser así de puros cuando la cruz de Jesús es nuestra justicia. Esto no significa que no debemos caminar en pureza, alejándonos del pecado y la lujuria de la carne, hacemos esto porque amamos al Señor. Siempre debemos hacer lo que es agradable a los ojos del Señor, no según nuestra propia justicia.

Aun así, Gálatas 5:19-21 nos advierte: “Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.

La mayoría de los cristianos cae ocasionalmente en uno o más de estos y a veces con frecuencia. En la guerra contra nuestra antigua naturaleza, perdimos algunas batallas. Aunque los que “practican estas cosas”, los que se entregaron a ellas, no heredarán el Reino de Dios. Así de seria debería ser nuestra guerra contra la naturaleza carnal y debemos determinar que la ganaremos. Aun así, como escribió Santiago: “Todos fallamos mucho” (Santiago 3:2). Nuestra justicia nunca se mide por nuestro desempeño, sino por nuestra confianza en la cruz de Jesús.

Por esta razón, cualquier cristiano que confíe en la cruz de Jesús para su justicia está vestido de blanco, como ocurre con estos ancianos. Demostramos esto por la siguiente enseñanza del apóstol Pablo en Gálatas 5:22-6:3: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros. Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado. Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo. Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo”.

Estos ancianos tenían coronas de oro que en las Escrituras usualmente hablan de la naturaleza divina. Esto denota que su autoridad era como la de Cristo. Demostramos esto cuando “vivimos por el Espíritu”, como lo señalamos arriba. Esto comienza por “no ser jactanciosos”, “desafiarnos unos a otros” o “envidiarse unos a otros”. ¿Cuánto de nuestras conversaciones son jactanciosas, un intento por mostrarnos más grandes o mejores? La autoridad de Dios no hace eso. Tampoco desafía a otros. Si tenemos una opinión diferente la compartimos con gracia, no atacando la posición del otro. Tampoco hacemos nada por envidia.

Si alguien es atrapado en alguna transgresión, buscamos restaurarlo con un espíritu piadoso, como deberíamos hacerlo cuando corregimos a los hijos de otra persona. ¿Cuánto más con los hijos del Rey? Cuando Jesús vio nuestro pecado y nuestra corrupción no nos condenó. En lugar de ello, rindió su vida para salvarnos. Así es la naturaleza de toda autoridad divina. Entonces cumplimos la ley de Cristo cuando llevamos las cargas de otros. Como enseñó el Señor, toda la ley está cumplida cuando amamos a Dios y nos amamos unos a otros. ¿Nuestra autoridad está alimentada por el amor?

Hay mucho más que se puede decir sobre la autoridad divina que lo que podemos tratar aquí, pero sabemos que no es como la “autoridad de los gentiles”. Esta autoridad se usa para dominar a otros, pero la que viene de Dios se ejerce en la naturaleza de Cristo, quien vino para servir y no para ser servido. La autoridad divina es para ayudar a otros y no para usarlos. Esta ayuda comienza con redención. Aunque nunca más habrá otro sacrificio por el pecado, porque esto se cumplió por completo en la cruz de Jesús, debemos “tomar nuestra cruz todos los días”. Rendimos nuestras propias vidas, nuestros intereses egoístas, para servir a otros como lo hizo el Señor.



“La marca de la verdadera autoridad: El libro de Apocalipsis”

Semana 3, 2017

Por Rick Joyner

Los veinticuatro ancianos se mencionan cuatro veces más en Apocalipsis y siempre están postrados sobre sus rostros adorando al Señor. Esta es una imagen crucial de la autoridad divina: Son adoradores. El modelo profético por excelencia del Mesías en el Antiguo Testamento es el rey David, además de ser uno de los mayores adoradores en las Escrituras. Vivir dedicados a la adoración es fundamental para aquellos que quieren caminar en la autoridad divina.

Estos veinticuatro ancianos también se humillan ante el Señor. Se inclinan ante Él, la naturaleza básica de la verdadera autoridad espiritual. Debido a la verdad que afirma que “Dios resiste al orgulloso, pero le da gracia al humilde” (ver Santiago 4:6), la humildad es la característica básica de la autoridad divina. Ciertamente tenemos muchos ejemplos del carácter divino hoy en día. Pero también encontramos a muchos que tienen influencia significativa en la Iglesia de hoy, ejerciendo la autoridad de una manera descarada, arrogante, jactanciosa, dominadora y abusiva. ¿Cómo es esto?

El apóstol Pablo lamentó esto en 2 Corintios 11:19-21: “Por ser tan sensatos, ustedes de buena gana aguantan a los insensatos. Aguantan incluso a cualquiera que los esclaviza, o los explota, o se aprovecha de ustedes, o se comporta con altanería, o les da de bofetadas. ¡Para vergüenza mía, confieso que hemos sido demasiado débiles! Si alguien se atreve a dárselas de algo, también yo me atrevo a hacerlo; lo digo como un insensato”.

Es vergonzoso que los cristianos sin discernimiento caigan con tanta facilidad bajo esta clase de autoridad carnal. Si alguien se exalta a sí mismo para ganar influencia, seguro no está operando por la autoridad piadosa impartida por el Señor. Si se aprovechan del pueblo de Dios, es una señal segura que no fueron enviados por Él. ¿Qué padre enviaría a alguien como estos para cuidar a su familia? ¿Cuánto más no enviará Dios a los que tienen su naturaleza para servir a su familia?

Si fuimos llamados a ejercer cualquier nivel de autoridad en la casa del Señor, debemos tener en mente a los hijos de Quien estamos sirviendo. Reconozco un ministerio o una posición en la Iglesia cuando veo al Señor en él. Por ejemplo, tuve que conocer al Señor como mi Pastor. Conozco su voz como mi Pastor. La manera como reconozco a un verdadero pastor enviado por Dios, no es por su conocimiento, sus títulos o aún por quién lo ordenó. Aunque estas cosas tienen algún peso, busco a mi Pastor en ellos. Lo mismo ocurre con un maestro. Puedo reconocerlo como un maestro cuando veo a mi Maestro en ellos.

La Iglesia en Éfeso recibió la orden de probar a los que se llamaban apóstoles, pero no lo eran. Si somos verdaderos pastores o atalayas fieles para el pueblo de Dios, tenemos la responsabilidad de probar a cualquiera que declare haber sido enviado por Dios. Una buena señal de alguien que no fue enviado por Dios es que se ofende al ser probado. Aquellos que saben que son enviados por Dios no estarán inseguros.

Mientras avanzamos en el estudio del Apocalipsis, una de las lecciones principales es la diferencia entre la autoridad de Dios y la oposición del diablo para engañar a muchos. Esto será cada vez más importante mientras nos acercamos al fin de los tiempos.


Rick Joyner 

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