lunes, 8 de mayo de 2017

“¿Está enfrentando batallas? ¡Dios es su respaldo! Su voz y su gloria son su retaguardia”


Por Ella Onakoya

Dios estableció un pacto eterno e inquebrantable de protección con su pueblo. A pesar de la cantidad de ataques que está experimentando el Cuerpo de Cristo por el enemigo, el Señor nos está reafirmando su pacto de protección. Al Señor nunca lo toma por sorpresa lo que nos acontece. En su presciencia y sabiduría, ya hizo un plan para protegernos. Escuché que el Señor decía que su voz traerá nuestra liberación. Su gloria no nos abandonará en el lugar donde arrecia la batalla.

Hay varios pasajes en la Biblia que resaltan el pacto de protección de Dios con nosotros. Deuteronomio 33:26 es una descripción majestuosa del poder protector de Dios: “No hay nadie como el Dios de Jesurún, que para ayudarte cabalga en los cielos, entre las nubes, con toda su majestad”. El Salmo 91 dice que Dios nos protege en su lugar secreto y en Isaías 58:8, el Señor promete que su gloria será nuestra retaguardia. El Señor me habló de varias maneras para posicionarnos dentro de su pacto de protección.

“El enemigo buscó paralizarnos con el temor, pero la voz del Señor paralizó el ataque del temor y lo detuvo”

La voz del Señor hablará con claridad para fortalecernos y mantenernos firmes con toda nuestra armadura
Recientemente el Señor me habló a través de un evento para reforzar su fidelidad para liberarnos de ataques inesperados. Estaba en el aeropuerto de Londres camino a ministrar en los EEUU. Como tenía varias maletas, le solicité a un caballero que me ayudara a subir una de mis maletas al compartimento sobre el asiento. Se comprometió y tomó mi maleta mientras, subiéndola delante de mí. Repentinamente se le resbaló la maleta y trastabilló. La maleta cayó y me golpeó con fuerza en el pecho. Solté un grito por el dolor repentino e inesperado, sintiendo como si cayera en una espiral descendente. Repentinamente Dios me habló con una voz suave y calmada: “No debes caer”. 

La voz del Señor me fortaleció y en ese segundo supe que debía mantenerme firme, casi sosteniendo al hombre delante de mí. Me tomé con de ambos lados de la escalera, afirmándome con mis piernas. El hombre pudo recuperar su balance y yo el mío, deteniendo lo que podría haber provocado mi caída natural. Toda la gente que me rodeaba me preguntó si estaba bien. Le agradecía a Jesús por darme ese segundo para decidir cómo reaccionar. Si no lo hubiera hecho, muchos de nosotros habríamos rodado por la escalera y nos habríamos lastimado mucho.

Creo que el Señor me guio a alentarlo por medio de este incidente. Si usted fue golpeado por una calamidad repentina o por malas noticias, abrácese y manténgase firme. Jesús lo respalda. No permita que la situación que está atravesando lo arrastre hacia una espiral descendente. Su decisión de mantenerse fuerte no solo lo fortalecerá, también lo hará con otros. Creo que la voz de Dios me posicionó para que la gloria del Señor me respalde y prevenga mi caída. Su voz está impartiendo fortaleza en estos días de batallas intensas para que podamos hacer todo lo necesario para mantenernos firmes. Efesios 6 nos alienta a tomar toda la armadura de Dios para que podamos resistir en el día malo y hacer todo para afirmarnos. ¡Cuando nos mantenemos firmes, nos posicionamos para la victoria!

La voz de Dios a través de su palabra quebrará la resistencia de los retrocesos
El Señor está restaurando un avivamiento de su Palabra que desatará la verdad para hacernos libres y protegernos del enemigo. Su Palabra es eterna, fiel y segura. El Señor nos está llamando a pelear la buena batalla por medio de su Palabra para que nuestra fe no naufrague. Se está soltando una habilidad fresca para mantenernos firmes y asegurar nuestra victoria, mientras nuestra fe está anclada en la verdad de su Palabra.

Recientemente, en los últimos días antes del 2017 me diagnosticaron hipertensión. Esto fue inesperado porque me sentía bien. Desde el día del diagnóstico, mi presión arterial se mantuvo constantemente elevada. Alguien del equipo del hospital estaba preocupado, preguntándome si estaba enferma. La tensión sistólica estaba en 177 y la diastólica más elevada de lo normal. Me dijeron que cuando la tensión llegara a 160, necesitaría tomar medicación.

