martes, 12 de octubre de 2010

“Espere, reciba y haga el ministerio del Señor”

Por Rick Joyner

clip_image002Con toda seguridad, nuestros ministerios desempeñan un rol ayudando a la Iglesia a comprender su ministerio. Sin embargo, el abuso y el uso equivocado de los títulos espirituales afectaron terriblemente nuestra reputación en estos tiempos. Es difícil no encontrar a alguien en el ministerio que no se proclame apóstol, obispo o profeta. Se volvió tan extraño encontrar a alguien que se presenta como “pastor” que cuando lo veo, inmediatamente lo respeto y confío en él, sólo por su modestia.

Aún así, estamos en un tiempo donde estos ministerios serán restaurados en la Iglesia y podríamos perder el propósito de Dios si no los esperamos. Deberíamos buscarlos para reconocerlos y recibirlos. Si recibimos a un profeta como tal, obtendremos la recompensa del profeta, pero si recibimos a un profeta como maestro, sólo recibiremos una enseñanza. Eso mismo ocurre con los demás ministerios. Si recibimos a un apóstol como un maestro, sólo recibiremos una enseñanza. Sin embargo, si recibimos a un maestro como un apóstol, recibiremos un liderazgo equivocado. Debido a esto, existe una responsabilidad en el liderazgo por “conocer a los que trabajan en su entorno”.

Una vez más, hay un lugar y aún una necesidad para usar los títulos ministeriales, incluso el Apóstol Pablo defendió su apostolado con determinación. Aún así, hizo esto por la gente, no sólo por sí mismo. No hubo auto promoción o pompa en su defensa, sino el espíritu de un padre que les enseñaba a sus hijos. Hay una gracia, dignidad y sabiduría elevadas a las que accedemos, como un sello de los mensajeros verdaderos enviados por el Rey.

Asimismo, las revelaciones, sueños o visiones que vienen de Él, tienen la misma gracia y dignidad. En este tiempo el Señor lidera por llamado y no por imposición. Tiene la autoridad para hacer lo que Él quiere pero, como vemos en Apocalipsis 3:20, está fuera de su propia Iglesia golpeando para ver si alguien lo oye y se abre a Él. La razón para esto es porque estamos en el tiempo donde está buscando a los que serán herederos con Él, quienes obedecerán porque aman la verdad y no sólo por compulsión. Por esta razón, nunca deberíamos sentirnos presionados a actuar, aún por una revelación profética verdadera, sino llamados a responder. Hay momentos cuando podemos recibir una advertencia sobre algo que requiere acción, pero aún aquellos que vienen en la dignidad y la gracia del Señor, deben hacer un llamado a responder, sin presionar a la gente, como leemos en Santiago 3.

Aprendí que cuando me sentía impulsado a hacer algo rápido, no era del Señor y la acción usualmente estaba equivocada. Al Señor, quien ve el final desde el principio, nada lo toma con la guardia baja como para proceder apresuradamente. Conozco innumerables citas bíblicas de exhortaciones a esperar en el Señor y ser pacientes, pero no conozco una sola que nos impulse a apresurarnos. Después de muchas experiencias y cometer muchos errores, aprendí ciertas cosas sobre cómo habla y lidera el Señor.

Ahora vemos aquí un principio importante y esencial para el verdadero ministerio, pero desaparece ante lo que muchos perciben debería ser la manera de operar. El Espíritu Santo es el “ayudador” y no el “hacedor”. Cuando la gente dice que ninguno de ellos está involucrado en el ministerio, se equivocan porque este es el verdadero ministerio. Esta combinación no sólo es correcta, sino necesaria. Si el Señor hubiera querido que el ministerio fuera 100% su persona, sin ninguna participación nuestra, nunca se habría ido y no hubiera dejado a nadie para hacer nada.

Como lo discutimos antes, en Lucas 10 vemos al Señor enviando a sus discípulos de dos en dos a predicar el Evangelio, sanar a los enfermos y echar fuera demonios. Fueron tan exitosos que cuando regresaron, Jesús les dijo que vio a satanás caer desde el cielo como un rayo. Sin embargo, no es sino hasta el siguiente capítulo, Lucas 11, que los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar. ¡Hicieron todo esto y aún no sabían cómo orar!

Estos discípulos estaban lejos de ser perfectos o aún maduros, cuando el Señor les confió una autoridad tan extraordinaria. Aún así, dudo que alguno de los que recibieron sanidad, liberación u oyeron las buenas nuevas del Reino de Dios, se quejara. Justo antes que Jesús fuera crucificado, los discípulos discutían quién era el más grande, aunque fueron los líderes de la Iglesia a través de uno de los momentos formativos más delicados unas semanas más tarde. Muchos años después, algunos de ellos cometieron errores extraordinarios como el de Pedro, quien fue reprendido por el joven apóstol de Antioquía porque “seguía en condenación”.

Seríamos locos si pretendemos la perfección en el ministerio o el liderazgo, sin importar su madurez. Nuestra esperanza no debe estar en los vasos, sino en el tesoro que está dentro de esos vasos, el Espíritu Santo. Si mantenemos nuestra confianza en Él, no dependeremos demasiado de la gente y no seremos decepcionados. Si los ministerios y los líderes son verdaderos siervos, no buscarán edificar la confianza de la gente en ellos, sino en el Señor. Jesús mismo es el único fundamento perdurable sobre el que podemos edificar. Si edificamos sobre la confianza de la gente en nosotros en lugar del Señor, habremos fallado junto con el fundamento, porque nadie sino Jesucristo puede llevar esa carga.

Esto es importante porque la mentalidad perfeccionista, basada más en la confianza en nosotros mismos que en el Señor, les impide a muchos entrar en sus llamados o ministerios. No debemos ser perfectos para ser usados por el Señor, somos perfeccionados porque Él nos usa.

Rick Joyner

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