lunes, 21 de septiembre de 2009

“Al que venciere: liberación de las ataduras religiosas”

 

Por Wade Taylor

clip_image002“Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).

En este tiempo, muchos sienten una carga intensa por el Cuerpo de Cristo y perciben que se está por manifestar algo fresco que va más allá de nuestro entendimiento actual. Es muy importante no repetir los errores del pasado en este tiempo de visitación.

La Palabra del Señor a las siete Iglesias (Apocalipsis 2:1-3:22), prefigura la progresión de los hechos que abarcan toda la era de la Iglesia. Los indicadores por los cuales las visitaciones en el pasado no llegaron a su plenitud o no perduraron, se pueden encontrar en la Palabra del Señor a estas siete Iglesias.

La Iglesia de Éfeso

La primera de estas, la Iglesia de Éfeso, se había apartado de su “primer amor” (Apocalipsis 2:4). Esta Iglesia fue testigo del poder y la fe de los apóstoles que experimentaron personalmente la presencia de Cristo resucitado. El Señor esperaba que mantuvieran esta experiencia de su presencia personal manifiesta, pero comenzaron a alejarse de ello.

Esta Iglesia fue recomendada porque “odiaba las obras de los nicolaítas, las que también odiaba Jesús” (Apocalipsis 2:6). No existe explicación en la Escritura sobre quienes eran estos nicolaítas. Sin embargo, podemos comprender su identidad a través del significado de la misma palabra “nicolaíta”.

“Nikao” significa conquistar o consumir el “Laos” o a los laicos, la gente. Los nicolaítas defendieron el compromiso con el sistema del mundo para que los cristianos pudieran participar, sin avergonzarse, en las actividades sociales y religiosas de la sociedad en la cual vivían. Trataron de armonizar las prácticas paganas con la fe cristiana. En tiempos de la Iglesia de Éfeso, sus enseñanzas permitían que los cristianos participaran de la religión civil romana.

Como resultado de esto, el Espíritu Santo se retiró de sus reuniones, provocando la pérdida de la impartición espontánea y los movimientos que vinieron sobre los miembros de esta Iglesia. Por tanto, los nicolaítas representan al clero que se apartó de “la presencia y el poder” sobrenatural, sustituyéndolas por “formas y ritos”. El compromiso que defendían provocó que se “opacara” el espíritu del pueblo del Señor, mientras eran expertos con la sociedad y las prácticas de su tiempo.

Además, los “clérigos” ganaron control sobre las funciones del ministerio y abolieron la adoración espontánea que provocaba la manifestación del poder de la presencia de Dios. Por tanto, la gente se transformó en “espectadora” de la función desarrollada por el clero.

En su mensaje a la Iglesia de Éfeso, el Señor les dice con claridad que odiaba las obras de los clérigos que hacían que su pueblo no pudiera experimentar su presencia manifiesta y la operación del poder sobrenatural.

Estos nicolaítas estaban presentes en Éfeso, pero eran odiados. En la tercera Iglesia en Pérgamo, el Señor los vuelve a mencionar: Toleras así mismo a los que sostienen la doctrina de los nicolaítas (Apocalipsis 2:15). Aquí los reprendió con firmeza.

Las Iglesias de Tiatira, Sardis y Filadelfia

En la cuarta Iglesia (Tiatira), el Señor dice: “Ahora, al resto de los que están en Tiatira, es decir, a ustedes que no siguen esa enseñanza…” (Apocalipsis 2:24). Pero ahora los nicolaítas estaban en control y sólo un remanente permanecía fiel.

Esta enseñanza del “compromiso” del clero los guió hacia una declinación espiritual que culminó en la Era de la Oscuridad. Durante este tiempo de intensa apostasía y tinieblas espirituales, surgió una chispa de revelación sobre la “justificación por la fe” con Martín Lutero. Esto comenzó una restauración progresiva que desarrolló dentro de la quinta Iglesia, Sardis y encontró su obra completa en las últimas dos Iglesias, Filadelfia y Laodicea.

Acerca de la quinta Iglesia, Sardis, el Señor dijo: “…Conozco tus obras; tienes fama de estar vivo, pero en realidad estás muerto” (Apocalipsis 3:1). Esta Iglesia regresó a la sana doctrina, pero no experimentó la restauración del ferviente “primer amor” que se perdió en Éfeso. Aparentemente, los nicolaítas seguían ostentando un control considerable y le impedían al pueblo de Dios experimentar la “aceleración” de la presencia manifiesta del Señor o el “poder” del Espíritu Santo moviéndose en sus reuniones.

La sexta Iglesia, Filadelfia, habla de una congregación vencedora que experimentaba la presencia y el poder manifiesto del Señor. Pelearon por ello y obtuvieron una puerta abierta hacia la operación de lo sobrenatural en sus reuniones. Sobre esta Iglesia, el Señor dijo: “...Mira que delante de ti he dejado abierta una puerta que nadie puede cerrar. Ya sé que tus fuerzas son pocas...” (Apocalipsis 3:8)

Aquí los nicolaítas fueron completamente derrotados y perdieron toda influencia y control. Esta Iglesia cultivó la presencia de Aquel “…que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir” (Apocalipsis 3:7). Una vez más, el pueblo del Señor posee este mismo y ferviente “primer amor” por el Señor que se perdió en Éfeso.