Mientras oía las noticias, comencé a evaluar cómo esta condición afectó a mi familia, porque varios familiares por el lado de mi padre murieron por esta enfermedad. Mi agenda ministerial es bien apretada y me preguntaba cómo estas noticias alterarían mi estilo de vida ministerial. Conocía algunos ministros que no podían viajar porque tenían hipertensión, debido a una recomendación médica.

Regresé a mi casa ese día, me senté en mi dormitorio y sentí pánico durante unos momentos, porque los pensamientos me abrumaban. Amigos, deben mantenerse alerta en sus momentos de vulnerabilidad, porque con frecuencia durante estos tiempos la voz del enemigo busca sonar más fuerte que la verdad del amor de Dios para nosotros. El Señor comprende nuestro cuadro porque nos hizo, pero también nos creó con la habilidad para quebrar todas las situaciones que nos quebrantan, si solo atendemos a su voz en esos momentos.

Los pensamientos del enemigo inundaron mi mente, recordándome los miembros de mi familia que fueron tratados por hipertensión. Su voz engañosa adoptó la naturaleza serpenteante que usó para engañar a Eva en el Edén, susurrándome: “¿Sabías que todos los ministros de sanidad murieron enfermos de algo? Tú no eres diferente porque te ocurrió lo mismo”.

“La voz del Señor traerá nuestra liberación. Su gloria no nos abandonará en el lugar donde arrecia la batalla

Mientras el enemigo susurraba su engaño en mis oídos, no se había dado cuenta que el Señor era mi ayuda en tiempos de tribulación. El Señor estaba conmigo y sentí de manera sobrenatural como si mi mano fuera guiada a abrir mi Biblia en Juan 10. Entonces la voz del Señor sonó clara y verdadera, como si las páginas cobraran vida. Su voz me decía a través de las páginas: “Oveja mía oye mi voz, no debes oír la voz de un extraño” (ver Juan 10:4-5). Me volvió a decir: “El enemigo viene para robar, matar y destruir, pero yo vengo para traer vida y vida en abundancia” (ver Juan 10:10). El enemigo intentó paralizarme con temor, pero la voz del Señor paralizó el ataque del temor y detuvo su accionar. El Señor me advirtió gentilmente que no permitiera que el enemigo le atribuya a Él sus obras perversas.

¡El Señor vino para destruir las obras del enemigo en nuestras vidas! (ver 1 Juan 3:8). El Señor me dijo que confiara en Él y me sanaría. Durante 4 días no tomé la medicación del hospital (no estoy en contra de la gente que toma una medicación, porque el Señor puede elegir aliviarnos por ese medio). Alabé al Señor continuamente, meditando en su Palabra de sanidad y tomando su Palabra como una medicina para mi cuerpo. Recordé a todos los que el Señor me usó para sanar su hipertensión que testificaron su sanidad. Por las noches saturé mi espíritu con su Palabra de sanidad en las Escrituras. Tomé autoridad y quebré las maldiciones generacionales de enfermedad en mi familia.

Después de 4 días regresé al hospital. El doctor me tomó la tensión varias veces y había bajado a 116, frente al registro anterior de 177. El doctor declaró que fue un resultado fantástico porque mi cuerpo había regresado a su normalidad. Me gocé porque el Señor me sanó como dijo que lo haría y le agradecí que podía continuar con mi llamado, desarrollando la agenda de mi ministerio y no ser obstaculizada por los tropiezos que planificó el enemigo. Su palabra eterna reforzó mi fe para poder recibir mi sanidad en la dimensión de la gloria.

¡Levántense los que cargan la armadura!
Finalmente, siento que el Señor me está impresionando sobre la necesidad que tenemos como Cuerpo de mantenernos en unidad, proveyendo cobertura intercesora sobre otros. Años atrás el Señor me mostró una imagen de un cuerpo firme en unidad, con sus manos extendidas hacia adelante para orar por los que estaban ante ellos. Cuando se afirmaban como portadores de la armadura, su oración cubría y protegía a los que estaban en frente, mientras ellos mismos eran protegidos por los portadores de la armadura que estaban detrás. Estas oraciones desataban la gloria de Dios que protegía y cubría a cada creyente.

Estar en la brecha por otros es una estrategia poderosa del Cielo que es infinitamente más efectiva para quebrar los yugos del enemigo. No piense que el Cielo no conoce por lo que está atravesando, porque el Señor está desatando fuerzas por medio de su voz, su gloria y su Cuerpo que se mantiene firme en obediencia para cubrir y orar por los que cargan la armadura. ¡No es un tiempo para ser derrotados sino un tiempo de victoria!

Ella Onakoya

(www.elijahlist.com)

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