Por Tiffany Ann Lewis
“Jesús les contó a sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse” (Lucas 18:1).
Cuando las cosas parecen caerse a pedazos es fácil orar, pero es difícil no perder el ánimo. Por tanto, considero que el pasaje de Lucas 18:1-8 es una de las parábolas más profundas que enseñó Jesús. Utilizando un contraste dramático entre la viuda y el juez injusto, nuestro Maestro nos invita a perseverar en oración y nos da esperanza para ayudarnos a no perder nuestro ánimo.
Ahora, Dios no es injusto y nosotros tampoco somos la viuda, porque nuestro Novio está bien vivo. Sin embargo, aquí hay una lección que nuestro Amado desea impartirnos.
La mayor parte de mi vida luché con la necesidad de orar. Después de todo, Él es Dios y nosotros no. Dios necesitó cambiar mi entendimiento dramáticamente sobre la oración para poder entrar en este principio espiritual.
La palabra en inglés para oración se traduce como rogar, suplicar o implorar. Esto parece contradecir la idea de un padre amoroso que les entrega a sus hijos un pedazo de pan.
Sin embargo, desde la perspectiva hebrea, la oración básicamente es la búsqueda del alma, derramando nuestro corazón ante Dios, sobre cualquier deseo o necesidad. Pero ese sólo es el comienzo. Profundicemos un poco más y veamos lo que el Señor está revelando.
Ore al Señor y recuérdele sus palabras
La palabra hebrea para oración es tefillah (Strong: AT 8605). Hay dos interpretaciones para esta palabra, una es tefillah que significa juzgar y el otro nivel lo veremos más adelante. Aquí podemos aprender que orar es un tiempo de auto evaluación y examen del alma.
Pero es mucho más que eso, es un tiempo de evaluación divina. Como puede ver, nuestra comprensión de la oración se corresponde a nuestro entendimiento de Dios. Debemos ver al Creador del universo y juzgarlo como capaz y anhelando suplir todas nuestras necesidades, desde las más pequeñas a las más grandes. Dos cosas ponen esto en perspectiva para mí: el universo y la cruz. Que la tierra se mantenga en su órbita, me convence que Él es capaz de hacerlo y la Cruz me convence que Él quiere hacerlo.
Profundizando un poco más, descubrimos que la palabra tefillah viene de la raíz palal (Strong: AT 6419). Palal es la oración como intercesión, pidiéndole a alguien más poder y sabiduría para intervenir a nuestro favor. Esto lo lleva hacia un nivel muy personal. Cuando juzgamos que Él es capaz, debemos dar ese salto de fe y abrir nuestras bocas para pedir.
Hay más que descubrir en la palabra palal. Todas las letras hebreas tienen un dibujo que les corresponde. Un dibujo representa una palabra, por tanto todas las letras hebreas representan algo visual. Analicemos la raíz de la palabra hebrea para oración: palal. Se deletrea con tres letras: pey-lamed-lamed.
· Pey es la representación de una boca que simboliza una articulación.
· Lamed es la figura de una vara para azotar al ganado. Lamed también es una letra de dirección. Se usa en el alfabeto hebreo como la palabra “hacia”.
Palal/oración, es comunicación y articulación entre Dios y el hombre. No es hablarle a Dios, es hablarle cara a cara, como en el caso de Moisés.
Además podemos ver espiritualmente a través de esta palabra que cuando oramos, abrimos nuestra boca (la letra hebrea pey) hacia (la letra hebrea lamed) Dios y, manteniendo la línea con la viuda persistente, animamos (la letra hebrea lamed) a Dios. Permítame ser claro, no estamos manipulando a Dios en oración, le recordamos, por eso hablamos, lo que prometió. Esto no implica que Dios se olvidó, lo anima a actuar sobre su Palabra. Mientras elevamos ante Dios sus palabras, lo hacemos ante Aquel que es fiel, verdadero y capaz de cumplirlas.
Dios requiere que le sigamos pidiendo
El Antiguo Testamento nos enseña que esta era una manera muy común de orar. Una y otra vez vemos a sus siervos diciendo: “Oh, Señor, recuerda…”. Moisés respondió de una manera similar en Éxodo 32:13, diciendo: “Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac e Israel. Tú mismo les juraste que harías a sus descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo; ¡tú les prometiste que a sus descendientes les darías toda esta tierra como su herencia eterna!”.
La gloria de Dios estaba allí, todo lo que hizo Moisés fue orar acorde a las palabras del Creador. No fue un descuido en el pedido, porque estaba arraigado en las palabras de Aquel que es fiel y verdadero.
Es interesante notar que la raíz de la palabra para oración se encuentra en el hijo de Uzai llamado Palal. Este hombre fue enviado a reedificar el muro de Jerusalén (Nehemías 3:25). La conexión literal es que este nombre significa “juez”. La conexión espiritual es que en tiempos de Nehemías, era un constructor de muros enviado para reedificar el muro de Jerusalén, luego que fue destruido.
