martes, 10 de enero de 2017

La Iglesia de Laodicea: El libro de Apocalipsis


Semana 51, 2016


Apocalipsis 3:14-15 dice: “Escribe al ángel de la Iglesia de Laodicea: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el soberano de la creación de Dios: Conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro!”.
        
Laodicea significa “juzgado” o “juzgado por la gente”. La implicación es que en esta iglesia, las opiniones de la gente eran exaltadas por encima de Dios, resultando en un pueblo tibio hacia Él. En cualquier relación no existe nada más ofensivo que la indiferencia. Esta Iglesia es tan ofensiva para el Señor que los hacen enfermar y los vomitará de su boca. Sin embargo, las mayores promesas que se le dieron a cualquiera en la historia de la Iglesia, se les hicieron a los vencedores en este tiempo.
        
Las profecías bíblicas nos advierten abundantemente que este no es un buen tiempo para ser tibios acerca de Dios. Si somos conscientes, la búsqueda diaria de Dios gobernará nuestra vida. Cuando las opiniones de los hombres son exaltadas por encima de la voz del Señor, desarrollamos una simpatía perversa por los caminos de los hombres. Entonces comenzamos a temerle más a sus opiniones que a la voz de Dios. En nuestro tiempo a esto se lo denomina ser “políticamente correctos”.

Una mentalidad como esta nos guiará a una terrible caída, como el Señor le advirtió a Pedro en Mateo 16:23: “¡Aléjate de mí, satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres”.

Si simpatizamos demasiado con los intereses de los hombres, nos transformaremos en una piedra de tropiezo para el propósito de Dios. Por eso Pablo escribió en Gálatas 1:10: “¿Qué busco con esto: ganarme la aprobación humana o la de Dios? ¿Piensan que procuro agradar a los demás? Si yo buscara agradar a otros, no sería siervo de Cristo”. Nada puede poner más en riesgo nuestro servicio al Señor que el temor a los hombres o la tendencia a agradarlos.   
        
Jesús les advirtió a los Fariseos sobre esto en Lucas 16:15: “Ustedes se hacen los buenos ante la gente, pero Dios conoce sus corazones. Dense cuenta de que aquello que la gente tiene en gran estima es detestable delante de Dios”. Si hacemos lo que les agrada a los hombres, haremos lo que es aborrecible a los ojos de Dios. Lo opuesto también es cierto. Si hacemos lo que le agrada a Dios, con frecuencia haremos lo que es detestable a los ojos de los hombres. Tenemos una opción: Tanto Dios como los hombres detestarán lo que hacemos. Nosotros elegimos quién será.

Jesús nos vuelve a advertir en Lucas 6:26: “¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! Dense cuenta que los antepasados de esta gente trataron así a los falsos profetas”. Caeremos en esta categoría si somos guiados por el temor a los hombres, buscando su aprobación por encima de Dios. Entonces hablaremos lo opuesto al mensaje actual de Dios, convirtiéndonos en falsos profetas.
        
El desafío es subir al próximo nivel de Santiago 4:4: “¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios”. Estamos llamados a amar al mundo, no a ser amigos del mundo. Los amigos tienen intereses y objetivos en común. Estamos llamados a ser un desafío profético para los caminos del mundo. Si tomamos los caminos del mundo, nos transformaremos en enemigos de Dios.
        
Jesús les hizo otra advertencia importante a aquellos que decidieron vivir en el temor a los hombres: “¿Cómo va a ser posible que ustedes crean, si unos a otros se rinden gloria pero no buscan la gloria que viene del Dios único?” (Juan 5:44). Aquí la palabra griega que traduce “gloria” se podría traducir como “reconocimiento”. Entonces, buscar la gloria o el reconocimiento de los hombres destruirá nuestra fe. Esta es una de las razones principales por la cual existe tan poca fe y poder en la Iglesia de hoy.
        
En este tiempo de la Iglesia muchos caerán en esta condición deplorable. Sin embargo, existe una esperanza y una promesa dada a aquellos que vencieron el espíritu de este tiempo que es mayor que las promesas dadas a cualquier otra Iglesia.