Su presencia manifiesta los quemaba en su interior y todas las ataduras se derretían mientras el Espíritu Santo establecía sus caminos en sus vidas y en sus reuniones. Debemos alcanzar mucho por medio de la Iglesia de Filadelfia en nuestros días que permite una apertura amplia de su presencia y su poder.

La Iglesia de Laodicea

La séptima Iglesia es la de Laodicea. La Palabra del Señor para ella es: “Dices: ‘Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada’; pero no te das cuenta de que el infeliz y miserable, el pobre, ciego y desnudo eres tú” (Apocalipsis 3:17).

La Iglesia de este tiempo recibió más prosperidad, dones y ministerios que cualquiera en otro tiempo. Aunque es rápida para testificar acerca de estas bendiciones, el Señor expone a esta Iglesia por su inmadurez espiritual (ciega y desnuda). Sin embargo, esta prosperidad no es la causa principal de su ceguera y desnudez espiritual. Su problema estaba en el hecho que no reconocieron su necesidad espiritual: “…y no me hace falta nada” (Apocalipsis 3:17). Están satisfechos con las cosas que poseen y no buscan a Aquel que les dio todas las cosas.

El Señor se reveló parado fuera de la Iglesia próspera de Laodicea, golpeando a su puerta para atraer su atención: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).

Como esta Iglesia perdió su sensibilidad a la voz del Señor, dirigió su llamado a buscar a las personas que pudieran responder diciendo: “si alguno”.

La doctrina de los nicolaítas hizo que se “opacara” el espíritu de la Iglesia. Al aceptar la prosperidad material y acomodarse a ella, relegaron efectivamente la visitación del Señor en el interior de esta Iglesia de los últimos tiempos. Esta es una de las causas principales de la falla de la visitación “carismática”.

Por tanto, el espítitu nicolaíta que se sembró para traer un compromiso con el sistema del mundo en la Iglesia temprana, está presente en la Iglesia actual. Jesús dijo con claridad: “Mi Reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Santiago nos dice: “…Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios” (Santiago 4:4).

Note el contraste entre estas dos Iglesias de hoy. En Filadelfia, el Señor puso delante de ellos una puerta abierta hacia la revelación de su presencia manifiesta y la operación del poder sobrenatural en medio de ellos. En Laodicea, está fuera golpeando una “puerta cerrada”, buscando a alguien que pueda oír su voz y lo invite a entrar para tener comunión con Él.

El Señor les aconseja esto a los que le abren la puerta de su espíritu: “Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te hagas rico” (Apocalipsis 3:18). Este “oro” habla de la naturaleza divina como algo mucho más valioso que todas las riquezas externas que poseían y en las que se regocijaban.

A las personas que decidieron salir del espíritu materialista dentro de la Iglesia de Laodicea se les entrega una promesa gloriosa: “Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21).

Esta es la mayor de las promesas que se le dio a cada una de estas siete Iglesias, aunque es la más difícil de alcanzar y más aún hoy, debido a la cantidad de engaños que debemos discernir o la intensidad de las tentaciones que debemos resistir. Los impedimentos que debemos vencer para alcanzar la verdadera espiritualidad, son mayores que cualquier otra presión que las demás generaciones debieron afrontar. Ceder nuestra fe es muy popular, pero el costo es elevado. Aquellos que lo hacen, no serán capaces de oír el llamado gentil del Señor a la puerta de su espíritu: “si alguien oye mi voz”.

La puerta abierta hacia su presencia

El Señor está buscando a aquellos que deseen pagar el precio para ser parte de la Iglesia de Filadelfia, ganando la vida espiritual y la fortaleza disponible para ellos. Pocos lo hacen porque la Iglesia de Laodicea es muy popular. Conoce y utiliza las técnicas que traen crecimiento y prosperidad material a la Iglesia.

Un pasaje de la Escritura que el Señor está haciendo muy real en este tiempo es: “A los que me aman, les correspondo; a los que me buscan, me doy a conocer… enriqueciendo a los que me aman y acrecentando sus tesoros” (Proverbios 8:17, 21).

Esto habla de los vencedores que entraron por la “puerta abierta” y experimentaron un nuevo “primer amor” por la persona de Jesús. Estos buscan su Reino sometiendo sus vidas al dominio de su gobierno y compran oro refinado por el fuego. Encuentran un tesoro eterno que pocos anticiparon.

Para aquellos que le permiten entrar, la “Iglesia de Filadelfia” nunca será decepcionada mientras atraviesa esta puerta hacia su presencia.

Wade Taylor

1 comentario:

GerardoA dijo...

Estimado amigo. Pasa por mi blog hay un reconocimiento allí para ti. Un abrazo y exitos en todo lo que emprendas. Kadosh. G.A.