“La Casa de Gloria: Dios está edificando algo en esta hora que excederá nuestra definición actual de Iglesia”
Por Francis Frangipane
Cuando la Gloria llenó el Templo
La dedicación del templo de Salomón nos ofrece una figura de lo que Dios está buscando en la Iglesia. El templo fue edificado en medio de una gran pompa y celebración, cuando fue consagrado al Señor. Salomón ofreció en sacrificio 22000 bueyes y 120000 ovejas. Entonces, inmediatamente después de la oración del rey y por primera vez en 400 años, la Gloria de Dios se manifestó en su plenitud ante los ojos de las personas. Lo vemos en estas palabras: “Cuando Salomón terminó de orar, descendió fuego del cielo y consumió el holocausto y los sacrificios, y la gloria del Señor llenó el templo” (2 Crónicas 7:1).
Si el Señor honró la dedicación del templo físico con una manifestación visible de Su Gloria, ¿cuanto más anhelará revelar Su gloriosa presencia en Su templo viviente, la Iglesia?
Pero hubo requisitos previos que cumplir antes que aparezca el Señor. En primer lugar, no fue sino hasta que el templo de Salomón se terminara de edificar, con la conexión de todos sus aspectos separados y cubierto de oro, que la gloria del Señor hizo su aparición.
Asimismo, todos debemos ser edificados juntos y en “perfecta unidad” si queremos ver la plenitud del Señor desplegándose entre nosotros y que el mundo crea en Cristo (Juan 17:23). No hay otro aspecto de la vida más glorioso y maravilloso que este.
La siguiente condición tiene que ver con nuestra adoración. El Señor no se reveló hasta que los cantantes, músicos y sacerdotes elevaran sus voces en alabanza y adoración a Dios. No podemos exagerar la necesidad de ser adoradores de Dios. Aún ahora, en una cantidad de servicios de adoración en las iglesias, aparece una gloria tenue y luminosa, como una nube viviente, atraída por la pureza de la adoración ascendente.
Aún así, hubo otra dimensión en la preparación que precedió a la revelación de la gloria. Este requisito previo se relacionaba directamente con el liderazgo.
“Los sacerdotes se retiraron del Lugar Santo. Todos los sacerdotes allí presentes, sin distinción de clases, se habían santificado. Todos los levitas cantores, es decir, Asaf, Hemán, Jedutún, sus hijos y sus parientes, estaban de pie en el lado este del altar, vestidos de lino fino y con címbalos, arpas y liras. Junto a ellos estaban ciento veinte sacerdotes que tocaban la trompeta. Los trompetistas y los cantores alababan y daban gracias al Señor al son de trompetas, címbalos y otros instrumentos musicales. Y cuando tocaron y cantaron al unísono: El Señor es bueno; su gran amor perdura para siempre, una nube cubrió el templo del Señor. Por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del Señor había llenado el templo” (2 Crónicas 5:11-14).
Sus divisiones en el sacerdocio fueron ordenadas por Dios, conforme a las familias individuales y a propósitos únicos. Estas no fueron divisiones carnales, nacidas por celo o contiendas, sino divisiones de propósito, función y turno. Entonces, cuando los sacerdotes entraron en el lugar santo, Dios requirió que se “santificaran a sí mismos sin importar las divisiones” (verso 11). En otras palabras, cuando terminaron el templo y entraron en el lugar santo, los sacerdotes tuvieron que resignar la ministración individual, porque en un sentido eso los dividía y priorizar la búsqueda de la gloria de Dios. Eso los unió. Fue aquí, cuando no “había divisiones” que se manifestó la gloria.
Hoy en día, Dios señaló iglesias en cada ciudad con funciones, gracias y talentos diferentes, todas necesarias para satisfacer las necesidades de las culturas que las rodean. Sin embargo, no significa que estas diferencias nos dividan, por el contrario, nos completan. Pero si queremos ver el retorno de la gloria de Dios a la Iglesia, las divisiones de propósito deben subordinarse a la unidad del Espíritu.
Hoy, en las reuniones, conferencias y grupos de oración, en las visitas personales, en los altares de la iglesia y a través de las estrategias de alcance en las ciudades, se está acercando a Cristo un número cada vez mayor de cristianos, “más allá de las divisiones”. De hecho, en los últimos años, decenas de miles de pastores hambrientos de Dios se están rindiendo a Él con acciones frescas de consagración santa, buscando la gloria de Dios. ¿Los resultados? “En él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor. En él también ustedes son edificados juntamente para ser morada de Dios por su Espíritu” (Efesios 2:21-22).
Note estas palabras: “Bien armado, edificados juntos”. La verdadera casa del Señor es revelada cuando la Iglesia “es edificada” y “más allá de las divisiones”. Sólo allí la Iglesia puede revelarse verdaderamente como el templo del Señor, “una morada de Dios en el Espíritu”.
La fuente de Su gloria
“Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí” (Juan 17:22-23).
Jesús no viene para darnos una nueva forma de gobierno de la iglesia o nuevas doctrinas y programas. ¡Él viene para glorificarse en Sus santos y maravillarse junto a todos los que creyeron! (2 Tesalonisenses 1:10). Por esto nos llamó, ¡para que podamos cargar Su gloria! (2 Tesalonisenses 2:14).
Vemos que en este tiempo el Señor está edificando algo que excederá por lejos nuestra definición actual de Iglesia. Dios nos está edificando juntos como un “templo santo en el Señor”, ¡un lugar donde Su misma Gloria será revelada!
Considere estas palabras en la siguiente oración. Es nuestra respuesta al llamado del Señor para edificar Su casa. Dios nos está llamando, no a perder nuestras diferencias y llamados individuales, sino a edificar algo que nos unirá, habilitándonos para edificar más allá de las divisiones.
Si usted tiene la visión de la casa del Señor, por favor ore conmino: “Señor Jesús, gracias por garantizarme una nueva oportunidad para servirte. Me arrepiento por las áreas de mi corazón donde permití que la división y el egoísmo guiaran mis acciones. Jesús, quiero ver Tu Gloria y aún habitar como lo hizo Moisés, en tu santa presencia. Maestro, consagro mi corazón más allá de las divisiones, para su santo servicio. Santifico mi vida y mi iglesia ante ti para edificar la casa del Señor en mi ciudad. Amén.
Francis Frangipane
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