Por Jeff y Kathi Pelton
“Cumple fielmente todos los mandamientos que hoy te mando, para que vivas, te multipliques y tomes posesión de la tierra que el Señor juró a tus antepasados. Recuerda que durante cuarenta años el Señor tu Dios te llevó por todo el camino del desierto y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos” (Deuteronomio 8:1-2)
“Dios, ¿por qué?”, son dos palabras que ambos oímos y hablamos muchas veces durante el año pasado. Desde el comienzo del 2009, fue un año de una gran cantidad de “por qué” para muchos en el pueblo de Dios que atravesaron procesos de prueba largos y profundos que en muchos casos duraron años. Pero, para todos nuestros “por qué”, la única respuesta del Espíritu Santo es “confía en Mí”.
En la profundidad de nuestro espíritu, sabemos que el pueblo de Dios está siendo probado y preparado para los días por venir. Pero lo que no comprendimos fue el despojo severo y total de recursos. En nuestra familia llegamos a experimentar una vida de oración y vigilia por nuestro pan diario, porque todas las fuentes naturales se habían secado. Nunca tuvimos el confort o la seguridad en nuestra propia fuerza para saber desde dónde provendría nuestra siguiente comida o la provisión para los próximos días. Después de buscar mucho consejo, luego de incontables horas de oración y luego de agotar todo razonamiento humano, oímos vez tras vez: “Estás justo donde Dios te quiere, sigue esperando al Señor”.
Pero ahora, en el último mes del año, parece que el Señor nos está dando un mayor entendimiento sobre la obra que estuvo haciendo en nuestros corazones. La respuesta se encuentra en Deuteronomio 8.
No fallaste
Recientemente estuvimos con un hombre cristiano que conocemos bien. Afirmó que le falló a su familia por las circunstancias que tuvieron que enfrentar. Este hombre trabajó duro toda su vida y siguió al Señor en todo lo que le pidió, pero aún así perdió su trabajo y todos los recursos para proveer para su familia. Sabíamos que este hombre no era un fracasado, pero él creía esto con tanta firmeza que comenzó a ser la realidad de su identidad ante sus propios ojos, en lugar de lo que su familia sabía que era cierto. Era una conclusión devastadora. Dios amaba profundamente a este hombre como un hijo amado, pero no era capaz de percibir ese amor o reconocer que era hijo de Dios.
Mientras orábamos y meditábamos acerca de esto, nos dimos cuenta que había muchas otras personas tratando con pensamientos similares. Cuando miran a los ojos de sus seres amados y se dan cuenta que no tienen nada dentro de sí para ofrecerles a sus familias o para cambiar sus situaciones dolorosas. (Esto es especialmente desalentador durante el tiempo de vacaciones, cuando se incrementa la presión de tener provisión). Muchos otros se afirmaron en fe, creyendo por cosas grandes, sólo para darse cuenta que sus mejores esfuerzos parecían no producir fruto alguno.
Mientras tratábamos de hallar algunas respuestas sobre las dificultades en nuestras vidas y en las de los demás, el Espíritu Santo nos guió hacia Deuteronomio 8 como una respuesta a la pregunta: “¿Fracasé?”.
Leamos un poco más sobre Deuteronomio 8 y veamos lo que dice el Señor: “Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor” (Verso 3).
“Reconoce en tu corazón que, así como un padre disciplina a su hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti. Cumple los mandamientos del Señor tu Dios; témelo y sigue sus caminos. Porque el Señor tu Dios te conduce a una tierra buena: tierra de arroyos y de fuentes de agua, con manantiales que fluyen en los valles y en las colinas; tierra de trigo y de cebada; de viñas, higueras y granados; de miel y de olivares; tierra donde no escaseará el pan y donde nada te faltará; tierra donde las rocas son de hierro y de cuyas colinas sacarás cobre”.
“Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al Señor tu Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. Y cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus ganados y tus rebaños, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al Señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo” (Deuteronomio 8:5-14).
Este es el dilema: si cree que su debilidad puede hacerlo fracasar, también es probable creer que puede alcanzar el éxito por sus propias fuerzas. El pueblo de Israel fue disciplinado y humillado durante su tiempo en el desierto, ¿fracasó mientras seguían la nube y la columna de fuego o recogían el maná para su sustento diario? Luego, ¿esa fue la fuerza que los llevó a atravesar el desierto por cuarenta años hasta entrar a poseer la Tierra Prometida? No, fue la fortaleza de Dios que les proveyó, los guió, les dio la victoria y los prosperó.
¿Un padre disciplina a su hijo porque cree que el muchacho es un fracaso? ¡No! Disciplinamos porque sabemos que nuestros hijos fueron creados para grandes cosas y queremos que sepan cómo oír y obedecer nuestras palabras para que algún día sepan oír y seguir las palabras de Dios. Para todos ustedes que creyeron que este tiempo de disciplina se debía a sus fracasos: ¡no son unos fracasados! Son hijos e hijas amadas del Señor a quienes les está enseñando a oír y obedecer su voz.
Sólo Dios nos entrega el poder para hacer riquezas
“…en el desierto te alimentó con maná, comida que jamás conocieron tus antepasados. Así te humilló y te puso a prueba, para que al fin de cuentas te fuera bien. No se te ocurra pensar: Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos. Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien te da el poder para producir esa riqueza; así ha confirmado hoy el pacto que bajo juramento hizo con tus antepasados” (Deuteronomio 8:16-18).
