Por Theresa Phillips
Los ángeles guerreros y su Comandante
Estaba sentada en mi ventana cuando sonó el teléfono. Era un amigo desde otro país que me pedía oración. Había llamado varias veces y siempre nos agrada oír de nuestros amigos de otras partes. Esta vez ocurrió algo diferente.
Pude percibir la presencia del Espíritu Santo mientras oía cómo Jesús amaba a su país y a su pueblo. Instantáneamente comencé a pensar cuánto ama Jesús a nuestro país y a nuestro pueblo, cuando repentinamente me atrapó una visión que me hizo inmensamente feliz.
Ahí me encontraba atrapada en el mensaje de la oración y sentí como si estuviera bamboleándome entre dos lugares (ver 2 Corintios 12:2-4). Luego pude ver un ejército de seres angelicales. Sí, eran voluminosos en estatura y todos eran guerreros. Usualmente no veo ángeles guerreros, ¡pero esto fue completamente diferente! Estaban en guardia como si el General estuviera a punto de inspeccionar las tropas. Estaba apareciendo y luego… ¡Snap! Oí el sonido de la unidad, mientras todos estaban de pie y en atención. El General era profundamente asombroso y la atmósfera estaba cargada.
Instantáneamente se enfocaron en el Comandante que venía hacia ellos. Estaba vestido con una armadura plateada magnífica y una corona de oro sobre su casco. La corona tenía piedras de tres colores: rubíes, zafiros y perlas. (Rubíes = Sangre, Zafiros = Revelación, Perlas = Precio pagado). Vestía una túnica azul (gracia) debajo de su armadura y sus pies estaban descalzos (humildad). Esto era correcto de alguna manera.
Eché una mirada hacia sus espadas. En un lado decían “Defensor del Evangelio” y por el otro “Lealtad, Honor y Compromiso” (era la espada de dos filos de Hebreos 4:12). La escritura era impecablemente hermosa y noté que cambiaba a todos los idiomas.
Ahora el Comandante les estaba hablando. Tenía dos guardias cercanos a Él, uno con vestiduras plateadas (redención) y el otro con vestiduras doradas (gloria). Cada guardia tenía en sus manos un rollo. Los rollos estaban abiertos y el Comandante comenzó a leerlos en voz alta. Su voz era como un trueno y fluía como una fuente que se derramaba sobre este ejército de guerreros como una ola que brota del océano.
Defensores del Evangelio
“Desde el occidente temerán el nombre del Señor y desde el oriente respetarán su gloria. Porque vendrá como un torrente caudaloso, impulsado por el soplo del Señor” (Isaías 59:19).
Instantáneamente, el sonido del silencio me envolvió. Me sentí llena de temor por haber invadido un momento santo, cuando repentinamente me encontré de pie ante el Comandante. Me dijo: “Vuelve a decirlo”. Entonces volví a repetir las palabras una vez más, pero esta vez no tuve miedo: “Desde el occidente temerán el nombre del Señor y desde el oriente respetarán su gloria. Porque vendrá como un torrente caudaloso, impulsado por el soplo del Señor” (Isaías 59:19).
Luego note que ante mí había una cantidad de líderes de todas las denominaciones en el Cuerpo de Cristo. No los estaba liderando, sólo estaban allí. Todos éramos como uno… ¡Incluso conocía a varios de ellos! El Comandante se volvió y miró a cada uno diciéndoles: “¿Saben que esto es lo que se supone deben hacer?”. Cada líder miraba la armadura y las espadas, extendiendo sus manos para tocar al Comandante con respeto y reverencia. Cada uno quería tocarlo Comandante y cuando tocaban sus manos las llevaban hacia sus oídos, estableciendo una alianza con su Comandante.
