Por Francis Frangipane
Nos demos cuenta o no, la mayoría de los cristianos protestantes llevan en su herencia doctrinal la revelación de Martín Lutero: “el justo vivirá por la fe”. Más allá de las grietas que podamos encontrar en la vida de Lutero, su contribución permanece como una revelación viva en la conciencia de la Iglesia moderna.
Hoy sabemos que somos salvos por la gracia y justificados por la fe en la muerte de Jesús. La gracia del Señor permanece como un poder consistente y liberador en nuestras vidas. Si llegara a caer, la gracia no se retira de mi vida. En lugar de ello, me levanta. Si soy justo, sé que esa justicia es el verdadero resultado de la gracia operando en mí.
Nunca debemos olvidar que la salvación es un don de Dios. Como está escrito: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
Dios nos conocía desde antes de nacer. Antes de conocerlo a Él, ya estaba trabajando en nosotros en secreto, atrayéndonos hacia su persona. Nos guió hacia alguien que nos ayudó a encontrar a Jesús. Por supuesto, siempre le decimos a otros que tomamos una “decisión por Jesús”, pero en verdad fue Dios quien hizo la decisión por nosotros desde antes de la fundación del mundo.
Entonces, podemos agradecerle a Dios en Cristo por liberarnos de una salvación basada en las “obras”, agradeciéndole también a Pablo por haber explicado la gracia en sus epístolas y a Lutero por perseverar hasta ver la restauración de esta verdad. Es obvio por qué la “salvación por gracia” es la inspiración detrás de la mayoría de nuestros himnos más importantes.
Salvación y buenas obras
Cristo nos liberó de la religión acerca de Dios y nos introdujo en una familia donde Él es Padre. No trabajamos para ser aceptados o para ganar nuestra propia salvación. Semejante diferencia es muy profunda.
Aún así, la revelación donde la salvación no está basada en nuestras obras, no debe interpretarse como si la familia de Dios fuera una “zona libre de obras”. Dios no nos liberó de la realidad de las obras, sólo de las “obras muertas” de la religión. Como nuevas criaturas, el Espíritu Santo habita en nosotros en una relación eterna. Su presencia es una realidad viviente, capaz de hablarnos, inspirarnos y dirigir nuestras vidas hacia el cumplimiento de las obras inspiradas por Dios.
Justo después que Pablo explicó que la salvación no es por obras, escribe: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).
No fuimos salvos por nuestras obras, pero tampoco fuimos salvos de ellas. La verdad es que fuimos “creados en Cristo para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para nosotros”. Somos salvos por la fe, pero Dios tiene un plan para nosotros que requiere que trabajemos con Él para ver su concreción.
Destino
Nuestro destino no ocurre porque sí, está conectado con el cumplimiento de “las obras que Dios preparó de antemano”. Dios está produciendo algo en cada uno de nosotros que encaja en el gran esquema de Su voluntad sobre la tierra. Puede ser una vida de vocación, un ministerio de oración, alimentar a los pobres, desarrollar los dones del Espíritu, editar para escritores cristianos o levantar niños nobles. La lista es tan interminable como variada.
Pero cualquiera sea la voluntad de Dios para nosotros, Pablo dice: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13).
“Dios está trabajando en ti”. Esta es una realidad asombrosa. De hecho, inspira temor y temblor, aunque también es una fuente de gran confianza. Entonces, si Dios está trabajando en nosotros, pronto operará a través de nosotros. Se podrá ver como nuestras obras, pero en realidad serán Sus obras a través de nosotros.
Como puede ver, nuestras vidas son la obra manifiesta de la gracia de Dios. Nuestra tarea es buscarlo, estudiar su Palabra, ministrarle por medio de la oración y la adoración y acercarnos a Él para poder discernir qué está haciendo en nosotros. Luego podremos hacer visible Su obra interior a través de nosotros.
Exactamente así es como Jesús revela al Padre. Dijo: “…el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10). Una vez más, “…el Hijo no hace nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19). Otra vez, “Me es necesario hacer las obras del que me envió…” (Juan 9:4).
Deben haber ideas inspiradas por Dios y pensamientos activados por el amor bullendo dentro de nuestras mentes por el Espíritu redentivo de Dios. Su obra interior afectará finalmente cada área de nuestra vida. Alcanzará a otros, operando a través de nosotros para revelar a Jesús. Estas son las “buenas obras” que Dios preparó de antemano para que caminemos en ellas.
Aquel cuya gracia nos lleva hacia Cristo, nos conformará a Cristo para obedecerlo a Él. Si, ¡la gracia funciona!
Francis Frangipane
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