“Desde la visitación hacia la habitación: la meta de la visitación de Dios es llegar a ser una habitación para Él”
Por Francis Frangipane
No hubo profeta en Israel por más de 400 años. Ahora, en el espíritu y el poder de Elías, Juan el Bautista se levantó en el desierto de Judea. Rayos salían de sus ojos cuando su mensaje tronaba cruzando el territorio de las almas que se encontraban delante de él. ¡La tormenta de Dios regresó!
Los historiadores nos dicen que el ministerio de penetración de Juan trajo cerca de un millón de personas hacia el bautismo de arrepentimiento. Fue un comienzo sin precedentes para un tiempo de visitación. Fue dentro de esa atmósfera electrizante del despertar de la fe que vino Jesús, trayendo milagros que jamás se habían visto en la historia de Israel. La presencia del Dios viviente fluía a través de Cristo; su mensaje no tuvo paralelo: ¡El Reino de los Cielos está a la mano!
A pesar de todas las multitudes, los milagros, las señales y las maravillas, increíblemente, Jesús se lamentó por la nación. Lloró porque, según su punto de vista, fallaron en “reconocer el tiempo de su visitación” (Lucas 19:44).
¿En qué camino se perdieron este mover de Dios? Ciertamente, vastas multitudes respondieron al llamado de Juan para que se arrepintieran. Con toda claridad, la gente se asombró por lo sobrenatural: ¡Las enfermedades incurables se sanaban y los endemoniados eran liberados! Y en cuanto a las multitudes que siguieron a Jesús hacia el desierto donde Él los alimentó con panes y peces, ¿reconocieron el momento que estaban viviendo?
Obviamente, las multitudes estaban familiarizadas con las sanidades y las dimensiones milagrosas de esa visitación (vea Lucas 4:14-19; Isaías 61:1-2). Cuando Dios vino con su visitación, buscaba manifestar dos realidades: Destruir las obras del enemigo y edificar el Reino en las vidas de los recién sanados. No vino a sanarnos, sólo para que volvamos a nuestras vidas pasadas. Él nos sanó para poder transformarnos a su imagen. De hecho, a los mismos cautivos a quienes les dio libertad, los capacitó para “reconstruir las ruinas antiguas, y restaurar los escombros de antaño; reparar las ciudades en ruinas, y los escombros de muchas generaciones” (Isaías 61:4).
Ignorar o minimizar esta meta de transformación es algo serio. Al que mucho se le da, mucho se le pedirá. Como puede ver, la palabra visitación no sólo significa un tiempo de sanidad; también se refiere a un tiempo de inspección o ser examinados muy de cerca. Dios no sólo participa en el gozo de nuestra liberación, también nos examina para ver si ahora responderemos con una mayor obediencia.
Nuestra obediencia crea un futuro diferente para nosotros, un fruto de bendición. Sí, si no respondemos, nos esperan calamidades. Les dijo a los recién sanados que “no pecaran más” o les vendría algo peor (Juan 5:14). A los liberados les advirtió que, si sus almas se mantenían desocupadas después que su ser interior había quedado limpio y en orden, “…el estado postrero de aquella persona resulta peor que el primero…” (Mateo 12:45).
Como ve, en el mismo momento que Dios remueve nuestras cargas, también remueve nuestras excusas. Luego de haber sido liberados de la opresión, el Señor espera que dejemos a un lado nuestras diferencias, nos reconciliemos y nos unamos como una comunidad celestial para comenzar a transformar nuestro mundo.
Una nueva estación de derramamiento
En los últimos años el Señor levantó una armada internacional de ministerios intercesores. Como resultado del movimiento de oración, especialmente The Call y otras reuniones solemnes, los comienzos de una visitación están saliendo a la luz. Los reportes están llegando casi semanalmente acerca de las manifestaciones sobrenaturales y los avivamientos. Muchos sienten que estamos muy cerca de un despertar espiritual.
Personalmente seguí el avivamiento de Lakeland por God.tv. Sí, hay algunas cosas secundarias que yo hago de una manera diferente, pero me sacude el hambre espiritual de la gente, también los milagros notables y las conversiones. Más importante, me tocó la manifestación de la gloria de Dios. Aunque mi corazón se llena de gozo, también siento temor. Cuando clamamos por una visitación santa, clamamos para que el mismo Reino de Dios se manifieste en la tierra como en el Cielo. Mi preocupación es que cuando clamamos al Todopoderoso por su Reino, ¿estamos verdaderamente preparados para rendirnos?
Muchos en el primer siglo en Israel no comprendieron la meta de una visitación; fueron bendecidos, tocados y sanados, pero no le prestaron atención al propósito de Dios, por eso Jesús lloró. Sin embargo, lo que hicieron los discípulos en Pentecostés, llevó la visitación hacia su propósito: La Iglesia temprana se transformó en la habitación de Dios en la tierra. La Iglesia en toda la ciudad estaba unida, comprometida en la oración y enfocada en Jesús (vea Hechos 3:1). Los milagros eran extraordinarios, mientras asistían a los pobres de una manera extravagante. La Iglesia temprana estableció el estándar para una visitación: Señales, milagros y conversiones, pero también la unidad centrada en Cristo entre los líderes y los creyentes de la Iglesia por igual.
Si aún no se desarrolló una unidad centrada en Cristo entre las Iglesias de su ciudad, entonces comience a orar por los líderes. Sí, regocijémonos en los comienzos de un avivamiento. Pero, con sobriedad, también mantengamos en mente que la meta de la visitación de Dios es que seamos una habitación para Él.
Francis Frangipane
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