Luego Él se volvió y habló de una manera vívida y confidencial: “Despacho este ejército de guerreros para asistirte durante esta fase de tu misión. Son los defensores del Evangelio y te ayudarán a compartir el Evangelio con poder, autoridad y amor. Cada guerrero tiene el aliento del Espíritu sobre ellos (el agua que fluyó mientras Él hablaba era el Espíritu del Señor que los cubría). Se quedarán tanto como sea necesario. Cada uno de esos líderes está recibiendo una nueva asignación. Muchos de ellos ya saben cuál es. Les estoy pidiendo a todos algo muy especial...”.
Su voz era suave y llena de pasión. Sentí que mi rostro se llenaba de lágrimas. Me dijo: “¿Predicarás el Evangelio al mundo y llevarás a los perdidos hacia mi gloria? Lleva mi favor hacia la humanidad, renueva las esperanzas y sana a los enfermos. Alimenta a los hambrientos y lleva las cargas de tus amigos… porque muchos están cansados”.
“Te estoy capacitando con esta realidad angelical”
Miraba a los hombres y mujeres que estaban ante mí. Estaban llorando por el agotamiento y fueron confortados por estas palabras. “¿Se cuidarán unos a otros todos los días? Porque los días que vienen son difíciles y los días que pasaron debilitaron a muchos”.
Repentinamente, todos se abrazaron como si fueran una familia. Yo también estaba sosteniendo a mi hermana con mis brazos. Todos llorábamos juntos de gozo mientras nuestro Señor hablaba. Todos los ángeles guerreros sostenían sus espadas sobre nosotros como diciendo: “¡Aquí están!”. El Señor continuó hablando. “Los estoy capacitando con esta realidad angelical para que los asistan. No teman, Yo estoy con ustedes. Pronto, muy pronto, ocurrirá un cambio y se levantarán muchos de estos líderes. Ámenlos, aliméntenlos, permítanles elevarse, porque ahora los de la lluvia temprana y la tardía reinarán juntos...”.
Estaba oyendo mi propia voz profetizándole esto a mi amiga en el teléfono, cuando me di cuenta que estuve orando por esto todo el tiempo. Luego pude ver otra visión del ejército… ¡estaban por todo el mundo asistiendo a los líderes del Evangelio en cada nación y usando todos los idiomas! Era maravilloso. Cada uno tenía un escriba asignado que llevaba el rollo y una pluma. Estos nuevos guerreros estaban recibiendo órdenes de asistencia momento a momento. En la parte superior del rollo decía: “Nada podrá retenernos”.
Oración de decreto
Ya no estaba más en la visión, me despedí de mi amigo y quedé en silencio. Entonces comencé a escribir esta oración:
“Oh Señor, eres el Todopoderoso, el Comandante de todo lo eterno. Ayúdame a ser sensible a las asignaciones que estableciste para mí. Ayúdame a ser amorosa y atenta”.
Luego de esta oración sentí que mi corazón era más perdonador que en el pasado, un perdón que no había conocido antes. Sólo anhelaba agradar a nuestro Padre.
“Amado Jesús, anhelo recibir lo que tienes para mí, sea grande, pequeño o intermedio, sólo permíteme hacer mi parte. Te agradezco por el Espíritu Santo y la realidad angelical asignada en todo el mundo para asistirnos en nuestros llamados. Me paro confiada en ti, mi Soberano, para poder perseverar hasta el fin. Haz que todos nuestros corazones se alegren y se llenen de amor para con los demás y así defender el Evangelio”.
“Oro para que el Evangelio se derrame en las naciones y en nosotros con mayor claridad, lleno de todas las acciones que tienes para nosotros en él. Oro para que los defensores de la fe, esa realidad del Espíritu, se acerquen y nos ayuden a realizar la tarea que nos encomendaste. Oro para que se suelten la fuerza, el honor, la lealtad y el compromiso que estaban escritos en esas espadas”.
“Oro para que se mueva la palabra amorosa. Oro para que seamos llenos de gozo y la gracia abunde. ¡Señor, oro para que todo lo tuyo sea en nosotros!”.
En el Nombre de Jesús. ¡Amén!
Theresa Phillips
(www.elijahlist.com)
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