Aquel que está en el trono: El libro de Apocalipsis

Semana 1, 2017

          
En Apocalipsis 4:1-4 encontramos uno de los pasajes más alentadores y maravillosos en esta gran Revelación: “Después de esto miré, y allí en el cielo había una puerta abierta. Y la voz que me había hablado antes con sonido como de trompeta me dijo: Sube acá: voy a mostrarte lo que tiene que suceder después de esto. Al instante vino sobre mí el Espíritu y vi un trono en el cielo, y a alguien sentado en el trono. El que estaba sentado tenía un aspecto semejante a una piedra de jaspe y de cornalina. Alrededor del trono había un arco iris que se asemejaba a una esmeralda. Rodeaban al trono otros veinticuatro tronos, en los que estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de blanco y con una corona de oro en la cabeza”.

Esta puerta que se mantiene abierta nos da acceso al cielo. Está abierta para aquellos que oyen la voz de Dios y la invitación de “subir allá”. Esta puerta al cielo es la entrada al hogar de la nueva creación, los ciudadanos del cielo. Los que encuentran esta puerta y entran, son los que se sienten más identificados con los cielos que con la tierra.
        
Todos los que entran por esta puerta verán lo mismo: “A Aquel que está sentado en el Trono”. Vemos por las Escrituras que cuando los cielos están abiertos, como ocurrió con Esteban mientras era martirizado, contemplamos a Aquel que está sentado en el Trono. La fe verdadera es el resultado de ver al Señor, Quién es y donde está sentado, por encima de todo gobierno, autoridad y dominio. Nada ocurre sin su permiso y para su propósito glorioso. Cuando lo vemos en su gloria, todos los propósitos terrenales y temporales ocupan su justo lugar como pequeños e insignificantes.
        
El arco iris y las piedras preciosas que se comparan con su apariencia, son significativas para revelarnos su autoridad y su Trono. Aquí Jesús es como “el jaspe y la cornalina”. Muchos estudiosos creen que la palabra jaspe en este texto está mal traducida y debería decir “diamante”. Las piedras que llamamos jaspe hoy en día no son transparentes como el cristal, como la piedra que se describe en este pasaje, pero sí los diamantes. Estas piedras también son consideradas como las más preciosas y de mayor valor.
        
Los diamantes son formados cuando el carbón es sometido a presión y calor extremos. Así se refirió el Señor acerca de su persona cuando se “vació a sí mismo” de su naturaleza divina y tomó la forma de un hombre. A lo largo de toda su vida se sometió a la presión y al calor de las pruebas extremas. Aunque era el Hijo, “mediante el sufrimiento aprendió a obedecer” (Hebreos 5:8). Si el Hijo tuvo que aprender obediencia de esta manera, ¿cuánto más nosotros deberíamos abrazar las pruebas, porque nos dan la oportunidad de hacer lo mismo? Jesús hizo esto para abrir el camino para que la humanidad sea transformada de algo oscuro y sucio, en lo más precioso. Todas las pruebas están diseñadas para transformarnos.
        
Los diamantes también refractan la luz, separándola en miles de colores individuales y brillantes que representan grandes verdades de la naturaleza de Dios. Los diamantes son las piedras más duras y se usan para cortar y afilar a las demás. Esa es la naturaleza inmutable de Cristo que nos afila y nos cambia a todos.
        
La piedra de jaspe mencionada aquí es rojo brillante. Esto habla de la sangre de Cristo derramada para la salvación del mundo, que será parte de su gloria revelada para siempre.
        
La esmeralda es una piedra verde y usualmente habla de la vida en la revelación profética. El Señor es el “Príncipe de la vida”, quien nos guía en la “senda de la vida”. La vida de Cristo es “indestructible” porque nos hace partícipes de su vida eterna. En el simbolismo profético, el verde también simboliza la enseñanza. El Señor es el Maestro y sus enseñanzas nos guían por la senda de la vida, manteniéndonos en ella.
        
El arco iris es la belleza gloriosa que nos recuerda el pacto de Dios con el hombre. La palabra de Dios es verdad. Él nunca quebrantará su pacto con nosotros. Esto también es la gloria en la que confiamos.
        
Jesús es la Puerta y todos los que entran en la dimensión celestial lo contemplarán en su trono, antes que cualquier otra cosa. Como se expresa repetidamente en el Nuevo Testamento, Jesús es aquel por medio de quien fueron creadas todas las cosas y por medio de quien se mantienen unidas. Por tanto, podemos verlo a Él en todas las cosas que fueron hechas. Debemos buscar al Señor en todas las cosas, pero también es la Persona que el Padre buscará en nosotros.


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