Por Francis Frangipane
En el Salmo 73, el salmista Asaf expresó un problema que todos nosotros solemos sentir. Se preguntó por qué los malvados prosperan mientras los justos son castigados. La idea lo molestaba mucho hasta que entró en el santuario de Dios. Cuando estuvo en la presencia de Dios, Asaf se dio cuenta de su error. Mientas se comparaba a sí mismo con un incrédulo, pudo ver que, aparte de la influencia de Dios, no tenía nada de qué alardear. Dijo: “Se me afligía el corazón y se me amargaba el ánimo por mi necedad e ignorancia. ¡Me porté contigo como una bestia!” (Salmo 73:21-22).
Finalmente, su alma se iluminó mientras consideraba que sólo Dios era su salvación y su relación con Él era su fortaleza. Escribió, “Pero yo siempre estoy contigo, pues tú me sostienes de la mano derecha. Me guías con tu consejo y más tarde me acogerás en gloria. ¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna” (Salmo 73:23-26).
El pensamiento que resume la revelación de Asaf y el punto de este capítulo, es el verso 28: “Para mí el bien es estar cerca de Dios. He hecho del Señor Soberano mi refugio para contar todas sus obras”.
Pongámoslo claro: La cercanía de Dios produce nuestro bienestar. Dios nunca diseñó el cristianismo para gente linda que trata de parecer buena. No somos así de buenos. No somos así de inteligentes y no somos así de bonitos. Lo único que puede sostener al verdadero cristianismo es una verdadera unidad con Jesucristo. Nuestra cercanía hacia Él en todas las cosas produce nuestro fruto espiritual.
Si somos honestos debemos admitir que, aparte de la influencia y la obra de Dios, no existe nada moralmente superior o alguna virtud importante acerca de nuestras vidas. Nuestra carne tiene las mismas pasiones carnales que la gente en el mundo, nuestra alma carga las mismas inseguridades y temores. Por tanto, aparte de la influencia de Cristo en nosotros, no existe diferencia entre los cristianos y los no cristianos (salvo que los cristianos, cuando viven separados de la presencia de Dios, pueden llegar a ser más odiosos). Sólo nuestra relación con el Señor puede mantenernos alejados de la lujuria y los deseos de la carne, porque lejos de Él no podemos hacer nada (Juan 15:5).
Por tanto, la fortaleza de nuestro andar no se origina dentro de nosotros, viene de nuestra relación con Cristo. Nuestra virtud, si se puede definir como tal, es que aprendimos a priorizar la búsqueda de Dios, nuestro carácter es la expresión de nuestra unidad con Jesús. Por eso quiero decir que Jesús no sólo es el primero en nuestra lista de prioridades, su influencia gobierna sobre todas nuestras prioridades. Él inspira amor en nuestras relaciones, su voz se transforma en la convicción sobre nuestra integridad. Dios hizo que Cristo sea para nosotros nuestra “sabiduría… justicia, santificación y redención” (1 Corintios 1:30).
Entonces, los que buscan a Dios desean encontrar el placer del Señor atrayéndolos hacia cada aspecto de sus almas. También saben que si alguna área de sus vidas permanece aislada de Dios, será vulnerable a la manipulación del enemigo. Permítame subrayar la verdad del salmista y digamos con nuestra propia voz de convicción: La cercanía de Dios es nuestro bienestar.
Dios mío, eres el amante de mi alma. Extendiste tus manos hacia mí con fidelidad. Aún así, a veces me alejé y estuve distante. Maestro, este día te agradezco porque los tiempos más maravillosos que pasé, fueron junto a Ti. Cuando mi corazón se acerca a Ti, participo del néctar de la vida.
Francis Frangipane
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