miércoles, 8 de octubre de 2008

“¡Debes despertarte! Para que los sueños se vuelvan realidad”

 

Por Francis Frangipane

clip_image001Somnolencia espiritual

Sólo porque hablamos y hacemos, no significa que estemos verdaderamente despiertos. Zacarías no estaba durmiendo cuando el ángel lo levantó, como a quien se despierta de su sueño (Zacarías 4:1).

¡Quizá nosotros también necesitamos ser sacudidos de nuestra somnolencia para poseer las promesas de Dios! Asombrosamente, a pesar de las señales, las maravillas y las advertencias que nos anuncian que estamos verdaderamente en los últimos días, Jesús también dice que existe una modorra misteriosa que debemos vencer. De hecho, inmediatamente después de resaltar varias evidencias acerca del fin (vea Mateo 24), compara a la Iglesia con las vírgenes que “les dio sueño y se durmieron” (Mateo 25:5).

Vírgenes durmiendo al final de los tiempos: Esto parece incomprensible con todas las señales en los cielos y maravillas sobre la tierra, sin mencionar la creciente manifestación de la presencia de Cristo. A pesar de este fenómeno, debemos batallar contra la tendencia a dormirnos espiritualmente y desenfocarnos mientras esperamos el regreso del Señor.

Existe una actividad oculta del enemigo que embota nuestra percepción y seduce nuestro celo. Nuestra visión ocupa un lugar secundario junto a otros aspectos menos importantes de la vida. Desde el principio, la voz de satanás tuvo este efecto arrullador sobre la humanidad. La excusa de Eva por su desobediencia fue: “La serpiente me hizo olvidar” (Génesis 3:13. Traducción de Young).

Este sentido de olvido y adormecimiento, es la nube de ceguera que debemos discernir y vencer. Respecto a esto, el Espíritu Santo le habló a mi corazón a través del siguiente sueño.

“¡Despiértate! Si quieres que tu sueño se haga realidad”

Había un templo que se levantaba en un campo abierto. Mi visión del templo era lateral, como a 200 metros de distancia. No podía ver su frente, aunque estaba completamente abierto porque salía una gran luz de su interior que pulsaba como si fuera un relámpago, aunque era sólida como la luz del sol. El bloque de luz se emitía en línea recta y supe que esta luz era la gloria de Dios.

El templo estaba tan cercano que supe que con poco esfuerzo podría entrar en la gloria de Dios. Su presencia santa estaba claramente a mi alcance. También había otras directamente frente a mí que pude reconocer como gente de la iglesia. Todos parecían demasiado ocupados. Mientras el templo y su luz eran visibles y muy accesibles para todos, cada cabeza estaba inclinada y se apartaba de la luz; cada una estaba ocupara con otras cosas.

Pude oír a otra persona diciendo: “Tengo que lavar ropa”. Otra dijo: “Tengo que ir a trabajar”. Pude ver gente leyendo sus periódicos, mirando televisión y comiendo. Estaba seguro que todos podían ver la luz si querían, aún con mayor seguridad que todos nosotros que sabíamos que la gloria estaba cercana.

Incluso había algunas pocas personas que leían la Biblia y oraban, pero todos mantenían sus cabezas hacia abajo; cada uno tenía alguna clase de barrera mental entre ellos y el lugar de la presencia de Dios. De hecho, ninguno parecía capaz de pararse, voltearse y caminar con determinación, acercándose a la misma gloria de Dios.

Mientras observaba, repentinamente mi esposa levantó su cabeza y contempló el tempo en medio del campo. Se puso de pie y caminó sin pausa hacia el frente abierto. Mientras se acercaba a la luz, se formaba una vestidura de gloria y la revestía; cuanto más se acercaba, más densa era la luz que la rodeaba hasta que se paró en la entrada del templo y se volteó completamente hacia el rostro resplandeciente de Dios.

¡Oh! Me sentía muy celoso. ¡Mi esposa entró en la Gloria de Dios antes que yo! Al mismo tiempo me di cuenta que no había nada que me detuviera de acercarme a la presencia de Dios, nada excepto la pila de cosas y responsabilidades que, en verdad, gobernaban mi vida más que la voz de Dios.

Mientras empujaba estas presiones fuera de mi vida, me determiné a levantarme y entrar en el templo. Pero, para mi gran decepción, en mi sueño me levantaba y, repentinamente, ¡me desperté!

El anhelo y la desilusión dentro de mi ser parecían insoportables. Estuve tan cerca de entrar en la presencia de Dios. ¡Cómo deseaba entrar en el templo y ser envuelto por su gloria!

Clamé: “Señor, ¿por qué me despertaste?”

Instantáneamente, la palabra del Señor respondió a mi clamor. Dijo: “No llenaré la vida de mis siervos por un sueño. Si quieres que tu sueño se haga realidad, debes despertarte”.

Rompiendo con la pasividad: Estableciendo prioridades

Amado, hoy Dios nos está despertando a la realidad de su presencia. Las promesas que el Señor nos da en la Escritura, deben llegar a ser más que realidades soñadas para nosotros, reservadas sólo para más adelante. ¡Moisés frecuentó la gloria de Dios! Los setenta ancianos de Israel comieron y bebieron en la gloria resplandeciente de Dios (vez Éxodo 24:9-11). ¡Jesús reveló la gloria de Dios en el monte de la Transfiguración! Pablo dice que todos podemos cargar la gloria de Dios y ser transformados por ella (vea 2 Corintios 3:18).

Por esta razón, la Escritura dice: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efesios 5:14). Si verdaderamente queremos que Cristo “brille” en nosotros, debemos levantarnos de las distracciones que nos mantienen sepultados en el letargo y la oscuridad espiritual.

Justo en este momento, la presencia del Dios viviente está lo suficientemente cercana para oír el susurro de su corazón. Pero si queremos que nuestro sueño de levantarnos en la presencia de Dios se haga realidad, debemos despertarnos.

Francis Frangipane

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