Semana 51, 2016
Apocalipsis 3:14-15 dice: “Escribe al ángel de la Iglesia de Laodicea: Esto dice el
Amén, el testigo fiel y veraz, el soberano de la creación de Dios: Conozco tus
obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro!”.
Laodicea significa “juzgado”
o “juzgado
por la gente”. La implicación es
que en esta iglesia, las opiniones de la gente eran exaltadas por encima de
Dios, resultando en un pueblo tibio hacia Él. En cualquier relación no existe
nada más ofensivo que la indiferencia. Esta Iglesia es tan ofensiva para el
Señor que los hacen enfermar y los vomitará de su boca. Sin embargo, las
mayores promesas que se le dieron a cualquiera en la historia de la Iglesia, se
les hicieron a los vencedores en este tiempo.
Las profecías
bíblicas nos advierten abundantemente que este no es un buen tiempo para ser
tibios acerca de Dios. Si somos conscientes, la búsqueda diaria de Dios
gobernará nuestra vida. Cuando las opiniones de los hombres son exaltadas por
encima de la voz del Señor, desarrollamos una simpatía perversa por los caminos
de los hombres. Entonces comenzamos a temerle más a sus opiniones que a la voz
de Dios. En nuestro tiempo a esto se lo denomina ser “políticamente correctos”.
Una mentalidad como
esta nos guiará a una terrible caída, como el Señor le advirtió a Pedro en
Mateo 16:23: “¡Aléjate de mí, satanás! Quieres
hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres”.
Si simpatizamos
demasiado con los intereses de los hombres, nos transformaremos en una piedra
de tropiezo para el propósito de Dios. Por eso Pablo escribió en Gálatas
1:10: “¿Qué busco con esto: ganarme la
aprobación humana o la de Dios? ¿Piensan que procuro agradar a los demás? Si yo
buscara agradar a otros, no sería siervo de Cristo”. Nada puede
poner más en riesgo nuestro servicio al Señor que el temor a los hombres o la
tendencia a agradarlos.
Jesús les advirtió a
los Fariseos sobre esto en Lucas 16:15: “Ustedes
se hacen los buenos ante la gente, pero Dios conoce sus corazones. Dense cuenta
de que aquello que la gente tiene en gran estima es detestable delante de Dios”. Si
hacemos lo que les agrada a los hombres, haremos lo que es aborrecible a los
ojos de Dios. Lo opuesto también es cierto. Si hacemos lo que le agrada a Dios,
con frecuencia haremos lo que es detestable a los ojos de los hombres. Tenemos
una opción: Tanto
Dios como los hombres detestarán lo que hacemos. Nosotros elegimos quién será.
Jesús nos vuelve a
advertir en Lucas 6:26: “¡Ay de ustedes
cuando todos los elogien! Dense cuenta que los antepasados de esta gente
trataron así a los falsos profetas”. Caeremos en esta categoría
si somos guiados por el temor a los hombres, buscando su aprobación por encima
de Dios. Entonces hablaremos lo opuesto al mensaje actual de Dios, convirtiéndonos
en falsos profetas.
El desafío es subir
al próximo nivel de Santiago 4:4: “¡Oh
gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si
alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios”. Estamos
llamados a amar al mundo, no a ser amigos del mundo. Los amigos tienen
intereses y objetivos en común. Estamos llamados a ser un desafío profético para los
caminos del mundo. Si tomamos los
caminos del mundo, nos transformaremos en enemigos de Dios.
Jesús les hizo otra
advertencia importante a aquellos que decidieron vivir en el temor a los
hombres: “¿Cómo va a ser posible que
ustedes crean, si unos a otros se rinden gloria pero no buscan la gloria que
viene del Dios único?” (Juan 5:44). Aquí la palabra griega que
traduce “gloria”
se podría traducir como “reconocimiento”.
Entonces, buscar la gloria o el reconocimiento de los hombres destruirá nuestra
fe. Esta es una de las razones principales por la cual existe tan poca fe y
poder en la Iglesia de hoy.
En este tiempo de la
Iglesia muchos caerán en esta condición deplorable. Sin embargo, existe una
esperanza y una promesa dada a aquellos que vencieron el espíritu de este
tiempo que es mayor que las promesas dadas a cualquier otra Iglesia.
