Por Wendy Alec
“Y caíste en el campo de batalla, mi
amado hijo. Te observé en dolor y en total debilidad por la batalla. Luego de
meses y meses peleando la guerra más fiera que conociste, te recostaste en el
campo de batalla, cuando el combate arreciaba y cerraste tus ojos clamando:
‘Padre, ya no puedo enfrentar la batalla. Estoy vencido, déjame dormir para
escapar’”.
“Y por un breve instante sentiste
reposo. Pero como la batalla arreciaba a tu alrededor, ni siquiera podías abrir
los ojos o encontrar fuerzas para levantar tus pies. Dijiste, ‘déjame dormir en
medio del campo de batalla’ y el Cielo entró en alerta. Aunque el sueño era
dulce y fue un escape breve, el Cielo sabía que era un engaño y una trampa. Si
no te volvías a levantar, hubieras sido vencido mientras dormías junto al
enemigo. Hijo, te estoy hablando, mi amado debilitado. Clamaste: Padre, esto es
todo, hasta acá llegué, estoy terminado, ya no me queda nada. No tengo fuerzas,
no tengo energías, no tengo capacidad para enfrentar el día”.
¡Nunca te recuestes en el campo de batalla!
“Pero Yo te digo hijo, que mis huestes
angelicales fueron enviadas y se están apresurando para estar a tu lado. Jesús,
el gran amante de tu alma, se está moviendo a tu lado en su gran caballo
blanco. Tu Rey viene. ¡Tu Rey viene! Y el clamor del Cielo sonó: Nunca te
recuestes en medio del campo de batalla. Cuando sientas que estás cayendo,
clama por oídos celestiales. Clama a Jesús, para tener los oídos de Jesús”.
Amado, observé a Jesús
levantando a una mujer que estaba tirada, completamente débil e incapaz de
ayudarse a sí misma. Con cuánta ternura la sostenía y la besaba, removiendo
gentilmente los dardos de su corazón. Mientras sus ojos parpadeaban y aunque
tenía muy pocas fuerzas, sonrió a través de sus lágrimas, aliviada por el
Amante de su alma.
El Señor le susurró: “Nunca te
recuestes en el campo de batalla. Cuando tus fuerzas para pelear parecen
haberte abandonado y estás tan débil que sientes que caes en la batalla, clama
a Mí. Vendré directamente en tu ayuda, hijo Mío. Estuve en Getsemaní. Estoy
profundamente identificado y tocado por tus enfermedades. Hijo amado, Yo
también conozco la agonía del abandono, la traición, la incomprensión y la
pérdida agonizante. Nunca te dejaré ni te
abandonaré, ¡nunca! Yo soy el verdadero”.
Observaba mientras Jesús acomodaba a la mujer cansada y debilitada sobre su caballo y la inclinaba sobre su espalda, cabalgando hacia el frente de batalla. Mientras avanzaban se cruzaron con huestes angelicales con aceite y ungüentos que se movían a su lado, ministrando el corazón y la mente de la princesa herida. Lentamente recuperó su fuerza. Al mismo tiempo que alcanzaban el frente de batalla, ella cabalgaba por sí misma. Su cabeza estaba erguida y blandía su espada. Entonces Jesús se retiró.
Oremos:
“Oh Padre, libero la fuerza sobrenatural
para la batalla sobre todos los que se recostaron en medio del combate recio en
el campo de batalla. Amado Jesús, ven a ayudarnos. Minístranos fortaleza y
coraje como solo Tú sabes hacerlo. Desato en la dimensión divina del espíritu
la esperanza para los desesperados, libertad divina para los cautivos y
fortaleza divina para los débiles”.
Jesús nos dice, “Levántate amado, porque estás cerca de terminar tu transición. Estás muy cerca. No te recuestes en el campo de batalla ahora, justo cuando estás tan cerca de la victoria. Soy tu fortaleza, Soy tu futuro, Soy tu propósito y Soy tu libertador. Con seguridad verás mi bondad en la tierra de los vivientes. Tu cosecha está sobre tu vida”.
A muchos de ustedes les sucedió lo mismo que a Pedro, el enemigo los pidió para ser zarandeados. Pero oramos para que la fe de ustedes no falle (ver Lucas 22:31-32). El proceso de zarandeo casi terminó. Entonces la gloria, la corona de victoria, la cosecha, la cosecha increíble, los está esperando. Todas las cosas fueron restauradas. No se perdió nada y hay restitución. Es el aceite de gozo para el luto.
“Resiste a través del final de la
tormenta, amado hijo de Mi corazón, la orilla está a la vista”.
Wendy Alec
(www.elijahlist.com)