En este tiempo, donde muchos creyentes se preguntaron si habían llegado a su final, en realidad fue el umbral hacia el mayor mover de Dios que jamás hayamos visto. El desierto sólo fue el comienzo del mover de Dios por el cual todos estuvimos orando, porque vendrá de una manera diferente a lo que esperamos.
¿Por qué la gente tuvo problemas para recibir a Jesús como el Mesías? Porque vino de una manera muy humilde. Su vida comenzó en un pesebre para animales y terminó en una cruz reservada para los ladrones y asesinos. Su llegada marcó un punto pivotante en la historia de la humanidad. Pero muchos no vieron Quien era en realidad y aún siguen sin verlo.
¿No seremos capaces de ver que estamos en la fase inicial de otro gran mover de Dios como nación en una mayor humildad, tanto como en la adversidad? Sea que nos confíen grandes riquezas o muchas almas salvadas (o ambas), nuestros corazones se deben preparar en humildad, para que podamos decir verdaderamente en medio de lo que los hombres llaman “éxito”: ¡Sólo Dios nos puede dar el poder para hacer todas las cosas! Somos y fuimos probados para que al final no creamos que nuestra fortaleza o nuestro poder hicieron posibles estas cosas.
No tocar
“Si llegas a olvidar al Señor tu Dios y sigues a otros dioses para adorarlos e inclinarte ante ellos, testifico hoy en contra tuya que ciertamente serás destruido. Si no obedeces al Señor tu Dios, te sucederá lo mismo que a las naciones que el Señor irá destruyendo a tu paso” (Deuteronomio 8:19-20).
Son incontables las veces que les decimos a nuestros niños: “¡No toques!”. Querían tocarlo todo y poseer todas las cosas. Parecía que la primera palabra que aprendieron fue “¡mío!”. Todo lo que nos pertenece era “mío”. Desde sus perspectivas pequeñas, todas las cosas en la casa eran suyas y estaban para tocarlas y poseerlas. Se necesita nuestra experiencia como padres para disciplinarlos y enseñarles a no manejar ciertas cosas cuando les decimos: “¡No toques!”.
Lo mismo es cierto para nosotros en este tiempo. Dios nos está enseñando lo que quiere decir con las palabras: “¡No toques!”. No debemos decir “¡mío!” sobre el mover de Dios que traerá salvación, riquezas e influencia. Debemos mantenernos en humildad y no ser nuestros propios dioses o adorar el éxito.
La historia del rey Nabucodonosor en Daniel 4 es una ilustración de los resultados de reclamar el honor para nosotros mismos. El Señor le entregó un sueño a Nabucodonosor, advirtiéndole sobre el orgullo. Daniel interpretó el sueño y le ofreció al rey la sabiduría para evitar el escenario que estaba viendo. Obviamente, Nabucodonosor no tomó en serio la advertencia para cambiar su corazón, así que veamos lo que ocurrió con su vida:
“Doce meses después, mientras daba un paseo por la terraza del palacio real de Babilonia, exclamó: ¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra! No había terminado de hablar cuando, desde el cielo, se escuchó una voz que decía: Éste es el decreto en cuanto a ti, rey Nabucodonosor. Tu autoridad real se te ha quitado. Serás apartado de la gente y vivirás entre los animales salvajes; comerás pasto como el ganado y siete años transcurrirán hasta que reconozcas que el Altísimo es el soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere” (Daniel 4:29-32).
Todos sabemos lo que ocurrió después. Luego de oír la voz, Nabucodonosor perdió la cordura y vivió como un animal por siete años, como Dios se lo advirtió. Cuando terminó ese período de humillación, Nabucodonosor recuperó la razón, su soberanía y su esplendor, pero con una perspectiva completamente diferente:
“Por eso yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios” (Daniel 4:37).
La mayoría de nosotros no llegó al lugar de la prueba por ser extremadamente orgullosos o crueles, como este rey. Sin embargo, Dios conoce la preparación que debe ocurrir dentro de nosotros antes de recibir el éxito importante en todas las áreas de nuestra vida. Los hombres y mujeres más humildes cayeron ante la seducción que viene con el poder, la riqueza y los logros. También es cierto que Dios desea trabajar en y a través de nosotros para propósitos asombrosos, pero es por su poder que alcanzaremos el éxito. Como nos encontramos ante el comienzo de un mover del Espíritu de Dios sin precedentes, es absolutamente vital que comprendamos esta verdad. Él no nos permitirá conservar ninguna traza de orgullo sobre nuestros propios esfuerzos o fuerzas en este nuevo tiempo.
Entonces, le diríamos: si se siente despojado de todo y sus mejores esfuerzos parecen conducir a nada, ¡regocíjese! Comience a agradecerle a Dios por su disciplina y humillación porque nos probó como hijos. Pídale que lo perdone por creer la mentira de sentirse un fracasado o que Él le falló. Dios lo está preparando para la grandeza que siempre destinó para sus hijos. Recuerde, en nuestra debilidad se manifiesta su fortaleza.
Oración
Padre,
En mi debilidad, manifiesta tu fortaleza.
En mi orgullo, manifiesta tu humildad.
En mis mentiras, manifiesta tu verdad.
En mis necesidades, manifiesta tu poder.
En mi pobreza, manifiesta tus riquezas.
En mi enfermedad, manifiesta tu salud.
En mi hambre, manifiesta tu plenitud.
En mi soledad, manifiesta tu presencia.
En mi muerte, ¡manifiesta tu vida!
¡Amén!
Jeff y Kathi Pelton
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