Aquel que está en
el trono: El libro de Apocalipsis
Semana 1, 2017
En Apocalipsis 4:1-4
encontramos uno de los pasajes más alentadores y maravillosos en esta gran
Revelación: “Después
de esto miré, y allí en el cielo había una puerta abierta. Y la voz que me
había hablado antes con sonido como de trompeta me dijo: Sube acá: voy a
mostrarte lo que tiene que suceder después de esto. Al instante vino sobre mí
el Espíritu y vi un trono en el cielo, y a alguien sentado en el trono. El que
estaba sentado tenía un aspecto semejante a una piedra de jaspe y de cornalina.
Alrededor del trono había un arco iris que se asemejaba a una esmeralda.
Rodeaban al trono otros veinticuatro tronos, en los que estaban sentados
veinticuatro ancianos vestidos de blanco y con una corona de oro en la cabeza”.
Esta puerta que se
mantiene abierta nos da acceso al cielo. Está abierta para aquellos que oyen la
voz de Dios y la invitación de “subir allá”. Esta puerta al cielo es la entrada al hogar de la nueva
creación, los ciudadanos del cielo. Los que encuentran esta puerta y entran,
son los que se sienten más identificados con los cielos que con la tierra.
Todos los que entran
por esta puerta verán lo mismo: “A Aquel que está sentado en el Trono”. Vemos por las Escrituras que cuando los cielos
están abiertos, como ocurrió con Esteban mientras era martirizado, contemplamos
a Aquel que está sentado en el Trono. La fe verdadera es el resultado de ver al
Señor, Quién es y donde está sentado, por encima de todo gobierno, autoridad y
dominio. Nada ocurre sin su permiso y para su propósito glorioso. Cuando lo
vemos en su gloria, todos los propósitos terrenales y temporales ocupan su
justo lugar como pequeños e insignificantes.
El arco iris y las
piedras preciosas que se comparan con su apariencia, son significativas para
revelarnos su autoridad y su Trono. Aquí Jesús es como “el jaspe y la cornalina”. Muchos estudiosos creen que la
palabra jaspe en este texto está mal traducida y debería decir “diamante”.
Las piedras que llamamos jaspe hoy en día no son transparentes como el cristal,
como la piedra que se describe en este pasaje, pero sí los diamantes. Estas
piedras también son consideradas como las más preciosas y de mayor valor.
Los diamantes son
formados cuando el carbón es sometido a presión y calor extremos. Así se
refirió el Señor acerca de su persona cuando se “vació a sí mismo” de su
naturaleza divina y tomó la forma de un hombre. A lo largo de toda su vida se
sometió a la presión y al calor de las pruebas extremas. Aunque era el Hijo, “mediante el
sufrimiento aprendió a obedecer” (Hebreos 5:8). Si el Hijo tuvo que aprender obediencia de
esta manera, ¿cuánto más nosotros deberíamos abrazar las pruebas, porque nos
dan la oportunidad de hacer lo mismo? Jesús hizo esto para abrir el camino para
que la humanidad sea transformada de algo oscuro y sucio, en lo más precioso. Todas
las pruebas están diseñadas para transformarnos.
Los diamantes también
refractan la luz, separándola en miles de colores individuales y brillantes que
representan grandes verdades de la naturaleza de Dios. Los diamantes son las
piedras más duras y se usan para cortar y afilar a las demás. Esa es la
naturaleza inmutable de Cristo que nos afila y nos cambia a todos.
La piedra de jaspe
mencionada aquí es rojo brillante. Esto habla de la sangre de Cristo derramada
para la salvación del mundo, que será parte de su gloria revelada para siempre.
La esmeralda es una
piedra verde y usualmente habla de la vida en la revelación profética. El Señor
es el “Príncipe
de la vida”, quien nos guía en la “senda de la vida”. La vida de
Cristo es “indestructible”
porque nos hace partícipes de su vida eterna. En el simbolismo profético, el
verde también simboliza la enseñanza. El Señor es el Maestro y sus enseñanzas
nos guían por la senda de la vida, manteniéndonos en ella.
El arco iris es la
belleza gloriosa que nos recuerda el pacto de Dios con el hombre. La palabra de
Dios es verdad. Él nunca quebrantará su pacto con nosotros. Esto también es la
gloria en la que confiamos.
Jesús es la Puerta y
todos los que entran en la dimensión celestial lo contemplarán en su trono,
antes que cualquier otra cosa. Como se expresa repetidamente en el Nuevo
Testamento, Jesús es aquel por medio de quien fueron creadas todas las cosas y
por medio de quien se mantienen unidas. Por tanto, podemos verlo a Él en todas
las cosas que fueron hechas. Debemos buscar al Señor en todas las cosas, pero
también es la Persona que el Padre buscará en nosotros.
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