Muchos de nosotros podemos sentirnos destruidos como un muro derribado, mientras la batalla continua arreciando en la tierra. Nuestras circunstancias parecen ser sombrías y eso nos hace perder el ánimo. Pero mire lo que dice Dios: “Jerusalén, sobre tus muros he puesto centinelas que nunca callarán, ni de día ni de noche. Ustedes, los que invocan al Señor, no se den descanso; ni tampoco lo dejen descansar, hasta que establezca a Jerusalén y la convierta en la alabanza de la tierra” (Isaías 62:6-7).
Dios nos está reclamando (a los atalayas del muro), quienes juzgamos que Él es capaz y desea responder, que le pidamos continuamente, sin darle descanso hasta que todo se cumpla, estableciendo su Reino en la tierra como en el Cielo. Parémonos en el muro y no le demos descanso a Dios hasta ver la manifestación de sus promesas en la tierra. No nos desanimemos y continuemos orando hasta que los corazones quebrantados se sanen, hasta que los ciegos vean, hasta que los sordos oigan, hasta que los cojos caminen y hasta que los prisioneros sean libres. ¡Aleluya!
Todavía no comprendo todo, sin embargo el Señor estableció estos principios. Estamos llamados a obedecer las enseñanzas de nuestro Maestro sobre la oración sin minimizar el poder de la perseverancia.
Vemos este principio una vez más en un pasaje oscuro de Isaías sobre los hijos de Dios dándole órdenes a las manos del Creador. Isaías 45:11 dice: “Así dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: ¿Van acaso a pedirme cuentas del futuro de mis hijos, o a darme órdenes sobre la obra de mis manos?”. No somos Dios, el Creador del universo, aunque Jesús les enseñó a sus seguidores a orar con osadía, esperanza y expectación. Creo que este tipo de oración viene con una gran reverencia y un corazón sellado en un pacto de relación. Esto es una paradoja, porque es tanto una posición de humildad como de autoridad. El alma tejida con Dios sabe que esto no es sino un vapor, aunque también sabe que no somos viudas, huérfanos o mendigos. Somos hijos e hijas del Altísimo, el Dios viviente y dice que le place entregarnos el Reino. Recuerde, nuestro Maestro nos enseña que aún un padre terrenal no le negaría a sus hijos un pedazo de pan (Mateo 7).
Esto dice que sería negligente si no hablara de los tiempos que esperamos y oramos por las cosas que se fueron de nuestras manos. Muchas almas están aturdidas y perplejas porque perdieron el ánimo y se sienten olvidadas, creyendo que Dios no las ama. Amados, nada más alejado de la verdad. Todos luchamos por comprender, pero veamos un segundo nivel de oración para que podamos encontrar esperanza y consuelo en los brazos de Aquel que es Fiel y Verdadero.
La oración nos liga a Dios, donde podemos ver desde la perspectiva eterna
Los sabios nos enseñan que la oración/tefillah, se relaciona con un verbo que significa: alcanzar, unirse o atar. Nada nos acerca más a Dios que la oración, porque crea una ligadura entre nosotros y nuestro Creador.
El punto de oración no tiene que ver con suplir nuestras necesidades, sino con entrar en la presencia de Dios. Amado, mientras nos volvemos a Dios en oración, nos conectamos con Él. Aunque el dolor permanece, Él está con nosotros. Desde este lugar de unidad, podremos ver desde la perspectiva eterna.
Quisiera compartir cómo esta perspectiva cambió las cosas para mí. Muchos años atrás, mi esposo y yo orábamos por otro hijo. Nuestra oración parecía responderse, pero rápidamente se iba de nuestras manos. Mis emociones estaban desordenadas. Me culpaba a mí misma, pensando que no tenía suficiente fe, aunque la realidad es que aún cuando nuestra fe flaquee, Dios se mantiene fiel. Estaba decepcionada, deprimida y enojada.
Una noche mientras trataba de comprender todo esto, tuve una visión del Señor sentado en el piso. Extendió sus brazos y me atrajo hacia Él. Mientras estaba sentada allí en la visión, lloré y golpeé mis puños contra su pecho. Él no me empujó ni me corrigió por tratarlo de esa manera. El Señor sólo apretó más sus brazos sobre mí, sobando mi espalda y diciendo una y otra vez, “lo sé, lo sé…”.
Fue en este lugar de unidad con el Señor donde comprendí el pasaje de las Escrituras que dice “dónde está muerte tu aguijón”. Aunque adquiría su perspectiva eterna, mi dolor no se iba y sufrí una pérdida, pero el aguijón se suavizó porque finalmente Jesús salvó el día.
Amados, Jesús nos enseñó a orar siempre sin desanimarnos cuando las cosas se derrumben. Si miramos la oración como un camino para unirnos con Dios, oraremos siempre unidos a Él.
Está aquí, en esta conexión de oración, mientras nuestro corazón se mantiene unido al de Dios, podemos ver desde su perspectiva y no desanimarnos. Aunque lo que esperamos se haya escapado de nuestras manos, sintiéndonos heridos y decepcionados, nos damos cuenta que Dios no está decepcionado porque Jesucristo se levantó de los muertos. Veremos desde su perspectiva y nos daremos cuenta que estamos en las manos del Eterno. Amén y Amén.
Tiffany Ann Lewis
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