Por Garris Elkins
Mi hija Ana estudia en la Escuela de ministerio sobrenatural Betel, en Redding, California. Nuestro hogar está cerca de Medford, Oregon, a pocas horas de auto de Redding. Recientemente, Ana estuvo en casa durante un período de vacaciones de la escuela, cuando tuvo un problema en su computadora. Tuvo que enviarla de regreso a los fabricantes para su reparación. Cuando Ana tuvo de volver a la escuela, la computadora que tanto necesitaba no estaba reparada, por lo que la entrega la recibió su madre.
Ni bien nos regresaron la computadora reparada, la enviamos por el delivery postal al día siguiente. Yo tenía el número de guía y pude seguir el camino de la entrega toda la noche hasta que llegó a la oficina postal cercana al departamento de mi hija. En las siguientes 18 horas posteriores al envío de la computadora, traté de hablar con Ana por teléfono, pero no pude hablar con ella por la escasa cobertura de su celular en el área rural donde vive. Allí estaba ella, sin saber que su computadora estaba reparada y esperándola en la oficina postal local. Eventualmente, Ana recibió el mensaje y recogió su computadora. Ahí su vida regresó a la normalidad.
Así se ve la esperanza. A menudo vivimos nuestras vidas sin experimentar el poder de la esperanza porque fallamos en darnos cuenta de lo que está a nuestra disposición o lo que nos está esperando. Dios nos envió un mensaje acerca de la esperanza. Hebreos 6 nos dice que la esperanza está anclada en la eternidad, inamovible por los eventos que ocurren en la tierra. Esta esperanza no se altera por los desafíos de las circunstancias, porque está anclada en una Persona: Jesucristo.
Hebreos 6:18-20 dice: “Lo hizo así para que, mediante la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un estímulo poderoso los que, buscando refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros. Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”.
Como tenemos a alguien en el futuro que dirige nuestras vidas en el presente, no tenemos que vivir en desesperación y desesperanza. Jesús no es prisionero de nuestra realidad presente. Él siempre trae esperanza cuando se revela a sí mismo en el devenir de las circunstancias de nuestra vida. Nuestro futuro viene directamente hacia nosotros desde la mano buena y amorosa de Dios, en la Persona de Jesucristo. Dondequiera que veamos y oigamos a Jesús, estamos viendo y oyendo el corazón del Padre.
Jesús se revela a sí mismo en nuestro presente
Cuando Jesús se revela a sí mismo en nuestro presente, lo hace sin insertar ningún pesar o temor en nuestra situación, porque estas no son parte de la naturaleza de Dios. El pesar y el temor son la evidencia de la desesperanza. La revelación de Dios siempre trae consigo la pureza de algo que no se puede alterar por el quebranto de esta realidad. Por eso la esperanza no está afectada por lo que ocurre en la tierra. Nuestra esperanza es una Persona que vive en la eternidad, donde no existe el tiempo.
Uno de mis mentores me dijo: “Nuestro presente es un registro de nuestro pasado reciente”. En otras palabras, no importa cuánto tratemos, nunca llegaremos al lugar llamado futuro, porque cuando llegamos allá, se convierte en nuestro presente. Nuestro presente, la única realidad en la dimensión terrenal, es una cápsula de tiempo que migra con nosotros a través de la vida. Cuando llegamos al mañana, es sólo un momento presente en el cual vivimos, no un evento futuro.
Cuando Dios se revela a sí mismo a su pueblo en el presente, lo experimentan a Él, pero no desde el futuro, sino desde la eternidad. La palabra “futuro” no está fundamentada en una perspectiva eterna. La eternidad es una dimensión sin tiempo, allí no existe el pasado, el presente o el futuro. La llegada de la esperanza a nuestras vidas viene desde una dimensión que no está limitada por el tiempo y el espacio.
Desde la perspectiva de Dios, Él ve nuestra línea de tiempo con todos los acontecimientos ocurriendo a la vez y terminados. Él ve a los hijos de Israel cruzando el Mar Rojo y a Colón navegando en 1492, todo ocurriendo al mismo tiempo. Puede ver al hombre alunizando y al siguiente año calendario ocurriendo al mismo tiempo. Dios toma sus decisiones sobre nuestras vidas desde una perspectiva eterna y perfecta, porque ve el comienzo y el final. Es el Alfa (el principio), la Omega (el final) y todo lo demás que está en el medio. Él nos ve como seremos y como somos. Desde la perspectiva de la esperanza, somos y seremos lo que ya fuimos.
Nuestra manera de ver a Dios influirá en la manera de relacionarnos con la esperanza en nuestra vida diaria. Si en nuestro pensamiento existe un Dios airado e inalcanzable, nuestro presente arrastrará esa imagen de temor a nuestra respuesta ante la vida. Si en nuestro pensamiento existe un Dios amoroso y bueno, comenzaremos a ver nuestra vida y nuestras circunstancias a través de los lentes de la perspectiva celestial de esperanza y afirmación.
La profecía es un ministerio que importa esperanza hacia las vidas de las personas. Un tema repetido en el ministerio de Pablo fue el fortalecimiento y el aliento que le daba a la Iglesia. Fortalecía a los cristianos porque se sentían débiles. Alentaba a los creyentes porque estaban desanimados. Pablo les entregó palabras de aliento que conectaron a los santos débiles y desanimados con la esperanza anclada en la eternidad, fuera del alcance de los errores humanos. Esta esperanza cambia las vidas de las personas, porque estas palabras llegan en el devenir de la línea del tiempo natural y alejan a la gente de vivir en desesperanza y desánimo, para llevarlas al fluir de la voluntad de Dios para sus vidas.
Garris Elkins
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